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martes, 23 de noviembre de 2010

LA OPINION DE GABRIEL PEREYRA: EL PELIGROSO ENCANTO DE LAS MAYORIAS

Los políticos no pueden ser marionetas de los reclamos populares porque pueden convertirse en instrumento de causas injustas, ineficientes, o caer en la demagogia


Todos sabemos que la seguridad pública es de los pocos temas que desvelan a los uruguayos.

El futuro de miles de jóvenes se cae a pedazos en la enseñanza pública, pero son las rapiñas las que nos quitan el sueño, como si una cosa no tuviera nada que ver con la otra. Darse cuenta de esa inquietud de la gente, es de buen político.

Pedro Bordaberry, que es muy inteligente, lo sabe.

Por eso empezará a juntar firmas para bajar la edad de imputabilidad penal. Los quiere mandar presos con 16 años.

Los políticos están para escuchar los reclamos populares. Pero también están para filtrarlos. Los políticos no pueden ser marionetas de los reclamos populares porque pueden convertirse en instrumento de causas injustas, ineficientes o caer en la demagogia. O en el populismo.

Si uno convoca a la mayoría, luego tiene que estar dispuesto a aceptar lo que esta decida. Y no importa si esa mayoría es para elegir a Hitler o para ratificar la ley de Caducidad. Si se juega a convocar su opinión, entonces hay que jugar, y aceptar, su juego, por patético que resulte.

Por este camino, un buen día aparecerá alguien que proponga meter en la Constitución la pena de muerte.

Y si la mayoría dice que sí, tendremos que empezar a matar gente. Para conseguir las firmas, además del convencimiento de la mayoría, se requiere tener estructura política para concretar el objetivo.

Si Bordaberry y los suyos lo logran, más allá de lo que ocurra en el plebiscito, será un triunfo político que trascenderá las cuestiones de la seguridad pública.

O sea, aunque la seguridad no mejore ni un ápice, lo que sí mejorará es el perfil de Bordaberry como candidato.

No hay por qué pensar que Bordaberry lo haga por eso, pero así como los dirigentes colorados tienen derecho a impulsar una iniciativa que apela a los sentimientos más primarios de la gente, sus adversarios tienen derecho a advertir que el triunfo de la iniciativa –e incluso su fracaso, si junta muchas firmas– será también un triunfo para Bordaberry.

¿Pensar en esa eventualidad es minimizar un asunto tan importante? Puede ser. Ahora, no tenerlo en cuenta es un acto de inocencia política, que no debería ocurrir, precisamente ante un tema tan delicado.

Esta columna fue publicada originalmente en el diario El Observador.

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