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sábado, 5 de diciembre de 2015

LA OPINION DE A. GRILLE: LECCIONES PARA URUGUAY

Voy a dejar de lado todas las reflexiones colaterales y voy a centrar mi atención en el retorno de la derecha al poder en la Argentina. Voy a tratar de concentrarme en las enseñanzas que el Frente Amplio, como único representante de las fuerzas progresistas y de izquierda en el Uruguay, debería tomar de lo que acaba de ocurrir en ese país tan cercano y tan parecido a nosotros. No me voy a detener en ese juego tan curioso que practicamos los uruguayos de hallar las siete diferencias que nos hacen distintos y mejores a los argentinos, y por supuesto que tampoco en el debate que este resultado electoral ha causado y que parte de los millones de sentidos que se pueden adjudicar a la palabra izquierda según el gusto del consumidor. Ni siquiera hablaré de lo que nos conviene a los uruguayos, ni de los canales a dragar en el fondo del río, ni de las trabas a las exportaciones y el proteccionismo, ni de la distribución de las cargas en los puertos de la región, ni de las restricciones comerciales, ni del comercio de la energía, ni de la competitividad, ni del blue. Es obvio que lo mejor sería que las relaciones entre dos países limítrofes y hermanos fueran maravillosas, pero a mi edad la felicidad torrencial es sólo una ilusión. Todas las contribuciones que traerá Macri al bienestar de los uruguayos se verán cuando las promesas se hagan, o no, realidad. Mientras tanto, está por verse cuán beneficioso será, de este lado del río, el cambio de gobierno en la Argentina. En verdad, cualquiera con un poco de buena intención sabe dónde está la izquierda y dónde está la derecha. Si nos confundimos de “clivaje”, como dice el amigo Chasquetti, si suponemos que lo que estaba en juego era transparencia contra corrupción, buena gestión contra ineficiencia, republicanismo contra hegemonía, peronismo contra antiperonismo, estamos fritos. Con el mayor de los respetos por el profesor Chasquetti y por los sesudos análisis de la academia, la contradicción fundamental que me sirve para tomar decisiones en Latinoamérica hoy día es la que surge de la dicotomía oligarquía-pueblo, y para ubicarse en el “clivaje” basta con saber dónde están los intereses de los pobres y dónde los de los ricos. Para simplificar, yo estoy con el que esté contra el neoliberalismo, contra el macrismo, contra la Asociación Rural Argentina, contra Clarín y La Nación de los Mitre, contra el monopolio mediático y contra los fondos buitre. No tengo ninguna esperanza de que Macri sea mejor que Cristina Kirchner. El día que yo sea macrista mátenme tranquilos, porque ese no soy yo. En fin, la izquierda verdadera no es una cuestión de ética sino una cuestión de clase. Pensando así, y reitero que con mis mayores respetos a los que sostienen otra posición, quiero decir claramente que las últimas elecciones argentinas marcan un momento deplorable para toda América Latina, y que tendrá consecuencias no sólo en ese país, sino en el Mercosur y en todo el continente. Conste que valoro altamente la importancia de que las elecciones se hayan desarrollado con normalidad, sin episodios de violencia y que los actores en pugna hayan manifestado su voluntad de respetar absolutamente el fallo de las urnas. En la Argentina esto es muy importante, y el mérito fundamental lo tienen, como siempre en estos casos, el gobierno que termina y el candidato que perdió. La victoria electoral de Mauricio Macri y su PRO en las recientes elecciones significa el fin de un período histórico de la Argentina, que después de la crisis de 2001 inició el mayor ciclo de crecimiento sostenido en cincuenta años, con desendeudamiento, auténtica inclusión social, creación de siete millones de empleos, crecimiento verdadero de los salarios reales y de su participación en el PIB, con aplicación de retenciones a las fabulosas ganancias del sector agroexportador y con superávit permanente en la balanza comercial, signos que distinguen claramente su política de otros modelos económicos aplicados en nuestro continente. Ahora vuelven al poder político los grandes dueños de la tierra y los representantes del gran capital nativo y extranjero, y entre sus primeros anuncios, por supuesto, está que “irán eliminando paulatinamente las retenciones”, es decir, sacando los impuestos a las fabulosas ganancias del complejo agroexportador y “desarticulando el cepo cambiario”: es la victoria de los ricos para hacer que paguen menos los que ganan más. Muchos dólares y muy caros en los bolsillos del sector agroexportador. También dijeron por ahí que no pondrán ningún impuesto, lo que no es verdad: cuando se dice eso, se omite hablar del impuesto inflacionario y de la reducción de salarios reales que cobran trabajadores y jubilados, es decir, el trabajo presente y pasado. Son los ricos los que pasan a pagar menos impuestos, y por lo tanto los que no son ricos tendrán que sostener un mayor peso del costo fiscal del país, porque en economía no hay magia, y lo que dejan de pagar unos lo pasan a pagar los otros. Pocos bolsillos repletos y muchos bolsillos vacíos. Así son las cosas, y el que no las ve es porque quiere creer en otra cosa; porque es ciego, tonto o porque no las quiere ver; porque representa otros intereses o porque, definitivamente, es un privilegiado. Esta derrota de las fuerzas progresistas argentinas tiene claras enseñanzas para los actores políticos de Uruguay. La derecha aprende rápido, tiene los mismos intereses, la misma escuela, los mismos asesores, el mismo discurso y las mismas instituciones supranacionales, como la Sociedad Interamericana de Prensa, en donde intercambiar experiencias y unificar acciones y recursos. La derecha, no hace falta decirlo, está tirando cuetes; por primera vez en diez años se mira en el espejo de los triunfadores y hasta se ve joven, bien empilchada y elegante, capaz de conquistar corazones y tocar el cielo con las manos. El problema es que la izquierda no asuma que este golpazo que ha recibido el progresismo en la Argentina preanuncia la posibilidad de una derrota en otros procesos de izquierda en la región, y particularmente en Uruguay. La izquierda en Uruguay está en problemas porque la derecha está envalentonada, y por sus propios errores, que los tiene, y son muchos. ¿Habrá que poner las barbas en remojo? A mí me parece que sí, al menos si seguimos siendo frenteamplistas y queremos que la izquierda se presente como siempre con un candidato y un programa únicos. Digo la izquierda con todas las letras, porque no hay dos izquierdas. Hay una sola, que quiere mayor justicia, mayor igualdad, más democracia. ¿Tenemos algo en común con el llamado modelo kirchnerista? Sí, lo tenemos aunque no nos sintamos interpelados por él. Tenemos en común el enemigo, la derecha, el imperialismo, el capital financiero, los grandes productores rurales, los que se llevan sus ganancias al exterior. Creo que vale la pena advertir que cuando la derecha festeja, hay que detenerse a pensar… Y si te aplaude también. Esos son los que van a pretender derrotarnos dentro de cuatro años y los que ganaron en las elecciones argentinas. No ganaron los eficaces, ni los honestos, ni los demócratas, ni los modernos. Tampoco perdieron los corruptos, ladrones, populistas, autoritarios, soberbios e ineficientes. Corruptos, turros, displicentes y burócratas hay de los dos lados. Pero oligarcas, reaccionarios, banqueros y latifundistas hay de un lado solo. Y ese lado es el del macrismo. Y para ser bien claro en la advertencia quiero reflexionar sobre lo que es la derrota, ya que felizmente hay muchos frenteamplistas que no la conocen –los llamados “millennials”–, que no la han sufrido nunca, que nacieron o crecieron en el nuevo Uruguay de empleo y abundancia que edificó el Frente Amplio desde 2005. Yo soy experto en derrotas. Tengo la espalda cruzada por decenas de derrotas que sufrió la izquierda desde sus comienzos. Y puedo hablar horas de lo que es la derrota. Y he tenido porrazos pavorosos, como la derrota de 1971, cuando muchos creíamos que el Frente Amplio vencía a los partidos tradicionales. Ni qué hablar del golpe de Estado, la prisión, el exilio, el plebiscito del voto verde y el balotaje en el que nos ganó Jorge Batlle. Para los que no saben lo que es la derrota, tengo que decir que es una sensación terrible, pero que mucho más terribles son sus consecuencias políticas, económicas y sociales. La derrota llega, aplasta y se instala por cinco años, que pueden transformarse en diez, en quince o en veinte. Si vuelve la derecha al poder en Uruguay, no sabemos cuándo se va a ir, sobre todo por la despolitización de las masas, los cambios en los valores de la gente, la división entre nosotros y la falta de un relato apropiado que destaque las conquistas obtenidas, reafirme la unidad y el programa y explique a dónde vamos y con quién vamos, y de qué manera vamos a enfrentar, derrotar o neutralizar los factores de poder que están en la vereda de enfrente. El Frente Amplio, que está asistiendo a la impiadosa agonía del diario La República, no ha tocado ninguno de los factores de poder real en los que se asienta el poder de la derecha, empezando por los grandes medios de difusión, desde los cuales, mañana, tarde y noche, en magazines, en falsos programas de “talk show”, en los trabajados noticieros y en los sesgadísimos programas políticos, lanza permanentemente sus mensajes verdaderos y falsos contra el Frente Amplio. Nosotros no podemos creer que estamos blindados, que no tenemos nada de qué arrepentirnos ni que la historia va a ser benévola para juzgar nuestros errores. La izquierda uruguaya tiene que reflexionar sobre lo que pasó en Argentina y tiene que estar atenta a las demandas y los reclamos de las mayorías, a las críticas de nuestros adversarios y a las decepciones de los frenteamplistas. Además, debe reconstruir un proyecto común, fijarse propósitos accesibles y apelar a un relato que acompañe las conquistas y los logros obtenidos en estos diez años, y que apele a la participación de la gente para continuar avanzando en democracia. Si no volvemos a transitar el trabajoso camino de la elaboración de la unidad, si no dejamos de pasarnos cuentas, si nos creemos unos fenómenos, si no construimos poder popular, si no hacemos que paguen más los que tienen más, si seguimos cátedras vacías con soberbia, si seguimos alambrando chacras, un día, acaso muy cercano, nos vamos a encontrar con que ganó la elección alguien tan impresentable como Mauricio Macri, a quien nadie puede calificar como beneficioso para Argentina ni para nada que tenga que ver con América Latina. No me gustaría que estas reflexiones tan jugadas pudieran convertirse en basamentos de actitudes sectarias. No quisiera que fuera así. Por el contrario, creo que hay que reforzar los canales de diálogo con la oposición, aislar a aquellas posiciones más confrontativas, mejorar la convivencia política y humanizar las relaciones con los adversarios. La soberbia, el sectarismo, la intolerancia, el hegemonismo sólo ayudan a la derecha, que trata de vestirse con el disfraz de la tolerancia. También esa es una enseñanza que nos deja la elección argentina. La tolerancia con el disenso, el diálogo, el debate y la confrontación de ideas no puede ser esgrimida por la derecha para estigmatizar a la izquierda ni la izquierda debe dar pie a que la derecha se apodere de estos conceptos, como ocurrió del otro lado del Río de la Plata.

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