El asesinato de Jamal Khashoggi en el Consulado saudí en Estambul a principios de octubre desató una condena global, pero hasta ahora no ha habido medidas visibles de castigo hacia Arabia Saudí o su heredero. Ni siquiera por parte de Turquía, el país que más claramente ha aludido a la responsabilidad de este en el ominoso asunto. El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, ya ha dicho que no ve motivo para reunirse con él durante el G-20.
En el otro extremo, el presidente de EE UU, Donald Trump, ha dejado claro que no le importa su implicación mientras siga comprándole armamento. Está por ver qué acogida van a darle los europeos, cuyo reproche por el asesinato no se ha traducido en un embargo de armas y para quienes su presencia en Buenos Aires supone una pesadilla diplomática.
MBS, como se conoce al príncipe, llega a la cita con la cabeza alta. Por más que académicos y periodistas hayan especulado con el malestar en la familia real y las supuestas gestiones de algunos miembros para apartarle de la sucesión, no hay indicios de cambios. Al contrario, incluso quienes se mostraron críticos con su designación como heredero, como el príncipe Ahmed (único hermano de padre y madre del rey vivo), han dado muestras públicas de apoyo. El propio monarca ha tomado medidas para atajar cualquier especulación.
El rey Salmán respaldó a su hijo durante un discurso el pasado lunes, en el que, sin hacer referencia directa al asesinato de Khashoggi, elogió la labor del fiscal general del reino. Apenas cuatro días antes, este había exonerado completamente al heredero. Pero ya antes había hecho otros gestos para neutralizar el malestar de aquellos afectados por su estilo impetuoso. Celebró una amplia recepción con miembros de la familia real, dejó en libertad a dos destacados príncipes que permanecían detenidos desde la purga del Ritz Carlton, e incluso ha logrado que el imam de la Gran Mezquita de La Meca elogie a MBS “como un gran reformista enviado para revitalizar la fe”.
Tanto o más significativo ha sido la inesperada visita real a las provincias deQasim, Hail y Tabruk. El rey y su hijo se han reunido con dignatarios locales, y anunciado una lluvia de millones para el desarrollo de proyectos que significa una vuelta a los usos clientelares (y de dependencia del petróleo) que MBS quería desterrar con sus reformas. Finalmente, Salmán ha encomendado a su hijo el actual viaje “debido a su afán de profundizar los lazos del reino a nivel regional e internacional”.
Al igual que la visita a las provincias, la gira internacional del heredero saudí parece estar organizándose sobre la marcha. De hecho, a pesar de asegurar que responde “a invitaciones”, la agencia oficial, SPA, solo ha anunciado la primera escala en Abu Dabi. Allí ha sido recibido por el jeque Mohamed Bin Zayed (MBZ),hombre fuerte de Emiratos Árabes Unidos (EAU) en cuanto heredero de Abu Dabi aunque sin ningún cargo en el Gobierno del país. Pero MBZ no es únicamente un aliado sino que está considerado el mentor de MBS. Bajo su batuta ambos países han alineado sus políticas no solo frente a Irán o los islamistas, sino más significativamente contra Qatar.
En la cuenta de Twitter del emiratí se ha informado de que los dos líderes han conversado sobre “asuntos regionales e internacionales de interés mutuo”. A falta de información de más enjundia, resulta seguro apostar porque ambos han evaluado las presiones que están recibiendo para acabar con la guerra en Yemen y el embargo a Qatar. Respecto a la primera, ya se han visto movimientos que alientan la esperanza de obtener al menos una tregua humanitaria. Respecto al segundo, hay más dudas.
No está claro cuál será la siguiente escala de MBS. El periódico tunecino Business News dice que se le espera en Túnez el martes, a invitación del presidente, Béji Caïd Essebsi, aunque no ha habido anuncio oficial. Otras paradas que se habían rumoreado eran Brasil y Rusia, pero esta última resulta innecesaria ya que el heredero saudí se encontrará con el presidente Vladimir Putin en Buenos Aires.
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