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lunes, 7 de diciembre de 2015

LA OPINION DE T. LINN: LA PESADILLA DE USAR EL TRANSPORTE PUBLICO MONTEVIDEANO

Habría que dejar de lado por un momento la discusión sobre si Uber sí o si Uber no. Es que ya existe en Montevideo un sistema perfecto de transporte que dice estar bien regulado, controlado y vigilado por la Intendencia, y que por lo tanto el cliente cuenta con todas las garantías para viajar en forma ágil, cómoda y segura. Eso al menos así parece. Ya lo dijo el presidente de la patronal de taxis, Oscar Dourado, cuando afirmó sin un atisbo de titubeo que el transporte montevideano era el mejor del mundo. No debe haber faltado quien llegó a preguntarse, en voz baja claro, “¿cómo será entonces ese transporte en tantos otros lugares?”. Y se estremeció de solo pensarlo. Se ve que Dourado no acostumbra tomar taxi ni viajar en ómnibus. Vamos a no engañarnos. El transporte público en Montevideo es malo. Lo es por sí mismo, más allá de las supuestas regulaciones y controles, haya o no haya Uber. Si Dourado cree que es el mejor, es porque no tiene idea de cómo funciona en otras ciudades. Sin duda, hay lugares donde el transporte público es peor que acá. Pero hay otros, muchos, donde es infinitamente superior. No se puede alardear de algo que la realidad desmiente: en Montevideo el pasajero es mal tratado, viaje en ómnibus o en taxi. Es verdad que en las últimas dos décadas se tomaron algunas medidas, muy pocas, para mejorar el servicio de ómnibus. Se flexibilizó el sistema de boletos, que permite de modo sencillo o bien hacer combinaciones, o bien usarlo por un par de horas, con lo cual el pasajero puede hacer más de un viaje según las tareas que deba realizar. Durante años las unidades nunca se renovaban, lo que convertía al paisaje urbano en un museo andante. Hoy, la renovación de la flota es fluida y constante. Pero por nuevos que sean, los coches no son más cómodos ni más ágiles. Como han hecho toda la vida, los buses evitan acercarse al cordón para facilitar el acceso al pasajero. Para colmo, una vez arriba, este deberá subir dos o tres peldaños más, de una altura razonable para deportistas entrenados y en buen estado físico, pero nunca para mujeres embarazadas, ni para gente lesionada, ni para personas con artrosis, que no son pocas. Para una Intendencia preocupada por otras formas de discriminación, esta no es considerada. Y vaya si existe. Para colmo, una vez arriba y según el diseño de algunas de las unidades, hay más empinados escalones que sortear en el propio pasillo y a veces hasta para acceder al asiento. En ciudades donde la población es mejor atendida, existen buses cuya plataforma es muy baja y por lo tanto el paso a dar desde el cordón es mínimo. Esto sin llegar a lo último de lo último, que son aquellos vehículos que se inclinan levemente para que ese paso no exija esfuerzo. Allí cuidan a su gente. Acá no. Se han hecho nuevas paradas, ni mejores ni peores que las anteriores, donde hay carteles que venden un moderno sistema de transporte con mapas que lo describen como si fuera un metro. Horarios ninguno. Tal vez algún pasajero acostumbrado a usar ciertas ventajas del celular, pueda obtener esa información. Pero no todo el mundo está al tanto de tales servicios, ni sabe cómo usarlos, ni siempre anda con el celular a mano. El horario debe estar a la vista en cada parada para que el pasajero sepa cuánto debe esperar y si vale la pena hacerlo. Mientras eso no se haga, esa información seguirá siendo el secreto de Estado mejor guardado del país. A esa imperdonable falta, se suma una frecuente actitud de algunos choferes que es la de no abrir la puerta cuando un pasajero llega corriendo a último momento. La mirada sobradora es la de quien dice: “debiste llegar en hora”. ¿Qué es llegar en hora cuando nadie difunde los horarios? A esto se suma la incomodidad de viajar en buses diseñados para no serlos. Asientos incómodos, desniveles pronunciados, pasillos angostos con barras puestas tan altas que hace difícil que el pasajero que va de pie pueda sostenerse. A ello se suma la actitud del pasaje, que toma mate mientras viaja (sin pensar que con una frenada brusca puede quemar a otros), que habla por el celular a voz en cuello como si la conversación fuera de interés nacional. Todo esto agravado por el hecho de que ya no se cede el asiento a personas con problemas, a mujeres embarazadas o a gente mayor, pese a los carteles que indican lugares reservados para estos casos. Hasta hace poco tiempo no los había, no eran necesarios. Cada uno sabía lo que debía hacer. Viajar en taxi no es diferente. Por cierto no todos son iguales y los hay buenos. Pero el pasajero está sujeto a una lotería. Predominan los vehículos sucios e incómodos. Es inevitable que así lo sean dado que la propia mampara junta polvo y obliga a viajar apretado contra el asiento de atrás, hablando a los gritos con el chofer. A cierta hora desaparecen todos los taxis porque hacen el cambio de turno en forma simultánea. Dejan a Montevideo en ascuas entre las tres y las cuatro de la tarde. Un servicio supuestamente regulado por la Intendencia, ¿no puede hacer ese proceso en forma escalonada a lo largo del día? Un rato después, a las horas pico, vuelve a ser imposible encontrar taxi. Hay escasez ante la mayor demanda, pero ellos dicen que no es necesario autorizar más permisos. Días pasados vi cómo una señora mayor de 80 años que viajaba a Tres Cruces debió poner ella misma su valija en el asiento delantero ya que el chofer a duras penas le abrió esa puerta, sin moverse de su asiento, y le pidió que lo hiciera ella. Habrá ciudades donde las cosas son peores, pero lo habitual es que el taxista se baje, abra el baúl y suba él la valija. Así se hacen las cosas en el mundo civilizado. Empresas de transporte y taxistas piensan en sí mismos, no en los pasajeros. Lanzan una ofensiva prepotente y agresiva contra toda forma de competencia. Lo cual no sorprende; es la misma prepotencia usada por algunos taxistas sindicalizados para ocupar el Codicen (algo que nada tiene que ver con su rubro), como sucedió hace un par de meses. Ello obliga al pasajero a preguntarse con natural suspicacia y mucho temor, en manos de quién está si el que lo lleva es uno de esos mismos desbordados “militantes”. La tecnología que propone Uber para acceder a sus servicios será más moderna que la de los taxis pero estos podrían, si así quisieran, adaptarse e incluso ir más allá. El tema no es ese. El tema es que la gente está harta del mal trato, del servicio mediocre, de la desconsideración permanente. Para sortear esa realidad y viajar más cómodo, el pasajero adhiere a cualquier nueva alternativa, a veces sin siquiera saber cómo es. Intuye que será más cómoda y eficiente. Por eso, hacer un paro (como ocurrió ayer) contra Uber, solo sirve para ahuyentar más pasajeros y correrlos hacia la misma competencia que quieren impedir. Para eludir el ómnibus, la gente también tiene alternativas que ni siquiera requieren lo último de la tecnología: subirse a una bicicleta. Esto ya está sucediendo. Fuente: Semanario Búsqueda

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