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domingo, 27 de febrero de 2011

LIBIA: UN PROBLEMA A LAS PUERTAS DE LOS RICOS DE EUROPA

Parecía poco probable que Libia, pudiera permanecer inmune a la marea que se llevó por delante a las dictaduras de Túnez y de Egipto. Gadafi dominaba hasta hace unos días de manera férrea, un país en el que el descontento ha ido en aumento y los ciudadanos han mirado con repugnancia creciente las discrepancias entre su retórica de la democracia directa y su control autocrático del poder.


En 2006 escribí un artículo sobre él; entonces, la cuestión fundamental era si el cacareado proceso de reforma era una realidad. Parecía que el mayor reformista era su hijo Saif el Islam. Saif habla muy bien, pero con escaso respeto a la verdad.

Durante una reunión con él y varios diplomáticos estadounidenses en 2008, me asombró oírle decir que eran inminentes los mismos planes que ya había calificado como tales en una conversación que habíamos mantenido en 2005, sin que pareciera sentir ninguna vergüenza por no haber avanzado absolutamente nada en ninguna de las cosas que había prometido.

Al régimen siempre le ha gustado atribuirse el mérito de las bellas ideas que propone y nunca ha reconocido que ni siquiera intenta llevarlas a la práctica.

Los libios saben que esta actitud representa un grado de hipocresía superior al que suele ser habitual en el resto del mundo, y muchos reciben los magnánimos decretos que llegan de las alturas como meras interferencias en las ondas.

Durante mucho tiempo, los libios no sentían gran amor por Gadafi, pero tampoco un odio especial; en muchos sentidos, era irrelevante para su vida cotidiana, que se desarrollaba con arreglo a una lógica tribal muy anterior a que el régimen se hiciera con el poder.

Los libios recelan de la democracia; les gusta tener un gobernante fuerte que sea capaz de impedir que estallen las rivalidades entre tribus. Pero no les gusta demasiado su gobernante actual.

El régimen de Gadafi ha cometido varios errores estratégicos desde que publiqué mi artículo en 2006.

El más evidente ha sido su renuncia a los planes de reforma de Saif. A Gadafi le interesaba sostener la feroz batalla entre los partidarios de la línea dura y los moderados, contar con un portavoz moderado para Occidente (de ahí la reunión entre Saif y los diplomáticos) y mantener el rostro inflexible ante su propio pueblo.

Dentro del Gobierno, cada bando tenía sus momentos de creerse favorito, pero, para Gadafi, la mejor forma de garantizar su hegemonía era que los dos estuvieran siempre en ascuas, sin dar verdaderos privilegios a unos ni a otros.

No obstante, cuando esa situación se hizo insostenible, en 2008, aplastó a los reformistas y pareció que Saif había caído en desgracia.

Aunque los libios, en su mayoría, se habían mostrado cínicos acerca del proceso de reforma -que consistía más en reformas económicas que en la introducción de una democracia genuina-, se habían permitido no abandonar del todo la esperanza y aferrarse a la idea de que a Gadafi le interesaba verdaderamente lo que era mejor para la población, no para él y para su familia.

Mantener a los partidarios de la línea dura en el poder seguramente había sido impopular, pero darles más poder todavía, como hizo Gadafi en 2008, fue catastrófico.

El hecho que, hace unos días, fuera Saif el escogido para salir en la televisión libia a advertir a la gente sobre la posibilidad de "guerra civil" y prometer una reunión sobre reformas constitucionales es muy significativo.

Gadafi no le habría escogido como portavoz si no fuera consciente de la sed de reformas, si no supiera que la decisión de aplastar las ambiciones de Saif para el país contribuyó a avivar el fuego que ahora consume Trípoli.

Al día siguiente, Gadafi anunció que su hijo iba a formar un comité para investigar los sucesos actuales.

Pero la intervención de Saif en televisión, que sonó a demasiado poco y demasiado tarde, "desesperada", en palabras de Al Yazira, y, según algunos comentaristas, dirigida a sus amigos de Occidente más que al pueblo libio, no ha beneficiado a su causa, desde luego.

El segundo error ha sido la falta de atención a la pobreza de la población. Libia es el país más próspero del norte de África, con su enorme riqueza petrolera y su escasa población. Sin embargo, la mayoría de los libios viven en unas condiciones lamentables.

El Estado ofrece muy poca sociedad civil y no cumple ni siquiera sus obligaciones más básicas. Existe una policía encargada de controlar a quienes dejan de apoyar al líder, pero poco más.

Pese a que hay una crisis de vivienda que se ha intensificado en los últimos años, el régimen no ha hecho ningún esfuerzo para proporcionar viviendas públicas aceptables. La riqueza está concentrada en manos de muy pocos.

A Gadafi no le habría costado nada elevar el nivel
de vida de su pueblo, bien creando una economía sostenible y no dependiente del crudo, bien distribuyendo parte de los ingresos del petróleo,
pero no ha hecho ninguna de las dos cosas.

El tercer error ha sido ignorar las necesidades de los jóvenes. Gadafi no solo está esclerotizado, sino totalmente desconectado de las necesidades de los ciudadanos corrientes.

Cuando un tercio de la población tiene menos de 15 años y una proporción mucho mayor menos de 25, es evidente que los jóvenes son factor fundamental a la hora de gobernar con coherencia.

Gadafi ha vivido arropado por sus viejos compinches y no ha sabido ver ni la naturaleza ni el alcance del descontento. El problema más claro, como en gran parte de Oriente Próximo, es el inmenso paro juvenil, para cuya mejora no existe ningún programa.

Gadafi no ha intentado jamás acercarse a los jóvenes insatisfechos, y estos sienten que su voz no se oye ni tiene ningún peso.

Es importante que las protestas comenzaran en la parte oriental de Libia. La región de Bengasi siempre ha sido la que menos se ha sometido al poder de Gadafi y en la que se han originado casi todos sus problemas.

La Libia moderna es una construcción artificial, un remanente del colonialismo; no existe ninguna razón histórica para que sea un solo país.

La tribu de Gadafi es de la parte oeste y al este le molesta su autoridad. En los años noventa, el este de Libia fue el escenario de una rebelión armada de carácter islámico que se centró en Bengasi y las Montañas Verdes.

El miedo de Gadafi a Bengasi fue uno de los motivos que le llevaron a difundir la idea de que una epidemia infantil de VIH se debía a la actuación deliberada de unas monjas búlgaras bajo las órdenes del Mosad.

A Gadafi siempre se le ha dado muy bien desviar la indignación de un enemigo hacia otro y apartarse de la línea de fuego. Sin embargo, no pudo suprimir para siempre su impopularidad en la zona; los habitantes de Bengasi siempre han expresado su rechazo al régimen con más libertad que en las regiones occidentales del país, y llevaban mucho tiempo aguardando la oportunidad de llevar sus deseos a la práctica.

No soy adivino ni puedo saber si el régimen resistirá frente a esta revolución. La respuesta a las manifestaciones ha sido rápida y brutal, porque Gadafi había visto lo inútiles que habían sido las medidas más moderadas tomadas en Egipto y Túnez.

Pero no está claro que la brutalidad vaya a servir de algo; da la impresión de que está haciendo que cada vez haya más ciudadanos indignados.

Un diplomático libio dijo hace unos días: "Cuanta más gente mate Gadafi, más gente saldrá a la calle".

El poder de Gadafi se ha apoyado durante mucho tiempo en el carácter esencialmente dócil de los libios. Ahora bien, al ignorar a los jóvenes, parece no haber tenido en cuenta la posibilidad de que ahora haya una población menos pasiva. La generación joven está deseosa de arrinconar todo lo viejo y traer cosas nuevas.

El embajador adjunto de Libia ante la ONU dijo el otro día que si Gadafi no dimite por las buenas, "el pueblo libio se deshará de él".

Dos miembros de la fuerza aérea libia se dirigieron a Malta porque preferían desertar que atacar a los manifestantes de Bengasi.

La pérdida de la lealtad del ejército sería el fin de Gadafi.

Cuando desaparezca Gadafi, es muy posible que Libia se vea inmersa en batallas internas y acabe dividiéndose en varios países más pequeños, dominados por sus respectivas tribus locales.

El nexo que mantiene Libia unida está viniéndose abajo, y las advertencias sobre el posible caos tienen razón. Elegir entre el caos y la opresión siempre es delicado, pero este pueblo está cansado de opresión y corrupción y puede que el caos les resulte más atractivo.

El único instrumento que el régimen tiene inequívocamente de su parte es el control de las comunicaciones. Saif aspiraba a mejorar las comunicaciones en todo el país y llevar Internet hasta el Sáhara, pero no lo consiguió; en este sentido, su padre seguramente se alegrará de no haberle hecho caso.

Uno de mis contactos en Libia me llamó hace unos días, justo antes de que cortaran todas las líneas. Me dijo: "Es horrible, mucho peor de lo que se piensa. Por favor, decid que necesitamos ayuda".

Andrew Solomon, escritor y periodista usamericano, ganador del National Book Award y finalista del Pulitzer.

Como si las incertidumbres energéticas y migratorias no fueran suficientes, un nuevo quebradero de cabeza viene a sumarse a la inquietud que el caos libio está provocando en la comunidad internacional: el destino de las armas químicas que aún conserva Muamar el Gadafi. En concreto, 10 toneladas de gas mostaza que el régimen se había comprometido a destruir antes de mayo.

Funcionarios yanquis y británicos han esbozado escenarios variados y a cual más inquietante: que los leales al dictador utilicen el veneno contra los rebeldes o bien que caiga en manos de cualquiera de los grupos en liza o incluso, que alguna célula terrorista pueda apoderarse del arsenal aprovechando el desgobierno.

Algunos expertos creen que, además del armamento químico, Libia guarda una tonelada de uranio concentrado en polvo (el llamado pastel amarillo) y algunos viejos misiles soviéticos Scud B.

Se trata de los remanentes del surtido de armas de destrucción masiva (químicas, nucleares y bacteriológicas) que Gadafi empezó a acumular en los años setenta, y que convirtieron a su beligerante régimen en uno de los más peligrosos del mundo.

En diciembre de 2003, tras la caída de su aliado iraquí Sadam Husein, Gadafi acordó con USA desembarazarse de ese arsenal a cambio de su rehabilitación internacional. Y si bien fue cumpliendo con lo pactado, la destrucción de las armas químicas sufrió algunos contratiempos debido a desacuerdos con Washington.

Según la organización Global Security, Libia llegó a producir en los años ochenta 100 toneladas de agentes vesicantes y nerviosos en las instalaciones de Rabta, al sur del Trípoli. Gadafi no dudó en utilizar gas mostaza contra Chad en 1986 y 1987.

En 2003, el depósito de armas químicas se componía de 25 toneladas de gas mostaza y 3.300 bombas vacías. Estas municiones fueron aplastadas por apisonadoras en 2004.

El año pasado, Libia destruyó casi 15 toneladas del gas y se comprometió a deshacerse del resto antes del próximo 15 de mayo. Y son esas 10 toneladas, depositadas, se cree, en las viejas instalaciones de Rabta, las que han desatado la alarma.

La Organización para la Prohibición de Armas Químicas, entidad dependiente de la ONU que supervisa el desarme libio, ha intentado calmar los ánimos al asegurar que, sin municiones ni bombas, Gadafi carece de sistemas para lanzar los agentes químicos.

En el mismo sentido se ha pronunciado P. J. Crowley, portavoz del Departamento de Estado usamericano: "Quedan materiales químicos, pero no están en forma de armamento", ha declarado a la cadena CNN.
"Hemos eliminado los elementos más peligrosos del programa de armas de destrucción masiva de Libia".

Algunos expertos señalan, sin embargo, que siempre hay formas de utilizar el gas mostaza (incluso dispersándolo desde helicópteros).

En cualquier caso, advierte la Asociación para el Control de Armas, el manejo de ese material altamente peligroso requiere de manos expertas.

Algo poco evidente en un país que va en camino de convertirse en una nueva Somalia frente a Europa.

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Incluso en sus discursos televisados de estos días, Muamar el Gadafi insistía en que el poder siempre ha estado en manos del pueblo libio. Pero solo ahora empieza a estarlo, al menos en algunas zonas.

Porque son los rebeldes los que están ejerciendo el poder en lugares como Bengasi, la segunda ciudad libia, o Tobruk, en la frontera con Egipto.

En las zonas liberadas se crean comités vecinales que han empezado a organizar sin demora la vida cotidiana de los habitantes: la justicia, la seguridad o el tráfico.

Un coche blanco recorre lentamente una carretera de acceso a Tobruk en paralelo a dos viandantes que caminan por la acera. Si se detienen, el vehículo para. Si aceleran, el conductor acelera.

Un hombre sale de una casa y se para a saludar a los peatones, les invita a un pitillo y alza la mano en dirección al coche. No hay peligro. El conductor da la vuelta y saluda con el signo de la victoria al irse.

La seguridad es solo uno de los muchos ámbitos en los que los detractores de Gadafi están muy atentos estos días para asegurarse de que mantienen controladas las ciudades que han tomado bajo su dominio.

Son simultáneamente guardianes de la revuelta y gestores de las ciudades de las que van logrando expulsar a los leales al presidente.

Todo en la ciudad de Tobruk lo controla el comité popular. Se ha creado uno por cada zona liberada, explica uno de sus miembros, Mohamed Salah y precisa que también existe "uno para cada cometido: reparto de alimentos; medicinas y vigilancia".

Salah confía en que pronto se nombre a un responsable de zona que ayude a coordinar la ayuda con los consejos de otras poblaciones.

La ayuda va llegando con lentitud, pero llega y es necesario distribuirla equitativamente entre todos. También reciben dinero en forma de donaciones en la sede del comité, en la plaza central de Tobruk.

El reparto de víveres o medicinas no es problema para un pueblo acostumbrado a vivir en comunidad a pesar de los esfuerzos del régimen por mantenerle en reinos de taifas. Gadafi se inventó la yamahiriya, una especie de república de las masas.

Tobruk no tiene cine, explica el joven Matruk, un estudiante de 22 años, "porque cualquier acto público da a la gente la posibilidad de juntarse y conversar y a Gadafi no le interesa que intercambiemos opiniones.
No le interesa que tengamos una opinión".

Sin embargo, su pueblo, ese al que Gadafi llamó "ratas" y "drogadictos" en uno de sus discursos por televisión, ese al que mantiene bajo su batuta desde hace casi 42 años, ha tomado el control de la situación y establecido un orden que sorprende incluso a los foráneos.

"En los 14 años que llevo trabajando en zonas de emergencia nunca había visto algo así. La rapidez con la que se han organizado para hacer llegar la ayuda humanitaria desde la frontera, la distribución, el trabajo en equipo... es sinceramente impresionante", señalaba Peter Bouckaert, enviado especial de la ONG Human Rights Watch a este conflicto.

Desde el miércoles los bancos también funcionan. Abren unas horas para dar servicio a los ciudadanos y permitir que puedan sacar unos 200 dinares "como máximo", señala Salah, miembro del comité popular de Tobruk. Es una cantidad que les permite llevar una vida casi normal.

Con el dinero que trajeron de Bengasi los del comité popular de los rebeldes esperan aguantar al menos dos o tres meses.

Las banderas de la independencia (la tricolor con la media luna y la estrella, con la que los rebeldes han sustituido la verde de Gadafi) ondean en los edificios oficiales de Tobruk y las comisarías están vigiladas por civiles, algunos de ellos armados, pero todos jóvenes protagonistas de la revuelta.

"Este no es el momento del Ejército, nosotros somos meros observadores que vemos cómo nuestros hijos toman el mando de un modo ejemplar", aseguraba un oficial.

El edificio de los tribunales en la vecina Bengasi, que el domingo fue la primera ciudad liberada por los que intentan derrocar al coronel, se ha convertido en la sede del poder rebelde y el Ayuntamiento. No es el único de los cambios en la ciudad.

Jueces y abogados, que han estado en la vanguardia de la revuelta en Libia, participan también en la gestión cotidiana a través de los comités.

Y eso incluye por ejemplo dirigir el tráfico con la toga puesta, tarea en la que también se implican ciudadanos de a pie.

Estos comités recién creados se reúnen para tratar asuntos de seguridad, negociar con el Ejército o discutir sobre cómo lograr que los trabajadores regresen a sus puestos.

Fuente:El País

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