Las 389 páginas del sumario del caso Ruby, la joven marroquí de 18 años que según la Fiscalía de Milán se prostituyó al menos una decena de veces en casa del primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, ofrecen un sórdido relato de película clase B.
Nadie ríe, nadie goza, nadie parece disfrutar realmente en las 17 noches de bunga bunga (el código privado de la casa para decir orgía) organizadas en Arcore durante 2010. Son páginas, y fiestas, mucho más tenebrosas que morbosas.
Aunque la mecánica prosa judicial no deja un resquicio a la compasión ni a la filosofía, el texto filtrado esta semana por la prensa italiana revela toda la misoginia y el narcisismo, toda la oscuridad y el abuso de poder (político y, sobre todo, económico) que se pueda imaginar.
Describe un ambiente prostibulario, triste y "turbador", como lo han definido el presidente de la República, los obispos y el Vaticano. Los 389 folios se resumen en dos acusaciones que podrían suponer hasta 15 años de cárcel para Silvio Berlusconi (prostitución de menores agravada y abuso del cargo de primer ministro), y en una imputación más, por el primer delito, para sus presuntos (y desfallecidos) proxenetas.
Pero, más allá de los posibles crímenes, el último escándalo del magnate de 74 años ha vuelto a revelar la inmensa soledad del hombre más poderoso de Italia. El simpático político aparece simplemente como un anciano que se niega a asumir que lo es.
Según señaló hace ya dos años su ex mujer, Verónica Lario, Berlusconi ha envejecido mal, le gusta estar rodeado de "vírgenes ofrecidas al dragón", se comporta como "un emperador" y "como un hombre que estuviera enfermo".
Además de eso, el sumario lo dibuja como un político que abusa de su poder ante la policía de Milán por miedo a que la joven Ruby desvele que ha estado en su casa cuando era menor, y como un primer ministro muy vulnerable ante sus decenas de visitadoras ocasionales, sometido a permanente riesgo de chantaje, y que miente y obliga a mentir a los demás.
Los detalles del caso instruido por la reputada fiscal Ilda Boccassini (Nápoles, 1949), una investigadora implacable, amiga del asesinado juez Giovanni Falcone y conocida como Ilda la Roja supondrían el epitafio político para cualquier dirigente.
Todo el caso está marcado por una desigualdad brutal, y doble. La del dinero, el único objetivo de las muchachas, y la generacional: casi 50 años. Por eso todo en el sumario suena forzado, y tiene poco que ver con el talante "elegante, digno y relajado" que según Berlusconi preside sus fiestas.
Lo más tremendo del sumario es ver cómo los padres y los hermanos animan a las chicas a prostituirse. Cuando alguna de ellas se queja de lo duro que es complacer, la familia le empuja a seguir, a ser "simpáticas" con el capo.
El hermano de una de las chicas, Roberta, le aconseja al teléfono en clave antes de una noche anunciada: "Mira, tú le das los datos que no tenías la última vez. Rápida, con la cara tan tranquila y luego, mira, amor... Nos resuelves tantos problemas a todos, a mamma, a ti y a mí".
A veces, las chicas llaman a casa para contar cómo les ha ido. Un día, la madre de una joven, llamada Francesca, le dice orgullosa a su otra hija, Elena: "¡Francesca ha recibido un brazalete de oro con un diamantito y la letra F grabada!".
Todos luchan y maquinan para sacar la mejor tajada. Según La Repubblica, sumando las diversas partidas de gasto incluidas en el sumario, Berlusconi desembolsó 2,5 millones en apenas unos meses para sufragar sus fiestas de Arcore (casi siempre en metálico, según los fiscales, por lo que no parece descartable un ulterior delito fiscal).
La inmensa riqueza del sultán, dueño de un imperio mediático, editorial, bancario, inmobiliario y financiero que vale 9.000 millones de dólares, según la revista Forbes, indica que la cifra son solo migajas para él.
La historia es tan increíble que parece una serie escrita por un cocainómano que hubiera mezclado La Celestina, El Decamerón y El Buscón añadiendo unos cameos de Berlusconi y Putin. De hecho, el primer ministro ruso también pasó por la Villa San Martino una de las noches de autos, la del 25 de abril, día de la liberación de Italia del fascismo.
Hay tres acusados de proxenetismo que se desviven para que el jefe vea consumadas sus fantasías, pero casi siempre hablan de dinero y se lo reparten con avidez, ante la indiferencia del gélido secretario que paga en nombre del jefe. Como es natural, las prostitutas y velinas del serrallo no se quedan a la zaga.
Los pinchazos telefónicos indican que, durante el día, las 15 o 20 meretrices habituales en la dacha intentan meter la cabeza en algún programa de televisión de Mediaset, o fantasean con chantajes y robos, o llaman a Giovanni Spinelli, el contable encargado de repartir los billetes de 500 euros y de abonar las facturas y el alquiler de los apartamentos.
Para mayor comodidad, 14 de ellas residían en el mismo edificio, en la vía Olgettina, 65, al lado del hospital de San Raffaelle, en Milano 2, el barrio levantado por Berlusconi en los años setenta con dinero cuyo origen nadie ha sido capaz de determinar. (Todas fueron desalojadas el pasado jueves por el administrador del condominio porque "daban mala imagen").
Casi todas son pobres y jovencísimas. Las hay italianas, magrebíes, rusas, eslavas, caribeñas, de las favelas. Y todas se ven obligadas a luchar cada noche por hacerse un hueco entre las dos o tres elegidas que, siempre según el relato de la fiscalía, suben hasta la cama para recibir así los 7.000 euros de rigor. Las que no subían solo recibían 2.000.
Muchas veces, las chicas piden ayuda ("necesito hacer caja ya", dice una) a los tres atrabiliarios personajes que las seleccionaban y acarreaban hasta la villa.
El trío de reclutadores está formado por Emilio Fede, de 79 años, que desde hace décadas presenta el telediario del Canal 4; Lele Mora, un agente del espectáculo del imperio televisivo berlusconiano que presume de fascista y lleva Camicia nera como politono de su teléfono móvil. Y Nicole Minetti, diputada regional del Gobierno de Lombardía, a sus 25 años y antes higienista dental en el San Raffaelle.
La joven atendió a Berlusconi tras la agresión sufrida por este hace un año en la plaza del Duomo y luego fue promovida a diputada gracias al acuerdo alcanzado por el primer ministro y el gobernador lombardo, Roberto Formigoni (miembro de Comunión y Liberación).
Los tres están acusados de inducción a la prostitución de menores y adultos. Los tres niegan, como Berlusconi, ser culpables.
Minetti, además, se ha negado a dimitir de su puesto de diputada, y ha recibido el apoyo de Formigoni: "Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra", ha dicho él.
El personaje más trágico y no porque sea del todo una niña inocente, sino por ser víctima de la trata de menores, el cuerpo del delito, la testigo decisiva y la única coprotagonista de la historia (los otros son secundarios o comparsas), se llama Karima el Maghoud, alias Ruby.
Esta bailarina marroquí de 18 años tenía, según los fiscales, 17 años (o 16, según una de sus múltiples versiones) cuando visitó la dacha de Berlusconi, al menos ocho veces, entre febrero y mayo de 2010.
Por lo demás, su historia vital (y sexual) es una enorme confusión. No podía ser de otra forma. Por un lado, ella reconoce que tiene propensión a "vivir en una realidad inventada".
Por otro, la fiscalía sostiene que Berlusconi le dijo, al descubrirse el pastel, que "se hiciera la loca, que contara tonterías" y, sobre todo, que "no dijera a nadie nunca que había recibido a menores en su casa".
Los investigadores afirman que la muchacha decidió escapar de la miserable casa de sus padres, campesinos emigrados desde Marruecos hasta Lettojani, un pueblo de Sicilia cercano a Messina, animada por Emilio Fede.
El periodista, que ya presentó en 2008 a Berlusconi a la joven napolitana Noemi Letizia, relación que motivó el divorcio de Lario, descubrió a Ruby en un concurso de belleza celebrado en Taormina en 2009 y esa misma noche aseguró en público (la frase está en la instrucción) que ayudaría, afirmó, "en todo lo que pueda a esta chica de 13 años que ha perdido a sus padres".
La frase contenía dos o quizá tres mentiras. Ruby no tenía 13, sino 16 años y no era huerfanita. Se fue a Milán, Fede la llevó a casa de Berlusconi, se convirtió en la favorita, apuntó sus teléfonos privados en el móvil y, de vez en cuando, como faltaba trabajo en Arcore, pasaba algunas temporadas en centros de acogida de menores.
Hasta que un día, el 27 de mayo pasado, Ruby fue arrestada por la policía, acusada de haber robado dinero y unas joyas a otra prostituta.
Cuando estaba en la jefatura central, afirman los magistrados, una conocida brasileña que también tenía el móvil de Berlusconi le llamó para advertirle.
Pasada la medianoche, este tuvo una ocurrencia que iba a acabar revelándose un error fatal: llamó a la comisaría y le dijo al jefe de servicio que la chica, que no llevaba documentos, era "pariente o sobrina de Hosni Mubarak" y debía ser "confiada a la consejera de presidencia Minetti", que iba a pasar a buscarla.
La llamada, que está grabada, es una de las principales pruebas de los dos delitos atribuidos a Berlusconi, porque no solo revela la supuesta concusión, sino que indica que ya sabía que Ruby era menor.
Nadie usa la expresión "confiar a alguien a" (affidare) para referirse a un mayor de edad. Irónicamente, esa fue la única verdad de todo lo que dijo.
Ni la chica era pariente ni sobrina del presidente de Egipto, ni Minetti era consejera de la presidencia del Gobierno, ni la chica fue "confiada" a la ex higienista dental.
Se entiende que, cuando el Gobierno de Berlusconi ganó la votación de la moción de censura en el Parlamento el 14 de diciembre, los policías que pinchaban su teléfono oyeran a Ruby gritar: "¡Mientras él siga, yo como!".
El cóctel de pillaje, explotación, sexo mercantil y degradación femenina es, ahora, un asunto político de primera magnitud. Las mentiras y la manipulación han cruzado esta vez la raya roja.
La imagen del país está por los suelos. La oposición en bloque exige su dimisión, los católicos de su partido también y el Vaticano está tan asustado por la brutta figura hecha por su fiel aliado que no sabe qué hacer para resolver el problema.
Frente a quienes le aconsejan defenderse en los tribunales para ayudar a recomponer el prestigio de las instituciones, Berlusconi ha elegido el camino contrario: enrocarse, reunir a su gabinete de guerra mediático y familiar (periodistas y directores de los tres canales de Mediaset, jefes de Mondadori, sus hijos Marina y Piersilvio) y lanzar un feroz contragolpe deslegitimando a los fiscales que "han violado gravemente la Constitución y deben ser castigados".
La inmunidad, el viejo sueño de Berlusconi, es ahora su único anhelo. Mientras una parte de Italia asiste entre resignada y divertida al penúltimo escándalo, muchísimos italianos están indignados, y los intelectuales y muchas mujeres se han remangado y tratan de recuperar la dignidad perdida.
Ante el hombre que ha regido los destinos del país en los últimos 20 años, la oposición aparece débil como siempre. Pero Ruby ha suscitado un problema muy grave.
La división en el seno de la Iglesia italiana es cada vez más aguda. Berlusconi está rompiendo en dos bloques a los católicos.
La curia y los movimientos laicos como Comunión y Liberación (CL) y el Opus Dei, muy poderosos en el sistema político, mediático y financiero, y muy cercanos al Gobierno, pesan mucho en las tomas de posición públicas de la Iglesia.
Pero los obispos de provincias y las bases ya no pueden más. Y se supone que el Papa, el trentino Joseph Ratzinger, no debe de estar muy contento.
Hasta ahora, el debate lo ha marcado el teólogo afín al Opus Dei, Vittorio Messori, asiduo del programa Porta a Porta de Bruno Vespa, que ha dicho en una entrevista publicada en Il Giornale con el vaticanista Andrea Tornielli, de CL, que es "mejor un putero que hace buenas leyes que un notable catolicísimo que promulga normas contrarias a la Iglesia".
Pero, como ha dicho el cardenal Tarcisio Bertone, la Santa Sede "tiene sus canales". Ahora falta por ver si han sido activados o si la Iglesia participa en una nueva huida hacia delante.
Fuente:El País
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