Es difícil ponerse en la piel de Kevin Strickland cuando ni él mismo se siente del todo en ella. El 26 de abril de 1978, cuando tenía 18 años, la policía llamó a su puerta para hacerle algunas preguntas por un triple homicidio ocurrido la noche anterior, del que solo había oído hablar en las noticias. Aquella mañana se disponía a cuidar, por primera vez a solas, a su hija de seis semanas mientras la madre, su novia de entonces, acudía al médico. Salía por la puerta la joven cuando llegaron los agentes. Kevin nunca cuidó de esa niña. Lo condenaron a cadena perpetua en un proceso plagado de agujeros.