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jueves, 21 de agosto de 2014

J. FOLEY: QUIEN ERA EL PERIODISTA ASESINADO BRUTALMENTE POR ISLAMISTAS SUNNITAS

Durante 635 días, los familiares, amigos y compañeros del periodista usamericano James Foley mantenían la esperanza de que regresara de Siria con vida como lo hicieron otros periodistas secuestrados mientras cubrían el conflicto, entre ellos los españoles Javier Espinosa, corresponsal de El Mundo, el fotógrafo Ricard García Villanova y el reportero de El Periódico Marc Marginedas.



James Foley, natural de Rochester, en el Estado de New Hampshire, y graduado en la escuela de periodismo de Medill (Illinois), fue secuestrado por un grupo de militantes yihadistas en la provincia de Idlib el 22 de noviembre de 2012. En la noche del martes se supo que James Foley, freelance para Global Post y la agencia France Presse, había sido asesinado por sus verdugos como represalia por el ataque de la aviación usamericana a posiciones del Estado Islámico en Irak.

Veterano en la cobertura de conflictos como el de Afganistán, donde cubrió empotrado la labor de las tropas estadounidenses, y concienzudo profesional, a sus 40 años James Foley fue retenido en 2011 en Libia por las fuerzas del régimen durante seis semanas junto con la periodista Clare Morgana Gillis y el fotógrafo español y premio Pulitzer Manu Brabo.

El periodista Anton Hammerl perdía la vida en la emboscada que llevó al arresto de los tres periodistas. “Me salvó la vida dos veces antes de que pasara un mes desde que nos habíamos conocido”, escribió Morgana hace un año en homenaje a su colega en la web Syria Deeply.

Los perfiles en Facebook de amigos y compañeros se tornaban ayer a negro. La ola de secuestros de periodistas tanto extranjeros como sirios pretende crear un apagón informativo sobre lo que ocurre en el país y a sus gentes, sobre todo en la parte controlada por los rebeldes, donde decenas de periodistas extranjeros han arriesgado sus vidas. Reporteros Sin Fronteras cifra en 39 los periodistas muertos desde el inicio de la guerra en marzo de 2011.

Decenas de periodistas permanecen secuestrados en Siria, entre ellos Austin Tice, joven informador norteamericano de 33 años que desapreció hace dos cuando cubría los combates en la periferia de Damasco. “Nunca hemos estado más orgullosos de nuestro hijo Jim. Dio su vida intentando exponer el sufrimiento del pueblo sirio ante el mundo”, ha recordado Diana, la madre de James Foley, en un comunicado

Por suparte el periodista español Javier Espinosa recuerda de esta manera a su colega asesinado:

«¿Qué tal hermano?». Era su saludo habitual. Incluso si era la primera vez que te veía. James se expresaba en un español más que aceptable.

Pero su dominio de los idiomas -hablaba un poco de árabe-, su calado humano o su temple a la hora de afrontar situaciones de riesgo no eran el elemento más atractivo de su carácter. Jim parecía ser un personaje indestructible. Quizás por la profunda fe en la que se apoyaba y que compartía con su madre, Diane Foley, otra irreductible. No debería extrañar por ello, que el camarógrafo se convirtiera en el soporte moral de los compañeros que compartieron cautiverio con él durante los 44 días que pasaron encarcelados durante la revuelta de Libia en el 2011.


Foley fue capturado el 5 de abril de ese año por las tropas de Muamar Gadafi en Brega, junto a otros dos informadores, incluido el fotógrafo español Manu Brabo. «Jim dedicó todas sus energías a mantener nuestra fortaleza y esperanza. Fuimos compañeros de celda durante dos semanas y media, y cada día se le ocurría una lista de cosas sobre las que podíamos hablar. Tus 10 películas, tus 10 libros favoritos. La caída del Imperio Romano y el Renacimiento de la civilización occidental. ¿A qué persona famosa te gustaría conocer? ¿Cómo podemos ser mejores personas cuando salgamos de aquí?», escribió la también reportera norteamericana Clare Morgana en mayo del 2013 en la publicación Syria Deeply.

Lo primero que hizo nada más recobrar la libertad fue organizar una subasta para recaudar fondos para la familia de Anton Hammerl. El fotógrafo sudafricano murió abatido por los soldados libios en el mismo suceso de Brega. La condición humana de Foley siempre antecedió a su incansable dedicación profesional. «Jim es un ser humano excepcional. Una de las personas más buenas que conozco», señaló el fotógrafo español Ricardo García Vilanova.

Porque Foley no era un reportero de guerra al uso. En realidad se licenció en Historia y comenzó trabajando como profesor de literatura norteamericana en 1996. Su madre recordaba que su afición por el periodismo surgió mientras ayudaba a los «desposeídos» de Phoenix y Chicago. «Se dio cuenta de que quería contar historias reales. Historias sobre la vida de la gente. Y se dio cuenta de que el periodismo era la manera para relatar lo que estaba pasando en el mundo», refirió Diane a la publicación Columbia Journalism Review.

Su primer destino como camarógrafo de conflictos fue Afganistán en el 2011, donde trabajó para la revista militar norteamericana Barras y Estrellas. Permaneció durante meses empotrado con agrupaciones como la 101 División Aerotransportada, una de las unidades de élite del ejército de EEUU. Pocos meses después llegó su confirmación como uno de los camarógrafos más intrépidos y reposados de la camarilla que cubre conflictos bélicos.

Libia se había levantado contra las exacciones del dictador Gadafi y Foley no dudó en unirse a las columnas de sublevados que se habían apoderado de la ciudad de Bengasi. Recuerdo una jornada en la que me crucé con él en medio de los feroces combates que se libraban a metros de nuestro emplazamiento en la ciudad de Sirte en septiembre del 2011. Se movía con una total parsimonia y no dejaba de sonreír cuando hablabas con él pese a que los obuses de mortero y los RPG's explotaban a sólo metros del lugar. Su simple presencia en la última batalla de aquella guerra era un ejemplo más de su abnegación. Foley había estado a punto de correr la misma suerte que Hammerl aquel 5 de abril en Brega.

«Cuando intentábamos acercarnos a la línea del frente vimos que los rebeldes se retiraban a la carrera. No nos dio tiempo a huir. De repente aparecieron unos soldados de Gadafi en las dunas y comenzaron a disparar. Empezamos a correr. Las balas hirieron a Anton (Hammerl, el reportero sudafricano). No podíamos ayudarle. Nos tiramos en la arena pero las balas seguían silbando por encima de nuestras cabezas. Al final me levanté con las manos en alto y les grité que éramos periodistas», me relató el propio Foley cuando me encontré con él. Su inesperada reacción salvó al resto de los informadores.

El reportero era el hijo mayor de los cinco vástagos que tuvieron John y Diane, una pareja asentada en New Hampshire. Uno de sus hermanos, John, es piloto de la fuerza aérea norteamericana y participó en la invasión de Irak en el 2003. Los radicales que acabaron con su vida convirtieron esta circunstancia en uno de los motivos principales de su odio hacia el reo, tal y como se pudo confirmar durante su alegato final, cuando los fundamentales le obligaron a dirigirse a su hermano antes de ejecutarle.

«John, piensa en lo que estas haciendo, en las vidas que has destruido incluidas las de tu propia familia. Te hablo a ti John, piensa en los que tomaron la decisión de bombardear Irak. ¿Crees que pensaron en tu familia? ¿En mí? Yo morí ese día, John, cuando tus amigos comenzaron a lanzar bombas contra Irak», se le escucha decir en la grabación.

Había sido secuestrado el 22 de noviembre del pasado año cuando viajaba en compañía de otro periodista occidental y de su traductor sirio en las inmediaciones de Binish, un poblado de la provincia de Idlib. «Nos habíamos detenido en un café con internet para enviar algunas fotos. Nos tendieron una trampa. Al salir de Binish un vehículo nos cerró el camino. Varios pistoleros salieron apuntándonos con sus armas», explicó a este diario el joven sirio, que fue liberado posteriormente. Durante meses el joven, natural de Binish, intentó localizar el paradero de la pareja de informadores occidentales sin ninguna suerte. «Nadie quiere hablar. Tienen miedo», aclaró en otra conversación posterior.

La publicación para la que colaboraba, The Global Post, llegó a acusar al régimen sirio de tenerlo cautivo. En realidad eran los militantes del Estado Islámico de Irak y Levante (IS por sus siglas en inglés) los que le habían raptado. Pese a su experiencia en Libia, el camarógrafo de 40 años -los cumplió mientras era rehén de los fundamentalistas- decidió acudir a la guerra de Siria, ignorando las repetidas advertencias que recibió sobre el riesgo que suponía esa contienda. No se trataba de inconsciencia sino de «pasión», como reconocía su padre. «Antes de irse por última vez a Siria, James reconoció que había encontrado su pasión en el periodismo.

El periodismo juega un papel fundamental a la hora de arrojar luz en medio de la oscuridad y el sufrimiento que domina las guerras», relató su progenitor. Jim asistió en Siria a los primeros avances rebeldes en Idlib y sobre todo a la sorprendente ofensiva que organizaron en Alepo en el verano del 2012. Su carrera y por ende su vida, se vieron truncadas por el destino. Una simple parada en un café. Los largos meses de prisión y privaciones tampoco consiguieron quebrar su fortaleza espiritual.

Su alocución en los últimos minutos de su vida -fue capaz de mantener la serenidad en un brete como ése- son un reflejo de su entidad.Como dijo su madre en el mensaje que difundió a través de Facebook: «Nunca estuvimos tan orgullosos de Jim. Dio su vida para mostrar el sufrimiento de los sirios».

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