Hay sitios en la ciudad de Montevideo de los cuales los habitantes de la ciudad se sienten muy molestos y por los cuales si no viven por allí evitan transitar. La suciedad, el delito, las drogas, la prostitución, son habituales en esos focos de insalubridad social, de los cuales ninguna autoridad se preocupa en solucionar. Quienes tienen la desgracia de vivir en esos sitios en otros tiempos habitables para el ciudadano normal, se preguntan para que pagan impuestos y porque no se aplican las normas legales que deberían evitar que sucedan. La calle Convención a la altura de las calles Paysandú y Cerro Largo es uno de ellos. Esta es la descripción, muy gráfica por cierto, que un peridista del diario El País hace de dicho sitio.
El hombre, de unos 30 años, tomó del brazo a una joven veinteañera y la dejó de espaldas contra una pared. Con pocas palabras emitió su orden: "¿Ves a esos tres? Van a volver de noche. Vas con los tres y si no te muelo a palos".
El cafisho vio cómo su "mercadería" se sentaba en el escalón de una casa, en silencio, lo que suponía una completa sumisión.
Mientras bajaba la luz solar en una gélida tarde de invierno, previa al veranillo de estos días, en la esquina más cercana, la de Convención y Paysandú, un morocho corpulento de mediana edad no dejaba títere con cabeza. "¡Tío! ¡Vo, ey! Hoy es mi cumpleaños. ¿Sale pal vino? Ahora... ahora... porque ya voy a festejar".
4 individuos aparecían sentados en la puerta de un edificio, haciendo cola para orinar contra una pared, sobre una vereda peculiar, porque allí los vecinos decidieron un día picar una canaleta en dirección al cordón y la calle.
Ese mingitorio se convirtió en uno de los pocos signos de mínima convivencia entre los residentes y las decenas de personas que invaden la cuadra todos los días, ocupándola las 24 horas o transitándola con afán de cumplir diversas transas.
En ese corredor de la indigencia, también se cocina a cielo abierto; un veterano sentado en un butacón aparece revolviendo una bola de grasa dentro de una olla carbonizada, que calienta con el fuego de tablitas de un cajón de feria.
Hacia la intersección de Convención con Cerro Largo, está la oficina del Mides, la Puerta de Entrada. Hasta allí llegan hombres y mujeres que se inscriben para ingresar a los refugios y esperan su traslado en ómnibus que asigna el propio Ministerio de Desarrollo Social. Pero a su alrededor va congregándose gente que no tiene aspiración de acceder a ese servicio, e incluso ha ido sacando baldosas de la vereda del Mides cada vez que se arma un tole-tole por cuestiones de poder, territorio o en medio de meras borracheras. Comerciantes y vecinos dicen que están viviendo en una suerte de infiernomontevideano, a pocas cuadras de la Torre Ejecutiva.
En una empresa de instalaciones eléctricas ubicada en la planta baja de un edificio de Convención y Paysandú hace más de 60 años, Héctor Rubio, representante de la tercera generación, explicó a El País que no saben más qué hacer.
Juntaron 300 firmas en el barrio y las presentaron en la Intendencia, el Mides y la Policía. Él personalmente concurre desde hace años a la seccional tercera a realizar denuncias.
"A la fachada del edificio le pusimos focos de luz para que por lo menos de noche tuvieran el pudor de irse, porque duermen en la ochava. Pero duraron dos días, los rompieron ellos. Hacen sus necesidades en la puerta de entrada del local. Entra nuestro personal y tiene que limpiar las materias que dejan ahí. Este edificio tiene muy buena construcción, es de 1954, lo hizo mi abuelo, los apartamentos son muy lindos, pero ya hay cuatro vacíos. Mi madre me comentaba: Pensar que tu abuelo estaba en la duda entre hacerlo en Bulevar Artigas y 21 de Setiembre y eligió acá para poner las oficinas. Ella, pobre, una persona mayor, lo sufrió, le arrebataron la cartera no sé cuántas veces. Uno ve a los tipos: si los vienen persiguiendo se cambian la ropa; había un cuidacoches que les guardaba las cosas robadas. No puedo creer que la policía no conozca a los chorros, hasta yo los conozco. Tres gurisas estudiantes del interior se fueron hace poco, estaban azoradas. Se metían con ellas, las manosearon. Hay varias personas de mal vivir por aquí, pero qué pasa: están rotando siempre, la mayoría. Unos veinte están siempre y esos, como nos conocen, no se meten. Con los nuevos hay problemas permanentemente. A las mujeres las acosan. Una vez, peléandose entre ellos, a un tío mío le rompieron todo el capó del auto".
Encima de la cortina metálica de un local para depósitos que se encuentra cerrado, hay un alero proyectado como resguardo para las cargas y descargas.
Un grupo de indigentes trepa hasta allí todas las jornadas; se encuentra radicado con sus mochilas, colchones y ropa de abrigo. Y no faltan los "lateros", por supuesto.
"Los que duermen ahí arriba no sé cómo no se caen, parecen gatos por cómo trepan; contra las puertas de otros vecinos, desde temprano, a las siete y cuarto de la mañana uno los ve drogándose con las pipitas. Viven drogándose. Y ver comer a algunos es terrible, lo hacen con las manos", contó el empresario Rubio a El País.
Desde su oficina, tras las cortinas de hierro caladas, cualquiera puede sentirse un Gran Hermano, aunque gana la incomodidad y la pena. Al frente del depósito quedaron colgando cables del sistema de alarmas, pero la activación de estas se daba tan seguido que, por eso, y debido a algunos robos, quienes lo alquilaban terminaron mudándose. Ahora, hasta encima de las cornisas hay pertenencias de los vagabundos.
"Estamos con este drama desde que vino el Mides. Teníamos la esperanza de que iban a trasladar su local, pero pasaron dos gobiernos y si te he visto no me acuerdo. Pasan el día entero sin hacer nada, salvo drogarse".
Cajas de OSE, UTE y Antel se usan como roperías.
Los nichos de agua, luz y teléfono son la ropería de quienes tienen una especie de campamento en la calle Convención, entre Paysandú y Cerro Largo. No hay candado que se resista. Antel ya había cambiado varias veces las cajas de distribución de teléfonos. Algunas puertas de viviendas se ven chamuscadas por el fuego que encienden las personas que duermen en la calle, sea para cocinar o calentarse. También aparecen ennegrecidas las paredes de mármol de un edificio. La orina escurre por las paredes y los hedores invaden oficinas y residencias.
Los apartamentos que se desocupan no son codiciados y van perdiendo valor en la calle Convención. Gente mayor y mujeres han decidido mudarse debido a robos o acoso. Un depósito de implementos de electricidad está abandonado y tampoco nadie manifiesta interés por arrendarlo. Una automotora empezó a construir un nuevo local a cuatro cuadras. La Seccional 3ª de la policía realiza algunos procedimientos ante las denuncias de vecinos y comerciantes, pero más allá de las detenciones pocos terminan recibiendo alguna pena alternativa por diversas faltas cometidas.
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