Catar se ha convertido en uno de los principales defensores de la intervención internacional en apoyo a los rebeldes libios. Esa apuesta diplomática es el último ejemplo de una ambición de influencia global, que desborda el pequeño tamaño del emirato (11.327 qms2).
Atrapado entre los dos grandes antagonistas regionales, Irán y Arabia Saudí, el mayor exportador de gas del mundo busca hacerse con un nombre propio que garantice su existencia. Su apoyo selectivo a las revueltas árabes también revela la contradicción de que una monarquía absoluta respalde un proceso democrático.
"Fue el primer país árabe en reconocer a los rebeldes, pero su decisión de participar en el mantenimiento de la zona de exclusión [aérea] es un salto cualitativo", estiman fuentes diplomáticas occidentales en Doha. Los seis bombarderos cataríes han dado credibilidad al carácter humanitario de la misión en una zona donde la injerencia extranjera despierta grandes recelos. Pero también refuerzan el protagonismo de Catar en la región. El emirato, cuyo deseo de proyección internacional se evidenció con la creación de Al Yazira hace 15 años o la puja por el Mundial de fútbol de 2022, espera que esa intervención militar permita el triunfo de los rebeldes y la democratización. Su apoyo obtendría entonces grandes réditos políticos y diplomáticos.
"También hay algo personal en la decisión", apunta un observador que recuerda los repetidos insultos del líder libio, Muamar el Gadafi, al emir Hamad Bin Jalifa al Thani. Durante la última cumbre árabe, le llamó gordo y en la del año anterior interrumpió su discurso. A Gadafi se atribuye también el rumor de un golpe palaciego el pasado 28 de febrero. En cualquier caso, la apuesta no está exenta de riesgos. Aunque el emirato ha escapado a las exigencias de democracia de otros países de la zona, su apoyo a las revueltas tampoco es universal. La entusiasta cobertura de Al Yazira a los levantamientos populares de Túnez, Egipto, Libia y Yemen, no ha tenido equivalente en Bahréin. Los Al Thani, como el resto de las monarquías suníes de la península Arábiga, temen la posibilidad de que la mayoría chií de esa isla-Estado consiga más participación en el Gobierno. La cadena, considerada un instrumento de su política exterior, tampoco ha prestado atención a las protestas en Omán o Arabia Saudí.
El jeque Hamad, que llegó al poder en 1995 tras derrocar a su padre en un golpe palaciego, gobierna con poderes absolutos aunque se comporte como un monarca ilustrado. El cauteloso proceso de reformas que lanzó con las elecciones municipales de 1999, se paró tras la Constitución de 2003. El Parlamento, anunciado para el año siguiente, no ha llegado a elegirse. Tampoco parece existir presión popular para ello. Da la impresión de que la riqueza hubiera inmunizado a los cataríes frente a las aspiraciones de participación política. Con un 14% de las reservas mundiales de gas y apenas 250.000 nacionales (de un total de dos millones de habitantes), Catar disfruta de la renta per cápita más alta del mundo (145.300 dólares).
"Hay algunas divisiones entre las tribus y tensiones entre conservadores y modernizadores", señalan varios analistas. No obstante, coinciden en que de momento, y salvo que varios factores se superpongan, ninguno de ellos constituye una amenaza para la monarquía. El jeque Hamad puede concentrarse así en su ambiciosa política exterior como medio de garantizar la seguridad de su país, a la sombra de los dos gigantes regionales que le rodean. Para ello mantiene buenas relaciones tanto con Irán, con quien comparte su principal depósito de gas, como con EE UU, cuyo cuartel general del Mando Central (CENTCOM) y bases logísticas asociadas alberga y, según han revelado los cables de Wikileaks, contribuye a financiar de forma generosa.
Esta doble relación explica una diplomacia que algunos analistas califican de "creativa" y otros tachan de "peligrosa", pero que los cataríes defienden como "independiente". Doha se ha alineado con Washington en Libia y Yemen, pero sin embargo sigue trabajando con Irán y no respalda el cambio de régimen en Siria.
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