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viernes, 25 de julio de 2014

L. GRINSPAN: INFORMANDO DESDE LA ZONA DE GUERRA EN MEDIO ORIENTE

Estamos a mediados de julio en un país en donde las personas, hace ya más de dos semanas, se levantan todas las mañanas con las sirenas, como despertadores que anuncian la próxima caída de un misil; en donde los miembros de las familias se acuestan vestidos y con oídos atentos, por si hay que correr al refugio más cercano; en el que a cada lugar al que uno se dirija debe identificar los sitios seguros para protegerse en caso de emergencia.



Un país en el que Yosi, de 28 años, hace tres semanas se dedicaba a sus labores diarias como gerente de un supermercado, pero hoy día se encuentra incomunicado, sirviendo a su país en el ejército como reservista dentro de la franja de Gaza, donde, según informan los medios israelíes, se destruyen túneles y elimina armamento militar perteneciente al grupo Hamas, calificado por la Unión Europea, Estados Unidos, Israel, Japón, Australia y Canadá como terrorista.

Mientras que sus padres esperan, día a día, conocer noticias de su paradero, con el único anhelo de que ningún miembro del ejército les golpeé la puerta de su casa a cualquier hora del día para comunicarle sobre el fin de la vida de su hijo, en medio del conflicto bélico para defender a su país, como ellos lo catalogan.

Una tierra en la que, desde la franja de Gaza, se lanzan a diario más de 100 misiles por parte de miembros del grupo Hamas, los que en un 90% son derribados por la Cúpula de Hierro (sistema de contramísiles israelí), mientras que el otro 10% cae sobre zonas aisladas.

Un lugar en el que Moisés, de ocho años, hace más de dos semanas se encuentra encerrado en el refugio de su casa, en la ciudad de Sderot, limítrofe con la franja de Gaza, donde permanece a salvo de los misiles que caen constantemente sobre la urbe.

Mientras que dentro de la franja de Gaza, Abdel Hamid, quien residía hasta hace dos semanas en la ciudad de Beit Hanoun, al noreste de la zona, ha tenido que huir al sur para proteger a su familia, alojándose en la ciudad de Deir Al-Balah, limítrofe con el mar Mediterráneo, lejos de los peligros del conflicto entre Israel y el grupo Hamas, pero con la preocupación por el paradero de su hermano Abdalá, quien se quedó con su familia en su ciudad natal, a instancias de la petición realizada por Hamas de no abandonar los hogares.

Familia que, días más tarde, perdería la vida por estar en un edificio en el que había armamento militar y desde el que se lanzaban misiles que serían eliminados por el ejército de Israel, que ya había advertido a la población del lugar, través de papeles lanzados desde aviones, de que evacuaran el sitio porque lo iban a atacar.


Un conflicto entre un Estado, con más de 8 millones de personas, y un grupo calificado de terrorista o movimiento de resistencia islámico, que está alojado dentro de la franja de Gaza en donde vive más de un millón 800 mil personas (civiles a quienes se les ha trastornado la vida de los dos lados) y que, por el momento, no tiene una solución a la vista.


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