La Ciudad Vieja nace y muere cada día, dice el agente inmobiliario Federico Principi Gómez para describir su particularidad: cómo no tiene la uniformidad de los otros barrios, cómo cambia cuadra a cuadra y es vulnerable a los vaivenes de la economía. El rincón más antiguo de Montevideo es frágil y necesita “que lo traten con cariño”, especialmente ahora, que el barrio “perdió mucho debido a la pandemia”, opina Principi.
Este viene siendo un invierno cruel en la Ciudad Vieja, por eso sus pobladores, los que allí trabajan y los que tienen comercios se dividen en dos: los optimistas por un lado, los pesimistas por el otro.
Los pesimistas son más y dicen que algo está cambiando, “que algo ya cambió” y que les recuerda a un pasado hostil que se creía superado.
Es pleno mediodía, casi no hay feriantes ni artesanos en la peatonal Sarandí, tampoco se perciben turistas; aunque es la hora pico, la circulación de transeúntes es baja. Dos agentes de la policía montada custodian la zona. Varios de los bancos de la plaza están inhabilitados, atravesados por cintas amarillas. Los dos que están frente a la catedral contienen debajo del asiento una pila de cartones largos y anchos, un colchón del que solo queda el polifón, bolsas gruesas: desechos que servirán para improvisar una cama en la noche gélida. Cruzando la calle, hay baldes, ollas, hasta un cartel que dice “se toma ropa para lavar”. En otras partes del barrio también se verán carpas y casillas armadas con plásticos y cartones.
Media cuadra al oeste, por la calle Ituzaingó, dentro de una peluquería se comenta que la pandemia convirtió a la Ciudad Vieja en un lugar solitario.
—Muy solitario, te diría. Sin los turistas, con toda la gente que emigró del barrio por el teletrabajo, se hace más evidente la cantidad de gente sin hogar que está la calle —dice la gerenta.
Esta semana, a esta cuadra llegaron tres cuidacoches nuevos. Pero como no hay lugar para todos empezaron las peleas por un pedazo de calle.
El kiosco frente a la peluquería lo atiende una señora mayor. Siempre hubo “personas durmiendo en la calle y se convivía en paz”, pero en las últimas semanas ver tantas “caras nuevas” la desconciertan. “Cada vez hay más gente en situación de calle. Ves gente pidiendo, ves gente durmiendo y ves gente que entra a los comercios a llevarse lo que puede”, dice.
Entran corriendo, manotean y se van. “Todavía no es violento”, señala. Pero puso una cámara de seguridad y cuando cae la tarde, por primera vez en cuatro años, cierra la puerta de entrada con llave.
Plaza Matriz
A inicios de julio, en la madrugada de un lunes, intentaron asaltar una barbería, dos kioscos, un restaurante y una cafetería. A todos les generaron roturas, a algunos en los candados, a otros en las cortinas, en las rejas, en las vidrieras.
—Si te digo qué se llevaron…se llevaron unas cajas de jugo. No valen nada, ¿pero sabés cuánto me costó a mí la reparación? Más de 40.000 pesos —dice el dueño de uno de los comercios.
Tal y como muestra el registro de la cámara de seguridad, quien robó se tomó su tiempo.
Tras esforzarse varios minutos en romper la cortina metálica, de otro negocio se llevaron unas bolsas de papas chips. “Yo soy el más ligador: a mí es la tercera vez que me roban en estos meses. Plata no hay. Escondo los cigarros y las bebidas, entonces cuando entran ya no tienen qué llevarse”, dice.
En otro local, quien cometió el hurto intentó con todas sus fuerzas romper el vidrio pero era blindado y terminó lastimándose, dejando rastros de sangre.
Dice el propietario:
—¿Sabés por qué está pasando esto? Porque acá se está vendiendo más droga. Se meten en las casas abandonadas, en los comercios que quedaron vacíos por la pandemia y abren bocas. En esta zona no había bocas pero ahora sabemos que hay: vemos toda la movida.
Todos los días aparece alguien ofreciéndole algún producto que él asegura le fue robado a otro comerciante del barrio: artículos de farmacia, de peluquería: ayer le ofrecieron “whisky a elección”.
La señora A. —pide que así se la mencione—, harta de que le lleven productos del local, empezó a vaciar los frascos en exhibición y los llena con agua. Integra al menos dos grupos de WhatsApp con vecinos y comerciantes. Entre ellos la historia se repite: hurtos sin violencia pero dañinos. Cada vez que ven a una persona “con una actitud sospechosa”, se pasan una descripción de cómo luce. “Lo que más se roban es comida. Se llevan cajas de alfajores, comida de las mesas en los restaurantes: lo que sea”, describe.
Reunió 350 firmas que la próxima semana pretende entregarle en mano al presidente Luis Lacalle Pou, al ministro de Interior Luis Alberto Heber y al de Turismo, Tabaré Viera. “Vemos con enorme preocupación el gran deterioro en la seguridad de nuestro barrio. Causa consternación en vista del hecho que hubo otros períodos similares, que fueron superados exitosamente con la colocación de cámaras hace 10 años”, dice la nota. Y sigue: “En los
últimos tres meses hemos sufrido uno o dos robos por noche en viviendas y locales
comerciales”.
Entre el temor a que el panorama empeore y que el barrio vuelva a ser “estigmatizado” si se
comunican sus problemas, proliferan las hipótesis. El rumor es que las cámaras de
videovigilancia o “no funcionan o la Policía no las ve como antes”. También están quienes
aseguran que los locales que serán robados “se marcan”, entonces buscan cualquier señal en
las fachadas. Todos los entrevistados dicen que “después de las siete, la Ciudad Vieja es otro
mundo” y que en la madrugada “se ve y escucha de todo”. Las tiendas empezaron a cerrar
más temprano, los trabajadores evitan algunas paradas de ómnibus. Algunos patrones les
prohíben a sus empleados darles agua a los indigentes. Hay vecinos que culpan a otros
vecinos por asistirlos con café y comida.
Cuenta la dueña de un local:
—La convivencia se deterioró muchísimo. Hay gente nueva que llega todo el tiempo a la calle
y los vecinos se enojan, me dicen “están acá porque les das de comer”. Los entiendo, pero yo
no sé por qué esas personas están en ese estado. Y la comida que no vendo no la voy a tirar
cuando viene gente hecha pedazos a pedirme un poco de pan. Pero también siento como
creció la agresividad. El día en que no tengo nada para dar, agarro coraje para demostrarles a
los que se ponen violentos que no les tengo miedo, porque incluso llegan a amenazarme.
Dormir en la calle.
Las autoridades no quieren contradecir a los vecinos, pero dejan que sus estadísticas
expresen que la que ellos relatan no es la realidad que perciben. Desde el Ministerio de
Desarrollo Social (Mides), Gabriel Cunha, director del programa Calle, explica que analizar una
evolución por zona únicamente es posible mediante un censo. Este año, la cartera no hará el
relevamiento. ¿Por qué? “No podemos hacer todos los años la medición porque requiere un
nivel de dedicación de recursos humanos bastante grande y tampoco te da una información
tanto más significativa de un año a otro. Nosotros lo hicimos en 2021 y en 2020, pero antes,
el último que se había realizado era de 2016”, justifica.
En cambio, plantea que un indicador confiable para medir el estado de situación de una zona
es el número de reportes de los ciudadanos por vía telefónica y WhatsApp. “En el último
tiempo, tenemos una reducción de reportes en la Ciudad Vieja”, asegura Cunha. De hecho,
menciona que un par de meses atrás, la primera vez que los vecinos plantearon este
panorama, Mides realizó una recorrida junto al Ministerio del Interior y la Intendencia de
Montevideo (IM) y “no encontraron casi gente durmiendo en la calle”.
Según el director, esta situación se había detectado antes, cuando la coalición asumió el
gobierno, y por eso reforzaron la oferta de dispositivos en el barrio. Entre un refugio
nocturno, un centro 24 horas y otro de contingencia, hay algo más de 100 plazas disponibles
que se incrementan en otros 40 cupos las noches de frío polar. A su vez, se generó un centro
diurno a pocas cuadras de Ciudad Vieja.
VIVIENDAS CON APOYO
Éxito: 79,2% sostiene la vivienda que le otorgó el Mides
El Ministerio de Desarrollo Social prevé ampliar el programa de Viviendas con apoyo dado su
buen resultado en sus distintas modalidades: viviendas individuales y compartidas. La política
se inspiró en el modelo housing first que coloca el acceso a la vivienda como centro, “para
luego atender las otras problemáticas que afecten a la persona”, explica Gabriel Cunha,
director de Calle. Los primeros pasos se dieron en la administración frenteamplista y el
gobierno ahondó en ese camino. Mediante un convenio con la Agencia Nacional de Vivienda,
cada semestre accede a apartamentos que son rentados. Hay 290 plazas y se pretende
sumar de 10 a 15 por año. El nivel de sostenibilidad de la vivienda es de 79,2%: “Un éxito”,
dice Cunha.
“Desde el 1° de mayo te aseguro que no ha quedado ni una persona afuera de un dispositivo
por falta de cupo”, dice Cunha. En tanto, asegura que este año el Plan Invierno pondrá el foco
en el tratamiento de las adicciones. “Vamos a tener la puesta en marcha de distintos
proyectos que van a terminar atendiendo hasta a 205 personas”, dice.
Por la noche, con los comercios cerrados y las luces tenues, en las partes sin actividad
gastronómica —ni en la Plaza Zabala, donde hay dos policías—, el ambiente es desértico y
oscuro.
Los que deambulan por la Ciudad Vieja son sobre todo hombres jóvenes. Van solos, en dupla
o están en grupo. Miran con desconfianza y si les parece sospechosa la presencia de un
vehículo, aceleran el paso hacia otra calle y se separan en el camino. La gran mayoría están
consumiendo pasta base o se preparan para hacerlo. Otros, ya con la dosis en el cuerpo, se
aprontan para dormir un rato.
El sofisticado mármol beige del edificio de la Bolsa de Valores será el frío colchón de un grupo
de consumidores.
Uno de ellos, dice sin rodeos:
—Yo estoy en la calle para consumir.
—¿Intentaste rehabilitarte?
—Supe cerrar círculos, pero volví a la calle porque consumir es lo único que quiero.
Otras personas con actitud más tranquila, con un nivel de deterioro menor, se dirigen hacia
la Rambla Portuaria. Allí hay una olla popular gestionada por la Asociación de Bancarios del
Uruguay y un colectivo conformado por vecinos de una cooperativa. Preparan la cena cada
martes y jueves, los sábados sirven la merienda y los domingos, otra olla funciona en el
Museo de las Migraciones.
ciudad vieja
Bola de Valores de Montevideo. Foto: Juan Manuel Ramos
La fila es larga. Muchos son hombres; hay indigentes, hay trabajadores, hay madres, hay
padres que piden para sus hijos.
—Vemos de todo. Personas con problema de consumo y otras a las que el sueldo no les da.
Tenemos gente que se queda a cuidarnos, que hasta que no nos vamos no se retira —dice
una vecina.
—¿Hay más personas durmiendo en las calles de la Ciudad Vieja?
—Sin duda. Entre semana servimos 500 porciones cada vez, y los sábados la merienda para
entre 800 y 1.000.
—¿Crees que hay un problema de convivencia con los vecinos?
—Se nos llenó el zaguán de pobres y el pobre molesta, no es lindo de ver. A la mayoría ni los
miran. Pero también entiendo que si no se cuida el espacio, es inevitable que surjan
problemas.
Un quiebre.
En la calle Juan Carlos Gómez, un portero muestra una secuencia de fotos. Un grupo de dos,
tres, cuatro hombres duermen en la entrada del edificio donde únicamente hay oficinas. En
algunas imágenes se ven restos de comida, materia fecal, manchas de orina, mugre.
—Estamos así desde hace tres semanas. Cada mañana llego y tengo una pelea distinta —dice.
Les pide que se retiren. A cambio, estos indigentes le exigen dinero o comida. Él llama a la
Policía; los hombres se burlan y lo insultan. La Policía llega, a veces les gritan algo desde el
patrullero, otras veces los agentes se bajan y les hablan. Se retiran. A la mañana siguiente, lo
mismo.
—Tenemos el problema de que este es un edificio solamente con escritorios. Ya quedaron
muchos vacíos por la pandemia y ahora con esta situación muchísimos inquilinos se quieren
ir. Sus clientes tienen miedo de venir.
El edificio tiene a sus costados dos colosales viviendas vacías. “Todo el día tenemos a personas
consumiendo pasta base y ahora es peor porque abrió una boca a media cuadra”, dice una
propietaria. En frente, debajo de unos andamios que llevan años amortiguando la caída de
revoque de una obra eterna, un grupo comparte una carpa. Entre los fierros se lee
Defensoría del Vecino de Montevideo. A esta oficina, otra propietaria envió una carta
planteando el problema que viven.
—Es horrible que estén en la calle, pero sus derechos se terminan donde empiezan los
nuestros y nadie nos ayuda. No puedo ingresar a mi lugar de trabajo y si no se quieren
mover, nuestros clientes tienen que entrar saltándoles por encima. Le escribí a la defensoría
pidiendo ayuda porque lo que nosotros tenemos es un verdadero problema de convivencia.
El País consultó al Municipio B si percibe un incremento de la población en situación de calle y
si le consta un quiebre en la convivencia entre vecinos, pero no obtuvo respuesta. La misma
consulta se planteó a la IM, pero no respondió.
Desde la comuna tampoco se contestó si ya se había activado el programa Late Ciudad Vieja,
presentado en agosto de 2021 como la llave para lograr una “transformación urbana
relevante” en el barrio, “mejorar su transitabilidad y habitabilidad”. Además de extender los
espacios públicos y peatonales, recuperar edificios históricos, ahondar en la regulación de las
pensiones, entregar créditos para mejorar las viviendas y fomentar la rehabilitación de fincas
en desuso, el plan anunciaba que se incorporarían viviendas vacías a la cartera de tierras de la
IM.
El arquitecto Gonzalo Bustillo, magíster en ordenamiento territorial y desarrollo urbano —
quien junto a Mariana Ures estudió la problemática de las viviendas vacías, de las pensiones
irregulares y propusieron un modelo de vivienda compartida que, hasta ahora, no fue
recogido por las autoridades— escucha sobre el quiebre en la convivencia que sufre el casco
antiguo y dice que desde el punto de vista teórico “era totalmente previsible”.
ciudad vieja de noche
Ciudad Vieja. Foto: J.M. Ramos
“El quiebre de hoy es una exacerbación de procesos recientes (menos turistas, cambios en la
dinámica laboral, más población en situación de calle), pero en realidad son tendencias
estructurales de la Ciudad Vieja que remiten al funcionamiento urbano de Montevideo, en
el cual la vivienda vacía es un elemento clave”, plantea. Según estudiaron, el casco antiguo
pierde población desde la década de 1970: el censo de 2011 arrojó que el 18% de las
viviendas están vacías. Los urbanistas saben que cuando en un barrio este escenario supera
el 8% se genera una retroalimentación del deterioro urbano.
“Empieza a haber deterioro por la propia falta de mantenimiento de la vivienda. Luego viene
un proceso de intrusión de terceros y la ocupación, y después algunos usan esos espacios
para prácticas ilegales”, dice. De esta manera, los éxitos de recuperación de espacios
mediante la creación de peatonales, las ciclovías, los circuitos de seguridad para proteger a
los turistas, “son acciones que ayudan, pero para resolver la raíz del problema se requieren
medidas de ordenamiento territorial”, opina.
En 2019, una ley habilitó a que el gobierno municipal y nacional avancen sobre los inmuebles
urbanos vacíos y degradados, pero según explica Bustillo “si ese propietario repara la
fachada, ese inmueble queda vacío pero al no estar degradado está fuera del alcance de la
ley”.
Las cámaras de antes.
Santiago González, el director de Convivencia y Seguridad Ciudadana del Ministerio del
Interior, dice que a pesar de que los vecinos señalan un incremento de los hurtos, del
microtráfico y del consumo de drogas en Ciudad Vieja, y aunque el ministro Heber se ha
reunido con ellos y recorrió la zona, desde la cartera “no tenemos la sensación de que haya
empeorado el delito, de hecho los números no empeoraron”.
En el primer semestre, Montevideo registró 10.124 denuncias por rapiñas de las cuales 87
pertenecen a la seccional 1°, en Ciudad Vieja. Esta es, además, la quinta seccional con menos
hurtos de la capital. En el primer semestre, de un total de 29.251 hurtos denunciados, 679
ocurrieron en el casco antiguo. “Pero lo que es cierto es que la zona tiene un problema de
microtráfico y de consumo, con un circuito de gente que va a Ciudad Vieja a comprar droga y
a consumir. Lo recibimos así (por parte del gobierno anterior) y la Brigada Departamental
Antidrogas está trabajando muchísimo en eso”, dice.
ciudad vieja
Población en situación de calle en Ciudad Vieja. Foto: J.M. Ramos
Por su parte, Atilio Rodríguez, el subjefe de Policía de Montevideo, detalla que en lo que va
del semestre, la brigada antidrogas reunió evidencia que permitió la autorización de la
Justicia para realizar 15 allanamientos. Y hay más: “Se incautó pasta base, llevamos a 15
personas detenidas y se lograron tapiar ocho fincas”. Eran bocas que funcionaban en
viviendas vacías. A su vez, se trabaja con el Mides en detectar a las personas en situación de
calle con problemas de consumo que tengan comportamientos inadecuados para que sean
conducidos ante un juzgado de faltas y se multiplicó el patrullaje. En definitiva, “en virtud de
que todos los meses se hacen operativos, la de Ciudad Vieja es una situación controlada”,
concluye.
Pero quienes la habitan disienten.
Creen que dejaron de ser “un barrio modelo en seguridad” debido a un cambio en la
metodología de la videovigilancia y le reclaman al ministerio regresar a la antigua estrategia,
montada en 2013, que colocó 340 cámaras con inteligencia artificial que disparaba alertas
ante situaciones previamente definidas, y destinó funcionarios y vehículos en la misma
seccional para reaccionar con agilidad. “Fue el primer proyecto de videovigilancia, se blindó el
barrio y debido al éxito que tuvo se replicó en otros circuitos de la ciudad”, explica Alejandro
Sánchez, director del Centro de Comando Unificado (CCU).
Pero ahora Montevideo tiene 4.000 cámaras desplegadas, “lo cual demanda más gente para
visualización y una respuesta mayor de las zonas operacionales”, que desde 2018 se
centralizaron en un mismo lugar, en el CCU. “El año pasado ya tuvimos una reunión con
vecinos y se les explicó que volver a esa videovigilancia exclusiva para un barrio y desatender
todo el resto, es complejo”, plantea.
Sin embargo, tranquiliza, las cámaras siguen en el barrio, se renovó su tecnología, y son el eje
para las investigaciones antidrogas que se están realizando.
En la calle Cerrito, donde los vecinos y comerciantes solo hablan de los hurtos y del
incremento de la población en situación de calle, algunos cuentan que se alegraron al
escuchar la noticia de que esta temporada se espera la llegada de un número récord de
cruceros.
Dice un vecino:
—Desde la pandemia que no vemos presencia policial, pero van a venir para cuidar a los
extranjeros. Al turista lo cuidan, a nosotros no. La realidad es esa.
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