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martes, 17 de septiembre de 2013

LA OPINION DE SOLEDAD PLATERO: HABLO PORQUE TENGO BOCA

Una de las cosas a las que nos hemos acostumbrado desde que la información circula velozmente y sin filtros es a escuchar a cualquiera mandando fruta. Así, una pamplina dicha por una vedetonga, el exabrupto de un legislador en una sesión de la Cámara, una palabrota soltada por un jerarca cerca de un micrófono pueden transformarse, en cuestión de minutos, en el tema que ocupará a los medios de comunicación durante un par de días.


Después la cosa pasa y se vuelve a hablar de los temas de siempre: la inseguridad, los paros de la enseñanza, lo loco que está el tiempo. Pocas veces hacemos el ejercicio de ir más allá de los aspectos pintorescos o anecdóticos de esas intervenciones para tratar de desnudar lo que hay de ideológico en ellas.

En las últimas semanas dos actores principales de nuestro universo mediático dieron pasto a las fieras haciendo uso de su sagrado derecho a hablar porque tienen boca y porque siempre algún entusiasta con micrófono les anda revoloteando cerca. Hace apenas unos días, y desde los micrófonos de Radio Rural, se pudo escuchar a la princesa gaucha, la inefable Laetitia D’Arenberg, advirtiendo a quien quisiera escucharla que los ricos pueden cansarse de tener que soportar el peso de los impuestos y que si los presionan mucho 'se van a ir a la mierda'.

Chocolate por la noticia. Basta ver la rapidez con la que Gerard Depardieu armó las valijas y se mandó a mudar de Francia para no tener que cumplir con el fisco. Los ricos (Laetitia habla así, con esa franqueza encantadora y brutal; ella dice 'los ricos' y 'los pobres') no quieren pagar impuestos, no quieren gastar mucho en salarios, no quieren tener obligaciones con la seguridad social y no quieren que los anden perturbando con controles, inspecciones ni restricciones de ningún tipo. Ellos no quieren molestar a nadie, pero tampoco quieren ser molestados. Al fin y al cabo, lo único que pretenden es invertir su platita del modo más rendidor. Humanamente los entiendo, diría Mujica.

Lo insólito, sin embargo, es que haya tanta coincidencia entre las opiniones de nuestra aristócrata preferida y las de nuestro presidente. Ambos son, diríamos, gauchos por elección. Les gusta la materialidad rotunda de la tarea del campo, la contundencia de los litros de leche, las toneladas de carne, los cientos de miles de lechugas.

Son del tipo 'pensar menos y hacer más' y muestran un desprecio constante y sostenido por quienes ponen palos en las ruedas. Parecen genuinamente convencidos de que la riqueza es el triunfo de la voluntad y de que basta remangarse y encarar para que se le multipliquen a uno en los bolsillos los panes y los peces.

En lo que se ofreció como una segunda parte de los famosos 'Coloquios' publicados antes de las elecciones, Mujica conversó con el periodista Alfredo García (Voces) mientras compartían un ron en la cocina de la chacra.

Pepe atendió a todo el mundo (los dos párrafos en los que aludió a Astori motivaron una dolida y extensa respuesta de Esteban Valenti, asesor de campaña del vicepresidente) y dejó caer unas cuantas de esas verdades que son el basamento profundo de su forma de pensar: la celebración del hombre que se hace a sí mismo por fuera de los circuitos educativos formales, la incapacidad de gestión de los trabajadores, la necesidad de tener una enseñanza a la medida de las necesidades de mano de obra de los empresarios.

Pepe entiende, como Laetitia, que los ricos invierten porque quieren ganar, y que está bien que así sea, porque no son bobos. Y que si les complicamos mucho la cosa se van a ir, porque lo lógico es que quieran estar en donde puedan ganar más.

'Y a Harvard hay que manejarla, eso lo aprendí de los empresarios', dice y cuenta la historia de un señor poderoso ('manejaba un imperio') que subía en su camioneta a varios ingenieros para que le dieran charla mientras él manejaba, así aprovechaba el viaje.

¿Para qué perder el tiempo estudiando durante años, leyendo, pensando, si uno puede tener a su disposición a los profesionales que necesita y ponerlos a disertar en los tiempos muertos? El rico no es rico porque sí: es rico porque es vivo y sabe aprovechar su tiempo y el de los demás. Tal vez por eso los trabajadores nunca van a llegar a nada: porque cargan la desventaja de una 'subordinación histórica' que les impide ser dirigentes de empresa innovadores y decididos. Son útiles, sí, pero no pueden conducirnos al desarrollo.

Entre Pepe y Laetitia hay muchas más semejanzas que diferencias. Ambos sostienen que los ricos tienen que ayudar a los pobres, pero no a costa de dejar de ser ricos, porque el impulso de ganar y ganar (en una época se le daba a ese impulso el nombre de codicia) es lo que asegura el desarrollo.

Ambos saben que a los ricos no hay que asustarlos porque se van a la mierda, y también saben que la mejor manera de contar con ellos es permitirles jugar el juego de la caridad, que ahora se llama 'responsabilidad social empresarial'.

Si no fuera porque la honestidad ideológica de este pensamiento conservador y reaccionario es indiscutible, hasta se podría hablar de cinismo.

Soledad Platero. Publicado en Caras y Caretas el viernes 13 de setiembre de 2013

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