Uruguay es nuevamente noticia. El arzobispo de Montevideo fue nombrado cardenal y pasa así a conformar el senado que asesora al papa, además de ser elector y elegible para sucederlo. La prensa internacional mira con singularidad el nombramiento de Daniel Sturla por ser el más joven de los nuevos cardenales y provenir de un país secularizado. Se percibe a Uruguay como un país en el que coexisten en tolerancia visiones diversas, que confluyen en el respeto a la dignidad humana, la justicia social y la convivencia pacífica. Parece ser la mejor expresión de la secularidad occidental en las fuentes que dan consistencia a la modernidad, razón y fe, en tiempos de modernidad líquida, que en otros lugares se expresa violentamente; quizás un referente hacia el futuro en un mundo en conflicto.
Uruguay tiene hoy un presidente casi franciscano que se inspira en el mismo filósofo que el papa, el uruguayo Methol Ferré, en la perspectiva de la patria grande latinoamericana. Gobernado por la fuerza política de izquierda que más relación explícita ha tenido con las religiones dentro de la laicidad, que a la vez sitúa agendas progresistas que dan cuenta que ni la cristiandad ni la era victoriana tienen ya peso en las políticas públicas, sin por ello desconocer la pluralidad de valores y su aporte.
Francisco internacionaliza el colegio cardenalicio con obispos de países “periféricos” o en acciones con los excluidos, como el obispo y responsable de las migraciones en Italia, que busca resolver la crítica situación de los ilegales que se ahogan cruzando a Europa desde Lampedusa. O el obispo mexicano que más se ha enfrentado a la violencia en Michoacán. Son obispos con responsabilidades pastorales en contacto directo con feligreses y la sociedad.
Por la estructura aún centralizada de la Iglesia Católica el hecho habría que leerlo desde la dinámica acelerada del papa por frenar y cambiar muchos aspectos que llevaron a la renuncia de Benedicto XVI, pero también desde la identidad que apela a sus orígenes, no quedando atrapado en una síntesis sociocultural de una época.
El catolicismo, que pretende no reducirse a lo social o lo espiritual, se está reposicionando ante la aldea global que se rediseña de forma caótica, y lo hace desde la autoridad de su universalidad. En un momento en que las religiones evangélicas pentecostales y el islam son las de mayor reproducción, el catolicismo –que ya hizo su transición por la modernidad– busca ser el referente ético que más eco encuentre en el humanismo de creyentes y no creyentes. Así lo manifiestan filósofos como Habermas y Vattimo y hasta líderes progresistas del mundo que reconocen a Francisco el aporte para canalizar muchos conflictos regionales y globales. El propio papa lo confirmó diciendo que lo que importa es confluir en la solidaridad con el ser humano, más allá de la religión o la ausencia de ella. En la coherencia evangélica, que lo abre al ecumenismo y al humanismo, ser iglesia desde el Concilio Vaticano II con la impronta latinoamericana permitiría superar los escándalos, la restauración y el declive religioso.
En el terreno de las hipótesis, a partir de los hechos sucedidos en los últimos tiempos, ¿qué implica entonces que Uruguay tenga un cardenal?
Luego del arzobispo Parteli la Iglesia de Montevideo dejó de ser referente para sectores comprometidos con la transformación social. Monseñor Cotugno estuvo centrado en la moralidad, y con la asunción de Sturla en muy poco tiempo la Iglesia recobró referencias humanistas y por tanto evangélicas. Es un sacerdote al que no se lo visualizaba dentro de ninguna corriente, pero sí con un gran compromiso con los jóvenes y una actitud tolerante y abierta, que como Francisco tiene olfato político y cultura republicana, no se inscribe dentro de las visiones de la teología de la liberación pero que confluye en la opción por los pobres y que se caracteriza por el pragmatismo del sentido común.
En su asunción contó con la presencia de referentes de la izquierda, comenzando por el presidente Mujica, integrantes de todos los partidos políticos y de las colectividades judía, evangélica y umbandista. En ese contexto Mujica pidió a Sturla que lo ayude en “la lucha por los pobres”.
Sturla estuvo presente en el acto recordatorio de los comunistas asesinados en la Seccional 20, apoyó el no a la baja y tuvo una actitud abierta con otras colectividades religiosas. Mantuvo además un encuentro con el movimiento Lgtb, aunque sostuvo cuestionamientos a la guía de la diversidad en educación (menos rígidos que los de algunos analistas de izquierda). Pasó así a ser un referente de la sociedad uruguaya.
En el ajedrez geopolítico de Francisco quizás sea clave la experiencia de la Iglesia en un país secularizado, que sabe cómo convivir con una sociedad descristianizada y un Estado laico, no a la defensiva sino en confluencia humanista con los valores de compromiso con la dignidad humana, lo que parece ser un terreno común entre religión y política alternativa a otras realidades.
En la práctica los gobiernos progresistas le han dado un nuevo sentido a la laicidad superando el laicismo más antirreligioso, signado por la exposición de Vázquez en la Gran Masonería: “Laicidad, como garantía de respeto y pluralidad, es factor de democracia”, y los distintos gestos de Mujica, abriéndose a confluencias que probablemente sean leídas desde el Vaticano, en particular por Francisco, como la oportunidad para aportar a un nuevo paradigma de relación entre la sociedad y la Iglesia en América Latina y el mundo en clave de secularidad.
Sacerdotes de referencia de una iglesia comunidad al servicio de los más pobres, como Javier Galdona, Paul Dabezies, Pablo Bonavia, vuelven a ser parte del gobierno de la Iglesia local, aunque no se pueden identificar, como en otro momento, laicos como Patricio Rodé que puedan generar la perspectiva de una Iglesia con un laicado de peso en las decisiones de la tan necesaria renovación que ha comenzado, que aún no se sabe adónde llegará.
Nelson Villarreal, licenciado en filosofía, maestrando en ciencia política y actualmente docente universitario.
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