“Es tan inteligente”, dice Warfa de su hija, Cibar, de 9 años, mientras trata de ayudarla a recordar el alfabeto en inglés. Cibar sólo puede llegar hasta la letra “C”. “Es muy inteligente”, dice de nuevo su madre, “pero lleva dos años sin ir a la escuela. Se ha olvidado”.
Cibar, una niña brillante y hermosa, está sorda. Incluso en las buenas épocas necesitaba ayuda especializada. Durante el último mes, ha estado viviendo en el campamento para refugiados de Kawergosk, en el norte de Irak; es una de los más de 61.000 refugiados sirios que han llegado desde mediados de agosto, elevando la cifra a un total de 196.843 refugiados sirios inscritos en Irak.
Antes de llegar aquí, el conflicto ya le había impedido acudir a la escuela.
Su historia tiene una frecuencia trágica.
“Quiero ser presidenta de Irak”, dice Adla, de 15 años. También vive en Kawergosk, y tampoco ha pisado una escuela en los últimos dos años.
El hermano mayor de Adla murió en los combates. La familia cruzó la frontera sin ninguna posesión. Cuando hablé por primera vez con Adla, ni ella ni sus hermanas se habían cambiado de ropa en un mes.
¿Por qué, con todo lo que ha ocurrido, la escuela es tan importante?
Adla comienza a llorar. “Porque quiero ayudar a mi madre y a mi padre”, dice, secándose rápidamente las lágrimas de los ojos.
Pero Adla no tiene ninguna posibilidad. En Kawergosk no hay escuela secundaria.
Y, desde luego, no hay una enseñanza especializada para Cibar.
El 11 octubre, el Día Internacional de la Niña de las Naciones Unidas hizo énfasis en las niñas de todo el mundo que no van a la escuela. Se cree que alrededor de 17 millones de niñas nunca obtendrán acceso a la escuela, y millones más no podrán terminar su educación debido a factores como las barreras culturales, el hostigamiento sexual y, en el caso de Adla y Cibar, las consecuencias de las situaciones de emergencia humanitaria.
UNICEF trabaja con ACNUR y UNESCO para evaluar el déficit en la educación para los sirios en Irak, y las cifras no son buenas.
UNICEF ha advertido la posibilidad de que surja una “generación perdida” si no hacemos todo lo posible para ayudar a los niños de Siria.
Una generación perdida comienza cuando las niñas corren un mayor riesgo de ser víctimas del trabajo infantil, el matrimonio temprano y la violencia. Porque la escuela no sólo educa a las niñas, también las protege.
¿Pero qué ocurrirá a largo plazo? ¿Qué perderemos si Cibar y Adla no disfrutan del derecho que la mayoría de nosotros damos por sentado, es decir, lograr plasmar nuestras ambiciones, o al menos tener la posibilidad de hacerlo? ¿Qué costo supondrá, para ellos y para nosotros, desperdiciar todo su potencial?
No tener nada que hacer puede ser corrosivo, y realmente no hay nada que hacer en un campamento de refugiados.
Cibar pasa el tiempo con las niñas vecinas. Ellas no pueden leer los signos, y ella no puede hablar.
El mayor pasatiempo de Adla es buscar agua.
A la edad en que uno tiene el derecho de pensar que puede lograr cualquier cosa, tener que enfrentarse a todo lo contrario, de una manera tan descarnada, es cruel e injusto.
Fuente:Unicef
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