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miércoles, 29 de octubre de 2014

JACK KING: EL ESPIA BRITANICO QUE ENGAÑO A LOS ESPIAS NAZIS

Hubo otro campo de batalla en la Segunda Guerra Mundial, sin sangre ni bombas. Se combatía con tinta invisible, emisoras de radio furtivas, mensajes cifrados y un aluvión de mentiras de ida y vuelta. En esa guerra paralela del espionaje era leyenda el agente británico Jack King, apodado así, El Rey, por su habilidad para engatusar a simpatizantes nazis de Gran Bretaña.



Enrolado en el M15 inglés, se hizo pasar por un alto jefe de la Gestapo que trabajaba en la Abwehr, los servicios secretos alemanes. Más de un centenar de agentes pro-alemanes le reportaban, evitando así que la información llegase a Berlín.

Siempre se había especulado con que tras Jack King se ocultaba John Bingham, el agente que inspiró al inteligente y anodino George Smiley de las fantásticas novelas de John Le Carré. Pero el verdadero King ha resultado ser un gris empleado de banca de una sucursal de Surrey, al sur de Londres. Su nombre: Eric Arthur Roberts.

El oficinista tenía una pecualiaridad, su dominio del judo y el jiu-jitsu

Casado y con dos hijos, calvo, de rostro ovalado y poco expresivo, Roberts llevaba una vida corriente: quince años trabajando en el Westminster Bank, en una oficina suburbial. Un día, para asombro se sus superiores, los servicios de espionaje acudieron a reclutar a aquel burócrata sin atributos relevantes. ¿Las razones? Había coqueteado en el pasado con grupos de extrema derecha y además hablaba español, francés y portugués. Curiosamente, muy poco alemán, aunque había veraneado allí en 1932 y 1934.

El M15 ha facilitado ahora la carta que dirigieron sus jefes del banco al coronel reclutador: «¿Nos podrían decir cuál es la particularidad de Mr. Roberts que hemos sido incapaces de percibir para que sea llamado a un trabajo militar de importancia nacional?». El oficinista sí tenía una peculiaridad, su dominio del judo y el jiu-jitsu. Pero era el anti-James Bond. La suya fue una labor sobre todo de mesa. Jamás necesitó las artes marciales.

Eric Roberts contactó con alemanes expatriados, con integrantes de la Unión Fascista Británica de Owald Mosley y con un gran número de antisemitas. Y los puso a trabajar para él. Es decir: a espiar para el alto jefe de la Gestapo que decía ser. Su dominio llegó a ser tal que incurrió en la osadía de distinguir a sus agentes con falsas medallas del Reich, fabricadas por el M15. A diferencia de otros espías de leyenda, como el español Garbo, nunca fue condecorado ni se reconoció su labor. Murió en el anonimato en 1972 y su mujer y sus hijos emigraron a Canad

Con permiso de Jack King, el barcelonés Juan Pujol García, «Garbo», fue tal vez el más brillante de los agentes dobles que utilizó el espionaje británico. En 1944 escribe su obra de arte. Los alemanes le demandan información sobre el gran desembarco.

Pujol envía 500 mensajes de radio a Berlín advirtiendo de que Normandía es un simulacro, que lo letal vendrá por Calais, a 249 kilómetros. Sus cables evitan que los alemanes envíen el grueso de sus tropas. Pujol no pierde su prestigio ni tras el desembarco real. El 29 de julio de 1944 Hitler le concede la Cruz de Hierro por sus «extraordinarios servicios a Alemania». Ese mismo año, en una ceremonia secreta, recibe el título de Caballero del Imperio Británico. Caso único, los dos antagonistas lo condecoraron.

Miguel Piernavieja resultó ser una calamidad para el oficio de espía

Los documentos desclasificados por el M15 revelan también la chapucera labor en Londres de otro espía español, Miguel Piernavieja, enviado a la capital británica por impulso del ministro de Exteriores de Franco, el germanófilo Serrano Súñer. El canario Piernavieja, que tenía entonces 26 años, resultó ser una calamidad para un oficio que exige ante todo discreción. Llegó haciéndose pasar por periodista y solo duró un año allí, antes de ser reclamado de vuelta por su vida bohemia y extrovertida.

Llegó a conceder una entrevista a un periódico popular inglés, el «Daily Express», proclamando que los nazis ganarían la guerra. Piernavieja enviaba sus informes a quien él pensaba que era un nacionalista galés entregado a los nazis, llamado Gwilym William. En realidad se trataba de un agente del M15.

Piernavieja se alquiló un buen apartamento en el 116 de Picadilly. Pero su oficina era el Café de París, donde se regaba en alcohol y triunfaba con las bailarinas, que admiraban su porte espigado y su rostro alegre de fino bigotito. De regreso, se reconcilió con el régimen enrolándose en la División Azul, donde distinguió en combate. En sus años maduros, fue un alto directivo del Consejo Superior de Deportes.

Por último, los nuevos documentos airean que el M15 espió durante décadas todas las llamadas y correspondencia de los historiadores Eric Hobsbawm y Christopher Hill, ambos de conocida militancia comunista. Están considerados dos de los más brillantes en su campo del siglo XX británico.


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