Gabriel García Márquez (Colombia, 6-03-1927 - México, 17-04-2014) fue probablemente el mejor novelista latinoamericano en lengua castellana del siglo XX y una obra suya por lo menos (Cien años de soledad) debe incluirse en cualquier lista de libros que uno deba detallar como las mejores de los últimos 100 años.
Conviene tener en cuenta dos ideas contenidas en la primera frase del párrafo anterior. La primera, lo de que fue el mejor novelista, no el mejor escritor: Borges probablemente lo superó, pero nunca escribió una novela. Y lo de la lengua castellana: la mejor novelas latinoamericana del Siglo XX es tal vez Gran Sertao, veredas, del brasileño Guimaraes Rosa, que fue escrita por supuesto en portugués.
Todo ello no obsta para que Gabriel García Marquez deba figurar, casi sin márgenes de discusión, entre los mayores creadores literarios de su época. Y su lugar en la historia está apuntalado, por lo menos, por un elemento adicional: su condición de “jefe de fila” del 'boom' de la literatura latinoamericana de los años sesenta. Es posible que el adelantado no haya sido él (de hecho, el “boom” comenzó un poco antes, con La ciudad y los perros de Vargas Llosa), pero ciertamente sí su mayor difusor. Para bien o para mal, Cien años de soledad es “el” ícono de la literatura latinoamericana contemporánea, al punto de hacerle creer a más gente de la necesaria que un determinado estilo (el “realismo mágico”) era “el” estilo de la región. Eso nunca fue cierto, pero García Márquez no tuvo la culpa.
Había nacido en Aracataca, en el departamento de Magdalena, Colombia, el 6 de marzo de 1927, hijo de Gabriel Eligio García y de Luisa Santiaga Márquez Iguarán. Cursó sus estudios secundarios en San José a partir de 1940 y finalizó su bachillerato en el Colegio Liceo de Zipaquirá en 1946. Se matriculó en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Cartagena en 1947, pero las leyes no eran lo suyo. Su amistad con el médico y escritor Manuel Zapata Olivella le permitió acceder al periodismo.
Inmediatamente después del "Bogotazo" (el asesinato del dirigente liberal Jorge Eliécer Gaitán en Bogotá, las posteriores manifestaciones y la brutal represión de las mismas), comenzaron sus colaboraciones en el periódico liberal El Universal.Fue un excelente periodista antes de saltar a la ficción (algunos de los materiales que escribió entonces los recogería más tarde en el libro Cuando era feliz e indocumentado), y a los veintisiete años publicó su primera novela, La hojarasca, en la que ya apuntaba los rasgos más característicos de su obra de ficción, llena de desbordante fantasía. Un poco después lo veremos instalado en México y ganándose la vida como libretista cinematográfico, especialmente en films de Roberto Gavaldón, Alberto Isaac, Arturo Ripstein y otros. Antes se había casado con Mercedes Barcha, con quien tuvo dos hijos, Rodrigo, realizador de cine y televisión en los Estados Unidos (Carnivale, En terapia) y Gonzalo, actualmente diseñador gráfico en Ciudad de México.
Vale la pena revisar sus trabajos para el cine de esa época: en algunos de ellos está el germen de libros posteriores (Tiempo de matar anticipa Crónica de una muerte anunciada), y algún libreto no filmado se convertiría después en novela (La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada; cuando Rui Guerra llevó al cine ese libro no tuvo en cuenta el guión inicial de García Márquez sino que lo reescribió).
Aunque García Márquez insistió a menudo en que lo mejor que había escrito era la espléndida novela corta El coronel no tiene quién le escriba, el mundo no ha estado de acuerdo con él. Su notoriedad mundial comenzó realmente cuando publicó, en junio de 1967 Cien años de soledad, que demostró varias cosas al mismo tiempo: en primer lugar, que la novela estaba viva (pese a los reiterados anuncios de la muerte de esto o lo otro a los que se ha dedicado la intelectualidad europea de los últimos cien años), y que además la buena literatura podía ser sumamente entretenida en lugar de dedicarle cuarenta y cinco páginas a describir cómo la caspa mancha la solapa del saco del protagonista, como buena parte del “nouveau roman” francés y sucursales.
En ese libro, que a diferencia de otros que le dieron más trabajo García Márquez confesó haber escrito casi de un tirón, el autor resumió la historia de su reconocible mundo personal, ese Macondo que apareció en otras obras antes y después y que es tan auténtico, por lo menos, como el Yoknatapawtha de Faulkner o la Santa María de Onetti, y un resumen a la vez real y fantástico de la historia del subcontinente a través de más de un siglo.
Cien años de soledad puso muy alto la vara, y es posible que también que le haya complicado la vida a García Márquez: recordar cuánto demoró su libro siguiente (El otoño del patriarca), y la sensación que se tuvo cuando finalmente salió: la de una magnífica obra inacabada, un a veces brillante "quiero-y-no-puedo".
Ha habido mucho talento en lo que el colombiano, ganador del premio Nobel en 1982, escribió después. Cualquier antología de la literatura en castellano del siglo XX debe incluuir por lo menos Crónica de una muerte anunciada, El amor en los tiempos del cólera, la reflexión sobre la vanidad del poder de El general en su laberinto y media docena de títulos más.
Quizás valga le pena citar un fragmento de la fundamentación de la Academia Sueca que le otorgó el Nobel: “por sus novelas e historias cortas, en las que lo fantástico y lo real son combinados en un tranquilo mundo de imaginación rica, reflejando la vida y los conflictos de un continente”.
Cuando quedó claro que en el plebiscito planteado por el régimen militar uruguayo había triunfado el "No", que rechazaba la reforma constitucional impulsada por la dictatura, García Márque publicó una columna de opinión el El País de España. Fue el 9 de diciembre de 1980.
Cuando el general Charles de Gaulle perdió su último plebiscito, en 1969, un caricaturista español lo dibujó frente a un general Francisco Franco minúsculo y ladino que le decía, con un tono de abuelo: «Eso te pasa por preguntón». Al día siguiente, el que fuera el hombre providencial de Francia estaba asando castañas en su retiro de Colombey-les-deux-Eglises, donde poco después había de morirse de repente y sólo mientras esperaba las noticias frente a la televisión. El periodista Claude Mauriac, que estuvo muy cerca de él, describió las últimas horas de su vida y su poder en un libro magistral, cuya revelación más sorprendente es que el viejo general estaba seguro de perder la consulta popular. En efecto, desde la semana anterior había hecho sacar sus papeles personales de la residencia presidencial y los había mandado en varias cajas a unas oficinas que tenía alquiladas de antemano. Más aún: algunos de sus allegados piensan ahora que De Gaulle había convocado aquel plebiscito innecesario sólo para darles a los franceses la oportunidad que querían de decirle que ya no más, general, que el tiempo de los gobernados es más lento e insidioso que el del poder, y que era venido el tiempo de irse, general, muchas gracias. Su vecino, el general Francisco Franco, no tuvo la dignidad de preguntarles lo mismo a los españoles, y poco antes de su mala muerte convocó a los periodistas que su propio régimen mantuvo amordazados durante cuarenta años y también a los que su propio régimen pagaba para que lo adularan, y los sorprendió con una declaración fantástica: «No puedo quejarme de la forma en que siempre me ha tratado la Prensa».Por preguntones acaba de ocurrirles lo mismo que a De Gaulle a los militares turbios y sin gloria que gobiernan con mano de hierro a Uruguay. Pero lo que más intriga de este descalabro imprevisto es por que tenían que preguntar nada en un momento en que parecían dueños de todo su poder, con la Prensa comprada, los partidos políticos prohibidos, la actividad universitaria y sindical suprimida y con media oposición en la cárcel o asesinada por ellos mismos, y nada menos que la quinta parte de la población nacional dispersa por medio mundo. Los analistas, acostumbrados a echarle la culpa de todo al imperialismo, no sólo de lo malo, sino también de lo bueno, piensan que los gorilas uruguayos tuvieron que ceder a la presión de los organismos internacionales de crédito para mejorar la imagen de su régimen. Otros, aún más retóricos, dicen que es la resistencia popular silenciosa, que, tarde o temprano, terminará por socavar la tiranía. No hay menos de veinte especulaciones distintas, y es natural que algunas de ellas sean factores reales. Pero hay una que corre el riesgo de parecer simplista, y que a lo mejor es la más próxima de la verdad: los gorilas uruguayos -al igual que el general Franco y al contrario del general De Gaulle- terminaron por creerse su propio cuento.
Es la trampa del poder absoluto. Absortos en su propio perfume, los gorilas uruguayos debieron pensar que la parálisis del terror era la paz, que los editoriales de la Prensa vendida eran la voz del pueblo y, por consiguiente, la voz de Dios, que las declaraciones públicas que ellos mismos hacían eran la verdad revelada, y que todo eso, reunido y amarrado con un lazo de seda, era de veras la democracia. Lo único que les faltaba entonces, por supuesto, era la consagración popular, y para conseguirla se metieron como mansos conejos en la trampa diabólica del sistema electoral uruguayo. Es una máquina infernal tan complicada que los propios uruguayos no acaban de entenderla muy bien, y es tan rigurosa y fatal que, una vez puesta en marcha -como ocurrió el domingo pasado-, no hay manera de detenerla ni de cambiar su rumbo.
Sin embargo, lo más importante de esta piña militar no es que el pueblo haya dicho que no, sino la claridad con que ha revelado la peculiaridad incomparable de la situación uruguaya. En realidad, la represión de la dictadura ha sido feroz, y no ha habido una ley humana ni divina que los militares no violaran ni un abuso que no cometieran. Pero en camino se encuentran dando vueltas en el círculo vicioso de su propia Preocupación legalista. Es decir: ni ellos mismos han podido escapar de una manera de ser del país y de un modo de ser de los uruguayos, que tal vez no se parezcan a los de ningún otro país de América Latina. Aunque sea por un detalle sobrenatural: Uruguay es el único donde los presos tienen que pagar la comida que se comen y el uniforme que se ponen, y hasta el alquiler de la celda
En realidad, cuando irrumpieron contra el poder civil, en 1973, los gorilas uruguayos no dieron un golpe simple, como Pinochet o Videla, sino que se enredaron en el formalismo bobo de dejar un presidente de fachada. En 1976, cuando a este se le acabó el período formal, buscaron otra fórmula retorcida para que el poder armado pareciera legal durante otros cinco años. Ahora trataban de buscar una nueva legalidad, ficticia con este plebiscito providencial que les salió por la culata. Es como si la costumbre de la democracia representativa -que es casi un modo de ser natural de la nación uruguaya- se les hubiera convertido en un fantasma que no les permite hacer con las bayonetas otra cosa que sentarse en ellas.
La vida de Gabriel García Márquez y su legado literario nunca se desligó del periodismo. Sus inicios en el oficio se remontan a su llegada a la capital colombiana, Bogotá, en el año 1943, cuando aún era un adolescente.
En medio del frío de la ciudad y lejos de su tierra natal, García Márquez comenzó a escribir algunos poemas durante el secundario y, quizás sin saberlo, reafirmó de a poco su amor por la literatura. Al terminar el secundario, en 1946, decidió estudiar Derecho y por eso se inscribió en la Universidad Nacional de Colombia, aunque nunca terminó la carrera.
Los inicios.
El 13 de septiembre de 1947 su primer cuento, "La tercera resignación", fue publicado en las páginas del suplemento Fin de Semana del periódico El Espectador. García Márquez tenía 20 años.
Seis semanas después, en el mismo diario, fue publicado "Eva está dentro de su gato".
En abril de 1948 el asesinato del candidato presidencial Jorge Eliécer Gaitán, en Bogotá, provocó una era de violencia sin precedentes en el país, e hizo que el joven Gabriel volviera a la ciudad de Cartagena, no sin antes haber participado en las protestas que desencadenó el hecho. La ola de violencia que derivó del asesinato tuvo su reflejo en sus obras.
Ya en Cartagena, el recién fundado periódico El Universal le brindó una columna diaria para imprimir sus letras.
A su regreso a Barranquilla en 1950 por petición de su madre, García Márquez se convirtió en colaborador de El Heraldo, periódico de esa ciudad. Tanto en El Heraldo como en El Universal, usó el seudónimo Septimus. Ese mismo año participó en una revista de corta vida llamada Crónica.
Posteriormente, de nuevo en Cartagena, continuó escribiendo para El Heraldo y El Universal, y decidió que su vida estaría dedicada a la literatura.
Para 1951 publicó otro cuento en El Espectador titulado "Nabo, el negro que hizo esperar a los ángeles", y tuvo lista la primera versión de La Hojarasca, novela que fue rechazada por la editorial Losada.
Un año después García Márquez se quedó sin trabajo y terminó vendiendo libros; sin embargo, su vida como periodista no había terminado.
García Márquez, reportero.
Animado por su amigo y escritor, Álvaro Mutis, Gabo decidió viajar de nuevo a Bogotá en busca de mejores oportunidades, y El Espectador, el periódico donde publicó por primera vez, lo contrató.
Así se abrió paso como periodista, donde inició con cuentos, continuó con la crítica de cine y llegó a ser reportero, oficio que practicó durante años viajando por todo el país.
Su primer reportaje periodístico, titulado "El relato de un náufrago", impulsó su carrera. En él contó la historia de un tripulante de un buque militar que cayó en alta mar y sobrevivió diez días a la deriva.
La dedicación y su capacidad para contar historias lo llevaron a ser corresponsal en Europa, pero mientras estuvo allí el gobierno colombiano de la época decidió cerrar El Espectador y Gabo se quedó sin dinero. Volvió a finales de 1957 a Colombia.
Tras su matrimonio con Mercedes Barcha, viajó a la ciudad de Caracas, Venezuela, para trabajar en dos revistas: Momento y Venezuela Gráfica.
La revolución, el éxito y la fundación de Nuevo periodismo.
En el 59, en medio del triunfo de la Revolución Cubana, él y un gran amigo suyo fueron nombrados directores de la agencia de noticias Prensa Latina. Un año fue suficiente para tomar la decisión de trabajar en La Habana, Cuba, en la sede central de esa agencia de noticias.
Trabajando para Prensa Latina, García Márquez estuvo un corto período en Nueva York, pero la presión anti castrista lo obligó a desplazarse a México D.F., donde se desempeñó como editor de las revistas La Familia y Sucesos para Todos.
Pero años después quiso ser guionista. En el momento de adversidad, García Márquez fue reclutado por la agencia de publicidad Walter Thompson, y allí se desempeñó como publicista por casi dos años.
Corría el año 66 cuando Cien años de soledad comenzó a gestarse en su brillante mente. Fue un éxito.
Ya consolidado como uno de los escritores más representativos de América latina, Gabriel García Márquez se asoció con varios escritores y periodistas colombianos para lanzar la revista Alternativa, de periodismo de izquierda, que circuló desde 1974 hasta 1980 en su país natal.
Y no fue sino hasta la década del 90, específicamente en 1994, que García Márquez inauguró la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) , que en 2012 publicó Gabo Periodista, una selección de sus mejores notas y reportajes.
Gabriel García Márquez, Nobel de literatura colombiano fallecido este jueves, seguirá vivo como un "compañero de las utopías", reflexionó el presidente José Mujica.
El escritor, que murió en su vivienda de Ciudad de México, "va a seguir viviendo de otra manera en la esperanza de la gente y en los jóvenes cuando se asomen al mundo del relato, al mundo de la novela, al mundo de los sueños, va a revivir porque va a estar como un maestro de siempre y para siempre", comentó Mujica al informativo local Telemundo.
"Para aquellos que soñamos con la posibilidad de construir un mundo mejor también va a dejar un compañero de las utopías, de las utopías que los hombres soñamos y anhelamos y que nos dan sentido para vivir", dijo el mandatario de izquierda de 78 años.
Un apenado Mujica confesó que pese a no ser sorpresiva, la muerte del escritor y periodista "duele" porque deja "un vacío imposible de llenar", pues "America latina ha perdido a uno de sus más grandes puntos de referencia en materia de su verdad, de su dolor, de su alegría".
El mandatario, un exguerrillero que estuvo más de una década recluido soportando por largos periodos condiciones infrahumanas, recordó que el autor de "Cien años de soledad" aparecía en su imaginación cuando no podía leer.
"Lo descubrí casi por casualidad en algunos años en la cárcel y caminé mucho con él y después lo dormí ahí, estuve siete años sin poder consultar un libro y mi imaginación buscaba mariposas como las de García Márquez", agregó.
Escritor de algunas de las novelas más celebres del siglo XX, tuvo como obra cumbre "Cien años de soledad" (1967), el máximo exponente del género del realismo mágico que ha vendido más de 30 millones de ejemplares.
El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, lamentó este jueves la muerte de Gabriel García Márquez, uno de los "escritores más visionarios" del mundo, a quien describió como "maestro" del realismo mágico y "voz" del pueblo americano.
"Con el fallecimiento de Gabriel García Márquez, el mundo ha perdido a uno de sus escritores más visionarios, y uno de mis favoritos desde que era joven", dijo Obama en un comunicado tras la muerte del Nobel de Literatura.
El mandatario recordó que tuvo el "privilegio" de conocer a "Gabo" en México, donde el escritor estaba radicado hacía más de tres décadas. Obama contó que el novelista y periodista le obsequió una copia autografiada de "Cien años de soledad", que atesora "hasta el día de hoy".
García Márquez, que falleció a los 87 años en Ciudad de México tras permanecer varias semanas en un delicado estado de salud, fue "un orgulloso colombiano, un representante y voz del pueblo de América, y un maestro del realismo mágico" que "ha inspirado a muchos otros - a veces incluso para ponerse a escribir", dijo Obama.
"Ofrezco mis pensamientos a su familia y amigos, quienes espero obtengan consuelo en el hecho de que el trabajo de Gabo vivirá para las generaciones futuras", afirmó Obama.
Presidentes, escritores y celebridades de toda América Latina lamentaron su fallecimiento, así como el expresidente estadounidense Bill Clinton, quien destacó su "imaginación, claridad de pensamiento y honestidad emocional".
No hay comentarios:
Publicar un comentario