El reciente debate que se ha instalado en América Latina sobre la Alianza del Pacífico y más particularmente el que se ha dado en Uruguay, puede ser tomado como una primera evidencia del 'estado anímico' de una América Latina sin Chávez. Uruguay pertenece a la Alianza del Pacífico como observador desde 2011, junto a muchos otros países.
Su condición de país pequeño entre dos grandes ha abonado la idea –en buena parte de su diplomacia y de su clase política– de que la diversificación de sus apoyos y relaciones en un contexto internacional incierto y cambiante es la mejor estrategia.
Así, la idea que 'debemos integrar todos los bloques' ha pasado a ser defendida por buena parte del elenco gubernamental, sin que se examinen con firmeza las contradicciones –para algunos evidentes– de formar parte al mismo tiempo del Mercosur y de la Alianza del Pacífico.
Si bien el Mercosur, a despecho de todos sus problemas, sigue ampliándose (la reciente solicitud de adhesión de Bolivia, sumada a la reciente incorporación plena de Venezuela, debe contarse entre las iniciativas recientes de mayor importancia relativa) hoy enfrenta una zona de turbulencias.
Por un lado, el enlentecimiento del crecimiento brasileño limita el vigor de su liderazgo, cuando apuntaba a consolidarlo vía reducción de su superávit comercial con los países vecinos e intensificación de su inversión externa. Argentina enfrenta –como siempre– problemas políticos y económicos de magnitud, que lo llevan a una postura defensiva, no siempre amigable con la idea de una 'política económica común'.
El Parlamento del Mercosur no funciona desde hace más de dos años, y aunque se asignan fondos estructurales para el desarrollo de los países, se avanza en el Banco del Sur y se definen políticas energéticas e infraestructurales comunes –con escaso grado de avance– el bombardeo al Mercosur es tan permanente que la idea de un 'estancamiento' en todos los planos se ha afirmado.
Pero el bombardeo al Mercosur y el marketing de la Alianza del Pacífico son parte de un mismo pensamiento estratégico (o, en algunos casos, de la falta del mismo). La Alianza del Pacífico tiene mucho de 'área de influencia' de Estados Unidos de América.
Las razones son simples: los países que la componen (Colombia, Chile, Perú, México) tienen todos tratados de libre comercio con Estados Unidos de América e implementan políticas económicas liberales ortodoxas. Las economías del Mercosur, en mayor o menor grado, son economías relativamente protegidas, administran comercio, tiene Estados fuertes y presentes, y aplican políticas más o menos heterodoxas, caracterizadas por el 'progresismo' de sus gobiernos.
En Uruguay las declaraciones de algunos voceros del Gobierno sobre la posibilidad de que el país sea 'miembro pleno' de la Alianza del Pacífico despertaron recelos dentro de las fuerzas de izquierda que están en el Gobierno, así como advertencias de los socios brasileños.
Fueron ecos de la vieja controversia sobre la conveniencia o no de firmar un Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos de América, que tuvo en jaque a la izquierda en el período de gobierno anterior.
La posible reunión del presidente uruguayo con el presidente de Estados Unidos, la negociación de entrada de cítricos y carne ovina a ese país (promesas de recompensas muy menores, en un contexto en que Estados Unidos no está entre los principales socios comerciales), así como los intentos de Washington de desarrollar una asociación comercial intercontinental abarcativa, con socios como Singapur, Australia, Nueva Zelanda o Japón y el deseo de incluir a Uruguay en esa agenda, tensaron nuevamente el clima político al interior de la izquierda.
La vieja idea del 'regionalismo abierto', propugnada por figuras de importancia política dentro del Frente Amplio, vuelve a colocarse en el centro, a poco de que se instale la campaña electoral en 2014.
Tampoco han sido felices las afirmaciones que el bloque del Pacífico tiene más 'potencial integracionista' o que sería una solución al 'estancamiento' del Mercosur. Lo peor que puede hacer el país es reforzar el pensamiento de buena parte de los empresarios y políticos brasileños, que desde hace mucho tiempo pretenden que Brasil se desmarque del bloque y negocie solo.
A diferencia de Uruguay, Brasil puede hacerlo. La oposición brasileña que demanda a su gobierno desmarcarse del Mercosur es bien reflejada en el representante de la Federación de Industrias de San Pablo: 'necesitamos librarnos de esa camisa de fuerza, pues no vamos a concurrir a ningún acuerdo teniendo a Argentina y Venezuela como socios'. Uruguay no puede reforzar esta posición. El intento de aislar a Venezuela y Argentina es más que evidente.
Es en momentos como este que extrañamos a Chávez. Seguro que hubiera hecho algún discurso encendido, poniéndole al galimatías diplomático y comercial de estos días una buena dosis de ideología, política y estrategia, para recordarnos a dónde íbamos con todo esto.
Publicado en la revista América XXI, Año XI – Nº 97, edición de julio de 2013
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