Afirma que “Uruguay es el único país que en términos concretos mantiene un rumbo trazado” y se anima a explicar esta particularidad: “Una de las cosas que nos está salvando como país son las reglas del juego, la transparencia y las políticas de promoción de la inversión privada. Soy un firme defensor de los planteos del equipo económico y estoy convencido de que van a dar resultados”.
Aunque disiento con la opinión de De los Santos, aplaudo que lo haga con esa categoría de análisis. Es necesario que dirigentes de su importancia observen la realidad de América Latina y traten de identificar a qué se debe este movimiento restaurador que amenaza con retrotraer el continente a un período que, acaso, creíamos sepultado: el neoliberalismo. En Uruguay casi nadie lo hace. Al menos públicamente. Ni en la Academia ni en el sistema político. Hemos vivido con una cierta pretensión de excepcionalidad, más bien renegando de la posibilidad de ser considerados parte de un fenómeno mayor que atravesó América del Sur, con el riesgo de creer que nuestro derrotero es completamente independiente de lo que pase en el vecindario.
Pero hay cosas que dice el Flaco De los Santos –al que le dediqué hace pocos meses una columna entera luego de que propusiera un camino de redistribución mediante subsidios a las tarifas en una entrevista en Caras y Caretas– que siento la necesidad de contestar, sin por ello confundirlo ni con el equipo económico, cuyos planteos defiende, ni con su sector o su marco de alianza.
Lo primero va de cajón. Todos los gobiernos en América del Sur atraviesan crisis de popularidad. Incluso el nuestro. Entre los proyectos de izquierda vigentes, los que gozan de mayor adhesión actualmente son el ecuatoriano y el boliviano. Los dos tienen una serie de características comunes: llevan varios períodos, se sienten proyectos revolucionarios, pretenden construir el socialismo y lo dicen, han hecho un manejo cuidadoso de la economía, son proyectos políticos que movilizan a millones de personas, con liderazgos personales muy definidos en países con sistemas de partidos débiles. Sin embargo, tanto Evo Morales como Rafael Correa han estimulado la discusión política e ideológica en la sociedad, han sido capaces de construir organización, y en breve veremos si las propuestas que lideran superan el desafío de relevarlos.
Pese a esta caída acentuada de la popularidad de los proyectos populares, que impacta en los gobiernos de corte más radical, pero todavía más en los gobiernos “moderados”, como el chileno o el nuestro, sólo Argentina y Brasil han emprendido ya el camino a la restauración. Venezuela no cayó, como dice De los Santos. Atraviesa una enorme crisis económica y el chavismo ha perdido, por ello, una parte importante de su base electoral. En las elecciones de la Asamblea Nacional que se realizaron el año pasado, y en la que tan ruidosamente el PSUV y sus aliados perdieron la mayoría legislativa –primera elección que perdían en 17 años–, al punto que la alianza opositora se quedó con casi dos tercios de los escaños.
Aunque disiento con la opinión de De los Santos, aplaudo que lo haga con esa categoría de análisis. Es necesario que dirigentes de su importancia observen la realidad de América Latina y traten de identificar a qué se debe este movimiento restaurador que amenaza con retrotraer el continente a un período que, acaso, creíamos sepultado: el neoliberalismo. En Uruguay casi nadie lo hace. Al menos públicamente. Ni en la Academia ni en el sistema político. Hemos vivido con una cierta pretensión de excepcionalidad, más bien renegando de la posibilidad de ser considerados parte de un fenómeno mayor que atravesó América del Sur, con el riesgo de creer que nuestro derrotero es completamente independiente de lo que pase en el vecindario.
Pero hay cosas que dice el Flaco De los Santos –al que le dediqué hace pocos meses una columna entera luego de que propusiera un camino de redistribución mediante subsidios a las tarifas en una entrevista en Caras y Caretas– que siento la necesidad de contestar, sin por ello confundirlo ni con el equipo económico, cuyos planteos defiende, ni con su sector o su marco de alianza.
Lo primero va de cajón. Todos los gobiernos en América del Sur atraviesan crisis de popularidad. Incluso el nuestro. Entre los proyectos de izquierda vigentes, los que gozan de mayor adhesión actualmente son el ecuatoriano y el boliviano. Los dos tienen una serie de características comunes: llevan varios períodos, se sienten proyectos revolucionarios, pretenden construir el socialismo y lo dicen, han hecho un manejo cuidadoso de la economía, son proyectos políticos que movilizan a millones de personas, con liderazgos personales muy definidos en países con sistemas de partidos débiles. Sin embargo, tanto Evo Morales como Rafael Correa han estimulado la discusión política e ideológica en la sociedad, han sido capaces de construir organización, y en breve veremos si las propuestas que lideran superan el desafío de relevarlos.
Pese a esta caída acentuada de la popularidad de los proyectos populares, que impacta en los gobiernos de corte más radical, pero todavía más en los gobiernos “moderados”, como el chileno o el nuestro, sólo Argentina y Brasil han emprendido ya el camino a la restauración. Venezuela no cayó, como dice De los Santos. Atraviesa una enorme crisis económica y el chavismo ha perdido, por ello, una parte importante de su base electoral. En las elecciones de la Asamblea Nacional que se realizaron el año pasado, y en la que tan ruidosamente el PSUV y sus aliados perdieron la mayoría legislativa –primera elección que perdían en 17 años–, al punto que la alianza opositora se quedó con casi dos tercios de los escaños.
De todos modos, los votos del chavismo no fueron tan pocos: obtuvo más de 40% de los sufragios, que no se tradujeron en un porcentaje similar de legisladores por la forma de distribución. Esa caída del electorado no se debe a que el chavismo haya impulsado un programa demasiado a la izquierda y, bajo esa premisa, insustentable. Si bien lo hechos complejos son siempre multifactoriales, es imposible disociar el devenir político de Venezuela con la evolución catastrófica del precio del petróleo, que se desplomó en apenas un año, luego de un largo período de precios altos.
Como la economía venezolana es absolutamente dependiente del petróleo, una caída tan abrupta del valor de mercado de su principal rubro exportador –que pasó de más de 100 dólares a menos de 30 dólares por barril en pocos meses, ahora recuperándose un poco– significó un golpe notable a las finanzas del Estado y una oportunidad inmejorable para que la oposición política y empresarial hiciera escombros, montados en una estrategia criminal de extorsión social por la vía de un guerra económica real, no discursiva.
La izquierda en Brasil sí cayó. Pero De los Santos no puede ignorar ni soslayar que hubo un golpe que echó mano a una burda malversación del instituto constitucional de impeachment. En las urnas, un candidato del PT ha triunfado en las últimas cuatro elecciones presidenciales. Una más que nosotros. Igual dejando a un lado este detalle, es inconsistente el argumento: Brasil no dio un giro a la izquierda. Dio un bruto giro a la derecha, especialmente en el último gobierno de Dilma. De hecho, quizá ese fue su error principal. Entregarle a Joaquim Levy, un economista de la escuela de Chicago, representante de los bancos y asesor de los enemigos, el control del poderoso Ministerio de Hacienda. Dilma lo hizo para que la impronta de Levy, neoliberal conocido como Joaquim manos de tijera o el Dr. No, por su pasión por el ajuste, produjera un shock de confianza para los mercados y los sectores más poderosos, y todo salió mal.
La izquierda en Brasil sí cayó. Pero De los Santos no puede ignorar ni soslayar que hubo un golpe que echó mano a una burda malversación del instituto constitucional de impeachment. En las urnas, un candidato del PT ha triunfado en las últimas cuatro elecciones presidenciales. Una más que nosotros. Igual dejando a un lado este detalle, es inconsistente el argumento: Brasil no dio un giro a la izquierda. Dio un bruto giro a la derecha, especialmente en el último gobierno de Dilma. De hecho, quizá ese fue su error principal. Entregarle a Joaquim Levy, un economista de la escuela de Chicago, representante de los bancos y asesor de los enemigos, el control del poderoso Ministerio de Hacienda. Dilma lo hizo para que la impronta de Levy, neoliberal conocido como Joaquim manos de tijera o el Dr. No, por su pasión por el ajuste, produjera un shock de confianza para los mercados y los sectores más poderosos, y todo salió mal.
Levy hizo lo que sabe hacer: ajustar. Los “mercados” lo aplaudieron, pero el pueblo lo repudió. Recortó el gasto público en casi 20.000 millones de dólares. Aumentó impuestos que afectaban a las grandes mayorías, subió las tarifas, los combustibles. Todo el combo de los manuales perimidos del FMI. En apenas un año destruyó la popularidad de la izquierda brasileña en la sociedad.
El PT podría haber resistido a cualquier denuncia de corrupción, como venía resistiendo una campaña sostenida de los grandes medios –monopólicos sin contrapeso– desde el primer gobierno de Lula, en la medida en la que no abandonara sus conquistas y su rumbo; lo que el PT no resistió fue la derechización del modelo. La popularidad de Dilma se vino a pique, y cuando corrigió el rumbo, ya las fuerzas de la reacción habían desplegado su estrategia y cruzado el Rubicón.
En la derrota, Dilma y Lula mostraron su mejor cara, volvieron a la movilización, a la lucha callejera, a la denuncia del carácter antidemocrático y excluyente del proyecto que se había encaramado en el poder. Pero el proyecto de distribución regresiva ya está en marcha y a las grandes mayorías les va a costar muchísimo.
El kirchnerismo en Argentina sí perdió. Por diferentes motivos, de todas estas propuestas es la que menos simpatía ha causado en el Frente Amplio. Pero eso no tiene incidencia práctica ni en sus características ni en su desenlace. Perdió en la segunda vuelta y por menos de dos puntos.
El kirchnerismo en Argentina sí perdió. Por diferentes motivos, de todas estas propuestas es la que menos simpatía ha causado en el Frente Amplio. Pero eso no tiene incidencia práctica ni en sus características ni en su desenlace. Perdió en la segunda vuelta y por menos de dos puntos.
La clave de su derrota, inesperada para oficialismo y oposición hasta un mes antes de producirse, no estuvo ni en una crisis económica –publicitada pero no demostrada, en un país que pasó de un endeudamiento feroz y una situación social catastrófica a ser uno de los países más desendeudados del mundo, con bajo desempleo y buenos salarios– ni en haber redistribuido de más o ser insostenibles.
Yo creo que al revés: si no perdió por más puntos después de un concierto casi infranqueable de medios influyentes, que se especializaron en denostar a los candidatos y dirigentes, acusándolos de magnicidios, triples asesinatos, tráfico de drogas, corrupción ilimitada, entre otras miles de imputaciones por día, es porque el reparto fue impresionante.
Ahora que el gobierno restaurador de Macri está poniendo “las cosas en su lugar”, se nota mucho más la dimensión del reparto de la época anterior: con tarifazos de cientos por ciento, centenares de miles de despidos, un aumento monstruoso de los precios en el mercado interno debido a la devaluación y la eliminación de las detracciones, récord mundial de endeudamiento, paritarias o consejos de salarios cerrados con acuerdos viejos, eliminación de vastos programas sociales y la inminente destrucción del sistema jubilatorio público, que alcanzó en el período pasado casi 100% de cobertura, incluyendo a más de 3 millones de personas que habían trabajado en negro buena parte de su vida.
Los tres modelos tuvieron una gran virtud: les dieron muchísimo a los más pobres y para ello afectaron el interés de los sectores económicamente más poderosos. Y por ello estimularon su odio. Fueron distintos en su desempeño y en el grado de alcance de sus logros.
Los tres modelos tuvieron una gran virtud: les dieron muchísimo a los más pobres y para ello afectaron el interés de los sectores económicamente más poderosos. Y por ello estimularon su odio. Fueron distintos en su desempeño y en el grado de alcance de sus logros.
De los tres, el más sólido era el venezolano, gracias al genio de Chávez. Las reformas en todo el Estado fueron tan profundas, que ni siquiera hoy hay un riesgo real de que la derecha pueda tomar el poder a través de un golpe de Estado militar, parlamentario, judicial o económico. Cuando pudieron, lo hicieron. Golpe militar contra Chávez. Lock-out de Pdvsa por casi dos meses. Intentos de magnicidios. Asesinatos de dirigentes y de militantes. Gigantescas operaciones de desestabilización. Si el proyecto venezolano no hubiese sido revolucionario, si las fuerzas armadas (también los jueces y los medios) respondieran a los sectores poderosos o a la embajada, hace rato que el chavismo habría sido desplazado por la fuerza, a costa incluso de una guerra civil.
Lo que Óscar de los Santos observa como virtud en el gobierno del FA es, aunque él no lo interprete así, el cuidado de los tres gobiernos de la izquierda en llevar adelante una política económica de buena letra. Hemos sido extremadamente cautos, ortodoxos, proporcionando desde el vamos una tranquilidad a los “mercados” que a esta altura parece una alianza. Con esa estrategia, avanzamos tanto como nos permitieron los buenos precios internacionales, añadiendo sensibilidad social y prolijidad administrativa. Pero nunca jodimos mucho en la contradicción capital-trabajo, aunque la participación del salario en el PIB haya aumentado o mejorado el índice de Gini, que mide la desigualdad por ingresos.
Lo que Óscar de los Santos observa como virtud en el gobierno del FA es, aunque él no lo interprete así, el cuidado de los tres gobiernos de la izquierda en llevar adelante una política económica de buena letra. Hemos sido extremadamente cautos, ortodoxos, proporcionando desde el vamos una tranquilidad a los “mercados” que a esta altura parece una alianza. Con esa estrategia, avanzamos tanto como nos permitieron los buenos precios internacionales, añadiendo sensibilidad social y prolijidad administrativa. Pero nunca jodimos mucho en la contradicción capital-trabajo, aunque la participación del salario en el PIB haya aumentado o mejorado el índice de Gini, que mide la desigualdad por ingresos.
Esto no significa que nuestro proyecto no tenga virtudes, pero ni siquiera podemos considerarlo un modelo, porque el equipo económico ha rechazado esa denominación siempre con mucha consistencia. Lo nuestro es un programa de gobierno, y se utilizan los instrumentos adecuados para llevarlo adelante. Acá no hablamos ni de sistema ni de modelos, ni de nada que denote prenociones o la cerrazón de la ideología.
Yo creo que esa política de buena letra nos ha alejando de la base social. Hoy es tal la ortodoxia económica que buena parte de la izquierda social siente lejanía e incluso rechazo. Hasta en el Parlamento se siente. No hay una gran oposición porque los niveles de polarización son mínimos si a la sociedad la propuesta económica no le resulta claramente distinguible de la que podrían llevar adelante técnicos de los partidos tradicionales. No lo queremos ver, pero sin golpes de timón, permaneceremos por inercia y sin gente o caeremos en la primera crisis fuerte.
Yo creo que esa política de buena letra nos ha alejando de la base social. Hoy es tal la ortodoxia económica que buena parte de la izquierda social siente lejanía e incluso rechazo. Hasta en el Parlamento se siente. No hay una gran oposición porque los niveles de polarización son mínimos si a la sociedad la propuesta económica no le resulta claramente distinguible de la que podrían llevar adelante técnicos de los partidos tradicionales. No lo queremos ver, pero sin golpes de timón, permaneceremos por inercia y sin gente o caeremos en la primera crisis fuerte.
El FA ha tenido muchas virtudes, pero el tiempo ha hecho que aflore una flaqueza dolorosa: una parte, al menos una parte, ha renunciado a la perspectiva de un cambio social. No lo quieren. No lo sienten. En esa deriva socialdemócrata, llegarán más temprano o más tarde a la derecha, como les pasó a la socialdemocracia europea, a la francesa de Hollande, o a la española, que hoy está dispuesta a apoyar a Rajoy antes que a Podemos. Sólo los que mantienen el impulso transformador de correrse siempre un poco más a la izquierda sostienen viva la sustancia de esta causa.
De los Santos es un hombre de izquierda. Piensa mucho y piensa bien. Pero esta vez, para mí, está equivocado. La clave de la sustentabilidad del FA no puede ser la renuncia a avanzar en el camino de la igualdad. Si así fuese, la izquierda habrá perdido su utopía y su sentido.
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