Se conoce como Masacre de Jedwabne al asesinato de aproximadamente 1.680 polacos de religión judía, conforme a la investigación oficial realizada por las autoridades de Polonia en 2001, a manos de sus vecinos polacos católicos en el pueblo de Jedwabne, cerca de la capital de Polonia, Varsovia, el 10/07/1941. La mayoría fueron quemados vivos en un granero. Los artículos que van a continuación son del año 2001, cuando un libro destapó la realidad de dicha masacre y del año 2011.
El libro Neighbors ("Vecinos"), de Jan T. Gross, suscita apasionados debates en Europa y los Estados Unidos de América. Al reconstruir la matanza de toda la comunidad judía de un pueblo, perpetrada no por los invasores nazis sino por sus vecinos polacos, la obra reavivó la discusión sobre las raíces del antisemitismo. En Polonia reabrió viejas heridas y el pasado martes 10, al cumplirse sesenta años de la matanza, el presidente Aleksander Kwansiewski visitó la aldea de Jedwabne. En esta página se reúnen una breve nota de Jan Gross, que reseña los hechos; una reflexión sobre las reacciones actuales en Polonia, escrita por Stanislaw Musial, ex secretario del Papa, y un artículo de Marcos Aguinis que, al evocar la figura de un militante de la resistencia, muestra otra cara de la relación entre judíos y cristianos en la nación más castigada por la Segunda Guerra Mundial.
Cincuenta y nueve años después de la matanza de judíos en Jedwabne, apareció en Polonia una historia del trágico hecho, escrita por el profesor Jan Gross. En el último medio siglo, ningún otro libro conmocionó tanto a la opinión pública local. ¿Por qué? Porque Gross demostró que la masacre no fue perpetrada por los alemanes con ayuda de los polacos, sino por éstos ayudados (probablemente no mucho) por aquéllos.
Esta verdad, ¿por qué escandalizó tanto a los polacos? Antes de que Gross publicara su libro, reconocían de buena gana haber cometido numerosos pecados contra los judíos bajo la ocupación nazi. Algunos los chantajearon; otros los explotaron materialmente; hubo quienes los denunciaron a la Gestapo o, en casos aislados, los asesinaron. Pero pocos polacos estaban dispuestos a admitir que sus compatriotas habían colaborado con los alemanes en el exterminio de los judíos.
En esto, se consideraban mejores que el resto de Europa. Ahora, las evidencias de Jedwabne y de los asesinatos cometidos en los pueblos vecinos de Wasosz y Radzilow demuestran en forma concluyente que hubo colaboración, aunque circunscripta a un área geográfica determinada.
La conmoción provocada por el libro de Gross fue tanto más dolorosa por cuanto los polacos llevaban dos siglos creyéndose víctimas de la violencia ajena. Ellos nunca habían sido victimarios.
Esta verdad, ¿por qué escandalizó tanto a los polacos? Antes de que Gross publicara su libro, reconocían de buena gana haber cometido numerosos pecados contra los judíos bajo la ocupación nazi. Algunos los chantajearon; otros los explotaron materialmente; hubo quienes los denunciaron a la Gestapo o, en casos aislados, los asesinaron. Pero pocos polacos estaban dispuestos a admitir que sus compatriotas habían colaborado con los alemanes en el exterminio de los judíos.
En esto, se consideraban mejores que el resto de Europa. Ahora, las evidencias de Jedwabne y de los asesinatos cometidos en los pueblos vecinos de Wasosz y Radzilow demuestran en forma concluyente que hubo colaboración, aunque circunscripta a un área geográfica determinada.
La conmoción provocada por el libro de Gross fue tanto más dolorosa por cuanto los polacos llevaban dos siglos creyéndose víctimas de la violencia ajena. Ellos nunca habían sido victimarios.
O así lo creyeron, hasta que Gross puso al desnudo lo sucedido en Jedwabne.
El desprecio de Hitler
Si se mira la historia del antisemitismo en Polonia, sobre todo en el período de entreguerras, cuando, recobrada su independencia tras cien años de partición, los polacos pretendieron crear un Estado étnicamente unificado, el crimen de Jedwabne no debería sorprender a nadie. Después de todo, durante la ocupación alemana muchos creyeron que Polonía tenía dos enemigos: uno externo, los alemanes, y otro interno, los judíos. Debemos agradecer el desprecio absoluto de Hitler hacia los polacos, que le impidió procurarse deliberadamente, mediante promesas y recompensas, su colaboración masiva en el exterminio de los judíos. De no haber sido por su falso orgullo y su estupidez, quizás habríamos tenido varias docenas de Jedwabnes.
Conocida la verdad sobre Jedwabne, la opinión pública se escindió. Los derechistas y nacionalistas negaron la participación polaca en los asesinatos o intentaron restarle importancia limitándola a bandidos o elementos asociales. O bien buscaron circunstancias "atenuantes" en los presuntos daños infligidos por judíos a polacos durante la breve ocupación soviética del pueblo.
El bando opuesto, numéricamente menor, se sitúa más hacia la izquierda. Acepta y lamenta los hechos descubiertos por Gross. El haber sacado a luz la verdad sobre la masacre constituye, a su juicio, una oportunidad de limpiar la memoria polaca respecto a la Ocupación y un estímulo saludable para combatir el antisemitismo en la Polonia actual. Afirma que un examen de conciencia sincero, con el compromiso de enmendarse, no puede menos que ayudar a Polonia a construir su democracia y mejorar su imagen.
En cuanto a la Iglesia Católica, el 10 de julio de 1941 el clero de Jedwabne nada hizo por impedir que sus fieles participaran en la masacre. Hoy, la Iglesia mantiene una actitud ambigua. Para el obispo local, Stanislaw Stefanek, con sede en Lomza, todo el asunto es una conspiración contra Polonia. Nuestro cardenal primado, Jozef Glemp, no niega la participación polaca en el crimen, pero pide que los judíos se disculpen igualmente por los supuestos asesinatos de polacos cometidos bajo la ocupación soviética.
Como quiera que sea, el Episcopado decidió disculparse ante los judíos por lo de Jedwabne. Sin esperar al sexagésimo aniversario de la masacre, y reacio a pedir perdón en el lugar del hecho, junto al presidente Aleksander Kwasniewski organizó para el 27 de mayo una misa penitencial en la Iglesia de Todos los Santos, cercana a lo que fue el gueto de Varsovia durante la guerra. Sólo asistió un tercio del Episcopado, pero, aun así, fue un acto de contrición valioso. Jamás se había visto a los obispos polacos pedir perdón, de rodillas, por pecados cometidos contra judíos.
Vida cotidiana emponzoñada
¿Tiene sentido recordar lo ocurrido hace sesenta años en Jedwabne, un pueblo cuyo nombre ignorábamos hasta que Gross publicó su libro? Plantear siquiera tal interrogante equivale a dudar de si tiene sentido recordar el Holocausto.
La ignorancia del pasado "fructifica" facilitando la reiteración de errores pretéritos. La humanidad es un sistema de vasos comunicantes en el que el conocimiento del pasado modela el presente y el futuro. Además, hablar de Jedwabne tiene sentido no solo en Polonia sino también en el resto del mundo, porque este crimen revela una nueva faceta oscura de lo que puede hacer un ser humano.
La masacre de Jedwabne no se cometió en un campo de exterminio, detrás de alambradas de púas, sino en un pobre y típico pueblito en que todos se conocían y se veían a diario, y las dos comunidades convivían desde hacía siglos. Jedwabne revela otra cara del Holocausto: vecinos asesinando a vecinos. También presenta un ejemplo de cómo puede incubarse el crimen en una vida cotidiana emponzoñada por el antisemitismo.
Durante la ceremonia del 27 de mayo, en Varsovia, el obispo Stanislaw Gadecki, en su invocación litúrgica, mencionó a Jedwabne junto con Auschwitz y otros lugares de exterminio. Y con razón, porque Jedwabne es un nuevo nombre del Holocausto. © Project Syndicate
Si se mira la historia del antisemitismo en Polonia, sobre todo en el período de entreguerras, cuando, recobrada su independencia tras cien años de partición, los polacos pretendieron crear un Estado étnicamente unificado, el crimen de Jedwabne no debería sorprender a nadie. Después de todo, durante la ocupación alemana muchos creyeron que Polonía tenía dos enemigos: uno externo, los alemanes, y otro interno, los judíos. Debemos agradecer el desprecio absoluto de Hitler hacia los polacos, que le impidió procurarse deliberadamente, mediante promesas y recompensas, su colaboración masiva en el exterminio de los judíos. De no haber sido por su falso orgullo y su estupidez, quizás habríamos tenido varias docenas de Jedwabnes.
Conocida la verdad sobre Jedwabne, la opinión pública se escindió. Los derechistas y nacionalistas negaron la participación polaca en los asesinatos o intentaron restarle importancia limitándola a bandidos o elementos asociales. O bien buscaron circunstancias "atenuantes" en los presuntos daños infligidos por judíos a polacos durante la breve ocupación soviética del pueblo.
El bando opuesto, numéricamente menor, se sitúa más hacia la izquierda. Acepta y lamenta los hechos descubiertos por Gross. El haber sacado a luz la verdad sobre la masacre constituye, a su juicio, una oportunidad de limpiar la memoria polaca respecto a la Ocupación y un estímulo saludable para combatir el antisemitismo en la Polonia actual. Afirma que un examen de conciencia sincero, con el compromiso de enmendarse, no puede menos que ayudar a Polonia a construir su democracia y mejorar su imagen.
En cuanto a la Iglesia Católica, el 10 de julio de 1941 el clero de Jedwabne nada hizo por impedir que sus fieles participaran en la masacre. Hoy, la Iglesia mantiene una actitud ambigua. Para el obispo local, Stanislaw Stefanek, con sede en Lomza, todo el asunto es una conspiración contra Polonia. Nuestro cardenal primado, Jozef Glemp, no niega la participación polaca en el crimen, pero pide que los judíos se disculpen igualmente por los supuestos asesinatos de polacos cometidos bajo la ocupación soviética.
Como quiera que sea, el Episcopado decidió disculparse ante los judíos por lo de Jedwabne. Sin esperar al sexagésimo aniversario de la masacre, y reacio a pedir perdón en el lugar del hecho, junto al presidente Aleksander Kwasniewski organizó para el 27 de mayo una misa penitencial en la Iglesia de Todos los Santos, cercana a lo que fue el gueto de Varsovia durante la guerra. Sólo asistió un tercio del Episcopado, pero, aun así, fue un acto de contrición valioso. Jamás se había visto a los obispos polacos pedir perdón, de rodillas, por pecados cometidos contra judíos.
Vida cotidiana emponzoñada
¿Tiene sentido recordar lo ocurrido hace sesenta años en Jedwabne, un pueblo cuyo nombre ignorábamos hasta que Gross publicó su libro? Plantear siquiera tal interrogante equivale a dudar de si tiene sentido recordar el Holocausto.
La ignorancia del pasado "fructifica" facilitando la reiteración de errores pretéritos. La humanidad es un sistema de vasos comunicantes en el que el conocimiento del pasado modela el presente y el futuro. Además, hablar de Jedwabne tiene sentido no solo en Polonia sino también en el resto del mundo, porque este crimen revela una nueva faceta oscura de lo que puede hacer un ser humano.
La masacre de Jedwabne no se cometió en un campo de exterminio, detrás de alambradas de púas, sino en un pobre y típico pueblito en que todos se conocían y se veían a diario, y las dos comunidades convivían desde hacía siglos. Jedwabne revela otra cara del Holocausto: vecinos asesinando a vecinos. También presenta un ejemplo de cómo puede incubarse el crimen en una vida cotidiana emponzoñada por el antisemitismo.
Durante la ceremonia del 27 de mayo, en Varsovia, el obispo Stanislaw Gadecki, en su invocación litúrgica, mencionó a Jedwabne junto con Auschwitz y otros lugares de exterminio. Y con razón, porque Jedwabne es un nuevo nombre del Holocausto. © Project Syndicate
Stanislaw Musial
(Traducción de Zoraida J. Valcárcel)
El P. Stanislaw Musial, S.J., integra el consejo editorial del diario católico Tygodnik Powszechn .
Fue secretario de Juan Pablo II y de la Comisión para el Diálogo con el Judaísmo, del Episcopado polaco
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La masacre comenzó apenas despuntó el sol, pero se venía preparando hacía días en una creciente ola de humillaciones, asesinatos y rumores de matanzas en pueblos vecinos. Alemania había invadido la Unión Soviética el 22 de junio, quebrando el pacto de no agresión entre Hitler y Stalin. Jedwabne, incorporado a la Unión Soviética en 1939 y bajo un brutal proceso de sovietización desde entonces, cambió a manos alemanas el día 23. El destino de la mitad de su población, judíos con raíces centenarias en el pueblo, estaba sellado para diecisiete días después.
En la plaza desprovista de árboles, una cadena de brazos no dejaba escapar a centenares de hombres, mujeres y niños judíos reunidos a empujones y amenazas bajo el sol ardiente del verano, apaleados e insultados por sus propios vecinos polacos. Con el alcalde y la gendarmería alemana a la cabeza, armados con hachas, palos con clavos y barras de hierro, sacaron a sus vecinos judíos de sus casas, y persiguieron y asesinando a quienes intentaban escapar. Al final del día, quienes todavía quedaban vivos fueron obligados a marchar con el rabino al frente hasta un granero cerca del cementerio judío, obligados a llevar una estatua de Lenin, obligados a cantar que la guerra era su culpa. El establo se roció con combustible, y más de mil hombres, mujeres y niños fueron quemados vivos. Los gritos y el olor a carne quemada se convirtieron en un recuerdo fantasmal entre los habitantes de Jedwabne y sus descendientes que ocuparon las propiedades de los muertos. No lo olvidarían fácilmente.
Hasta el año 2001 se culpó a los alemanes nazis por este suceso, e incluso existía una placa conmemorativa en el lugar de la matanza que culpaba directamente al pueblo alemán: “Sitio de martirologio del pueblo judío. La Gestapo hitleriana y la gendarmería quemaron 1600 personas vivas el 10 de julio de 1941”.
Hasta que el profesor Jan Gross demostró que fueron los propios polacos quienes cometieron la masacre, posiblemente con la complacencia de los nazis.
En 2001, un libro publicado en Estados Unidos y seguidamente en Polonia expuso a la luz pública los hechos ocultos tras el monumento de Jedwabne.
Jan Tomasz Gross, sociólogo e investigador de origen judío-polaco, profesor de historia en la universidad de Princeton, publicó el resultado de una extensa investigación, en un libro titulado “Vecinos”. En él reconstruye el exterminio de la comunidad judía de Jedwabne, generando un amplio debate en Polonia respecto a la actuación de su ciudadanía durante el nazismo.
El profesor Gross consiguió demostrar que, aunque los alemanes fueron testigos del suceso y probablemente simpatizantes, fueron los propios polacos los que se encargaron de ejecutar la masacre.
El libro fue finalista del National Book Award y en Polonia despertó un debate nacional sin precedentes sobre un tema tabú: las complejas relaciones polaco-judías durante la guerra. Hubo una ola de discusiones sobre la responsabilidad colectiva, ensayos y libros a favor y en contra del trabajo de Gross.
Periodistas y documentalistas se acercaron a Jedwabne y fueron recibidos con hostilidad por la mayoría de la población local. El Instituto para la Memoria Nacional inició una investigación judicial en Jedwabne que concluyó en 2004 y apoyó parcialmente las conclusiones de Gross sobre la participación polaca, aunque “no pudo establecer” la cantidad de muertos y el grado de participación de las SS el día de la matanza.
El 10 de julio de 2001, con motivo de la conmemoración del 60 aniversario de la masacre, el presidente polaco Aleksander Kwansiewski pidió perdón públicamente a las víctimas y sus familiares en nombre del pueblo polaco.
El presidente viajó al pueblo y por primera vez hubo un reconocimiento oficial de la culpabilidad de los polacos ante una treintena de familiares de las víctimas llegados de todas partes del mundo. La frase de la placa del monumento fue cambiada por: “Aquí fueron quemados vivos los 1600 judíos de Jedwabne”.
Cuando se conmemoró el 70° aniversario de la masacre, participó por primera vez un obispo y se leyó una carta del actual presidente, Bronislaw Komorowski, rogando “una vez más, perdón”.
El alcalde del pueblo no se presentó: el anterior se había visto obligado a renunciar después de apoyar el acto de diez años atrás. Los habitantes de Jedwabne, una vez más, miraron de lejos.
Esta no fue la única matanza perpetrada por el pueblo polaco contra los judíos; casos similares se dieron en otros pueblos, como Wasosz y Radzilow.
Esta no fue la única matanza perpetrada por el pueblo polaco contra los judíos; casos similares se dieron en otros pueblos, como Wasosz y Radzilow.
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