Hay dos clases de derechistas: la de los oligarcas y la de los súbditos, o sea, los derechistas de a pie. Entre los de arriba, están grandes empresarios agroindustriales y líderes políticos blancos y colorados asociados a ellos. Todos hablan del fin de las ideologías, pero abrazan el credo neoliberal; todos dicen que los términos “izquierda” y “derecha” están perimidos, pero destilan veneno contra la izquierda. Para ellos, toda persona de izquierda es comunista; incluso este gobierno, lo que solo puede causar risa al Partido Comunista del Uruguay.
El derechista de abajo suele decir: “No voto partidos, sino personas”. Con tal directriz, basta con que aparezca una persona más simpática o carismática que otra para decidir su voto, sin importarle el equipo que le acompaña.
También señala que “gane quien gane tengo que trabajar porque los políticos nunca me dieron nada”. La experiencia me ha demostrado que quienes dicen esto son los primeros en ofrecer sus servicios a los partidos tradicionales para militar durante la campaña a cambio de un puestito”, ejerciendo como nadie la prostitución cívica.
Sobre los políticos vive repitiendo: “Todos son iguales”; pero llegado el momento solo vota a la derecha. Por algún extraño motivo, niega su condición: “Yo no soy ni de izquierda ni de derecha. Soy apolítico”. Su voto está cantado.
Durante la campaña electoral, sus representantes políticos hablan de bajar impuestos; pero cuando llegan al gobierno “descubren” que estábamos peor de lo que creían y se ven “forzados” a realizar un ajuste fiscal, de esos que siempre terminan pagando los más desprotegidos.
Tras la reunión entre la Confederación de Cámaras Empresariales con dirigentes del Partido Nacional, el presidente Gerardo García Pintos señaló que “hubo varias coincidencias entre las partes”, mientras que el nuevo presidente de la Federación Rural, Julio Armand Ugón, planteó: “Nos vamos a entender mejor con los partidos tradicionales que con el Frente Amplio”. Chocolate por la noticia. Todos ellos buscan reducción de impuestos y aumentos de beneficios al empresariado agroindustrial, disminución de aportes patronales y freno al incremento salarial de los trabajadores rurales. El derechista repite como autómata que en Venezuela hay una dictadura sin haber estado nunca allí y no dice ni una palabra de regímenes sangrientos y dictatoriales si son de derecha, caso de Arabia Saudita. Reclama que Estados Unidos asuma su papel de policía del mundo. Nunca apoya una manifestación contra ese país cuando el mismo invade a otro o viola derechos humanos en todas partes del mundo. Cree en la palabra de CNN como un cristiano en la Biblia.
Oscar: vago, sucio y terrorista
Cuando sus compañeros de trabajo deciden un paro o huelga para reclamar mejores condiciones laborales, se opone, no participa, no acompaña, se esconde…Eso sí, luego va corriendo a cobrar el aumento salarial. Odia a los sindicalistas y los acusa de vagos, aunque bien que aprovecha los beneficios que aquellos -muchas veces pasando por cárcel y torturas- lograron para todos.
Odia profundamente a Oscar Andrade y, cada vez que sale una nota sobre el candidato frenteamplista, él y otros como él salen en tropel a insultarlo de las maneras más rastreras. Vago, sucio, trepador… Le critican que use barba y no sea capaz de ponerse un Armani. No ha estado nunca cerca de él; pero igual lo tilda de sucio; porque para un oligarca o cuzquito de los oligarcas, todo trabajador es sucio. Es de la misma ralea de cierta escritora de cuyo nombre no quiero acordarme, que criticó a Lucía por tener los zapatos sucios, sin comprender que lo malo es tener sucia el alma, tal el caso de la crítica aristócrata.
Podríamos citar aquí los trabajos que ha tenido Oscar y su récord de aportes de horas de trabajo solidario desde el Sunca; pero sería gastar pólvora en chimangos. El derechista de a pie le seguirá diciendo vago y se meterá incluso con su familia. No le importará que se trate de una niña ni tampoco entenderá que Oscar fue elegido democráticamente por los trabajadores para que los represente. El autómata seguirá repitiéndolo porque no quiere un presidente, quiere un amo.
El mérito de la derecha consiste en haber lavado lo suficiente el cerebro de muchas personas de las clases baja y media para que vean al sindicalista como a su enemigo y al patrón como a un dios al que nada debe exigirse, requerirse ni cuestionarse.
Se defiende mejor callado
Te vive hablando de Pascasio Báez; pero ni una palabra de Líber Arce, Gutiérrez Ruiz, Zelmar, Elena Quinteros y tantos ciudadanos asesinados antes y durante la dictadura por los aliados de los partidos tradicionales.
Ni él ni sus dirigentes de los partidos de derecha festejan cuando se encuentra a alguien que en su infancia fue arrebatado a sus padres por los militares. Su silencio nos dice a gritos que apoyan aquellas aberraciones.
Repite como autómata que el Mides mantiene vagos y les da dinero para que no trabajen y voten al Frente. Lo dice por ignorancia; pero lo de Lacalle Pou es por cinismo. Critica al gobierno por no hacer nada por las personas que viven en la calle, pero si el gobierno hace algo, lo acusa de demagogia o despilfarrar el dinero de los orientales. Palo porque remas, y palo porque no remas. Omite mencionar que, pese al incremento de estas personas en los dos últimos años, Uruguay es el país de América Latina y el Caribe con menos pobreza e indigencia. Omite mencionar que la cantidad de niños y adolescentes que viven en la calle es 0. Cero, Luis. Mientras tanto, aplaude a Bolsonaro, presidente de un país con 10 millones de niños viviendo en la calle. Allí, tanto como en Colombia, los derechistas tienen una fórmula muy simple para solucionarlo: para combatir la pobreza salen a matar mendigos.
Que alguien le informe a Almagro, Mieres, Lacalle, Sartori y Sanguinetti, por favor…
Los líderes de la derecha uruguaya han guardado un sepulcral silencio cómplice ante el asesinato de una activista social en Colombia, país donde se asesina a un dirigente sindical cada cuatro días; pero si un grupo de opositores intenta tomar un edificio público en Venezuela y es reprimido exitosamente por el gobierno, saltan airados contra el “dictador”, dejando de mencionar lo que ellos hicieron cuando las manifestaciones en el Filtro.
Maritza Quiroz cometió el pecado de reclamar a favor del campesinado del departamento de Magdalena. Era madre de cuatro hijos y viuda, ya que le habían matado a su esposo. Sufrió el desplazamiento forzado y formaba parte de la Mesa de Participación de Víctimas. En la madrugada del 6 de enero fue acribillada por comandos, pese a que la Corte Constitucional había solicitado al gobierno que protegiera su vida.
El 13 de abril, Aquileo Mecheche Baragón, activista por los derechos humanos y rector de la Institución Educativa Indígena Jagual, fue sacado de su casa en el Chocó y asesinado con tres balazos en el rostro.
He mencionado solo dos casos; pero son centenares los líderes sociales ejecutados; sin embargo, no he visto a Almagro sacar un videíto en las redes sociales repudiando estos hechos ni exigiendo al presidente colombiano que proteja a sus ciudadanos y combata a los paramilitares uribistas. No he leído una carta ni tuit en que lo trate de “dictatorzuelo”, como hace con presidentes de izquierda.
Hay silencios que equivalen a escupitajos sobre los ataúdes de las víctimas.
Todo votante de derecha, cuando alguien es secuestrado o asesinado por las fuerzas de su gobierno, tanto en democracia como en dictadura, justifica el crimen con las frases: “Por algo habrá sido” o “algo habrá hecho”.
A Dios orando y con el mazo dando
El de arriba va a la iglesia y reza con fervor, pero apenas sale de la misma, les pisa la cabeza a sus empleados. Adora a Jesús; pero se hace el distraído con aquello de dar sus riquezas a los pobres para seguirlo. Su cristianismo alcanza solo para repartir las migajas. Tanto en Uruguay como en Argentina, las gremiales rurales han frenado un impuesto que le hubiera permitido al gobierno mejorar la caminería rural entre otros elementos fundamentales para mejorar la producción y el comercio agrícola ganadero. Exigen tales beneficios, pero se niegan a aportar un poco de su fortuna para hacerlo posible. El mensaje de Jesús (personaje mitológico por excelencia) era sinónimo de solidaridad; pero el mensaje cristiano en boca de la derecha es sinónimo de hipocresía. El cristianismo es una de las armas más poderosas de la oligarquía derechista para mantener sometidas a sus ovejas. Los poderosos no son cristianos, son constantinianos; pero el votante derechista de a pie no tiene idea de lo que hablo, porque lee poco y a sus amos les sirve así, con pocas luces, ya que, como decía Simón Bolívar: “No han dominado por la ignorancia más que por la fuerza”.
Por lo general, el votante de derecha no lee, no se informa; apenas se queda con los titulares y pantallazos de los medios más poderosos de manipulación.
El derechista de arriba es capaz de dar el diezmo a un pastor sinvergüenza; pero no quiere saber nada con distribuir el 10% de las utilidades de sus empresas con quienes producen su riqueza, que son sus empleados.
El derechista se opone a la legalización del aborto porque “primero está la vida”; pero no le importa ni una sola de los cientos de mujeres que morían por año en Uruguay antes de aprobarse la ley. Una persona me dijo un día: “A la mujer que aborta habría que quemarla o matarla a pedradas en la plaza pública”.
O sea…
El Alzheimer al rescate
El derechista no suele confesar públicamente que está de acuerdo con los crímenes de la dictadura; simplemente se hace el distraído, el que no sabía, el que entiende que fue una lucha entre hermanos (cuando en realidad fue una masacre contra decenas de miles de personas inocentes) y, en todo caso, tiene problemas de memoria.
Al ser consultado por la diaria sobre por qué no se buscaron a los desaparecidos durante la dictadura, Julio María Sanguinetti respondió que no había denuncias ni indicios y no podía “hacer pozos por hacer pozos”. Preguntado sobre si había recibido a Familiares de Detenidos y Desaparecidos: “No recuerdo. Supongo que en algún momento sí y en otro momento no. No lo recuerdo”.
Cuando se le pregunto a Luis Alberto Lacalle sobre por qué sus dirigentes en organismos públicos usaban las arcas del Estado para derivar recursos al Partido Nacional, respondió que estaba retirado de la política y se enojó con la periodista que osó plantearle el tema, aunque días después escribió contra el Frente Amplio en el diario El País, órgano oficial de la dictadura y de su partido.
En fin, la diferencia entre un derechista y un izquierdista es que, generalmente, el primero niega su condición y el segundo la resalta con la frente en alto, con orgullo y convicción.
Fuente: Caras y Caretas
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