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miércoles, 16 de diciembre de 2015

SUDAN DEL SUR: EL MAS RECIENTE SITIO DEL HORROR

"Lo que está pasando en Sudán del Sur es una locura", cuenta con la mirada firme William Yhaf Kuok. "Si los soldados dinka saben que eres nuer estás acabado. Ellos mismos dicen que quieren exterminar a todos los nuer: los matan en sus casas o los queman frente a los demás". El silencio es sepulcral. William está sentado en una silla de plástico azul, tras él su hermana y su nueva familia: las 10 personas con las que duerme cada noche en el mismo suelo de su casa de adobe en el campo de refugiados de Kakuma, Kenia, situado a menos de 100 kilómetros de la frontera con Sudán del Sur. Su explicación congrega la atención de muchos curiosos que asienten cada vez que William narra un nuevo horror. Los niños, mientras tanto, observan con fascinación y desde la cautela la cámara fotográfica, abstrayéndose del relato de todas las crónicas que han vivido. Tiene 32 años y huyó junto a otras seis personas de Payinjiar, en el estado de Unity, en enero. Sudán del Sur se independizó de Sudán el 9 de julio de 2011, tras años de matanzas y con gran ilusión pese a las -irreconciliables- diferencias entre las etnias dominantes: los nuer y los dinka. La firma que dio a luz al país más joven del mundo generó el efecto contrario: la paz tácita pronto pasó a los recelos entre el presidente Salva Kiir -dinka- y el vicepresidente Riek Machar -nuer-. La separación entre ambos se materializó en diciembre de 2013 cuando Kiir expulsó del Gobierno a los nuer, marcando el comienzo de una nueva guerra civil.Desde entonces, más de 50.000 personas han muerto, más de dos millones se han trasladado a otras zonas del país y más de 600.000 han traspasado las fronteras en busca de asilo internacional. Las organizaciones humanitarias denuncian violaciones constantes de los derechos humanos, torturas y violencia. Huir es la única garantía de supervivencia, pero no es tan sencillo. "Gasté más de 1.500 dólares para huir, los visados cuestan dinero y en las fronteras no tienen en cuenta que estás huyendo de un país en conflicto", recrimina William, que pasó por Uganda antes de llegar a Kenia. Y lo más peligroso: "Durante el trayecto te puedes encontrar con soldados dinkas, y si no sabes su lengua, te matan. Un amigo mío fue asesinado y yo conseguí sobrevivir porque sí que la conozco". Él, como otros muchos, celebró la llegada de la independencia con entusiasmo. Sin embargo, pocos meses después de ese emblemático 9 de julio, los líderes se volvieron "tiranos y egoístas y se llevaron todo a sus bolsillos", afirma. Los niños son el daño colateral principal del conflicto sursudanés: la inseguridad forzó que la educación se interrumpiera en todos los colegios del país y Unicef estima que más de 15.000 menores son utilizados como niños soldado por parte de las milicias. "Todos ellos saben perfectamente lo que está pasando en el país, sólo hay que ver que dibujan pistolas en el suelo". El último tratado de paz firmado a finales de agosto por Kiir y Machar no tardó en tornarse en otra pantomima de cara a la comunidad internacional, que amenazó con sanciones al país si no ponía medios para garantizar la paz. "El tratado ha sido una firma, no hay ninguna consecuencia real", afirma Rebeca Nyabuoth, recién llegada a Kakuma. A sus 22 años, huyó con su hija de tres años y su sobrina de 12 por causas económicas, el resto de la familia no pudo acompañarlas. Los ataques en Unity son constantes y el 'modus operandi' juega al factor sorpresa. "Los atacantes saben qué zona es de población Nuer, con lo que van hasta allí para matar a la gente y luego se van. Salen de los coches y van armados con pistolas, es todo muy rápido. No secuestran, ni torturan, simplemente matan", cuenta a EL MUNDO. Rebeca no tuvo un camino fácil, durante su huida fue interrogada en numerosas ocasiones y hasta la obligaron a dar sus ropas: "Nadie me ayudó, pero conseguí llegar hasta aquí", dice con una sonrisa liberada. El campo de refugiados de Kakuma, nacido en 1992 y con una extensión de 15 kilómetros cuadrados, alberga más de 180.000 personas, cuando su capacidad estaba prevista para 80.000. Aunque las condiciones de vida son menos hostiles y más seguras que en el otro gran campo de refugiados en territorio keniano, Dadaab, los desafíos en cuanto a la distribución de agua y alimentos son numerosos. A sabiendas de que las remesas de refugiados seguirán llegando, y de que el área de los Grandes Lagos es muy conflictiva, el Gobierno regional de Kakuma ha otorgado recientemente 25 kilómetros cuadrados más de terreno. De momento, ningún refugiado confía en que la estabilidad gobierne en el país más joven del mundo. "Nunca conocimos la paz, y lo cierto es que nunca la conoceremos".

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