Sara Melgarejo tenía 25 años cuando dio a luz a su primer hijo en un hospital de Santiago de Chile. Ese 15 de octubre de 1983, estaba sola en la sala de parto porque su pareja estaba trabajando. Una enfermera se llevó al bebé antes de que la madre primeriza pudiese cogerlo o siquiera escuchar su llanto. Luego le informó de que había nacido muerto. La mujer, de escasos recursos, solo pudo asumir el dolor con resignación. Un año y tanto después, el 19 de noviembre de 1984, volvió a parir; esta vez, a una niña. El personal sanitario sacó inmediatamente a la criatura del recinto. La trágica noticia se repetía: la bebé no había sobrevivido.