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martes, 19 de octubre de 2010

EUROPA: EL RETORNO DE LOS FANTASMAS DE LA ULTRA DERECHA

Apuntalado por la persistente crisis global que se ensaña con el envejecido y decadente continente, el fantasma de los fascismos recorre con sus miedos y violencias a la vieja Europa, que inventó grandes civilizaciones y espantosas ideologías y dictaduras.


El término “extrema derecha europea” envuelve muchas experiencias políticas autoritarias que pescan en el racismo y la xenofobia, en el miedo creciente de habitantes que ven cómo la gloriosa Europa ya no lidera, pierde importancia, produce demasiado caro, se llena de viejos y debe acudir a inmigrantes que muchos detestan y quieren mandar de vuelta a casa.

La extrema derecha europea, fabricante de los nuevos fascismos que se expanden como una mancha de aceite por todos los países de la región (20 % de los 736 eurodiputados elegidos en junio 2010 en el Parlamento Europeo dicen ser ultras), detesta a Barack Obama por ser negro, simpatiza con los ultra fascistas del “Tea party” de la derecha republicana en USA y lanza alarmas contra la invasión islámica, el intento de meter a Turquía en la Unión Europea, la avanzada irremediable de los chinos y otras "gentuzas" del Tercer Mundo, a quienes hasta no hace mucho era posible tener bajo control.

Este es el panorama de la ola negra que se esparce como una epidemia de virus empastado de odio, racismo, xenofobia, miedo y egoísmo social.

Un cuadro día a día más inquietante, aunque con una novedad: la actitud es defensiva. Ya no hay espacios vitales o colonias que conquistar.

El nazismo y el fascismo eran ofensivos, proyectados con sus teorías violentas de dominio más allá de las fronteras. Sabemos como terminaron, en la II Guerra Mundial.

Ahora, en cambio, los nuevos fascismos se desarrollan bajo la forma de repliegues defensivos.

Se reivindica el control de los propios espacios, los privilegios, los “estilos de vida”, las lenguas dialectales, las características raciales de las comunidades y su “pureza”, todo con el lema de la defensa de la identidad amenazada por los de afuera.

El extranjero, si no es un turista que paga, es un intruso contaminante. Basta ver cómo Francia e Italia tratan a los gitanos con el consenso de la mayoría.

El extremismo político y social defensivo resulta un dato clave de una civilización en decadencia, menguada por un nuevo mundo que cambia vertiginosamente y que en pocos años será distinto, caótico, con protagonistas nacidos lejos de la vieja Europa y peligros de catástrofes bélicas en los que contarán otros escenarios, otros pueblos y otros líderes.

La crisis económica y social exaspera el miedo y el descontento de millones de europeos que advierten que se aleja en el tiempo el final de este sismo epocal.

La UE padece la peor crisis desde su nacimiento en 1957 y el euroceptismo domina no sólo a los extremistas.

Defensores de la “Europa de los Pueblos y las Naciones” contra la UE, que desean ver reducida al mínimo, los partidos ultras tienen rasgos tan distintos entre sí que no logran ensamblar un verdadero organismo de coordinación o una asamblea.

El que más luchó en esa dirección es el francés Jean–Marie Le Pen, decano de los extremistas de finales del siglo XX en Europa. Le Pen organizó varios encuentros pero con resultados mediocres.

Es otro francés quien mejor teorizó el avance de las derechas populistas, autoritarias y neofascistas de diverso pelaje en Europa.

El filósofo y periodista Alain de Benoist, fundador de la Nuovelle Droit, propone una sociedad anti–igualitaria, una Europa de los pueblos, las pequeñas patrias y las naciones que luche contra la globalización y la homologación cultural.

De todo eso, el símbolo más detestado es el inmigrante, pero también es fuerte la hostilidad al capitalismo financiero y las grandes empresas.

Los discursos de la extrema derecha hicieron mella en las sociedades europeas, seduciendo a las clases medias y populares que antes votaban por la izquierda, que en general vive una vistosa decadencia.

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