La última Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU) permitió algunas expresiones críticas sudamericanas que contribuyen a templar (si bien no un espíritu antiimperialista tal como tradicionalmente lo concebimos) al menos un cierto despliegue crítico hacia las fuerzas hegemónicas internacionales y a los Estados Unidos de América en singular, que ayuda parcialmente al fortalecimiento del giro progresista en curso.
Las llamadas cumbres en general y las asambleas de la ONU en particular, son escenarios que concitan atención y que deberían ser regularmente aprovechadas. Precisamente porque si algo caracteriza al cincel con el que se esculpe la opinión pública internacional a través de las grandes cadenas de información, es el déficit de atención e interés por el subcontinente.
El propio discurso del Presidente Obama omitiendo toda referencia a la región es un claro indicador de esta obturación y minusvaloración, aunque simultáneamente traiga algún alivio, ya que sus palabras están siempre cargadas con municiones de imprecación y amenazante violencia. En un sentido egoísta, es siempre preferible que apunten para otro lado.
Para un primer balance de conjunto resultará útil incluir la visibilización como una variable significativa, aunque en este caso no haya sido plena por la ausencia de varios presidentes, sobre todo de aquellos que por sus posicionamientos y capacidad oratoria podrían haber contribuido a incrementar los énfasis críticos.
Como Correa o Maduro por Sudamérica u Ortega por América Central. La intervención de los cancilleres en su reemplazo, sin desmerecerlas, atenúan respecto a los anteriores, la posible repercusión.
Además, debería considerarse el nivel de coordinación discursiva de los diferentes mandatarios con el objeto de instalar una agenda a nivel regional.
Particularmente cuando la UNASUR viene dando algunos primeros pasos en materia de articulación estratégica e inclusive de iniciativa infraestructural, económica y de defensa, aún dentro de su tibieza. Indudablemente tal agenda está aún por construirse.
Pero resultaría muchísimo más potente si lograra ir concretándose y cada presidente la explicitara, particularizándola luego desde cada contexto nacional, para sumar fuerzas en una dirección de cambios.
En algunos puntos, esta convergencia se dio de manera espontánea en algunos aspectos concretos y específicos, aún al interior de retóricas en ocasiones muy vagas y generalizadoras, lo que constituye un mérito.
Se trata obviamente de palabras que por sí mismas no pueden cambiar las cosas, pero pueden complementarse con iniciativas políticas y económicas más determinantes.
Es particularmente evidente en el caso del espionaje al que aludieron casi todos los sudamericanos, pero con particular detenimiento la presidenta brasileña Roussef al abrir las sesiones, quien a su vez acompañó la repulsa con gestos diplomáticos previos nada despreciables, como la postergación sin fecha de la visita a Washington prevista con mucha antelación y que sería la primera en dos décadas y la única a nivel de jefes de estado que tenía prevista Obama en todo el año.
El discurso de Dilma tuvo una contundencia admirable, que no se contentó con vagas promesas de investigación o revisión futura de métodos.
Formuló acusaciones concretas de violación del derecho internacional y la soberanía de su país, desmontando además la excusa de lucha contra el terrorismo al afirmar que el centro del espionaje se situó en las comunicaciones de la propia presidenta y sus ministros y en empresas como la Petrobras.
Probablemente estos hechos alienten a reforzar la estrategia de construcción del anillo de fibra óptica de la UNASUR que si bien no impediría lo central de la estrategia espía estadounidense, dificultaría parte de sus acciones, además de garantizar mayor eficiencia y menores costos para los ciudadanos.
Pero las revelaciones obtenidas gracias a Snowden, quizás permitan explicar no sólo violaciones de libertades civiles y derechos presentes, sino tal vez algunos datos oscuros del pasado como cuando dos años atrás, al requisarse en el aeropuerto argentino el cargamento de un avión militar destinado a la embajada norteamericana, se encontraron equipos de comunicaciones con tecnología y funcionalidad desconocida, además de armas sofisticadas y hasta drogas.
Un segundo planteamiento concreto lo ocupó la crítica a la organización de la propia ONU, con particular énfasis por la presidenta Cristina Fernández y el presidente Evo Morales. En primer lugar, señalando la necesidad de reformar el Consejo de Seguridad, donde se consagra el poder de veto (que –agrego- como instituto es antidemocrático, autoritario y repulsivo) por expresar hegemonías ya anacrónicas surgidas de antiguos hegemonismos pos segunda guerra mundial.
Propuso en contrapartida un mecanismo de decisiones por consenso.
Luego, la indiferencia y violación sistemática de las resoluciones de la propia ONU por parte de las potencias integrantes, incluyendo las privilegiadas asistentes al consejo de seguridad, con eje en USA, señalando a la vez el caso nada ajeno a la Argentina y toda América Latina de la militarización del Atlántico sur a través de las Islas Malvinas y la negativa a cumplir con el mandato de la comisión para la descolonización.
El presidente Morales llegó a plantear explícitamente, además, la necesidad de mudar la sede del organismo internacional. Resulta inconcebible que hasta la FIFA o las federaciones futbolísticas locales puedan sancionar desde económicamente hasta con suspensiones a las federaciones o equipos que violan sus reglamentos y que la ONU se vea impotente ante el permanente desconocimiento de sus directivas.
Un tercer eje concreto lo constituyó la reforma del sistema financiero. No sólo mediante las críticas formuladas al Fondo Monetario Internacional, tanto por Cristina como por Evo, sino por el planteamiento concreto de la necesidad de regulación global de los mercados.
Inclusive el Presidente Mujica, en una de sus pocas referencias concretas aludió a la tasa Tobin despreciada en toda práctica. Pero más propositivamente aún, por la propuesta de una ley internacional de quiebras.
No podía faltar además un cuarto aspecto, ya inveterado, que casi todos los latinoamericanos realizaron y que cae sistemáticamente en saco roto, como la condena al bloqueo a Cuba. El último eje resaltable lo constituye el debate, aunque desigual, sobre la reformulación de la política de lucha contra las drogas y despenalizar del consumo.
El discurso del Presidente Mujica en particular merece algunas consideraciones por cierto tono original y particularmente desusado. Haciendo gala de una retórica de estilo gandhiano, apoyada en la autoridad que le otorga su sufrida trayectoria vital, sobrevoló la coyuntura mundial con varias críticas genéricas del estado actual del mundo. No son despreciables y pueden contribuir a complementar los cambios demandados o insinuados por sus vecinos. Pero carecieron de sustancia institucional, de propuestas y positividad política.
Ya con otras intervenciones previas venía logrando llamar la atención y ganar el respeto de parte del público internacional, porque es prácticamente el único mandatario que puede esgrimir la espada de la austeridad y la entrega personal con coherencia y ejemplo.
Es algo que comparto y valoro sobremanera y que creo que tiene efectiva receptividad en el su país y en importantes fracciones del mundo.
Lo inscribiría en un cierto retorno del romanticismo político, que en modo alguno considero peyorativo o ingenuo. Dediqué una contratapa hace varios años, antes que asumiera como presidente a reivindicar algunos ejes de esta concepción como la crítica acérrima a la ideologización del progreso, la ceguera confortante del positivismo, el rechazo y resistencia a la novedad (“Mujica y el asalto romántico al arsenal de las flores” 11/10/09).
Comparto plenamente sus fundamentos. Pero sin formas político-institucionales concretas, deviene luego impotencia pura.
Si buena parte de la sociedad uruguaya e internacional valora su austeridad, habrá que “austerizar” la política porque de lo contrario, sólo sustituyéndolo por sujetos con éticas equivalentes, se sostendría tal modelo o virtud. No es nada absurdo ni novedoso.
Cuando varios líderes citan por caso a Suecia como ejemplo, deberían señalar no sólo la distribución del ingreso, sino el hecho de que sus legisladores del interior viven en monoambientes en un edificio legislativo, se lavan su ropa en lavaderos comunes, carecen de servicio doméstico, se cocinan, viajan en transporte público, comparten secretaria cada 5 de ellos y tienen salarios similares a los de un trabajador normal.
En toda América latina legisladores y jerarcas cobran salarios exorbitantes respecto a la mayoría de los trabajadores. Que en el Frente Amplio una proporción importante de esos ingresos vaya a sostener la organización o acciones solidarias, reproduce el mismo lazo personalista si no se institucionaliza, además de contribuir al financiamiento en negro de la política porque pasa antes por el bolsillo del funcionario y depende en consecuencia de su voluntad.
En la ONU se formulan discursos. El filósofo francés Michel Foucault escribió un libro que ya es un clásico de las ciencias sociales cuyo título inspiró el de esta columna. En ese libro, que comienza analizando la pintura de Diego Velázquez, desarrolla un tratamiento detenido del ocultamiento y la apariencia tratando las condiciones subyacentes de verdad en cada período histórico.
Rememorándolo, no reniego de la potencia de las palabras, pero se trata de cambiar las cosas, para lo cual es también indispensable sospechar de las trampas conservadoras sembradas en todo lenguaje, aún el pretendidamente transformador.
Mujica pasará a la historia por su personalidad y sus gestos. Pero se inscribiría más indeleblemente en ella, si algunos de sus ejemplos lograran institucionalizarse, hacerse práctica común y moral dominante.
La propia militancia izquierdista futura tendría de este modo mejores instrumentos para seguir transformando la realidad que el mero estampado de su rostro en algunas camisetas.
Emilio Cafassi
Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano. cafassi@sociales.uba.ar
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