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miércoles, 13 de octubre de 2010

LA OPINION DEL PROFESOR EMILIO CAFASSI: TRAVESTISMOS CONFLICTIVOS Y CONFLICTOS TRAVESTIDOS

De los muchos desafíos que traen consigo la construcción o adquisición de conquistas o emancipaciones sociales, sin duda el desarrollo y tramitación de los conflictos y luchas ocupan un lugar relevante.


Entre otras razones porque resulta impensable superar las miserias del presente sin ellos y menos aún, si habiéndolos, no producen posteriormente resultados concretos en la transformación de las condiciones materiales y simbólicas de vida, incluyendo en esas condiciones las repercusiones subjetivas y el empoderamiento que su propia dinámica y metodología estimula, o inversamente, desalienta en los participantes.

Los cambios, cualquiera sea su alcance y naturaleza (incluyendo obviamente las regresiones históricas) son resultado de los conflictos.

Consecuentemente, es fundamental que las luchas tengan un carácter cada vez más amplio e inclusivo tanto como los derechos y libertades que con ellas se pretendan conquistar.

No pueden quedar en ningún caso circunscriptas a los intereses inmediatos de las oligarquías dirigentes o de las burocracias.

Tampoco resultan canchas a las que ingresan con exclusividad los luchadores profesionales ante un público espectador que será quién padezca en última instancia las consecuencias del corolario de la disputa.

Si algo hace falta socializar, además de la riqueza, es el protagonismo y el poder decisional.

Nada justifica ni las exclusiones, ni el estímulo a la pasividad de los interesados directos en las querellas.

Se trata simultáneamente de construir y de luchar (por construcciones superadoras) en los muy heterogéneos y disímiles niveles de despliegue de la vida concreta de los actores reales que padecen las consecuencias.

La creciente complejidad de la propia vida social contemporánea, los fracasos estrepitosos de experiencias históricas revolucionarias del siglo XX y la diversidad de posibles caminos, han puesto en cuestión certezas simplistas, atajos organizativos y maniqueísmos varios.

También han derribado mitos y asociaciones mecánicas entre intereses y metodologías. Cualquier vinculación mecánica entre clases o capas sociales y métodos de lucha, tanto como entre éstos y las distintas delimitaciones ideológicas, encontrará rápida desmentida en ejemplificaciones empíricas de variada laya y procedencia conforme nos vayamos acercando al presente.

Quién crea que la movilización social es prerrogativa excluyente de las izquierdas deberá recordar el reciente conflicto liderado por la Sociedad Rural Argentina y otras entidades de terratenientes (menores) contra las retenciones (llamadas detracciones en Uruguay) a las exportaciones, que organizó grandes movilizaciones y actos de masas en una amplia geografía del país.

Hasta tuvo el acompañamiento de un grupo trotskista embriagado por este cocktail ideológico determinista.

O más recientemente y de manera inversa, el dominguero paro general del PIT-CNT de la semana que culmina, que si bien fue organizado por el sindicalismo combativo de la izquierda uruguaya, contradice una larga tradición de movilización activa y de elaboración de contrapropuestas programáticas a diferencia de esta vaga expresión de deseos de una redistribución de la riqueza con el que se invitó al trabajador a quedarse en casa.

También llama la atención que luego de una larguísima siesta del más reformista movimiento obrero europeo, el paro y movilización en Francia y luego en España, haciendo converger a la UGT y Comisiones Obreras, comience a incubar la propuesta de un paro general europeo con necesaria movilización de alcance continental, si se lograra.

El curso de la historia se niega a reconocer linealidades y estigmatizaciones epidérmicas.

Tal vez, enfocar la mirada sobre los conflictos y las luchas, no sólo permitiría pensar las tácticas de cada caso y mejorar con ello las perspectivas de triunfo, sino además aportar algún nutriente a la indispensable refundación de un ideario de izquierda, a la construcción de una nueva arquitectura organizativa y a la redacción de un nuevo manifiesto para esta época.

Es probable que en mi caso esta mirada y la elección de esta temática esté influida por circunstancias casuales de participación en algunas de estas luchas.

Con las europeas aludidas y con la así llamada "toma" que se lleva adelante desde hace más de un mes en mi facultad (de ciencias sociales de la Universidad de Buenos Aires) que sin embargo difiere de muchas de mis experiencias pretéritas. Me permitiré señalarlo porque tal vez exceda el mero caso puntual y la inocultable catarsis.

Recuerdo particularmente mi primera intervención a los 14 años en el ocaso de la dictadura de Lanusse en Argentina como la toma del colegio significó una explosión de libertades, de curiosidades informativas e inquietudes y de multiplicación de iniciativas y organización.

No sólo no excluyó el dictado de clases (al menos no de todas ellas) sino que supuso una multiplicación de la presencia física en la institución, del esfuerzo y la participación en las actividades.

Sentí por primera vez que el colegio podría inclusive interesarme por oposición al tedio de una pedagogía desprendida de los intereses cotidianos y de las propias interrogaciones.

Le sucedieron otras en el secundario durante el gobierno peronista de los 70 (que me llevaron a fundar una revista estudiantil y posiblemente al impulso de esas "tomas" debo el hecho de seguir escribiendo desde entonces) y posteriormente las universitarias, pasado el terrorismo de estado, que discurrieron de manera relativamente similar en estímulo, libidinización y esfuerzo durante mi etapa adolescente.

Pero hace más de un mes, invocando justas razones de reversión del deterioro edilicio, se inició una llamada "toma" que tiene todas las características diametralmente inversas a las aludidas.

Un conjunto de dirigentes estudiantiles (apoyados por algunos docentes y administrativos) tomó el control del edificio y clausuró las aulas con barricadas y custodios personales de ellas, impidiendo todo contacto entre estudiantes y profesores en los lugares y horarios habituales de actividad académica.

Contrapropuso una alternativa, por cierto vaga y desorganizada, de dictado de algunas clases (y consecuente toma de contacto para la discusión entre profesores y estudiantes y participación en el conflicto) en pasillos comunes o en un estacionamiento.

El resultado fue el previsible: resultó expulsivo e impotentizante para buena parte de la comunidad universitaria.

El imaginario de una toma, como apropiación colectiva del espacio para la extensión de las actividades, devino, increíble e inescrupulosamente, apropiación privada de las oligarquías partidarias y las direcciones burocráticas.

La posible expansión de libertades de la autogestión se encerró en el corral del autoritarismo. El militante devino militar.

La organización resultó un ejército de ocupación con puestos y retenes para el control de la circulación y el disciplinamiento de los actores.

Poco importa ya que hace una semana este rígido bloqueo parece haberse flexibilizado, aunque la medida persiste aún agregándole otras reivindicaciones a las originarias.

Los defensores de este curioso método han sustituido a las "tomas" históricas (que suponen una multiplicación de los espacios y liberación de las iniciativas) naturalizando su nueva modalidad expulsiva como la única posible, autoarrogándose una actitud combativa.

En efecto, hay algo de combativo: combaten a las bases sometiéndolas física y disciplinariamente.

No expanden libertades sino que las ahogan. Frente a esto en mi cátedra decidimos tratar de convocar a los estudiantes a discutir y a intentar desarrollar los contenidos curriculares y las evaluaciones normales previstas, tanto como se pueda en semejante escenario físico, sin recurrir a violencia alguna.

Lo logramos parcialmente con grandes dificultades e indiscutible debilitamiento de la calidad académica.

En un caso, rompiendo las barricadas y accediendo al aula (con importante riesgo físico y pérdida de algo del público), en otros dictando a la intemperie o en antesalas de baños o pasillos hacinados.

No sin incredulidad nos propusimos resistir el mandato de quedarnos pasivamente en casa a esperar noticias, órdenes o formalizaciones.

Intentamos y lo seguimos haciendo, recrear y sostener el lazo político, intelectual y organizativo que se lleva a cabo entre estudiantes y profesores cuyo espacio y tiempo es inevitablemente la cursada en la propia facultad.

Si algo justifica haber dedicado estas líneas al relato de esta tragicomedia puntual es que algunos de los clisés ideológicos que intentan fundamentar estas prácticas son distorsiones o simplificaciones de presupuestos que forman parte de las tradiciones de las izquierdas y de reflexiones más detenidas de su acerbo.

Tratarlas con detenimiento excede el límite de esta contratapa, aunque no está de más suponer que en casos muy acotados pueden expresarse en ciertos ámbitos en muy diversos lugares del mundo.

Sólo baste informar que se argumenta que estas medidas se toman en asambleas democráticas a las que están convocados los 20.000 estudiantes de la facultad (aunque sólo acuden varios cientos) y cuyas resoluciones suelen adoptarse pasadas varias horas de la medianoche.

La voluntad manipulatoria y la farsa no pueden ser más elocuente. Al propósito dominguero y burocrático propio los desmovilizadores, le añade represión de rebeldías por las dudas.

Dejando la reflexión sobre las formas posibles de democracia directa realmente implementable y los prerrequisitos para ella, no debería quedar duda alguna acerca de que el propósito no es en este caso distribuir y socializar la capacidad de decisión, movilizar o reducir la brecha dirigentes-dirigidos, sino concentrar al máximo el poder mediante la expulsión, la discriminación y la violencia.

Un caso menor y acotado, pero histórico concreto, de travestismo extremo.

Emilio Cafassi
Universidad de Buenos Aires
Profesor Titular e investigador
Facultad de Ciencias Sociales
http://www.hipersociologia.org.ar
Skype: emilio.cafassi
cafassi@sociales.uba.ar

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