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viernes, 22 de abril de 2016

EL SALVADOR: HISTORIA DE LA VIOLENCIA

Óscar Martínez es ese tipo de periodista que se reportea incluso a sí mismo, tan transparente en su oficio que en pocos minutos de conversación ya ha puesto una anécdota de su vida al servicio de la crónica del lugar en el que vive. Para responder a algo tan simple como edad y lugar de nacimiento (San Salvador, 1983), debe matizar que creció “en una casa buena, al menos de cemento” de Soyapango y que de haber nacido poco después no habría escapado de ser “pandillero o acosado por las pandillas”.

Así da muestra de la poca voluntad de juicio moral con la que se acerca a las existencias y motivos de quienes dominan y oprimen a gran parte de El Salvador, los pandilleros, protagonistas principales de “A History of Violence” (Verso Books, 2016), su libro más reciente, publicado en inglés en los Estados Unidos el 8 de marzo.

Se le ve azorado, descorazonado y desubicado porque llega tarde a nuestra entrevista por Skype tras ser testigo de un juicio “en el país en el que de cada 10 homicidios solo uno llega al juzgado y ni siquiera ese se resuelve”. Siente que debe molestarse ante algo tan normal en El Salvador (normal como estadística) que otros ya habrían dejado de notarlo.

Martínez –un colega y amigo que ha invertido muchas horas en ayudarme a desentrañar América Central desde que hace cinco años pisé la región por primera vez– escribe desde ese ejercicio de empatía, de no saberse mejor que el “otro” sino solo producto de condiciones de vida diferentes. Con ese carisma adictivo que transmite nos ofrece su visión del Triángulo Norte de Centroamérica, la región con más homicidios per capita del mundo, o al menos la más violenta de las que existe registro.

Así nace esta compilación de 14 crónicas escritas en español entre enero de 2011 y diciembre de 2015 desde El Salvador, Honduras, Guatemala y Nicaragua para la Sala Negra de El Faro —un proyecto de cobertura de la violencia regional— que dan forma a “A History of Violence”, su tercer libro tras “The Beast” y el colectivo “Crónicas negras”.

La obra gira en torno a tres ejes: la soledad (como denomina a la ausencia del Estado en la región), la locura (lo que se cuece en las sociedades centroamericanas debido a esa ausencia) y la huida (la opción de muchos, la de 600 personas al día, dice, que abandonan solo El Salvador).

Sobre sus páginas vuela una palabra, “guerra”, que le cuesta pronunciar. Sobre ese tipo de guerra, sobre la región, y sobre cómo se está contando, se desarrolla esta conversación con él.

Óscar, ¿103 homicidios por cada 100.000 habitantes en El Salvador, la tasa registrada más alta del mundo, equivalen a una guerra?

He utilizado la palabra guerra en el pasado, pero me asusta porque de ser cierta permite un determinado discurso del gobierno. Ya la utilizó el presidente de la república y eso significa la aplicación de políticas para la guerra que no se aclaran.

¿Cómo se traduce eso en la vida diaria en El Salvador?

En El Faro aplicamos el concepto de “gobierno de las pandillas”. Las pandillas gobiernan, además de atormentar. Imponen tasas periódicas a la población como si fueran impuestos, manejan el movimiento, a qué hora debe uno entrar y salir de su casa, como puede la gente habitar el espacio público, qué proyectos se implementan en las colonias y si pueden entrar quienes reparan las tuberías del agua. Hay una demarcación pandillera del país.

Además, hay ataques planificados en los territorios dominados por estos grupos contra un Estado que ya respondió a esa manera de ser atacado y permitió que sus policías actúen fuera del marco legal. Hay detenciones ilegales, palizas, allanamientos y masacres fuera del marco de la ley. No son enfrentamientos sino masacres en las que la gente que está hincada recibe una bala dentro de la boca de la policía como ya hemos contado en El Faro.

¿Por qué debería importarle esa realidad a un público anglosajón que no la vive?

La metáfora que explica este libro es la de las olas contra la roca. Trata de horadar la conciencia. El libro no habla de otras sociedades, lejanas y extrañas, sino sobre gente que vive con ellos. Explica lo que le ha sucedido a gente que ahora vive a su alrededor y va a seguir llegando allí. Habla de sociedades injustas en las que Estados Unidos jugó un papel fundamental durante las guerras civiles desde los años 70 y sigue jugándolo hoy. Que tecleen en el buscador “millones”, “ayuda” y todas las administraciones estadounidenses desde el 75 y lo entenderán mejor.

Este problema de pandillas es suyo. Nació en el sur de California. Es un producto de exportación estadounidense. Nosotros les enviamos migrantes y Estados Unidos nos devolvió pandilleros. Nos deportaron 4000 personas en los 90 que ahora son 60.000 pandilleros. Algún idiota tomó esa decision y la pagamos nosotros. Estados Unidos tiene que ver con la preguerra, la guerra y la posguerra de El Salvador y de toda América Central, y con el modelo de mano dura que se aplicó en el combate contra las pandillas desde que nos las enviaron.

¿Sirve para algo todo ese esfuerzo por explicar?

Nosotros somos un pedazo del mundo que fue célebre. Aquí se dirimió la cola de la Guerra Fría, acá las mejores firmas del periodismo estadounidense se preguntaron si la Unión Soviética enviaba los fusiles que ya no necesitaban en Vietnam. Pero se firmó la paz y se apagaron los reflectores aunque esos fusiles llegaron a las pandillas de ahora. Sirve, claro. Colombia estaría encantada ahora de que hubiera un buen modelo de cobertura que sirva para explicar los problemas de una sociedad en posguerra con muchos muertos y mucha gente con un doctorado en fusil.

¿Crees que la región no importa?

Eso parece y esa aseveración es injusta porque toda generalización es injusta. Pero parece que cuando ahora vienen a El Salvador, los periodistas extranjeros lo hacen como si fueran reporteros de medios sensacionalistas que tratan a las pandillas como un zoológico en donde pueden cazar fotos de un tipo con la cara manchada; en donde el conflicto en Guatemala es ver a un indígena que llora en el triángulo Ixhcil, y que en Honduras todo se reduce a una conversación con un policía rudo que les diga el río por donde sube la coca. El periodismo internacional en América Central es, muchas veces, un turismo aberrante. Si tuviera que poner en una balanza si la cobertura internacional ha ayudado a entender el fenómeno pandillero o a mitificarlo, no hace falta que te diga dónde creo que cae la balanza.

Fuente: The New York Times


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