En medio de una nube de humo, proveniente de personas que fuman cannabis mediante “dispositivos” o pipas de agua de alta tecnología (vapeadores), hay una cafetera portátil de Tim Hortons, que ofrece a los clientes una versión canábica de la bebida canadiense clásica —un doble doble, es decir, doble crema y doble azúcar— preparada con tetrahidrocannabinol, el químico que produce el efecto característico de la marihuana.
Este miércoles 17 de octubre, después de 95 años de prohibición, Canadá se convertirá en el segundo país en el mundo en legalizar el cannabis después de Uruguay, un país con menos de un décimo de su población.
“Es un día en la historia canadiense que recordaremos con orgullo”, dijo Hilary Black, una de las principales activistas de cannabis en el país, que ahora trabaja en defensa de pacientes y educación en Canopy Growth Corp., la compañía de cannabis más grande del mundo. “Estamos adoptando una postura firme de liderazgo en la escena global”.
A medida que se acerca la fecha de la legalización, gran parte de la atención se ha enfocado en la logística: establecer leyes que señalen dónde se puede fumar y comprar cannabis, pensar cómo la policía podrá aplicar pruebas a los conductores para saber si han consumido, redactar políticas en los lugares de trabajo y buscar la forma de participar de una floreciente industria multimillonaria.
Sin embargo, el mercado efímero de cannabis —donde todo seguirá siendo ilegal hasta el año siguiente, cuando la venta de comestibles y otros productos preparados con cannabis se vuelva legal— plantea preguntas más amplias acerca de cómo el cannabis cambiará la cultura de Canadá. ¿Acaso convertirá a los canadienses, estereotípicamente amables y ligeramente reservados, en gente veraniega y relajada?
Los canadienses ya fuman mucha marihuana.
Las estadísticas reunidas por la oficina nacional del censo revelan que el 42,5 % de los canadienses ha probado la marihuana y que cerca del 16 % la ha usado a lo largo de los últimos tres meses.
Un informe de la Unicef emitido en 2013 halló que entre las personas cuyas edades oscilan entre los 15 y los 24 años, un tercio había consumido cannabis en los tres meses anteriores, lo que hace a los jóvenes canadienses el grupo de consumidores más grande del mundo.
Algunas personas creen que la legalización traerá enormes cambios no solo en Canadá, sino en el resto del mundo.
“La prohibición causa daños muy graves en todo el mundo”, dijo Black.
En Canadá, señaló la activista, las personas condenadas por posesión de cannabis históricamente han sido de manera desproporcionada indígenas o negras. “Es un grave problema de justicia social que estamos corrigiendo aquí, yo rezo porque el mundo siga nuestro ejemplo”, señaló.
Algunos países podrían hacer lo mismo a causa de la economía. Los analistas de mercado esperan que la industria obtenga 5000 millones de dólares para 2020, lo cual revitalizará el mercado laboral en ciudades industriales abandonadas como Smith Falls, Ontario, donde se encuentra la sede de Canopy.
“El 17 de octubre es el primer día de una decisión perpetua”, dijo la propietaria de Hotbox Lounge en Kensington Market de Toronto, quien se ha hecho llamar Abi Roach durante dos décadas. En los últimos dieciocho años ha vendido equipos para fumar marihuana, invitando a los consumidores a enrollar cigarrillos, rentar pipas de agua y fumar los que tiene en su “bar de marihuana”.
“Ahora bien, nuestro trabajo es reformar la ley para que el cannabis sea una parte común de nuestras vidas, ya sea que la consumamos o no”, continuó, mientras daba un recorrido por su patio, donde unas veinte personas fumaban cigarrillos bajo la lluvia un día entre semana.
Otros se muestran más escépticos.
“No creo que veamos un aumento drástico en el uso del cannabis, quizá solo al principio debido al factor de la novedad”, comentó Geraint Osborne, profesor de Sociología en la Universidad de Alberta que ha estudiado el consumo de cannabis durante trece años.
Andrew Hathaway, profesor de Sociología de la Universidad de Guelph, que también ha estudiado el consumo de cannabis, se pregunta cómo la corporativización y la regulación afectarán la cultura canábica estereotípicamente pacifista, liberal y antiélites.
Hathaway señaló que las nuevas regulaciones del gobierno —que codifican cuánto puede comprar, llevar y compartir una persona (30 gramos), así como dónde y cómo puede consumirla (por ahora, solo la flor del cannabis y el aceite de baja potencia)— tienen como propósito contener el consumo de cannabis, no alentarlo.
“Algunas personas se están refiriendo a esta era como la Prohibición 2,0”, dijo Hathaway. “La regulación ha traído consigo una nueva sensación de escrutinio”.
Una gran pregunta es qué pasará con el enorme mercado ilegal que, según Statistics Canada, recauda 5300 millones de dólares canadienses. Puesto que la legalización les dará a los gobiernos provinciales una nueva fuente de ingresos a través de los impuestos, la mayoría de las personas espera que la policía vaya tras las zonas grises.
No obstante, el terreno está cambiando a medida que las provincias establecen regulaciones para la nueva ley.
En agosto, el recién electo gobierno de Ontario eliminó su plan para vender cannabis en tiendas gubernamentales y declaró que en cambio emitirá licencias privadas. En septiembre expandió las reglas que dictan dónde podría consumir la gente; antes solo se permitía hacerlo en propiedad privada y, ahora, en todos los lugares donde sea legal fumar marihuana.
“Jamás esperamos que fuera a ser posible fumar cannabis en la calle”, dijo Lisa Campbell, presidenta de Ontario Cannabis Consumer and Retail Alliance, que contrató a un cabildero por 20.000 dólares al mes para convencer a los funcionarios del gobierno de suavizar el plan.
Hasta hace poco, cuando fundó la filial especializada en cannabis de la compañía de vinos y licores de su familia, Campbell dirigió el Green Market, un mercado efímero de comestibles preparados con cannabis en Toronto. El mercado encabezó cerca de treinta eventos, comentó, todos ilegales.
“Pensábamos que era un sueño imposible que todos estos eventos efímeros que estábamos organizando obtuvieran licencias y se volvieran legales”, agregó. “Creo que lo hemos hecho de manera tan comercial que ahora la asociación Restaurants Canada se está comunicando con nosotros para pedir nuestra ayuda”.
El cabildeo continuará hasta que llegue lo que Campbell llama “la cumbre de la legalización” (de aquí a un año, cuando los planes del gobierno extiendan el alcance de los productos de marihuana legal en Canadá para incluir comestibles, extractos y cremas).
Hasta entonces, las municipalidades en todo el país están intentando averiguar si permitirán que haya espacios para consumir cannabis, como el Hotbox Lounge de Roach.
Ella ha evitado que clausuren su establecimiento con el argumento de que está sacando a los usuarios de los parques de la ciudad para ofrecerles un espacio seguro donde consumir su propia marihuana. En última instancia, su sueño es venderles cannabis a sus clientes.
Roach espera que el cannabis sea un producto parecido al maíz en sus variantes procesadas, una parte de los productos cotidianos de consumo canadienses. Aunque la gente come una cantidad mínima de maíz todos los días, dijo, “hay jarabe de maíz en todo”.
Algunas personas creen que la legalización traerá enormes cambios no solo en Canadá, sino en el resto del mundo.
“La prohibición causa daños muy graves en todo el mundo”, dijo Black.
En Canadá, señaló la activista, las personas condenadas por posesión de cannabis históricamente han sido de manera desproporcionada indígenas o negras. “Es un grave problema de justicia social que estamos corrigiendo aquí, yo rezo porque el mundo siga nuestro ejemplo”, señaló.
Algunos países podrían hacer lo mismo a causa de la economía. Los analistas de mercado esperan que la industria obtenga 5000 millones de dólares para 2020, lo cual revitalizará el mercado laboral en ciudades industriales abandonadas como Smith Falls, Ontario, donde se encuentra la sede de Canopy.
“El 17 de octubre es el primer día de una decisión perpetua”, dijo la propietaria de Hotbox Lounge en Kensington Market de Toronto, quien se ha hecho llamar Abi Roach durante dos décadas. En los últimos dieciocho años ha vendido equipos para fumar marihuana, invitando a los consumidores a enrollar cigarrillos, rentar pipas de agua y fumar los que tiene en su “bar de marihuana”.
“Ahora bien, nuestro trabajo es reformar la ley para que el cannabis sea una parte común de nuestras vidas, ya sea que la consumamos o no”, continuó, mientras daba un recorrido por su patio, donde unas veinte personas fumaban cigarrillos bajo la lluvia un día entre semana.
Otros se muestran más escépticos.
“No creo que veamos un aumento drástico en el uso del cannabis, quizá solo al principio debido al factor de la novedad”, comentó Geraint Osborne, profesor de Sociología en la Universidad de Alberta que ha estudiado el consumo de cannabis durante trece años.
Andrew Hathaway, profesor de Sociología de la Universidad de Guelph, que también ha estudiado el consumo de cannabis, se pregunta cómo la corporativización y la regulación afectarán la cultura canábica estereotípicamente pacifista, liberal y antiélites.
Hathaway señaló que las nuevas regulaciones del gobierno —que codifican cuánto puede comprar, llevar y compartir una persona (30 gramos), así como dónde y cómo puede consumirla (por ahora, solo la flor del cannabis y el aceite de baja potencia)— tienen como propósito contener el consumo de cannabis, no alentarlo.
“Algunas personas se están refiriendo a esta era como la Prohibición 2,0”, dijo Hathaway. “La regulación ha traído consigo una nueva sensación de escrutinio”.
Una gran pregunta es qué pasará con el enorme mercado ilegal que, según Statistics Canada, recauda 5300 millones de dólares canadienses. Puesto que la legalización les dará a los gobiernos provinciales una nueva fuente de ingresos a través de los impuestos, la mayoría de las personas espera que la policía vaya tras las zonas grises.
No obstante, el terreno está cambiando a medida que las provincias establecen regulaciones para la nueva ley.
En agosto, el recién electo gobierno de Ontario eliminó su plan para vender cannabis en tiendas gubernamentales y declaró que en cambio emitirá licencias privadas. En septiembre expandió las reglas que dictan dónde podría consumir la gente; antes solo se permitía hacerlo en propiedad privada y, ahora, en todos los lugares donde sea legal fumar marihuana.
“Jamás esperamos que fuera a ser posible fumar cannabis en la calle”, dijo Lisa Campbell, presidenta de Ontario Cannabis Consumer and Retail Alliance, que contrató a un cabildero por 20.000 dólares al mes para convencer a los funcionarios del gobierno de suavizar el plan.
Hasta hace poco, cuando fundó la filial especializada en cannabis de la compañía de vinos y licores de su familia, Campbell dirigió el Green Market, un mercado efímero de comestibles preparados con cannabis en Toronto. El mercado encabezó cerca de treinta eventos, comentó, todos ilegales.
“Pensábamos que era un sueño imposible que todos estos eventos efímeros que estábamos organizando obtuvieran licencias y se volvieran legales”, agregó. “Creo que lo hemos hecho de manera tan comercial que ahora la asociación Restaurants Canada se está comunicando con nosotros para pedir nuestra ayuda”.
El cabildeo continuará hasta que llegue lo que Campbell llama “la cumbre de la legalización” (de aquí a un año, cuando los planes del gobierno extiendan el alcance de los productos de marihuana legal en Canadá para incluir comestibles, extractos y cremas).
Hasta entonces, las municipalidades en todo el país están intentando averiguar si permitirán que haya espacios para consumir cannabis, como el Hotbox Lounge de Roach.
Ella ha evitado que clausuren su establecimiento con el argumento de que está sacando a los usuarios de los parques de la ciudad para ofrecerles un espacio seguro donde consumir su propia marihuana. En última instancia, su sueño es venderles cannabis a sus clientes.
Roach espera que el cannabis sea un producto parecido al maíz en sus variantes procesadas, una parte de los productos cotidianos de consumo canadienses. Aunque la gente come una cantidad mínima de maíz todos los días, dijo, “hay jarabe de maíz en todo”.
Fuente: The New York Times
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