Blas Jaime fue convocado por café EL CHANÁ para protagonizar su última campaña, que destaca la importancia de la conversación en nuestra cultura. Por este motivo, Blas estuvo en Uruguay filmando una serie de videos en el bar Montevideo Sur en el Centro.
Pero si bien los chanás dominaron el territorio por 2000 años, hacia fines del siglo XIX empezaron a extinguirse, al punto de que hoy quedan muy pocos vestigios de esta cultura milenaria.
Uno de los últimos resabios es Blas Wilfredo Omar Jaime, y la suya es una historia única. Blas es originario de una localidad llamada “El pueblito”, ubicada en el centro de la provincia de Entre Ríos, y es el último descendiente de los tató tá, un linaje con gran tradición dentro de los chanás.
Por sus venas corre sangre de cacique, y por eso siempre lo eligieron para aquellas tareas donde se necesitara mandar. Por varias décadas trabajó en las áreas administrativas y de recursos humanos en distintas empresas, pero nunca expresó su ascendencia por miedo a ser discriminado.
Sin embargo, al ser consultado para un censo en 2005, Blas reveló su conocimiento sobre una lengua que se creía perdida hace doscientos años. La noticia llegó a los diarios y a los oídos del lingüista José Pedro Viegas Barros, quien investigó a Blas Jaime y validó su historia. Hoy es reconocido como el último chaná parlante por la UNESCO, y su misión en la vida es difundir el idioma y la cultura de sus antepasados.
Un pueblo guerrero. Blas es un hombre de estatura mediana, un poco encorvado y que se mueve con cierta lentitud por el paso de los años. Según el calendario Chaná —que se basa en únicamente once lunas— acaba de cumplir 107 años, lo que vendrían a ser 85 según nuestro calendario gregoriano.
Su piel oscura y sus manos están cubiertas de marcas y arrugas, y su habla débil y amable contrasta con sus ojos negros y penetrantes, que revelan autoridad y experiencia. Posee un rasgo realmente llamativo: no tiene cejas, fruto de la herencia lampiña de su raza, y la parsimonia de sus ademanes se acelera cuando empieza a hablar sobre su pueblo.
Según Blas, la principal característica de los chanás era el espíritu guerrero. Los nativos eran conocidos como “los dueños de la tierra”, dado que eran los únicos que conquistaban territorios y se asentaban en ellos. Vivían en la costa y en las islas, sin dejar pasar a nadie por sus tierras ni por sus aguas, lo que derivaba en constantes conflictos con charrúas y otros vecinos.
Explica también que la familia era el centro de la sociedad chaná, que contaba con sus castas y estirpes. Así, el tató tá —el hombre elevado— se juntaba con las ada tá —la mujer superior— para perpetuar el linaje. Y como los chanás no veneraban la riqueza material, su principal orgullo eran los hijos. Por eso uno de los rituales primarios ocurría en el nacimiento, cuando se decretaban dos días de fiesta y se llevaba al niño al río para bañarlo y encomendárselo a Ti jui nem, el padre de los espíritus que protegían a la tribu.
Pero pese al amor por sus hijos, los chanás eran hombres duros. “Para nosotros la vida es un regalo de prestado, no tenemos sentimientos ni apego a las emociones. Para los chanás cantar, bailar y reír eran actividades que quedaban reservadas para las mujeres”, dice Blas con un rostro inexpresivo, que acompaña su afirmación de que él jamás lloró en vida.
El idioma de las mil palabras. Respecto al idioma chaná, Blas Jaime conoce alrededor de unas mil palabras, que se combinan para abarcar distintos significados. Por ejemplo, el zorrino es un “negrito de mal olor”: velá é uticá taé, donde velá significa negro, é es un diminutivo, uticá olor, y taé, malo, feo. El puma es un “gato grande amarillo”: vuní ó añí, donde ó es un aumentativo, y la laguna es “agua que no camina”: atá re nderé.
Blas aprendió estas palabras de niño escuchando a sus abuelas, quienes le hicieron prometer que jamás las usaría fuera de la familia para que no lo discriminaran. “Yo estuve 70 años sin hablar chaná, pero una vez que se develó mi secreto no pude parar. Hoy siento una gran responsabilidad, porque nuestra lengua puede morir conmigo”, dice.
Para evitar este destino, Blas da charlas sobre su idioma y su cultura en museos, escuelas y universidades, y también escribió un libro: “La Lengua Chaná”, donde transmite las principales características de su idioma junto con las leyendas, cuentos y canciones de sus antepasados. Una de sus principales aprendices es su hija Evangelina, la heredera natural, ya que la tradición de su pueblo indica que es el legado femenino quien lleva adelante la lengua. En el caso de Blas, sus hermanas fallecieron y por eso le tocó a él ser el portavoz.
“Recién ahora el chaná empieza a ser valorado, y eso es muy bueno porque va a permitir divulgar nuestra cultura. Hay muchos más descendientes de chanás en la región de lo que la gente imagina. En Argentina hay unos 50.000, y en Uruguay su presencia era muy fuerte, así que no me sorprendería que el número fuera superior”.
Una campaña por la conversación
Con esta iniciativa, el café EL CHANÁ busca recuperar la primera lengua hablada en Uruguay, la lengua chaná. A través de Blas Jaime, este ambicioso proyecto reivindica una pieza esencial del patrimonio cultural y de la historia del país. La campaña de café EL CHANÁ incluye una serie de videos donde se reafirma la importancia de la conversación en nuestra vida, pero con la particularidad de que todo el material estará locutado en lengua chaná por el propio Blas Jaime.
La chaná es una de las primeras lenguas del Río de la Plata y una de las cuatro lenguas charrúas. A la llegada de los europeos, los chanás habitaban una extensa zona que comprendía el norte de la actual provincia de Buenos Aires, llegando hasta la parte meridional de las provincias de Santa Fe y Entre Ríos por el norte, así como la zona alrededor del río Negro y el río Uruguay.
Pero si bien los chanás dominaron el territorio por 2000 años, hacia fines del siglo XIX empezaron a extinguirse, al punto de que hoy quedan muy pocos vestigios de esta cultura milenaria.
Uno de los últimos resabios es Blas Wilfredo Omar Jaime, y la suya es una historia única. Blas es originario de una localidad llamada “El pueblito”, ubicada en el centro de la provincia de Entre Ríos, y es el último descendiente de los tató tá, un linaje con gran tradición dentro de los chanás.
Por sus venas corre sangre de cacique, y por eso siempre lo eligieron para aquellas tareas donde se necesitara mandar. Por varias décadas trabajó en las áreas administrativas y de recursos humanos en distintas empresas, pero nunca expresó su ascendencia por miedo a ser discriminado.
Sin embargo, al ser consultado para un censo en 2005, Blas reveló su conocimiento sobre una lengua que se creía perdida hace doscientos años. La noticia llegó a los diarios y a los oídos del lingüista José Pedro Viegas Barros, quien investigó a Blas Jaime y validó su historia. Hoy es reconocido como el último chaná parlante por la UNESCO, y su misión en la vida es difundir el idioma y la cultura de sus antepasados.
Un pueblo guerrero. Blas es un hombre de estatura mediana, un poco encorvado y que se mueve con cierta lentitud por el paso de los años. Según el calendario Chaná —que se basa en únicamente once lunas— acaba de cumplir 107 años, lo que vendrían a ser 85 según nuestro calendario gregoriano.
Su piel oscura y sus manos están cubiertas de marcas y arrugas, y su habla débil y amable contrasta con sus ojos negros y penetrantes, que revelan autoridad y experiencia. Posee un rasgo realmente llamativo: no tiene cejas, fruto de la herencia lampiña de su raza, y la parsimonia de sus ademanes se acelera cuando empieza a hablar sobre su pueblo.
Según Blas, la principal característica de los chanás era el espíritu guerrero. Los nativos eran conocidos como “los dueños de la tierra”, dado que eran los únicos que conquistaban territorios y se asentaban en ellos. Vivían en la costa y en las islas, sin dejar pasar a nadie por sus tierras ni por sus aguas, lo que derivaba en constantes conflictos con charrúas y otros vecinos.
Explica también que la familia era el centro de la sociedad chaná, que contaba con sus castas y estirpes. Así, el tató tá —el hombre elevado— se juntaba con las ada tá —la mujer superior— para perpetuar el linaje. Y como los chanás no veneraban la riqueza material, su principal orgullo eran los hijos. Por eso uno de los rituales primarios ocurría en el nacimiento, cuando se decretaban dos días de fiesta y se llevaba al niño al río para bañarlo y encomendárselo a Ti jui nem, el padre de los espíritus que protegían a la tribu.
Pero pese al amor por sus hijos, los chanás eran hombres duros. “Para nosotros la vida es un regalo de prestado, no tenemos sentimientos ni apego a las emociones. Para los chanás cantar, bailar y reír eran actividades que quedaban reservadas para las mujeres”, dice Blas con un rostro inexpresivo, que acompaña su afirmación de que él jamás lloró en vida.
El idioma de las mil palabras. Respecto al idioma chaná, Blas Jaime conoce alrededor de unas mil palabras, que se combinan para abarcar distintos significados. Por ejemplo, el zorrino es un “negrito de mal olor”: velá é uticá taé, donde velá significa negro, é es un diminutivo, uticá olor, y taé, malo, feo. El puma es un “gato grande amarillo”: vuní ó añí, donde ó es un aumentativo, y la laguna es “agua que no camina”: atá re nderé.
Blas aprendió estas palabras de niño escuchando a sus abuelas, quienes le hicieron prometer que jamás las usaría fuera de la familia para que no lo discriminaran. “Yo estuve 70 años sin hablar chaná, pero una vez que se develó mi secreto no pude parar. Hoy siento una gran responsabilidad, porque nuestra lengua puede morir conmigo”, dice.
Para evitar este destino, Blas da charlas sobre su idioma y su cultura en museos, escuelas y universidades, y también escribió un libro: “La Lengua Chaná”, donde transmite las principales características de su idioma junto con las leyendas, cuentos y canciones de sus antepasados. Una de sus principales aprendices es su hija Evangelina, la heredera natural, ya que la tradición de su pueblo indica que es el legado femenino quien lleva adelante la lengua. En el caso de Blas, sus hermanas fallecieron y por eso le tocó a él ser el portavoz.
“Recién ahora el chaná empieza a ser valorado, y eso es muy bueno porque va a permitir divulgar nuestra cultura. Hay muchos más descendientes de chanás en la región de lo que la gente imagina. En Argentina hay unos 50.000, y en Uruguay su presencia era muy fuerte, así que no me sorprendería que el número fuera superior”.
Una campaña por la conversación
Con esta iniciativa, el café EL CHANÁ busca recuperar la primera lengua hablada en Uruguay, la lengua chaná. A través de Blas Jaime, este ambicioso proyecto reivindica una pieza esencial del patrimonio cultural y de la historia del país. La campaña de café EL CHANÁ incluye una serie de videos donde se reafirma la importancia de la conversación en nuestra vida, pero con la particularidad de que todo el material estará locutado en lengua chaná por el propio Blas Jaime.
Fuente: El País
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