En agosto de 2003 fue procesado con prisión (estuvo 57 días preso) por el juez de Carmelo, Carlos Colmenero, por coautoría de usurpación de funciones. Colemenero sostenía entonces en su fallo que el delito se configuraba porque bajo órdenes de Lissidini trabajaban en Aduanas personas con contratos que ya no estaban vigentes.
En todo caso un error administrativo, pero para prisión ? Que casualidad !
Veamos ahora esta interesante nota del diario El País sobre el tema.
La estufa a leña calienta el pequeño living de la vivienda número 12 en la cooperativa IC 20, en medio de un barrio obrero en Paysandú. Acá vive Juan Pereyra, uno de los referentes del movimiento que agrupa a decenas de bagayeros o bolseros que han enfrentado públicamente al cero kilo decretado por el gobierno el 8 de abril. Es el "cero kilo" más largo y fuerte que recuerden en mucho tiempo.
En la pared del living de su casa hay varios cuadros que, un poco, definen a Pereyra, de 38 años y cuatro hijos. Allí se puede ver un dibujo del rostro de Ernesto "Che" Guevara, otro del fallecido presidente venezolano Hugo Chávez abrazado al Che y un tercero de José Artigas. "Gente sana y humilde como ellos ya no hay", dice Pereyra, mientras el más pequeño de sus cuatro hijos (Valentino, de cuatro meses) llora a mares en el cuarto.
En la cocina hay una heladera nueva, una mesa grande y un aparador también bastante nuevo. La casa de Pereyra es una típica casa de clase media tirando a baja. Y se nota que, sin hacerse rico, vive dignamente con su mujer y sus hijos.
Cuesta entender que bagayeros como Pereyra se muestren en forma tan abierta, que no oculten lo que hacen. Pero, no es raro. Cientos de sanduceros cruzan cada día desde hace décadas a Colón cada vez que la diferencia cambiaria hace que convenga comprar allá (lo que pasa bastante seguido). Algunos hacen el surtido personal, otros revenden. Eso es así desde diciembre de 1975, cuando se construyó el puente, y también antes cuando se cruzaba en lancha. El contrabando está integrado a esta sociedad: la cultura del bagayo es tan fuerte, que la mayoría acá no lo condena aunque sea ilegal. Y ser bagayero (o bolsero, como se le dice al que cruza caminando, a veces hasta varias veces por día) es un trabajo para mucha gente y un trabajo bastante digno, dicen.
"Yo hice de todo en mi vida. Menos chorro, de todo", dice Pereyra, flaco y movedizo. Y, en efecto, ha hecho de todo. Ha vendido lo que sea de casa en casa. También fue funcionario de la intendencia, donde lavaba autos. Pero dejó ese cargo estable: el contrabando le daba más plata. En el último año viajaba dos veces por día a Colón para comprar comestibles y venderlos en Paysandú y otras ciudades uruguayas. Con eso juntaba unos 900 pesos por día. Ahora, con el cero kilo, viajó a Montevideo y compró medias en "el barrio de los judíos" para vender acá en Paysandú. Con eso, da para "ir comiendo".
Pereyra busca la guitarra y dedica unos minutos a afinarla. A él le gusta la música, es compositor y hace canciones folclóricas con un estilo que define como "medio revolucionario". Y entonces canta una canción que popularizó en el campamento que los bagayeros levantaron abajo del puente y que también tocó el 1° de mayo.
La letra está dirigida al presidente José Mujica y arranca así: "A ver señor Pepe, qué le ha pasado que se olvidó / de todos los bagayeros que usted en campaña siempre nombró / Qué ha pasado mi Pepe que por ser pobre vos te olvidás / Pero pa` las elecciones acá en el barrio vos vas a andar". Sus hijos bailan al son del estribillo, que dice "no somos contrabandistas, somos bolseros y nada más / no somos contrabandistas, somos bolseros y nada más".
Termina la canción y Pereyra cuenta que prepara una marcha nacional de bagayeros de todos los pasos de frontera: quieren movilizarse hasta la casa del presidente o el Palacio Legislativo. Y, según los cálculos de sus colegas de Salto, hay unas 90.000 personas que en todo el país viven del contrabando.
Puestos. Pereyra sale de su casa y se ofrece a hacer de guía por el Paysandú del bagayo. Una de las primeras paradas del tour es en uno de los dos "bagashopping", el que está atrás de la terminal de ómnibus. Allí uno da dos pasos y enseguida los puesteros atacan: "¿Qué se le ofrece?", "mire que no molesta, muchacho", "puede probarse lo que quiera". Las camperas y buzos se venden por un rango de precios que van de 350 a 700 pesos. Los pantalones están más o menos en ese rango, pero hay algunos jogging a 200 pesos.
Ahí se sigue vendiendo mucha cosa de contrabando. La mayoría de los puestos son de ropa y chucherías. Y hay algunos que -ahora medio escondidos- tienen alimentos y bebidas a la venta. Traídos de Argentina, claro.
Liliana López es una de las 70 personas que trabaja en el bagashopping. Vende ropa femenina, pulseras, collares y lentes. Tiene un puesto allí hace años. Responde con evasivas ante la pregunta de dónde salen los productos. Dice que ha encargado ropa a "una señora" que las fabrica acá, porque le falta mercadería. También compra mercadería incautada por la Aduana. Y se queja: "¿Quiénes son los políticos para decir que el bagayo destruyó al país? Si fueron ellos, los políticos, los que lo hicieron".
Pero parece bastante obvio que, al menos en lo que respecta al bagashopping, el cero kilo no es tan eficaz. Más allá de que algunos puesteros puedan tener stock anterior al 8 de abril y que otros vendan algunos productos uruguayos, sigue habiendo formas de pasar el contrabando. A través del río, por ejemplo.
En el puente por momentos los controles se flexibilizan y los funcionarios miran solo las valijas de los autos, según comprobó Qué Pasa cuando cruzó por allí esta semana (ver crónica en la página 8).
Pero la mayoría de la gente ya no se anima a traer comida desde Colón y aquello de llevarse el surtido de la semana o del mes, por ahora, es cosa del pasado.
Paysandú es, además, la frontera donde, al decir de un funcionario de Aduanas, se ha realizado el "apriete" mayor. Las cifras lo muestran: hubo 393 actas de incautación contra 295 en Salto entre el 8 de abril y el 15 de mayo. Pero ese jerarca también dice que en Paysandú la Aduana tiene solo seis funcionarios para la revisación en cuatro turnos. Cuando se arman colas largas, la orden es facilitar el tránsito y controlar en forma aleatoria.
En el otro bagashopping de la ciudad, ubicado en una zona de cooperativas de viviendas, no dejan sacar fotos a la mercadería. Uno de los que vende cuenta que ayer tuvo un fuerte altercado con los de la Aduana, y que lo destrataron. Le sacaron dos pantalones nuevos que llevaba puestos. También llevaba escondidos dos kilos de azúcar y dos de harina. Pero los pantalones, dice, eran de él y los llevaba por el frío. El aduanero no le creyó.
Todo más caro. Así como los dueños de los comercios de Paysandú celebran porque en algunos rubros ahora venden entre 30 y 50 por ciento más, muchos de sus clientes protestan. Porque ahora han tenido que rearmar su presupuesto: la plata ya no rinde. La gente que hacía el surtido en Colón gasta varios miles de pesos más por mes desde el 8 de abril.
En la puerta del local de una cadena de supermercados local, una pareja habla de eso. Y dice que el remarque de precios es "cruel" (otros dirán lo mismo y no solo respecto a este supermercado). "El aceite que antes estaba a 40 pesos, ahora está casi a 60", dice uno. Hasta hace un mes y medio la gente traía lo que quería de Colón, desde una funda de Coca Cola hasta un lechón. "El que dice que nunca iba, te miente", dicen ellos.
Este remarque de precios es negado por los comerciantes. Pero sí ha sido detectado por la dirección de Aduanas de Paysandú, cuyas autoridades -según supo Qué Pasa- plantearon específicamente que esto juega contra la estrategia del cero kilo. Así, se acordó que habrá controles del Ministerio de Economía sobre los precios.
A las estampitas. La siguiente parada es el barrio de la costanera, donde hay muchos ranchos de lata y material. Pereyra presenta a Jorge Burnes, quien -a sus 60 años- es uno de los bagayeros de la vieja guardia. Arrancó en el contrabando a los 16, cuando ni el puente estaba. Burnes está enojado con el gobierno y sobre todo con Mujica. "Quieren que hagamos una mini empresa... ¿Con qué? Si nosotros somos bolseros, trabajamos con mil pesos por día", protesta. "Y cortan con nosotros, los más chicos. Los más grandes (contrabandistas) siguen trabajando", dice después.
Pero Burnes tiene bastante ingenio: ahora compró decenas de estampitas del papa Francisco, que las ofrece a voluntad en Paysandú, Young y otros lugares. Así, entra a su casa y vuelve con una bolsa llena de estampitas. "Si me dan dos pesos, ya me sirve, porque las compré a un peso", dice entre risas. Hay gente "de buen corazón" que le da hasta 50 pesos.
Unos metros más allá está la casa de María Esther, una vivienda precaria donde sigue habiendo unos pocos comestibles a la venta, como galletitas y snacks. Con eso hace unos 300 pesos por día. Hace un rato que llegó del campamento que los bagayeros levantaron al principio del conflicto abajo del puente. Ahí hay una olla popular con tres o cuatro personas siempre, que cobran un peaje a voluntad. De esa olla popular también vive ella.
En un momento se llegó a hablar de cientos de familias viviendo del bagayo y algunas protestas reunieron a más de cien contrabandistas. Hoy el grupo de bagayeros está dividido, perdió algo de fuerza y no acepta las propuestas de formalización del gobierno, dicen algunos comerciantes de Paysandú. Y algo de eso hay. María Pírez, por ejemplo, es una contrabandista que hace dos años fue agarrada con 17 bultos a la orilla del río Uruguay y que generalmente pasaba las cosas por agua (y luego las revendía). Ella dice que no va más a la carpa que está al pie del puente porque la mayoría de los bagayeros "no tiene ambiciones", no quieren mejorar.
El intendente Bertil Bentos estima que más de 100 familias vivían del contrabando y que ese es el sector de la sociedad sanducera que se ha visto perjudicado en forma más directa. Muchos de ellos "no saben hacer otra cosa que ese trasiego de mercadería en beneficio propio".
Las Brisas, otro barrio de casas humildes, está a unas cuadras del puente, una ubicación estratégica. En un rancho de techo de chapa y a medio terminar, vive Iván Ferrari, su mujer y sus dos hijos.
En el predio hay bolsas de portland por todos lados, porque está ampliando: quiere hacer una cocina con horno a leña. Las paredes están sucias y lo único nuevo, reluciente, es una heladera que parece recién comprada. Un cartel, escrito a mano y colgado de un frágil techo de madera, muestra los precios de diferentes productos que solía vender en su casa. Tiene 38 años y desde 1996 cruzaba a Argentina en moto a comprar comestibles y ropa, aunque siempre combinó eso con changas en la construcción o en el campo. Sacaba unos 15.000 pesos al mes con el contrabando. Ahora, dice, le cortaron el negocio.
Hace unos días lo llamaron del Centro Público de Empleo (CePE) porque se había anotado en una bolsa laboral. Pero no sabe si saldrá algo. "Yo quiero un trabajo formal, para tener una jubilación", dice Ferrari, mientras los nenes cantan la canción del payaso Plin Plin. "¡Cállese!", grita él. Le hacen caso y el varón se pone a jugar en el piso.
A unas cuadras de ahí, en el puente y a eso de las 18.30 empieza a formarse una cola de unos 10 autos. Una fila que en un rato será de tres cuadras. A la hora de salir de trabajar, muchos cruzan a Colón a poner nafta. La diferencia de precio es grande, aún con la rebaja si se paga con tarjeta del lado uruguayo. La nafta súper allá sale 18 pesos el litro y del lado uruguayo 29 pesos con el descuento de frontera.
A esta misma hora las estaciones de servicio en Paysandú están vacías. Porque puede ser que haya cero kilo, pero por ahora cero combustible, no. En los supermercados de Paysandú sí hay gente. El drama, reflexionan muchos en voz alta, vendrá si en las fiestas de fin de año todo sigue igual y el cero kilo se mantiene.
O si al menos no se flexibiliza. Pero, con la campaña electoral a la vuelta de la esquina y con las experiencias de otros "cero kilo" que no duraron demasiado, muchos piensan que el gobierno no querrá pagar un costo tan alto. Porque si eso se pasa, "el Frente no gana más en Paysandú, esto es una judería a los pobres", dice Pereyra, el bagayero. Y están de acuerdo muchos de los sanduceros que ahora tienen que pagar el aceite o el arroz al doble que antes.
LAS COLAS PARA PONER NAFTA
Buena parte de los sanduceros siguen cargando combustible del lado argentino. El fin de semana pasado hubo colas de casi una hora y media para cruzar el puente. Era gente que iba a poner nafta y a comer del otro lado. Esta semana Ancap inició controles, dirigidos solo a quienes realizan tráfico de nafta para vender. "Tenemos un listado de gente, muchos con tanque adulterado", dicen en la Aduana.
EL TRÁFICO SE REDUJO A LA MITAD
Paysandú. Hasta el 15 de mayo hubo 393 actas de incautación (básicamente ropa, comestibles, repuestos y combustible). Se pasó de un promedio de 3.800 pasajeros diarios por el puente a unos 1.400.
Salto. Hubo 265 procedimientos. Antes pasaban 3.050 personas en promedio y ahora 1.485.
Los lanchones nocturnos
Hay varias teorías sobre cómo sigue entrando el contrabando. Algunos, por ejemplo, dicen que de madrugada pasa mercadería por el puente. Pero un alto funcionario de la Aduana, quien pide no ser identificado, admite que el contrabando grande sigue entrando y que lo hace por el río. Y que hasta hay toda una organización mafiosa detrás. Algunos hablan, incluso, de "la mafia del río".
El 23 de abril, El País publicó que los lanchones cruzan todas las noches la corta distancia que separa la margen argentina de la uruguaya frente a Salto y Paysandú.
El funcionario de la Aduana dice que la Aduana no puede controlar eso y que tampoco la Prefectura, que no tiene medios ni gente para un control eficiente del agua. Ese funcionario considera que la única solución es mandar al Ejército a controlar el río, donde "el flujo es constante".
También es verdad que algunos bagayeros han entrado mercadería en autos argentinos, a los que se suele controlar menos. La Aduana detectó eso y en los últimos días detuvo dos coches de matrícula argentina con productos para vender en Paysandú.
Otra estrategia es tirar bolsas desde arriba del puente para que las agarren desde este lado, por ejemplo, en el campamento que se ha instalado a la entrada de la Aduana.
Eso, dice el funcionario consultado, ha pasado varias veces en las últimas semanas pero habitualmente no llegan a tiempo de cortarlo.
EFECTO DEL CERO KILO
Se vende el doble de aceite
Luisina Chuayre, gerente del Centro Comercial de Paysandú, tiene siempre su oficina trancada con llave. Desde que el 8 de abril se decretó el cero kilo ha vivido momentos difíciles porque los bagayeros hicieron manifestaciones que pasaban por la sede y tiraban bombas brasileras contra las ventanas.
El centro, que agrupa a 500 empresas, celebra el cero kilo porque en el último año el comercio sanducero se había visto muy afectado por los precios bajos en Argentina. La cámara hizo un relevamiento, que muestra que en un mes las ventas aumentaran cerca de 30% en el rubro comestibles y en ropa. Pero algunos productos crecieron más. Es el caso del aceite, cuyas ventas aumentaron un 50%. "Para Paysandú fue un cambio", dice Chuayre, "pero nosotros no estamos contra la gente y también sabemos que el costo de vida acá es muy alto".
¿Y los bagashopping? El presidente del centro Federico Nicolini dice que esos puestos fueron tolerados en la época de la crisis de 2002, pero que ya es hora de que la Intendencia los regularice y que la DGI y Aduanas controle más lo que allí se vende.
Sebastián Cabrera
Fuente:El País
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