jueves, 16 de julio de 2015
ALEMANIA: CONTADOR DE AUSCHWITZ CONDENADO POR COMPLICIDAD EN LA MUERTE DE 300.000 JUDIOS ASESINADOS POR LOS NAZIS
Un tribunal de Alemania de la Audiencia de Lüneburg (Baja Sajonia),condenó este miércoles al ex oficial nazi SS-Rottenführer Oskar Groening, conocido como "el contable de Auschwitz", a 4 años de prisión. El ex guardián de Auschwitz, de 94 años de edad, fue declarado culpable por el tribunal del condado de Lüneburg de ser cómplice de la muerte de 300.000 personas en el campo de exterminio. Este esbirro del nazismo había vivido una vida de bajo perfil, hasta que hace unos 10 años personas que conocía desarrollaron una campaña de negacionismo del holocausto, a partir de ese momento salió a hablar a la prensa y a contar lo que él había visto.
De esta forma tan tajante se ha puesto fin a un proceso que comenzó a finales de abril y que estuvo basado en la acusación de 55 supervivientes de este campo de concentración -ubicado en territorio polaco- y en otros tantos parientes de las víctimas. A su vez, de esta forma se castiga a uno de los pocos oficiales de las temibles SS (las tropas más ideologizadas de Adolf Hitler) que participaron de alguna forma en la «Solución final», el plan del «Führer» para acabar de forma masiva con los judíos europeos y aquellas personas con cualquier deficiencia mental o física.
Sus responsabilidades incluían contar y clasificar el dinero robado a los prisioneros exterminados y custodiar otras pertenencias de prisioneros en el campo antes de ser saqueados. Mientras estuvo en el campo de concentración, fue testigo de todo el proceso de matanza.
Luego de ser transferido a una unidad activa en 1944, Gröning fue capturado por los británicos el 10 de junio de 1945, cuando su unidad se rindió. Tras ser temporalmente detenido en un antiguo campo de concentración, fue trasladado a Inglaterra en 1946, donde estuvo como trabajador forzado. Regresó a Alemania para llevar una vida relativamente normal y prefirió no discutir su asociación con Auschwitz.
No obstante, decidió hacerlo público tras enterarse del negacionismo del Holocausto, y desde entonces ha criticado abiertamente a aquellos que niegan los hechos que él presenció y la ideología a la que una vez suscribió.
Fue acusado de contar el dinero en efectivo hallado en las pertenencias de los recién llegados al campo y enviarla a la sede nazi en Berlín.
"Al decidir la pena, el tribunal, en particular, considera la edad y que él debe tener la oportunidad de pasar una parte de su vida en libertad tras cumplir su condena", se lee en un comunicado de la corte.
Pero el tribunal no aceptó que Groening mereciera una sentencia más leve, ya que él no ayudó a aclarar otros delitos posiblemente cometidos por otros miembros de las SS que conocía, según el comunicado.
El juicio de Groening comenzó en abril, momento en el que reconoció ser "moralmente cómplice" de lo que pasó en el campamento, donde más de un millón de judíos murieron.
Gröning llevó una vida normal como miembro de la clase media en la posguerra. Como dedicado coleccionista de estampillas, una vez estaba en su reunión anual del club de filatelia, más de 40 años después de la guerra, cuando cayó en una conversación sobre política con otro miembro del club, quien le dijo que era «terrible» que el negacionismo del Holocausto fuera ilegal en Alemania. Llegó a decirle a Gröning cómo era imposible que tantos cuerpos hubieran sido quemados y que el volumen de gas que se suponía había sido usado habría matado a todos los seres vivos en los alrededores.
Gröning no dijo nada en respuesta a estos comentarios y solo replicó: «Sé un poco más sobre eso, lo deberíamos discutir en algún momento». El hombre le recomendó un panfleto de Thies Christophersen. Gröning obtuvo una copia y se la envió a Christophersen, tras escribir su propio comentario sobre ella, que incluía estas palabras:
Yo vi todo, las cámaras de gas, las cremaciones, el proceso de selección. Un millón y medio de judíos fueron asesinados en Auschwitz. Yo estuve allí.
Desde entonces, Gröning empezó a recibir llamadas telefónicas y cartas de extraños que intentaban decirle que Auschwitz no era en realidad un lugar para exterminar a seres humanos en cámaras de gas.
Se hizo evidente que sus comentarios condenando el negacionismo del Holocausto habían sido impresos en una revista neonazi y que la mayoría de las llamadas y cartas anónimas eran «de personas que intentaban probar que lo que yo había visto con mis propios ojos, lo que había experimentado en Auschwitz era un gran, gran error, una gran alucinación de mi parte porque no había sucedido.»
Como resultado de tales comentarios, Gröning decidió hablar abiertamente sobre sus experiencias y denunció públicamente a las personas que sostenían que los hechos que él había presenciado nunca pasaron. Afirmó que su mensaje a los negacionistas del Holocausto era:
Créanme, yo vi las cámaras de gas, vi los crematorios, vi los fogones. Yo estaba en la rampa cuando tuvieron lugar las selecciones. Quisiera que me creyeran, estas atrocidades sucedieron, yo estuve allí.
En abril pasado la prensa informaba que:
Esperaba en la rampa del campo de exterminio de Auschwitz la llegada de las pertenencias de las víctimas. Separaba los relojes de oro, las monedas de distintos países, contaba los montos, los colocaba en una caja de madera y anotaba cuidadosamente la fortuna que iba a enviar a Berlín. Oskar Gröning, "el tesorero de Auschwitz", pidió este martes perdón ante un tribunal alemán que lo juzga por complicidad de la muerte de 300 mil personas en 1944.
Lúcido a sus 93 años, Gröning entró apoyado en un andador y con la ayuda de un abogado a la sala del tribunal de Lüneburg, la pequeña ciudad situada a unos 50 kilómetros de Hamburgo donde vivió sin sobresaltos después de la Segunda Guerra Mundial.
"Sin duda soy moralmente cómplice", declaró el anciano de pelo blanco. "Y también admito esa culpabilidad moral aquí, con arrepentimiento y humildad frente a las víctimas. Pido perdón", declaró Gröning ante el tribunal, que debió alquilar una sala grande debido al interés mediático por el que será uno del los últimos juicios por el Holocausto.
El llamado "tesorero" o "contador de Auschwitz" es uno de los pocos que relató la vida cotidiana de los miembros de las SS en el campo de exterminio, una vida que él calificó de "normal", como la de un pueblo, con verdulería, vecinos...
En una espeluznante entrevista publicada por el semanario Der Spiegel hace diez años, contó cómo él y sus "colegas" jugaban a las cartas y bebían mientran hablaban del olor de los cadáveres quemándose, de cómo los cuerpos se levantaban al arder.
Entre 1942 y 1944, Gröning vió la pila de muertos en un par de ocasiones, por ejemplo cuando todos los SS salieron a la caza en medio de un intento de fuga. Para él, según confesó a Der Spiegel, el exterminio de los judíos era "un método de guerra" y las matanzas eran "horribles" pero se enmarcaban en "lo necesario".
"A los judíos les grababan el número de prisionero, a los SS el grupo sanguíneo", explicó en la entrevista, mostrando el cero que tiene en el brazo y relatando que fue él mismo quien en 1944, después de pasar dos años en Auschwitz, pidió su traslado al frente. Había visto a un SS arrojar a un bebé contra un camión, para que dejara de llorar. Y aquella noche se emborrachó para olvidar.
Pero la conciencia de crímenes atroces no impidió a Gröning llevar la vida de un hombre común y guardar silencio. Recién habló en los 80, cuando escribió para sus dos hijos y algunos amigos su testimonio de las matanzas. Confesó que había escuchado los gritos de socorro de quienes perecían en las cámaras de gas. Más tarde dió una larga entrevista para un documental de la BBC en la que se definió como una "ruedita", una pequeña pieza en el engranaje del genocidio perpetrado por los nazis, pero en ningún caso como un culpable. "Ni siquiera nunca le pegué a un prisionero", dijo entonces.
Los millones de víctimas "no fueron asesinados por jerarcas nazis", fueron justamente estas "rueditas" las que permitieron el funcionamiento de la maquinaria de exterminio, destacó ayer el abogado Thomas Walther a la emisora berlinesa Inforadio.
Walther criticó fuertemente a la justicia alemana por haber descartado una y otra vez la responsabilidad de los administradores grises del Holocausto, los llamados "criminales de escritorio" que ocupaban funciones como la de Gröning en los campos de exterminio.
El abogado defensor Hans Holtermann consideró en cambio que Gröning nunca tuvo una participación directa en los crímenes nazis y que su sola presencia no lo convierte en cómplice.
El juicio al "tesorero de Auschwitz" se limita a un período de mediados de 1944, cuando llegaron al campo de exterminio 137 trenes con unas 427 mil personas, de las cuales al menos 300 mil fueron asesinadas. Para los sobrevivientes y descendientes de las víctimas que viajaron desde distintos países del mundo para dar su testimonio, lo importante no es la condena, sino el juicio mismo y sobre todo la sentencia.
Haya o no haya sido cómplice de las vejaciones cometidas por los germanos en este campo de concentración, Gröning no deja de ser la prueba viva de la crueldad que los nazis derrochaban aquellos años.
Por ello, los presentes no pudieron evitar sorprenderse cuando observaron que la octogenaria Eva Kor –una víctima de los crueles experimentos del sádico doctor Josef Mengele- se levantó y se acercó decidido hasta la silla de ruedas del antiguo miembro de las SS para ofrecerle la mano y su perdón. Por su parte, el alemán hizo un gran esfuerzo por levantarse para darle un abrazo que la superviviente no rechazó.
El momento fue captado en una emotiva instantánea que ha dado la vuelta al mundo y ha planteado un serio debate: «¿Se puede llegar a perdonar la infamia realizada por los nazis?». Kor tiene una opinión clara al respecto, la cual ha compartido con la versión digital del diario «The Independent».
«Quería darle la mano porque estoy interesada en ver lo que pasa cuando una víctima se encuentra con su verdugo. Yo solo le di la mano y le dije: “Aprecio el hecho de que usted esté dispuesto a venir aquí y se enfrente a esto, pero me gustaría que inste a los viejos nazis que siguen vivos a hacer lo mismo y que aborde el problema de los nuevos neonazis que hay hoy en Alemania”».
Sin embargo, tras esa frase el alemán se levantó y, en un acto que cogió por sorpresa totalmente a Kor, la agarró, le dio un beso en la mejilla y la abrazó. «Yo probablemente no habría ido tan lejos, pero supongo que es mejor que lo que me hizo hace 70 años», completó. Con todo, la anciana sabe que esta imagen es controvertida y no gustará a todos, algo que entiende. «Muchas personas me van a criticar por esto, pero que así sea. Fue el reencuentro de dos seres humanos 70 años después de aquellos sucesos», añade la octogenaria en declaraciones al diario británico.
El viaje de Kor
Según añade Kor, tuvo que viajar más de 6.500 kilómetros para poder ver el juicio del alemán y hablar con él. No obstante, en la primera jornada del juicio, cuando se acerco a él, el anciano se desmayó de la impresión. Ella no se rindió y, finalmente, logró su objetivo, transmitiéndole sentimientos latentes en ella desde hace más de 75 años.
«Mi perdón no te absuelve de tu responsabilidad. Así que te pido que digas a los jóvenes neonazis que Auschwitz existió, que la ideología nazi solo trajo derrota y dolor y que en vez de odiar o matar vayan a la escuela y aprendan una ocupación o un oficio». Luego explicó algo más. Su lección. La que hay que enmarcar en todos los corazones: «El perdón es un acto de curación y de liberación».
EL PERDÓN
LUIS VENTOSO
Eva Kor, una anciana judía de 81 años, ha enseñado lo que es un ser humano
LAS personas que pasaron por los campos de exterminio nazis enfilan ya el ocaso. Oskar Gröming, un ser frágil de 93 años, y Eva Kor, una anciana regordeta y encorvada, de 81, necesitan ahora un andador para caminar. Comparten algo más. Les une un pasado en Auschwitz, la factoría de muerte más eficaz de la historia, en la que fueron asesinadas un millón cien mil personas. Solo 200.000 de los que allí llegaron salieron vivos.
Eva era hija de unos prósperos granjeros judíos rumanos. Fue deportada a Auschwitz en 1944, con diez años. Viajó como ganado en un tren junto a sus padres y sus tres hermanas, entre ellas su gemela, Miriam. En la plataforma del campo fue separada de su familia, pronto gaseada.
Pero ella y Miriam resultaron de interés para el seudocientífico Josef Mengele, un psicópata que hizo sádicos experimentos con 1.500 parejas de gemelos. Eva ha contado su rutina: los lunes, miércoles y viernes las tendían desnudas y las pesaban, medían y exploraban. Los martes, jueves y sábados eran los días del terror en el laboratorio. En una ocasión Mengele le puso cinco inyecciones. Aullaba de dolor a gatas. Su cuerpo se hinchó y ulceró. «Le quedan dos semanas de vida», sentenció Mengele en una observación. Pero Eva se obcecó en sobrevivir: «Sabía que si moría matarían también a Miriam, para compararnos en la autopsia». Y lo logró. Los rusos liberaron el campo y ella acabaría emigrando a Israel. Allí se casó con un judío americano y hoy vive en Estados Unidos, donde tiene hijos y nietos.
A sus 93 años, Oskar Gröning es seguramente el último criminal nazi que será juzgado. Es un cristalero jubilado, padre de dos hijos. Antes fue un joven nazi entusiasta, que se alistó en las SS. Fue enviado al campo y lo llaman «el contable de Auschwitz», porque inventariaba los bienes robados a los judíos y sus terribles destinos. En el juicio, que se celebra al norte de Alemania, ha reconocido su error moral y ha pedido perdón. Ha negado haber participado directamente en los crímenes y ha pretextado que en noviembre de 1942 solicitó el traslado tras contemplar cómo mataban a golpes a un bebé contra la puerta de un vagón. Asegura que nunca ha hallado «la paz interior». Sus acusadores replican que jamás ha abjurado de su ideario nazi.
Miriam murió en 1993, por un mal del riñón, secuela de los juegos de muerte de Mengele.
Su hermana le donó un órgano, pero no funcionó. Eva ha hablado en el juicio. Miró a Oskar con sus calmos ojos claros y se presentó con una frase sorprendente: «Soy una superviviente de Auschwitz que ha decidido participar como demandante en este caso, pero probablemente seré la única que ha perdonado a todos los nazis, incluido tú».
Acto seguido, hizo una aclaración. «Mi perdón no te absuelve de tu responsabilidad. Así que te pido que digas a los jóvenes neonazis que Auschwitz existió, que la ideología nazi solo trajo derrota y dolor y que en vez de odiar o matar vayan a la escuela y aprendan una ocupación o un oficio». Luego explicó algo más. Su lección. La que hay que enmarcar en todos los corazones: «El perdón es un acto de curación y de liberación».
Oskar escuchaba. La cabeza gacha. Tal vez atónito ante la fuerza del bien.
Presos judíos, en la entreda de Auschwitz
Ha pasado ya más de un mes desde que comenzara el juicio contra Oskar Gröning, el alemán de 93 años más conocido por su sobrenombre: el «Contable de Auschwitz». Desde entonces, este antiguo soldado de las SS ha tenido que ver como se sentaban en la misma sala que él desde múltiples supervivientes del Holocausto, hasta familiares de víctimas. Todos para narrar sus trágicas historias.
Sin embargo, el doctor Sven Anders, el último de esta ingente fila de testigos, ha logrado poner los pelos de punta al anciano al narrar pormenorizadamente los efectos que produce en el cuerpo humano el temido Zyklon-B, el gas letal ideado por los nazis para acabar con la vida de millones de presos en los campos de concentración.
Zyklon-B, el pesticida asesino
El Zyklon-B era un gas ideado como pesticida que terminó utilizándose en las cámaras de exterminio de los campos de concentración para llevar a cabo asesinatos masivos.
«Los nazis buscaban constantemente formas de exterminio más eficientes. En septiembre de 1941, en el campo de Auschwitz se realizaron experimentos con Zyklon-B (usado previamente para la fumigación) en los que se gaseó a unos 600 prisioneros de guerra soviéticos y a 250 enfermos. Sus gránulos se convertían en un gas mortal al entrar en contacto con el aire. Se demostró que era el método de gaseo más rápido y se seleccionó como medio para realizar masacres en Auschwitz», explica la versión digital del «U.S. Holocaust Memorial Museum».
¿Cómo funcionaba? Según explicó en el juicio contra el ex guardia de las SS Sven Anders, médico forense de la Universidad de Hamburgo-Eppendorf, con un «dolor extremo, convulsiones violentas, atacando al cerebro y produciendo un ataque cardíaco en cuestión de segundos». Ideado para limpiar de insectos grandes edificios o fábricas, se caracterizaba por oler a almendras amargas y a mazapán y ser, en palabras del doctor, más ligero que el aire: «Penetraba por inhalación en los pulmones y bloqueaba la respiración celular».
Una vez inhalado, el Zyklon-B atacaba en primer lugar al corazón y al cerebro. «Los síntomas comenzaban con una sensación de escozor en el pecho similar a la que puede causar el dolor espasmódico y al que se produce en los ataques de epilepsia. La muerte por paro cardíaco se producía en cuestión de segundos. Era uno de los venenos de acción más rápida» añadió el doctor.
Eso, en el mejor de los casos, pues una inhalación menor (algo común en las grandes cámaras de gas de Auschwitz) podía hacer que el fallecimiento durase una media hora. «Una intoxicación inferior conducía a un bloqueo de la sangre en los pulmones y provocaba dificultades para respirar. Comúnmente se habla de agua en los pulmones, la respiración sería entonces más profunda y más fuerte, porque el cuerpo ansía después del oxígeno. Sería una agonía», añadió el experto.
A su vez, Anders determinó que la altura de la persona era un factor clave a la hora de morir afectado por el Zyklon-B. Y es que, al ser más ligero que el aire, se acumulaba en la parte superior de las cámaras de gas acabando primero con los adultos. Por el contrario, los niños fallecían minutos después, con mayor sufrimiento y tras haber visto en primera persona la muerte de sus seres queridos.
Un viaje sin retorno
Cuando los reos llegaban a Auschwitz, eran separados en dos grupos: aquellos que podían trabajar (mujeres y hombres fuertes) y niños, ancianos y enfermos. Los segundos eran llevados directamente a las cámaras de gas. Sin embargo, y para no alarmarles, normalmente se les aconsejaba que dejasen sus pertenencias en el tren afirmando que regresarían al mismo tras una ducha. A algunos, incluso, se les entregaban postales para que enviasen a sus seres queridos afirmando que estaban pasando unas «agradables vacaciones».
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