La mayoría de los agresores son varones, pero en muchos de estos hogares también se da la ley del gallinero, o la violencia en cascada. Esto es: mujeres que son víctimas de violencia, que a su vez le pegan a los hijos y a su vez estos hijos, cuando son adolescentes, castigan a los adultos mayores. 9 de cada 10 agresores son familiares directos o personas que conviven con los niños.
La mitad tiene entre 30 y 44 años de edad. El 63 % son varones y el 37 %, mujeres. En el 38 % de los casos el victimario es el padre y en el 28 %, la madre. En lo que se refiere a abuso sexual, en el 94 % de los casos el abusador es el hombre; en el maltrato físico, la responsabilidad se reparte así: 58 % el hombre, 42 % la mujer.
Según dijo a Brecha Wanda Oyola, psicóloga clínica que integra el equipo central de Asse dedicado a la violencia basada en género y generaciones: “La violencia se da cuando hay una asimetría de poder. Hay uno que está por debajo, sometido. El tema es el control y el poder hacia el otro”.
También, dice, responde a una construcción social de género y a la crianza en una lógica patriarcal, donde el hombre es el dueño y los gurises no tienen derecho ni a hablar. En este paradigma nacen las formas correctivas violentas, puerta de entrada y legitimación del maltrato.
Muchas veces los maltratadores provienen de familias con historias complicadas de violencia. Sin embargo, todos los consultados para esta nota coinciden en que ni la mayoría de los violentos fueron violentados, ni la mayoría de los abusados se transforman en abusadores.
“No me gusta plantear que la víctima termina siendo victimario. Es uno de los daños que pueden ocurrir, pero no es así de mecánico. Es un mito porque se trata de una justificación para naturalizar el problema”, opina González.
Si bien el maltrato empieza muchas veces por el empleo del golpe como elemento educativo o disciplinante, hay que diferenciar un punto que no es menor: una cosa es no saber cómo educar o ponerle límites a un hijo y otra cosa es someterlo a la tortura psicológica y física. Oyola opina que “no es lo mismo el maltrato severo que esos castigos que se dan por una malentendida puesta de límites. ‘A mi me pegaron y salí bueno’, razonan algunos, ‘de alguna manera lo tengo que enderezar’. Venimos de una construcción cultural donde la puesta de límites era a través de una chancleta o un cinto. Eso no se cuestionaba.
Por suerte cambió, pero está instalado en la memoria”. “El que pega una cachetada desubicada para poner un límite –explica González– podemos decir que se relaciona con los hijos de forma muy inadecuada, pero es mucho más grave cuando hablamos de maltrato sórdido, donde además de castigarlos los someten, los humillan, no los valoran como persona. Cuando el sometimiento sucede en forma crónica genera en los niños una vida esclavizada. Están permanentemente bajo el rigor de un o una déspota.”“Bancatelá” -
Brecha"
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