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jueves, 22 de junio de 2017

CECILIA Y JAVIER: UN MATRIMONIO EN QUE CADA UNO DE ELLOS ESTA DE UN LADO DE LA GRIETA USAMERICANA

 La guerra del norte con el sur, los negros y los blancos, los demócratas y los republicanos... La historia de Estados Unidos de América está partida en dos. Pero esto no alcanza para contar lo que ocurre en el país desde que el 20 de enero llegó a la Casa Blanca el presidente Donald Trump . El empresario rompió incluso la opinión dentro del Partido Republicano y así la dualidad de siempre se transformó en una zanja que agrieta el suelo y deja a los que viven allí de un lado o del otro. Cecilia Martino es argentina, Javier Rey es uruguayo. Viven Minnesota, están casados y quedaron cada uno de un lado de la grieta.


La vida de Cecilia

Fueron las calles de Lomas de Zamora , su ciudad natal, en el conurbano bonaerense, las culpables de que hiciera las valijas. Fue esa noche. Ella, con sus 18 años, volvía a casa en su bicicleta, mientras su madre la acompañaba en auto, junto a su hermana. Entonces, un par de ladrones las cruzaron y les robaron.

"Era 2001, el momento para irse. Por la situación económica, porque yo justo había terminado el secundario. Todo era incertidumbre", dice Cecilia en diálogo con LA NACION. "Mi vieja me dijo: «¿Para qué vivir así? Podemos estar mejor. Vamos a intentarlo»", cuenta. Así lo hicieron. Ella, su mamá y su hermana se subieron a un avión el 28 de agosto de 2002 y horas después llegaron a Minnesota.

"Al principio todo es lindo, después te faltan tus cosas, tu comida, no sabés dónde comprar lo que querés, no sabés marcar el teléfono. Te sentís un marciano". Con esa impresión en el cuerpo Cecilia se anotó en la carrera de Relaciones Internacionales. Para pagar sus estudios, pidió un crédito. Para tener dónde vivir, pidió otro. Hoy, con 34 años, trabaja para el Estado pero sin olvidar quién es ni lo difícil que fue. Tiene un puesto con el que ayuda a las familias latinas a comprender el sistema escolar de EE.UU.
La vida de Javier

Nació el 20 de octubre de 1981 en Colonia, Uruguay. Y por alguna razón nunca se sintió del todo a gusto. Quizá fue la ausencia de su padre, sobre quien no habla; quizá la falta de respuesta de su madre cuando le pedía que le comprase lo mismo que tenía su compañero de banco, tal vez fue el hecho de irse a vivir con 9 años a lo de sus abuelos.

A Javier no le gusta hablar sobre su infancia, sin embargo cuenta que salió a trabajar a los 9 años porque en la casa faltaba "el mango". "Barría una fábrica de pastas. Después, a los 13, trabajé en una panadería hasta que cerró", relata y da así comienzo a una seguidilla que incluyó empleos en seguridad y en el campo.

Pero llegó la adolescencia y se desordenó todo. "En vez de estudiar, me pasaba las tardes tomando grapamiel y fumando en alguna plaza", recuerda. Por todo eso, por mucho más, se fue. También a Minnesota, por un programa de intercambio para un curso de Agricultura en la universidad estatal. Era marzo de 2010. "Este es otro estilo de vida: yo en Uruguay lo único que tuve fue una moto, que no pude terminar de pagar y debí devolver. Acá, a los pocos meses de llegar y trabajar, tenía auto y plata en el banco", dice. Hoy, Javier trabaja como camionero y recorre el medio oeste del país llevando maquinarias y piezas para la construcción.
La vida juntos
Cecilia y Javier, en familia. Foto: Facebook


Se conocieron porque ella era argentina y él, uruguayo. Danielle, una de las mejores amigas de Cecilia, la invitó un viernes por la noche a tomar algo y le dijo algo así como: "Sumate, viene un amigo uruguayo que trabaja conmigo". Como si la cercanía de países de origen alcanzara. Y alcanzó.

Ese fue el puntapié inicial de una relación en la que el mate tuvo que ver. Las primeras juntadas era la excusa. Después, ya fueron parte de un grupo habitué.

El 22 de enero de 2011 hacía mucho frío, frío bajo cero, y Cecilia y Javier se dieron su primer beso. No tardaron en convivir. Se casaron el 13 de julio del 2013, en un día de verano hermoso según recuerdan. El 11 de noviembre de 2015 nació Dante, su primer hijo.
La era Trump

"Si yo hubiera sabido esto antes, no me casaba". La frase es de Cecilia. La dice en chiste. La dice. Se escuchan risas.

Javier y ella ahora hablan con LA NACION por Skype desde la cocina que comparten en Saint Paul, la capital del estado, hace ya más de seis años. Pero al mismo tiempo parecen estar aprendiendo a convivir. Una vez más. Ahora, bajo la era Trump. Ella siente repudio por el nuevo mandatario. Él asegura que de haber tenido la ciudadanía (ambos tienen la residencia), lo hubiera votado. Que si el magnate busca un segundo mandato, seguro lo hará. Entenderse, llevarse como antes, no se les está haciendo fácil. Cecilia no puede comprender a su esposo. Como tampoco pudo hacerlo ese 8 de noviembre, cuando los medios de Estados Unidos y del mundo seguían minuto a minuto lo que pasaba con el duelo Trump-Clinton .

"Estaba en la cama, chequeando en el teléfono. Fue horrible. Pensé que a la mañana me iban a decir que era una pesadilla. Me decepcionó mucho la gente. Este tipo [Trump] está tirando no sólo mis ideales abajo, sino también mi carrera, mi autoestima", dice Cecilia.

Ahora se siente insegura; cuando piensa en los chicos inmigrantes con los que trabaja, en su familia, en su hijo, puede llegar a tener miedo. ¿Y si un día Trump se levanta y quiere echar a todos los inmigrantes? Es miedo y, también, resignación: "De a poquito lo voy aceptando. Quise ver el discurso de asunción y no pude. No consigo escuchar más de dos palabras porque no tienen sentido. Porque no, no, no lo puedo ver". Cecilia repite para reforzar el sentimiento.

Al lado suyo, su marido está contento y demuestra que él está viendo otra película. "En el tema de la inmigración Trump tiene razón. Tiene que deportar a los ilegales porque son una plaga. El gobierno tiene que gastar plata por ellos. Ser ilegal en un país es un delito y como tal debe ser castigado. Y para mí el veto inmigratorio está perfecto. Hay que filtrar más a la gente de Medio Oriente. Porque de cada 10 atentados 9 y medio fueron hechos por flacos de ahí [sic]. Y hay que terminar con eso de las mujeres y los velos".

Cecilia lo escucha y no se aguanta: "Me frustra que no piense como yo. Me pone triste, quiero cambiarlo. Para mí está muy cerrado a lo que dicen sus compañeros de trabajo. Yo sé que en ciertos aspectos es conservador pero no puedo entender. Me voy, me voy porque no lo puedo escuchar".

Irse de repente, abandonar una discusión para que no termine en pelea es el método que practican por estos días. Cecilia dice que respira profundo y recuerda todas aquellas cosas que la enamoraron. Y también admite que calla, que en el trabajo mucho de su marido no habla y que a veces, también, le oculta cosas. No porque quiera, sino por pedido: los inmigrantes con los que trabaja le dicen que no le comente todo, saben que apoya a Trump y le tienen algo de miedo.

¿Se puede amar a alguien que piense tan distinto? ¿Importa la política a la hora de armar una familia?

Cecilia y Javier se quieren y mucho. Tanto que están dispuestos a pasar estos tiempos. Saben bien que en Estados Unidos no hay mal que dure más de ocho años.

Fuente: La Nación

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