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miércoles, 19 de febrero de 2020

HISTORIA DE AMOR EN MEDIO DEL HORROR DE UN CAMPO DE EXTERMINIO NAZI

David Wisnia se dio cuenta de que Helen Spitzer no era una prisionera cualquiera la primera vez que le habló, en 1943, cerca del crematorio de Auschwitz. Zippi, como la conocían, siempre estaba limpia y aliñada. Usaba una chaqueta y olía bien. Los presentó otro prisionero, porque ella se lo pidió.


Su mera presencia era inusual: una mujer fuera de la zona para mujeres hablando con un prisionero varón. Sin que Wisnia reparara en ello, ya estaban solos, y los prisioneros que los rodeaban se habían ido. Más tarde se dio cuenta de que el encuentro no era una coincidencia. Planearon verse de nuevo en una semana.

El día de su cita, Wisnia fue a verla al cuartel entre los crematorios 4 y 5, como lo habían planeado. Subió a lo alto de una escalera improvisada hecha de paquetes de ropa de los prisioneros. Spitzer la había acomodado, un espacio entre cientos de pilas, con el tamaño suficiente para que cupieran ambos. Wisnia tenía 17 años; ella, 25.

Ambos eran prisioneros judíos en Auschwitz y ambos tenían privilegios. Wisnia, a quien en un principio obligaron a recolectar los cadáveres de los prisioneros que se suicidaban, había sido elegido para entretener a sus captores nazis cuando descubrieron que era un cantante talentoso.

Spitzer tenía un puesto de más poder: era la diseñadora gráfica del campo de exterminio. Se volvieron amantes y se reunían en su rinconcito a una hora determinada casi una vez al mes. Después del temor inicial de saber que estaban poniendo en peligro sus vidas, comenzaron a anhelar esas citas. Wisnia se sentía especial. “Me eligió a mí”, recordó.

No hablaban mucho. Cuando lo hacían, se contaban pasajes breves de sus pasados. El padre de Wisnia, quien amaba la ópera —lo que inspiró su afición por el canto—, había muerto con el resto de su familia en el gueto de Varsovia. Spitzer, quien también amaba la música, tocaba el piano y la mandolina y le enseñó a Wisnia una canción húngara. Debajo de las cajas de ropa, otros prisioneros estaban vigilando, preparados para advertirles si se aproximaba un oficial de las Schutzstaffel (SS).

Durante algunos meses, lograron ser la válvula de escape del otro, pero sabían que esas visitas no durarían mucho. A su alrededor, la muerte estaba por todas partes. Aun así, los amantes planearon una vida juntos, un futuro afuera de Auschwitz. Sabían que los separarían, pero tenían un plan: después de que acabara la guerra, se reunirían.

En una tarde de finales de 2019, Wisnia estaba viendo fotografías viejas en la casa donde ha vivido durante 67 años, en la ciudad que ha adoptado como suya, Levittown, en el estado estadounidense de Pensilvania. Wisnia, todavía un cantante apasionado, pasó décadas como cantor en la congregación local. Ahora, casi una vez al mes, ofrece discursos en los que relata historias de guerra, generalmente a estudiantes y a veces en bibliotecas o congregaciones.

“Todavía hay algunas personas vivas que conocen los detalles”, comentó.

A medida que el Holocausto se desvanece de la memoria pública y el antisemitismo aumenta una vez más, Wisnia habla de su pasado con un sentido de urgencia. Este es un cambio importante para un hombre que pasó la mayor parte de su vida adulta tratando de no mirar atrás. El hijo mayor de Wisnia se enteró de adolescente que su padre no había nacido en Estados Unidos. (Wisnia se esforzó por perder su acento europeo).

Los hijos y nietos de Wisnia lo convencieron de hablar sobre su pasado. Poco a poco, se fue abriendo. Una vez que comenzó a compartir su historia, más personas lo persuadieron para que la contara en público. En 2015, publicó una memoria, One Voice, Two Lives: From Auschwitz Prisoner to 101st Airborne Trooper. Fue entonces cuando su familia se enteró de su novia de Auschwitz. Se refirió a Spitzer con un pseudónimo, Rose. Su reencuentro, resulta, no salió como estaba planeado. Para cuando Wisnia y Spitzer se volvieron a encontrar, ambos ya se habían casado con otras personas.

Spitzer fue una de las primeras mujeres judías en llegar a Auschwitz. Era marzo de 1942 y había llegado desde Eslovaquia, donde asistió a una universidad técnica. Fue una de las 2000 mujeres solteras que llegaron entonces a Auschwitz.

Al principio le asignaron un trabajo de demolición en un subcampo de Auschwitz, Birkenau. Estaba desnutrida y enferma con tifus, malaria y diarrea. Continúo así hasta que una chimenea se derrumbó sobre ella y se lastimó la espalda. Gracias a sus conexiones, su habilidad para hablar alemán, su talento en el diseño gráfico y, también, por pura suerte, Spitzer consiguió un trabajo de oficina.

Sus labores iniciales incluían mezclar pintura en polvo roja con barniz para dibujar una franja vertical en los uniformes de las prisioneras. Después, comenzó a registrar todas las llegadas de mujeres al campo, dijo en un testimonio de 1946 documentado por el psicólogo David Boder, quien grabó las primeras entrevistas con sobrevivientes después de la guerra.

Cuando Spitzer conoció a Wisnia, ella estaba trabajando en una oficina compartida. Era la responsable, junto con otra mujer judía, de organizar el papeleo nazi e hizo reportes mensuales de la fuerza laboral del campo.

Conforme crecieron las responsabilidades de Spitzer, obtuvo más libertad para trasladarse por algunas zonas del campo y a veces le permitían hacer viajes al exterior. Se duchaba con regularidad y no tenía que usar la banda que usaban otros prisioneros. Spitzer usó su enorme conocimiento del terreno para construir un modelo tridimensional del campo. Los privilegios que llegó a tener le permitieron comunicarse con su único hermano vivo a través de postales codificadas.

Sin embargo, Spitzer jamás fue colaboradora nazi ni kapo, una prisionera encargada de vigilar a otros prisioneros. En cambio, se valió de su cargo para ayudar a prisioneros y aliados: utilizó sus habilidades de diseño para manipular el papeleo y reasignar a prisioneros a diferentes labores y cuarteles. Tenía acceso a los informes oficiales del campamento, que compartió con varios grupos que se resistían al dominio nazi, según Konrad Kwiet, profesor de la Universidad de Sídney.

Kwiet fue una de las personas que entrevistó a Spitzer para el libro Approaching an Auschwitz Survivor. En la obra, editada por Jürgen Matthäus —director de investigación aplicada en el Museo Memorial del Holocausto de Estados Unidos—, Spitzer fue entrevistada por cinco historiadores diferentes, cada uno relata su vida desde una perspectiva diferente.

“No me sorprende que las personas en la posición de Zippi tengan amantes y que intenten usar su influencia para salvar a personas”, dijo Atina Grossmann, profesora de Cooper Union en Nueva York, quien también entrevistó a Spitzer para el libro

“Por cada persona que salvabas, estabas condenando a otra”, dijo Grossmann. “Tenías que ser muy precisa”.

A Wisnia le asignaron la “unidad de cadáveres” cuando llegó. Su trabajo consistía en recoger los cuerpos de los prisioneros que se arrojaban contra la cerca eléctrica que rodeaba el campo. Pero en cuestión de meses se corrió la voz de que era un cantante talentoso. Comenzó a cantarles con frecuencia a los guardias nazis y le asignaron un nuevo puesto en un edificio que las SS llamaban el Sauna. Desinfectaba la ropa de los recién llegados con los mismos comprimidos que se usaban para asesinar a los prisioneros en las cámaras de gas.

Spitzer había visto a Wisnia en el Sauna y una vez que habían empezado a reunirse, ella le pagaba con comida a los prisioneros para que vigilaran el lugar por entre 30 minutos a una hora cada vez que se encontraban.

Su relación duró varios meses. Una tarde, en 1944, se dieron cuenta de que probablemente sería su última reunión. Los nazis estaban transportando a los últimos prisioneros del campo para matarlos y destruían las pruebas de sus crímenes.

Cuando los nazis desmantelaron los crematorios, comenzaron los rumores dentro del campo que los soviéticos estaban avanzando. La guerra podría terminar pronto. La mayoría de los prisioneros no pasaron de unos cuantos meses en Auschwitz, pero Wisnia y Spitzer habían sobrevivido dos años. Solo en ese campo, 1,1 millones de personas fueron asesinadas.

Durante su última cita fraguaron un plan. Se reunirían en Varsovia cuando terminara la guerra, en un centro comunitario. Era una promesa.

Wisnia se fue antes que Spitzer en uno de los últimos transportes que salieron de Auschwitz. Lo transfirieron al campo de concentración de Dachau en diciembre de 1944. Poco después, durante una marcha de la muerte desde Dachau, encontró una pala con la que golpeó a un guardia de las SS y escapó. Al día siguiente, mientras estaba oculto en un establo, escuchó lo que creyó que eran tropas soviéticas que se acercaban. Corrió hacia los tanques y esperó tener suerte. Resultaron ser soldados estadounidenses.

Wisnia no podía creer su buena suerte. Desde que tenía 10 años había soñado con cantar ópera en Nueva York. Antes de la guerra, le había escrito una carta a Franklin D. Roosevelt, entonces presidente de Estados Unidos, para solicitarle una visa que le permitiera estudiar música en el país. Las dos hermanas de su madre habían emigrado al Bronx en la década de los treinta y él había memorizado su dirección. Durante su terrible experiencia en Auschwitz, esa dirección se había convertido en una especie de oración para él, una guía

Ahora, frente a los soldados de la 101.ª División Aerotransportada, estaba aliviado.
Las tropas lo adoptaron después de escuchar su historia, contada en fragmentos del poco inglés que hablaba, algo de alemán, yiddish y polaco. Le dieron comida, un uniforme, le entregaron una ametralladora y le enseñaron a usarla. Europa sería su pasado, decidió.
“No quería tener nada que ver con nada europeo”, dijo. “Me convertí en estadounidense al 110 por ciento”.

Su unidad viajó hacia el sur a Austria, liberando ciudades en el camino. Las tropas protegieron a Wisnia y él, a su vez, se transformó en un estadounidense. Al final de la guerra, llegaron al refugio de Hitler en las montañas de Berchtesgaden. Ahí se sirvieron el vino de Hitler y tomaron algunos de sus tesoros. Wisnia se llevó una pistola Walther, una cámara y una pistola semiautomática.

Aunque por ser polaco jamás pudo volverse soldado raso, Wisnia desempeñó varios empleos en el ejército estadounidense después de la guerra. Trabajó en el Puesto de Intercambio del ejército, que proporcionaba artículos básicos a los soldados. En cuanto se unió a los estadounidenses, su plan de reunirse con Zippi en Varsovia ya ni siquiera era una consideración. Estados Unidos de América era su futuro.

Spitzer fue una de las últimas personas en irse del campo viva. La enviaron al campo de mujeres en Ravensbrück y a un subcampo en Malchow antes de que la evacuaran en una marcha de la muerte. Ella y una amiga escaparon de la marcha borrando la franja roja que habían pintado en sus uniformes, lo cual les permitió mezclarse con la población local que estaba escapando.

En medio del caos, Spitzer llegó al primer campo de personas desplazadas que albergaba a judíos en la zona estadounidense de la Alemania ocupada, donde, en la primavera de 1945, había por lo menos 4000 sobrevivientes. El lugar se llamaba Feldafing; ahí, Wisnia entregó suministros en algún momento.

Las probabilidades de que estuvieran en el mismo lugar eran asombrosas. “Iba a Feldafing, pero no tenía idea de que ella estaba allí”, dijo Wisnia.

Poco después, Spitzer se casó con Erwin Tichauer, el jefe de policía en funciones de ese campo. Una vez más, Spitzer, ahora conocida como la señora Tichauer, se encontraba en una posición privilegiada. Aunque también eran personas desplazadas, los Tichauer vivían afuera del campo.

La pareja se dedicó por años a causas humanitarias. Hicieron misiones con las Naciones Unidas a Perú, Bolivia e Indonesia. En algunos lapsos, ella enseñó bioingeniería en la Universidad de Nueva Gales del Sur en Sídney.

A lo largo de sus viajes, Tichauer continuó aprendiendo nuevos idiomas y usaba sus conocimientos en el diseño para ayudar a las personas más vulnerables, particularmente a las mujeres embarazadas y las nuevas madres. Su vida no se define por su experiencia como sobreviviente del Holocausto, dijo Matthäus, el editor del libro con las distintas perspectivas de su experiencia en la guerra. “Tuvo muchos logros”, dijo.

Los Tichauer terminaron por mudarse a Estados Unidos, primero a Austin, Texas, y en 1967 se asentaron en Nueva York, donde ella se convirtió en profesora de bioingeniería en la Universidad de Nueva York.

En su departamento, rodeada de libros sobre el Holocausto, Tichauer hablaba a menudo con historiadores. Nunca pronunció discursos y dijo que despreciaba el concepto del Holocausto como un negocio. Los historiadores a los que confió su historia se convirtieron en parte de su familia. Kwiet, quien la llamaba desde Australia todos los viernes, llegó a considerar a Tichauer una figura materna.

“Su deber no era ser una sobreviviente profesional”, dijo Grossmann. “Su trabajo era ser la historiadora de los historiadores. Estaba comprometida con hacer un recuento sobrio y casi técnico de lo que sucedió”.

Sin embargo, durante las muchas horas que dedicó a detallar los horrores de Auschwitz a varios historiadores, Tichauer nunca mencionó a Wisnia.

Poco después de que terminó la guerra, un exprisionero de Auschwitz le dijo a Wisnia que Tichauer estaba viva. En ese entonces ya estaba muy involucrado en el ejército estadounidense, con sede en Versalles, donde esperó hasta que por fin pudo emigrar a Estados Unidos de América.

Cuando sus tíos lo recogieron en el puerto en Hoboken en febrero de 1946, no podían creer que el chico de 19 años con uniforme de soldado raso fuera el pequeño David que vieron por última vez en Varsovia.

Apresurándose para compensar el tiempo perdido, Wisnia se adentró a la vida de la ciudad de Nueva York, y fue a bailes y fiestas. En 1947, en una boda, conoció a Hope, su futura esposa. Cinco años después, la pareja se mudó a Filadelfia. Se convirtió en vicepresidente de ventas de Wonderland of Knowledge Corporation, una empresa de enciclopedias, hasta que su carrera como cantor despegó.

Tras años de haberse asentado en Levittown con su esposa, un amigo de Wisnia le dijo que Zippi vivía en Nueva York. Wisnia le había contado a su esposa sobre su exnovia y pensó que era un buen momento para volver a verse y preguntarle, finalmente, cómo había logrado sobrevivir a Auschwitz.

Su amigo organizó una reunión. Wisnia condujo las dos horas desde Levittown a Manhattan y esperó en el vestíbulo de un hotel frente a Central Park.

“Ella nunca apareció”, dijo Wisnia. “Después me enteré de que decidió que no sería inteligente. Ella estaba casada; tenía un esposo”.

A lo largo de los años, Wisnia siguió enterándose de lo que pasaba con Tichauer a través de su amigo. Mientras tanto, su familia creció: tuvo cuatro hijos y seis nietos. En 2016, Wisnia decidió volver a tratar de comunicarse con Zippi. Había compartido la historia con su familia. Su hijo, que ahora era rabino en la sinagoga reformista en Princeton, Nueva Jersey, inició el contacto en su nombre. Finalmente, ella acordó organizar una visita.

Habían pasado 72 años desde que había visto por última vez a su exnovia. Había escuchado que estaba enferma, pero sabía pocas cosas sobre su vida. Sospechaba que había ayudado a mantenerlo con vida y quería saber si eso era cierto.

Cuando Wisnia y sus nietos llegaron a su apartamento en Manhattan, vieron que Tichauer estaba tendida en una cama de hospital, rodeada de estantes llenos de libros. Había estado sola desde que murió su esposo en 1996, y jamás tuvieron hijos. Con el paso de los años, postrada en una cama, poco a poco perdió la vista y la audición.

Al principio ella no lo reconoció. Después, Wisnia se le acercó.

“Sus ojos se abrieron por completo, casi como si hubiera recobrado la vida”, dijo Avi Wisnia, de 37 años, nieto de Wisnia. “Todos quedamos sorprendidos"

La reunión duró cerca de dos horas. Finalmente, tuvo que preguntar: ¿tuvo ella algo que ver con el hecho de que él logró sobrevivir en Auschwitz todo ese tiempo?

Alzó su mano y mostró sus cinco dedos. Su voz sonó fuerte, con un marcado acento eslovaco.
“Te salvé cinco veces de un mal destino”, le respondió.

“Sabía que era ella”, les dijo Wisnia a sus nietos. “Es totalmente asombroso. Sorprendente”.

Pero aún había más. “Te estaba esperando”, dijo Tichauer. Wisnia quedó pasmado. Después de que escapó de la marcha de la muerte, lo esperó en Varsovia. Había seguido el plan, pero él jamás llegó.

Lo había amado, le dijo en voz baja. Él también la había amado, le dijo.

Wisnia y Tichauer nunca volvieron a verse. Ella murió en 2018 a los cien años. En su última tarde juntos, antes de que Wisnia se fuera de su apartamento, ella le pidió que le cantara. Él le tomó la mano y le cantó la canción húngara que ella le enseñó en Auschwitz. Quería mostrarle que recordaba la letra.

Fuente: The New York Times


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