Hace rato que el grupo Hamas es una patrulla perdida. Esa organización que nació como una entidad de asistencia social, que es eso lo que significan las siglas de su nombre, ha crecido en Gaza enfrentándose a dos muros. Por un lado, al inevitable de Israel y, por el otro, a la Autoridad Palestina, moderada y pro-occidental que gobierna el espacio más extendido de los territorios palestinos en Cisjordania. Hay otro elemento que “vitaminizó” a esta organización: la propia mano israelí, por la conveniencia de mantener activo a ese aparato inclemente para garantizar la división de la dirección palestina. Después de las glorias de la arrasadora victoria electoral de Hamas en 2006, un mérito que por la razón antedicha no fue totalmente propio, los vientos le han venido soplando en contra.
En 2012 el presidente Mahmud Abbas, acosado por el saqueo permanente de su territorio por la ofensiva de colonización israelí, ignoró los desprecios de la organización de Gaza y lanzó una gestión internacional que logró inmediato éxito. Sostenido sobre una economía más ordenada que la de la Franja y una actitud política previsible, Abbas obtuvo que la ONU aceptara por mayoría aplastante a la autoridad palestina ya no como entidad sino como un Estado Observador. Y que por primera vez la bandera de ese pueblo sea izada en la UNESCO. Ese proceso que tanto escandalizaba a Hamas como a los halcones israelíes, ligaba además con las urgencias estratégicas de EE.UU., mucho más enfocado en Asia que en estas calamidades. Fue parte de ese armado la docena de viajes a la región de John Kerry, el canciller de Barack Obama, para intentar dar nueva vida a la solución de dos Estados. Y la noción de que, de no ser detenidos, los ultra-religiosos y ultranacionalistas en el gabinete del premier Benjamin Netanyahu acabarían convirtiendo a Israel en una nueva Sudáfrica. El propio Kerry mentó el término “apartheid”.
El último paso fue la gestión del Papa Francisco, quien después de una reunión privada en el Vaticano con Obama invitó a Abbas y al saliente presidente israelí Shimon Peres a una cumbre en San Pedro para orar por la paz. Fue un gesto más que simbólico porque bañó de prestigio a la demanda palestina por su Estado. Y esencialmente, generaba un freno moral a la ocupación ilegal de los territorios de ese pueblo por parte de Israel.
En ese camino, Hamas fue siempre percibido como un peso incómodo por la Autoridad Palestina. La comparación que un alto funcionario de Abbas le hizo a este cronista en Ramallah es sugestiva: “Son para nosotros como el Tea Party para los republicanos, a los que hay que tolerar hasta que maduren”.
Pero Hamas era algo más. Se convirtió rápidamente en una bomba de relojería para dinamitar el nuevo escenario, una victoria menos de ellos que de los duros de la otra vereda empeñados en frenar cualquier alternativa de salida nacional palestina. El grupo estaba contra la pared. Desde el surgimiento de un gobierno aperturista en Irán, la teocracia persa cesó su apoyo a Hamas como parte del peaje para romper el aislamiento. Eso explica que el líder político de la organización Khaled Meshal, un histórico enemigo interno de Yasser Arafat, no haya podido regresar a su exilio en Damasco, patio trasero concluyente de Irán.
Otro golpe le llegó a la organización desde Egipto. Los Hermanos Musulmanes, que son la fragua inicial de Hamas, dilapidaron en cuestión de meses el impresionante logro de alcanzar el poder por las urnas de ese país central. Los egipcios se alzaron contra el gobierno de la cofradía porque ignoró las demandas sociales que había disparado el levantamiento popular que acabó con medio siglo de dictaduras. Finalmente, ese conflicto acabó con el regreso al poder de los militares travestidos en demócratas y aliados de EE.UU. A propósito de esto, la ausencia de un gran escándalo en el mundo árabe por el actual desastre de Gaza, puede sorprender, pero esta ligado a esos cambios.
La puja de poder entre Irán y Arabia Saudita le ha quitado voltaje a la defensa de la causa palestina.
Riad es un aliado no tan distante de Israel como del propio Egipto.
La soledad de Hamas sólo fue compensada por alguna ayuda de Qatar ente otros países árabes que lo hacen inquietos por la furia que genera en sus pueblos las imágenes que les entrega la televisión del drama palestino. En esas condiciones el grupo acabó siendo una marioneta de su propia desesperación y de los intereses de sus enemigos israelíes. En este tremendo capítulo de guerra lo que se esta incinerando no es sólo la vía a una solución de dos estados sino la continuidad existencial de ese pueblo. Este episodio es mucho más grave y terminal que la sangrientas incursiones anteriores como la de 2008/2009.
Hamas se lanzó a ese abismo para intentar recuperar el prestigio perdido por el quebranto económico y social de los gazatíes que veían como Cisjordania se plantaba con perspectivas sensatas de futuro. La negativa a una tregua, que se advierte multiplicada en estas horas, se afirma en la convicción de que un cese al fuego sin concesiones visibles aceleraría la descomposición inevitable de la organización. De modo que han buscado pretextos, como también lo hacen sus “socios” extremistas del otro lado, para seguir esta guerra suicida que no admite empates.
Hamas cree que acabará ganando sin vencer en el terreno militar. Por eso ha venido combatiendo con técnicas que, como lo hizo exitosamente Hezbollah en la guerra de 2006, copian del cuaderno de combate vietnamita. No es sólo la guerra de guerrillas. El grupo islámico ha facilitado que se amontonen los muertos civiles bajo la tremenda lluvia de hierro que lanzan sin pudor los israelíes. Es como si buscaran imitar la ofensiva del Tet que lanzó Ho Chi Minh en 1968. El líder del Vietcong envió a miles de soldados y civiles a un baño de sangre sin posibilidades de ganar. Perdió la batalla militar pero las imágenes de ese horror pulverizaron el sentido de la guerra en EE.UU. y todo el mundo y alimentaron la presión de los movimientos pacifistas que demandaron acabar con el conflicto y retirarse. No es seguramente lo que sucederá en Gaza.
Marcelo Cantelmi
Fuente: Clarín, 2014
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