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martes, 2 de septiembre de 2014

BIBLIOTECA NACIONAL: UN ORGULLO MONTEVIDEANO

Es imposible determinar la cantidad de gente que pasa todos los días frente a la Biblioteca Nacional. Lo que sí, la gran mayoría no parece frenar ni cinco minutos para ver su fachada. De lo contrario, la indignación por su estado sería un poco mayor. Su exterior está cubierto por graffitis y afiches abundantes, en cruzada permanente por empapelar el edificio. Esta semana, son los afiches que convocan a una marcha por los 20 años de los sucesos del Hospital Filtro. Una vez dentro, el aspecto general es prolijo, aunque tal vez un poco lúgubre.



En el salón de archivo, los cientos de ficheros de madera que cubren el salón de referencias dan un aire. Una impresión reafirmada por la oscuridad de la sala de lectura, iluminada por decenas de lámparas colocadas a lo largo de los escritorios.

En esta biblioteca se conserva gran parte de la idiosincracia nacional. Desde los diarios originales que difundieron el triunfo de Maracaná hasta un original de Thomas Payne editado en Filadelfia en 1811, que formaba parte de la biblioteca de monseñor Mariano Soler, primer arzobispo de Montevideo. Ese mismo ejemplar, censurado en su época por su contenido, probablemente estuvo en manos de las figuras que iniciaron el proceso de la independencia nacional.

Los pasillos laterales que conducen al interior están decorados con cientos de retratos de las figuras más destacadas de la cultura nacional. Y en el segundo piso, el director de la biblioteca, el escritor Carlos Liscano, recibe a Qué Pasa en su oficina. Un espacio amplio y acogedor, con un mobiliario tan elegante como dotado de valor histórico. El escritorio es parte del archivo Rodó, una de las bibliotecas era propiedad de Alberto Zum Felde y las paredes están decoradas con cuadros de Anhelo Hernández. Este es resumen de la charla con Carlos Liscano Fleitas (Montevideo, 1949) el director de la institución cultural más antigua del país.

—Aunque no hay cifras precisas, usted me decía antes de empezar que hay más de un millón de títulos, a los que se suman las colecciones de pertenencias y escritos de escritores relevantes. ¿Cómo se están arreglando con el limitado espacio de la Biblioteca?

—La falta de espacio es un problema grave. Tenemos un edificio anexo en la calle Guayabos, pero al ser un centro de investigación, ahí no hay libros. Tenemos un departamento de investigaciones lo cual es muy peculiar, no todas las bibliotecas tienen un departamento de investigaciones.

—¿Qué pasa cuando llegan nuevos libros y se van agregando?

—La ley de depósito legal, que es lo que da origen a la biblioteca, obliga a que todas las publicaciones (libros, revistas y diarios) vengan para acá. Eso es todos los días. En enero y febrero no se editan libros, pero la prensa sí y en total ingresan unos 2.300 libros por año. Ese es un problema de todas las bibliotecas nacionales que se nutren con el depósito legal. Por eso hemos planteado la necesidad de tener otro espacio. Porque además por cada publicación tenemos duplicados y triplicados, y la prensa periódica, que hay que encuadernarla.

—Así que se cumple con el depósito legal.

—Casi siempre, lo que pasa es que el depósito legal hay que actualizarlo, porque la asigna la obligación de enviar las publicaciones a las imprentas, y hay imprentas chicas que no lo hacen. Nosotros no tenemos forma de fiscalizar eso. La biblioteca recibe el depósito legal y manda un ejemplar a la Universidad y otro al Palacio Legislativo. Habría que modificarlo para obligar a la editorial y los distribuidores. Hoy, las editoriales no saben lo que mandan las imprentas, La responsabilidad habría que pasarla a las editoriales y aun a los distribuidores.

—¿Y cómo lidian con ese problema de espacio?

—El espacio estaba mal utilizado. Había mucha suciedad (tiramos 40 camiones de basura), equipos obsoletos, muebles rotos. Introdujimos los primeros estantes corredizos que permiten reducir el espacio y cambiamos el sistema de puesta en estante, que es un problema técnico que hay que definir. Igual, tal como estamos el espacio es un problema, pero no es agobiante. Ahora hay que prever, en algún momento lo va a hacer.

—¿Hay deterioro de libros?

—No, libros nunca se perdieron, la basura acá era una fotocopiadora del año 80. Una mesa rota, una lámpara, cosas absurdas, roperos, armarios.

—¿Cómo se adapta una biblioteca nacional al siglo XXI?

—En 2009 el Ministerio de Educación y Cultura firmó un acuerdo con la Universidad de la República. Compramos los mismos derechos del sistema que utiliza la universidad para sus bibliotecas, el sistema Aleph. Eso nos ha permitido catalogar en línea, que es un trabajo complejo porque las fichas hay que tipearlas. Contratamos empresas para que hagan un escaneado, pero tiene un 3% de error. Si les damos 10.000 fichas te lo hacen, pero después hay que corregirlas todas. Alguien tiene que hacerlo, y no puede ser alguien de la empresa, porque no conocen el sistema interno de la biblioteca. Y eso fue posible porque las primeras computadoras a la Biblioteca Nacional en 2009 ingresaron. Hoy los funcionarios tienen el equipo que necesitan.

—¿Cuáles son los criterios para digitalizar?

—Los periodistas siempre nos preguntan "¿están digitalizando?". Sí, siempre estamos digitalizando. Pero no lo hacemos con libros, no vamos a digitalizar una novela de Benedetti. Digitalizamos documentos del siglo XIX, o por ejemplo, el archivo de Delmira Agustini que en breve lo vamos a poner en línea. Es un archivo tan complejo que, para digitalizarlo, además de transcribirlo, para que sea legible tenemos 11 profesores de literatura trabajando como voluntarios. Y al frente está una investigadora de la propia biblioteca.

—Con todos los cambios que hay en los hábitos de lecturas y en la posibilidad de acceder a materiales bibliográficos con cierta facilidad, ¿cuál es el cometido de una biblioteca nacional el día de hoy?

—Me gusta decir que en estos cuatro años hemos redefinido a la Biblioteca Nacional. ¿A qué se dedica una biblioteca nacional? ¿A estimular la lectura? ¿A tener una biblioteca infantil? ¿Qué es una biblioteca nacional? Internet hizo que muchos usuarios que antes venían a buscar información acá ya no vengan más. Los que vienen son usuarios calificados, los investigadores, que vienen a ver la hemeroteca, los libros únicos y los archivos literarios. Entonces, no nos preocupa perder más usuarios por ese lado, ya que tenemos más tiempo para dedicarnos al usuario calificado. Incluso podemos atender por correo electrónico y enviar materiales al exterior del acervo uruguayo.

—¿Esa sería la tarea, entonces?

—La Biblioteca Nacional tiene dos tareas. Uno es el control bibliográfico nacional, eso que hablábamos del depósito legal: tenemos que tener todo lo que se publica en el país. No somos perfectos pero sí somos muy buenos en eso. La segunda tarea es ser un centro de investigación, de creación y difusión de conocimiento como lo solemos definir. Nos dedicamos a actualizar el catalogo, que es una tarea eterna. Toda la biblioteca está dedicada a crear el catalogo, desde el portero hasta la dirección técnica porque lo que define a una biblioteca es el catálogo, sino es un depósito de libros.

—¿Y a qué ritmo se está catalogando?

—Estamos atrasados en el catalogo, porque tenemos libros sin catalogar, pero además tenemos que pasar todas las fichas que estaban a máquina. Eso lleva tiempo y está bien que así sea. Somos parsimoniosos y conservadores. Conservadores porque es la definición de una biblioteca y parsimoniosos porque hay que hacerlo con tiempo, con dedicación, no con prisa.

—¿Y también hay tareas hacia el exterior del edificio?

—Prestamos libros; atendemos 150 escuelas rurales, bibliotecas municipales, comunitarias, cooperativas, de parroquias, de sindicatos. Y tenemos la Sala Auditorio Vaz Ferreira. Si dejáramos de lado todas esas actividades igual seguiríamos siendo una Biblioteca Nacional. Podríamos dejar de ser biblioteca pública, cerrar las puertas y abrirla solo a los investigadores, e igual seguiríamos siendo una biblioteca nacional.

—Pero no funcionan como biblioteca pública en el sentido de prestar libros a domicilio.

—En América Latina, las bibliotecas nacionales son también bibliotecas públicas, pero no necesariamente tiene que serlo. Esto que puede ser una obviedad a nosotros nos da mucha seguridad porque tenemos bien definidos los objetivos. Si alguien dice "¿porque no tienen una biblioteca infantil?" Porque no es tarea de la biblioteca nacional. El habernos desprendido de tanta hojarasca nos llevo cuatro años de trabajo práctico, lectura, discusiones (algunas fuertes) entre nosotros. Y esa definición, que parece elemental, es fundamental para nosotros, porque sin esa definición la dirección improvisa. Hoy abrimos una biblioteca infantil. Mañana un cibercafé. Son cosas importantes sí, pero no son lo esencial en la biblioteca , y prescindir de ellas nos permite concentrarnos en lo esencial.

—¿Tienen personal suficiente?

—Somos 120 personas trabajando y son pocos. El principal problema que tiene la biblioteca es la falta de recursos humanos. La gente se jubila, y no se llenan las vacantes. Se han muerto compañeros o se van porque les pagan mejor en otro lado. Va a llegar un momento que quedaremos paralizados por la falta de personal. Necesitamos todo, administrativos y bibliotecólogos. La biblioteca además tiene personal de limpieza que es contratado, una cooperativa del Mides que se dedica al mantenimiento albañilería, pintura, sanitaria. Y hay trabajadores voluntarios y estudiantes de bibliotecología. Ahora esta Uruguay Concursa, que es un procedimiento complejo. De hecho, hay 46 vacantes en la biblioteca.

—¿De presupuesto cómo anda?

—Son como 12 millones de pesos anuales. No es un problema para los actuales planes. Hemos pedido refuerzos presupuestales y siempre nos lo han concedido. Este año nos pedimos cinco millones de pesos extras y nos lo concedieron. Eso sí, para otros planes se necesitaría otro tipo de presupuesto. Nosotros invertimos, ejecutamos más del 90% del presupuesto en inversiones. Y cuando no llegamos es porque alguna empresa no hizo lo que hay que hacer. No es culpa nuestra.

—Es, además, un personal mayor. Eso debe ocasionar problemas extras.

—En 2010 calculamos que para este año, el 25% del personal tendría causal jubilatoria. El promedio alto de edad hace que también incida en la salud. A los 69 años hay ausentismo, por ejemplo. Si no está enfermo el funcionario, lo está su cónyuge. Hay que bajar el promedio de edad y aumentar la cantidad de funcionarios. Lo podemos hacer ahora que tenemos un plan. Ahora que sabemos dónde podemos ponerlos. También hay un problema de jerarquías. Al no haber trabajadores, no hay jefes, ni cuadros intermedios que asuman más responsabilidad.

—¿Que clase de público viene a la biblioteca nacional?

—De todo. Fundamentalmente, vienen a la hemeroteca, a la sala Uruguay —que es donde está la colección de publicaciones uruguayas— y al archivo literario. Y en general, se trata de investigadores, docentes universitarios, periodistas, y algún escritor. Y siempre hay investigadores extranjeros. Después tenemos la sala Varela, que está entrando a la izquierda que la hicimos una sala común: tiene wi fi, mobiliario nuevo, aire acondicionado, maquina de café, la prensa periódica. Sin hacer ninguna publicidad, se empezó a llenar de gente, en su mayoría jóvenes de los suburbios, o de departamentos limítrofes que se tienen que pasar el día en el Centro. Ahí pueden comer, tomar mate. Cosas que en la biblioteca no se puede.

—¿Hay alguna biblioteca de la región a imitar?

—En este momento, el sistema más desarrollado en América Latina probablemente sea el de Colombia. No imitaría nada, porque somos muy buenos en nuestros cometidos, que es la bibliografía nacional. No la bibliografía argentina, alemana, o española. Nosotros tenemos que concentrar todo lo publicado en Uruguay. Quien quiera estudiar algo del Uruguay tiene que venir acá. Ese es nuestro cometido. Las bibliotecas nacionales en el mundo pueden tener una misma función pero no son todas iguales.

—¿Algún otro ejemplo?

—La Biblioteca Nacional de Venezuela es enorme. Entran camiones en el depósito para distribuir libros a todo el país. Y es muy buena. Pero no tiene archivo literario, no hace publicaciones. Entonces no podemos copiar. Quisiera desarrollar esta biblioteca, porque es necesario darle visibilidad, porque la biblioteca que nosotros hemos definido forma parte de la identidad nacional. Pero también forma parte de la soberanía nacional. Porque si el territorio, la población, las riquezas naturales, la lengua son parte de la soberanía, entonces la cultura también lo es.

—¿Qué aporta hoy la Biblioteca Nacional a la cultura uruguaya?

—¿Qué sería de la cultura uruguaya si no tuviera la Biblioteca Nacional? Perderíamos soberanía. Acá está la memoria escrita de la sociedad. Esta idea nuestra surgió de la dirección de la biblioteca. Queremos trasladar esto a la sociedad, políticos, etc, para que entienda que en la biblioteca se juega mucho de la riqueza de la sociedad uruguaya.

—¿Usted cree que la Biblioteca es valorada por la sociedad uruguaya?

—La biblioteca está llena de materiales impredecibles, que la sociedad no conoce y no tienen por qué. Pero esta institución es valiosa en todo el mundo. Otras bibliotecas nos han pedido trabajos que ellos no tienen.

—Hablando de cultura y sociedad uruguaya, ¿cómo ve la presencia del libro en Uruguay?

—No sé que dicen las estadísticas, no sé que dice la Cámara del Libro, por ejemplo, pero mi impresión es que ahora se publica más que nunca. Hay muchísimas editoriales. Cuando yo tenía 18 años había cuatro editoriales, ahora hay un montón. Y si hay editoriales es porque alguien compra libros. Entonces no soy pesimista. No creo que el libro este desapareciendo. Y el que no lee libros, lee por internet. Y antes no se leía nada. La gente terminaba la escuela y no leía más. Hoy el analfabetismo informático no se cuanto será, pero es muy bajo.

—¿Y quiénes vienen a leer acá?

—Hay de todo, desde jovencísimos hasta investigadores de muchos años. Después tenés curiosidades: empresarios que vienen a buscar alguna información, agentes de seguros que vienen en buscar de algún accidente ocurrido hace algunos años. Hay un grupo consuetudinario que siempre viene, sobre todo para ver los diarios. Cuando hay un Mundial, siempre hay una avalancha de gente que viene a ver la prensa de 1950. Hasta de Argentina vienen. Yo llevo dos mundiales y en los dos pasó.

—¿Cómo se adaptan al surgimiento del libro electrónico?

—No tenemos proyectos respecto a eso. Quizás deberíamos tenerlo más adelante, pero el punto del que partíamos era bastante primitivo como para proponérnoslo. No hemos querido dedicarnos a cuestiones, que podían ser muy bonitas hacia afuera, pero que la biblioteca no necesitaba. Cambiar el sistema eléctrico y el techo era más importante. Ya sí hemos definido cosas más importantes. Sobre el libro electrónico no tenemos ninguna posición tomada ni ningún proyecto a la vista. No nos inquieta.

—Además, igual el papel sigue siendo el soporte más duradero.

—El papel dura mil años, está demostrado, pero cuántas veces, vos que sos joven, has cambiado de soporte digital. Cuando se digitaliza, hay que tomar en cuenta que periódicamente hay que volver a copiar todo de vuelta. Porque si no el soporte cambia y no hay forma de acceder a la información. Y ese es un problema no resuelto para las bibliotecas en todo el mundo. En 2011 hicimos un simposio y vinieron de Chile, Brasil, Francia, España, y parte del debate fue ese. No hay una posición tomada en todo el mundo. Nosotros digitalizamos y microfilmamos, el microfilm tiene 100 años y sigue viviendo. Ningún programa de computación de hace 10 años funciona hoy. Hay gente que piensa que el papel es primitivo. Primitivo es un disquete.

LOS VÁNDALOS EN LA FACHADA
—Un contraste que usted ha hecho notar es entre las obras afuera y adentro de la biblioteca. Afuera, dice, no se puede hacer mucho debido al vandalismo.

—Las reformas que hemos hecho son impermeabilizar los techos, porqué había 15 claraboyas que se llovían, reinstalar la ventilación de los depósitos, y restaurar el auditorio Vaz Ferreira que hacía 30 años que no funcionaba. Le pusimos aire acondicionado central, cambiamos la instalación eléctrica y renovamos los baños. Pintamos todo. Instalamos sistema contra incendios. Hemos trabajado mucho en el auditorio Vaz Ferreira, aunque todavía falta. Afuera hemos limpiado un par de veces la fachada pero el vandalismo es un problema cultural de Montevideo.

—¿Y qué respuesta tuvo de las autoridades?

—Tuve una reunión con el fiscal la Intendencia, Ministerio del Interior porque como yo hice unas denuncias en la televisión, el foco se concentró en la biblioteca y en mí. Pero no voy a luchar contra el vandalismo en Montevideo: voy a luchar contra el vandalismo en mi institución. Si hago una denuncia, puedo hacerlo, soy funcionario público. Si lo hago, ¿Cuánto tiempo me lleva? ¿Cuál va ser el resultado? No va a pasar nada.

—¿Quienes son los que vandalizan?

—La publicidad que pegan en 18 de julio, abajo tiene los logotipos del Estado, de empresas privadas. Habría que ir contra las empresas, no contra el pegatinero que cobra 15 pesos por afiche. Pero nadie va a ir contra ellos. Está todo el centro de Montevideo empapelado con "Aprenda portugués en 34 meses" y tiene la página web y el teléfono. Hay que decirle: en tu casa vandalizá, pero no la ciudad. Pero nadie actúa contra eso. Es un problema muy general. No es una tarea para la Biblioteca Nacional. Entonces nosotros nos desentendimos de la fachada, que hagan lo que quieran. ¿Viste lo que es el IAVA? lo habían dejaron precioso y uno de los primeros en vandalizarlo fue el centro de estudiantes del instituto de Profesores Artigas. Es como vandalizar su propia casa

Fuente: El País

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