La amada es el sistema, el estudiante el capitalista y el ruiseñor el trabajador. El sistema es la personificación de la inútil vanidad, el capitalista el monstruo al que nada le importa que no sea satisfacer su ego y el ruiseñor el trabajador que deja su vida para satisfacción de otros. La rosa roja simboliza esta civilización bella pero construida con la sangre de los más humildes.
Dijo Marx que el capitalismo vino al mundo derramando sangre y sudor por los poros, es una cruda verdad sociológica equivalente a la poesía de Wilde. Durante el siglo XIX los trabajadores fueron exprimidos, literalmente, por las máquinas del dueño, tanto así que el ludismo fue un movimiento de obreros que se propuso destruir las máquinas que les dejaban sin trabajo. Ni una sola conquista de los trabajadores fue concesión generosa del capitalista, cada una fue resultado de su lucha heroica.
Hoy el capitalismo ha llegado a un nivel tal que el trabajador ya no saca nada organizándose para luchar. Si tiene trabajo, prefiere callar, porque el desarrollo tecnológico aplicado al sistema productivo, lo escupe a la desocupación. Una industria que en los años noventa funcionaba con diez y seis mil trabajadores, ahora es controlada y movida por ocho técnicos altamente calificados.
El drama de los países del tercer mundo comienza a sentirse en este nivel. Es un mundo subdesarrollado, pero las grandes corporaciones capitalistas trasladan sus tecnologías a sus territorios generando de esta forma una masiva desocupación. Pueblos enteros se ven obligados a desplazarse en busca de trabajo para sobrevivir. Sucede en Asia, África, América Latina y, dentro de poco, sucederá también en el seno del capitalismo desarrollado, si no está ya sucediendo.
A esta cruel realidad, que surge del corazón del sistema, cuyas contradicciones ya no es capaz de disimular siquiera, se suma la represión brutal, a las masas desocupadas y hambrientas, de sus guardianes políticos. Sin poder permanecer en sus terruños se ven obligados a huir. Sucede en el mundo entero. Honduras no es una excepción, es la regla del drama.
Huyen como las mariposas, atraídos por la luz brillante del capitalismo desarrollado, en la falsa creencia de que ahí van a encontrar trabajo. Trogloditas como Trump saben que eso no es posible, que dentro de poco tendrán que hacer frente a su propia gente. Lo más probable es que a los hondureños no les espere el trabajo, sino el plomo mortal de los fusiles yanquis
El sistema capitalista está entrando en un túnel cuya única salida será el holocausto.
La sangre del ruiseñor seguirá tiñendo la rosa roja del capitalismo. El sistema no sabe cómo resolver esta contradicción. Lo grave es que los dueños del mundo saben que la única solución es socializar las colosales ganancias privadas de sus empresas, es decir, dar el salto dialéctico que la Historia está exigiendo hacia el socialismo; pero los poderosos preferirán el sacrificio atómico a que esta necesidad se haga realidad.
El sacrificio será del ruiseñor.
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