Ahora, si alguien comenta que el índice de Gini trepó a 0,45, ¿qué quiere decir? ¿Es algo bueno o malo? Seguramente no sea claro para muchos, y no es extraño: no es algo que se discuta en los medios de comunicación cuando el INE publica el Gini del año anterior, no hay un “rango meta” de desigualdad, ni siquiera es evidente para todos si la desigualdad ha venido subiendo o bajando en los últimos años.
Este desconocimiento relativo sobre el tema puede estar asociado a que la propia economía como disciplina ha ignorado a la desigualdad como problema por décadas. Esto es extraño, puesto que los fundadores de la disciplina, como Adam Smith o David Ricardo, la ponían en el centro de la atención, era el “problema principal de la economía” parafraseando al último. Recientemente, el estudio de la desigualdad ha empezado a retornar del ostracismo, tanto en el mundo desarrollado como por estas latitudes, y también su discusión pública comienza volver a ocupar un lugar de relevancia en la agenda, aunque todavía de forma algo entreverada.
Una de las primeras cuestiones que suele no estar del todo clara es desigualdad de qué. Incluso desde el terreno estrictamente económico, uno podría referirse a desigualdad de oportunidades, desigualdad de acceso a servicios, desigualdad de ingresos o de riqueza. Probablemente es sobre estas dos últimas, desigualdad de ingresos y de riqueza, que la confusión es mayor a tal punto que es común que se usen indistintamente en el debate público e incluso a veces en el académico.
Cuando hablamos de ingresos, nos referimos al conjunto de salarios, jubilaciones, rendimientos del capital o transferencias que una persona puede recibir. La riqueza, en cambio, refiere a su patrimonio: las tierras, las casas, las empresas, las colocaciones financieras. Son dos dimensiones evidentemente relacionadas, en la medida en que si uno ahorra ingreso puede transformarlo en riqueza, y a su vez la riqueza genera un flujo de ingresos. Para poner un ejemplo tonto, si tengo un apartamento para alquilar que vale 150.000 dólares, esa es mi riqueza, el alquiler de (digamos) 15.000 pesos, es mi ingreso.
Volviendo al tema de la desigualdad, la distinción es muy importante, porque si bien ambas refieren al acceso a los recursos económicos, la riqueza engloba otra dimensión importante: la del poder. En efecto, poseer riqueza brinda margen de maniobra ante eventos adversos, otorga prestigio e incidencia política y, más aun, puede proporcionar poder de decisión sobre el proceso productivo. Esto es particularmente cierto para algunas formas de riqueza, como la empresarial o la financiera, por sobre otras como la inmobiliaria. Como bien señalaba el recientemente fallecido Anthony Atkinson, economista inglés especializado en temas de desigualdad, la riqueza inmobiliaria no otorga poder a quien la posee más allá del umbral de la puerta, al menos en comparación con las otras formas.
REVERSIÓN DE LA TENDENCIA EN LA DESIGUALDAD DEL INGRESO EN URUGUAY A PARTIR DEL 2007
Sobre la evolución de la distribución del ingreso sabíamos bastante. El relato corto, de charla de ascensor, es que al menos desde la mitad de la década del 90 hasta el 2007 creció la desigualdad sistemáticamente, tanto en contextos de crecimiento económico como de estancamiento, crisis y luego recuperación de la economía. Posteriormente la batería de medidas desplegadas (consejos de salarios, reforma del régimen de asignaciones familiares, reforma tributaria), lograron traducir el aumento del empleo y el salario en una notable reducción de la desigualdad, que duró hasta 2013. Desde ese momento, se ha mantenido en niveles más bajos que en los 90 pero sin caídas sustantivas adicionales.
¿Y qué pasó con la riqueza? La respuesta es, básicamente, que no sabemos.
Nuestra ignorancia no proviene de la desidia o el desinterés, es porque la riqueza es bastante más difícil de estudiar que el ingreso, y no solo acá, en todas partes. Autores como el mediático Thomas Piketty han vuelto a insistir con el asunto, con una verdadera batería de artículos y publicaciones que documentan, para el mundo desarrollado, un repunte decidido del nivel de riqueza de los países, es decir, de cuánto representa el total de sus patrimonios en relación al PBI, que ha pasado de 200 o 300 % en la década de 1970 a cerca de 600 o 700 % en la actualidad. Acompañando ese incremento en la cantidad de riqueza, se empieza a acumular evidencia de que la concentración de la misma también ha comenzado a crecer y que alcanza, al menos en Estados Unidos de América, niveles tan altos hoy como los que tenía a comienzos del siglo XX, con el 0,1 % de la población acumulando más de un quinto de la riqueza total. En Uruguay, no hemos sido capaces de analizar (aún) la evolución de largo plazo de la desigualdad en la distribución de la riqueza, pero ahora tenemos algunas pistas.
Para intentar entender cómo luce la distribución de la riqueza, una posible metodología pasa por explotar una idea que en esencia es muy sencilla y puede ser fácilmente entendida volviendo al ejemplo del apartamento. Si yo sé que tener un apartamento 150.000 dólares rinde 15.000 pesos mensuales, si observo que una persona recibe mensualmente 15.000 pesos por mes por concepto de alquileres, sabré que tiene una riqueza equivalente 150.000 dólares, aunque no pueda medirla directamente.
En general, si somos capaces de estimar el rendimiento de distintos tipos de riqueza y podemos observar los ingresos que los individuos perciben por ella, estamos en condiciones de estimar cuál es el monto de riqueza que subyace. Buena parte de los ingresos derivados de la posesión de riqueza podemos “observarlos” cuando la gente paga el Impuesto a la Renta de las Personas Físicas correspondiente a ingresos de capital, e imputarlos cuando no pagan IRPF, como el ingreso que uno “recibe” por su propia casa. Estimando a su vez los rendimientos de distintas formas de riqueza y usando estos ingresos, podemos reconstruir la riqueza de cada individuo. Esto se conoce como “método de capitalización”, porque lo que hacemos es capitalizar ingresos que observamos para estimar una riqueza que no observamos.
UN 0,1% DE LA POBLACIÓN RETIENE CASI EL 14% DE LA RIQUEZA
Este método de estimación de la distribución de la riqueza en Uruguay arroja varios resultados interesantes. En primer lugar, indican que al menos un cuarto de la riqueza total se encuentra en manos del 1 % más rico de la población (en las estimaciones más conservadoras). Cuando nos referimos al 1 % de los adultos uruguayos, estamos hablando de 25.000 personas. Si consideramos al 0,1 % más rico, este acumula casi el 14 % de la riqueza uruguaya.
Estos números dan cuenta de una fuerte concentración de la riqueza, mucho más marcada que la del ingreso. Para hacerse una idea, volviendo al índice de Gini mencionado antes, estamos hablando de una estimación de 0,82 aproximadamente (el índice varía entre 0 y 1 y cuanto más alto peor es la distribución).
La riqueza considerada comprende la inmobiliaria (casas, apartamentos, tierras), la financiera (depósitos, bonos) y la empresarial (participación en empresas), cada una de la cuales tiene una distribución característica.
Unas 2.500 personas poseen más de la mitad de la riqueza financiera uruguaya y casi el 90 % de la empresarial.
La riqueza inmobiliaria es la mejor distribuida, como era esperable en la medida en que un número relativamente alto de personas accede a una vivienda por medio de préstamos hipotecarios y largos períodos de ahorro y pagos: el 1 % más rico posee el 17 % de la misma. ¿Y qué pasa con las otras? Las estimaciones indican que casi el 80% de la riqueza financiera está en manos del 1% más rico y el 54 % en manos de 0,1 %. Con la riqueza empresarial el escenario es más impactante: virtualmente la totalidad se encuentra en manos del 1 % más rico y casi el 90 % en manos del 0,1 %. Esto quiere decir que 2.500 personas, ese 0,1 %, poseen más de la mitad de la riqueza financiera uruguaya y casi el 90 % de la empresarial.
Virtualmente la totalidad de la riqueza empresarial se encuentra en manos del 1% más rico.
Esta fuerte concentración de algunos tipos de activos genera un fenómeno interesante desde el punto de vista de la composición de la “cartera de riqueza” de los individuos.
Si consideramos al Uruguay en conjunto, algo así como el 85 % de la riqueza es de tipo inmobiliario y el resto se reparte en partes iguales entre riqueza financiera y empresarial. Esta participación es esencialmente cierta para el 99,9 % de la población uruguaya, lo que parece razonable: para quienes tienen alguna forma de riqueza, esta será esencialmente inmobiliaria, muy probablemente su propia casa.
Para el 0,1 %, el escenario es distinto. Fruto de esa fuerte concentración que comentábamos, su cartera de riqueza es sustancialmente distinta, repartiéndose en partes más o menos iguales entre las tres formas analizadas. Nótese que esto no quiere decir que tengan menos riqueza inmobiliaria o que sus casas valgan menos, es que tienen tanto de las otras que ganan participación relativa en el total. Esta violenta irrupción de las riquezas financiera y empresarial en la cartera del 0,1 % más rico dada por su fuerte concentración, termina implicando que estas dos formas de riqueza, por más que aun combinadas no representan más de 15 % del total de riqueza, “explican” más de tres cuartas partes de la desigualdad total observada.
VOLVER A ESTUDIAR Y DEBATIR EL TEMA DE LA RIQUEZA Y EL PODER
Como señalábamos antes, las nociones de riqueza se asocian directamente al poder en general y en particular al poder sobre el proceso productivo. Decisiones tan importantes para una sociedad como qué producir, cómo producir y para quién producir, son tomadas esencialmente por este conjunto delimitado de población. Cuándo y cuánto invertir, al menos en su dimensión nacional, está fuertemente determinado por el comportamiento de estos pocos individuos, poniendo a algunas nociones, que uno asociaría sin problemas a la idea de democracia, en entredicho.
Aún sabemos poco sobre esta dimensión clave de la desigualdad, pero cada vez sabemos más. Existen esfuerzos en curso para reconstruir una visión de largo plazo de la evolución de la distribución de la riqueza en Uruguay, y para mejorar las estimaciones del presente y dotarlas de mayor robustez. Pero es preciso que sumado al esfuerzo académico, o mejor dicho interactuando con él, seamos capaces como sociedad de construir un relato sobre qué ha pasado con la desigualdad en todas sus dimensiones, incluyendo la patrimonial. Confrontar los datos que tenemos con la idea de sociedad igualitaria y democrática a la que teóricamente apostamos, y desarrollar políticas para acortar la brecha, es de una importancia difícilmente ponderable.
Uruguay ya mostró ser capaz, por medio de políticas públicas adecuadas y una correlación de fuerzas sociales que las respaldara, de reducir los niveles de desigualdad de ingresos. Nada impide que se siga avanzando en ese frente y también en el de la riqueza. Pero es necesario discutir instrumentos que apunten decididamente en esta dirección. Volver a hablar de la concentración de los patrimonios en Uruguay es el primer paso.
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