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viernes, 1 de octubre de 2010

LA OPINION DEL PROFESOR EMILIO CAFASSI: FANTASMAS

Un fantasma recorre Europa. Pero no es el que alguien explicitó y se animó a nominar y describir hace algo más de un siglo y medio. Éste es el de la uniformidad y la sedación. Es un fantasma que ahuyenta disputas y debilita resistencias.


Como todo fantasma es errante y con vocación conquistadora, dominante y omnipresente. Pasa a través de muros y fronteras, trasciende mares y ríos, pero ya nadie le teme y su presencia e imperio se han naturalizado mansamente entre los mortales.

Se ha encarnado en la sociedad europea al modo de un extraño invasor acogido.

Desde la óptica de esta infición subjetiva es una suerte de contrafantasma, un aparente placebo, aunque mórbido en sus propósitos.

No aterroriza ni martiriza directamente, como las grandes tragedias políticas de la era moderna (nazismo, estalinismo, terrorismos de estado, guerras mundiales o las más locales).

Se alimenta de rebeldías y excreta burocracias. Fagocita efervescencias y regurgita normalizaciones. Engulle siempre otros fantasmas, aunque no tenga ya necesidades nutricionales sino el sólo instinto de la depredación previa a toda calma mortuoria.

Claro que toda generalización política continental es abusiva y simplificadora. Escribir sobre una Europa, con sus irreductibles complejidades y particularismos o inclusive sobre una América Latina como solemos hacer más frecuentemente, es siempre un acto de arrojo y atrevimiento mayor aún que el que ya supone enfrentar el abismo de la hoja o pantalla en blanco para un medio de comunicación de masas. Una forma de abstracción extrema a la vez.

Más aún si de fantasmas se trata, por su invisibilidad ontológica. Pero el escenario europeo en general es efectivamente fantasmagórico con sólo advertir la desolación crítica actual.

Esta Europa es la de una España sin “Ajoblanco”, sin “Viejo Topo”, ni “Transición”. De una Francia sin “Quel corps?”, ni “Critiques…” y una Inglaterra sin “New Left Review”, entre tantas otras pérdidas culturales de todo el continente, o con versiones ya adocenadas bajo el mismo nombre del de aquella rebeldía impresa de otrora.

En otros términos, sin nutrientes contrahegemónicos, ni perspectivas utópicas, sean como secuencias de revistas exclusivamente o de expresiones estéticas, de ensayos vanguardistas o intervenciones disruptivas.

Seguramente habrá excepciones, pero lo que caracterizó a una época de conmociones fue el carácter masivo de estas emergencias culturales críticas, cosa empíricamente comprobable al menos en su sincronía.

Es como si aquella parte de la España que bosteza, metaforizada por Antonio Machado, se hubiera generalizado hoy no ya sólo a la totalidad del país aludido, sino inclusive a todo el resto de Europa.

El complejo de insurgencias políticas, imbricaciones comunicacionales y estéticas que describe Pepe Ribas en su libro “Los 70 a destajo”, apelando a diversos géneros y recursos literarios, si bien no extrapolables mecánicamente a todo tiempo y lugar, fundamentan tácitamente lo que considero una sólida hipótesis relacional entre las transformaciones sociales y políticas y las publicaciones y acciones comunicacionales de vanguardia sobre todo cuando ellas alcanzaron un nivel masivo de difusión.

Porque si bien “Ajoblanco” cumplió un rol cardinal en la resurrección posfranquista de España, en la llamada transición, hubo en diversa medida expresiones sudamericanas que se inspiraron en ella.

Más precisamente, que nos inspiraron en la época de la reconstrucción posterrorista de estado ya entrados los años '80 una vez que Ajoblanco había descerrajado ya su vasta artillería literaria.

Y que a la vez retomaron la huella de influencias pretéritas del período de ascenso de masas de los '60 y '70, como “Marcha” en Uruguay o “Crisis” en Argentina siguiendo una caprichosa ejemplificación desentendida de la exhaustividad.

Hay quien sostiene que esta suerte de “calma chicha” precede futuras convulsiones o al menos el resurgir del inconformismo. Hay quienes lo sitúan en un futuro próximo de la Europa oriental.

No es descabellado pensar que el tránsito del estalinismo al capitalismo (más o menos lumpenizado y mafioso) pueda hacerse sin mayores conflictos y con el único horizonte apropiatorio que el de hamburguesas y papas fritas en autoservicios rápidos.

En cualquier caso, uno de nuestros mayores vacíos teóricos es el de una sociología de la insurrección.

Es decir, la comprensión, previsión y producción de los procesos de movilización, desobediencia y autoorganización de masas o el de los cambios disruptivos. Hemos estudiado con cierto detenimiento estos fenómenos sociales pero muchísimo menos sus prolegómenos.

Estamos lejos de comprender el abril francés, el invierno de Praga o el noviembre argentino.

Advertimos en esta Europa fastamagórica un reforzamiento del eurocentrismo potenciado por la crisis, que parece dominar el escenario político y poner a Merkel en el centro de una escena tragicómica entre la filantropía y la desesperación (in)ejecutiva.

El incremento de la edad jubilatoria, el congelamiento de las pensiones, el recorte de gastos, el inagotable resurgir de los nacionalismos y su capitalización derechista, por sí mismos no producen, por contraposición, efectos dinamizadores ni salidas milagrosas.

A lo sumo algunas movilizaciones defensivas como en Francia o Grecia. El debate europeo está velado por la cortina de humo de la estadística y la infausta persecución del equilibrio contable.

Como si la demografía fuera aquella misma disciplina que concibió Thomas Malthus hace dos siglos, un recorrido exclusivamente descriptivo de variables numéricas con una aceptación acrítica de la pobreza y la redistribución regresiva de la riqueza (además de las moralizaciones propias de todo clérigo). La discusión es de números, no de valores.

Sin embargo, es un eurocentrismo que no se priva de exclusiones internas muy propias. Es probable que mientras estas líneas son leídas, algunos gitanos romaníes estén siendo expulsados desde Francia, a pesar de que una norma de la Unión Europea de 2004 prohíbe las deportaciones colectivas de un país del bloque hacia otro.

Pero además de esta violencia, a la sazón ilegal por lo antedicho, resulta alarmante el mensaje público oficial de neta vinculación entre minorías y criminalidad, entre inmigración y estereotipos raciales y culturales que alientan la exclusión de la otredad.

Un reciente encuentro de comunicadores e intelectuales de diversas partes del mundo del que participé en Madrid, tituló la convocatoria “post crisis global…”.

Es llamativo el antecedente del encabezamiento porque no hay tal post crisis, al menos en buena parte de Europa y en España en particular.

De lo contrario no se habría instalado este anoréxico debate estadístico de marras que es sólo la punta del iceberg económico, ni seguirían en caída los principales indicadores sociales de importancia (como la tasa de empleo, los salarios, etc.).

Pero menos aún la crisis adquiere el carácter global también mentado que resulta siempre el eufemismo de la globalización con el que se ha encubierto la hegemonía neoliberal.

No casualmente, en América del Sur no hubo crisis, a lo sumo se dio un relativo enlentecimiento durante el 2009 del crecimiento a tasas casi chinas que hoy retomaron su ritmo expansivo.

Y no casualmente por cierto, ya que el neoliberalismo comienza a declinar en esta región, aún con timidez e indisimulables dificultades.

De todas formas, no basta con celebrar el derrumbe del mito globalizador, sino prestar particular atención a la profundización de los procesos populares generados en los últimos años en América del Sur, que es donde precisamente se resquebraja esta forma de uniformización ideológica reaccionaria.

En las dos próximas semanas se dirimen relaciones de fuerza en tres importantes escenarios.

A fines de septiembre, tendrán lugar en Venezuela elecciones parlamentarias donde se verá si la llamada Revolución Bolivariana podrá asegurar dos tercios de las bancas en el poder legislativo.

En Uruguay, será fundamental que el balance que el Frente Amplio haga en septiembre (de las pasadas elecciones, del debilitamiento de los comités de base y de las complicaciones estatutarias) alcance un nivel suficientemente autocrítico como para revertir la tendencia declinante.

Por último, en Brasil el 3 de octubre, no sólo se expresará la posibilidad de repetir el gobierno del PT ahora con la presidencia de Dilma Rousseff, sino también de conquistar mayorías parlamentarias en las cámaras para obtener la independencia de las alianzas con la socialdemocracia y algunos sectores de la derecha que hasta el momento limitó fuertemente al gobierno popular del PT.

La base electoral del PT indudablemente se ampliará entre los sectores más sumergidos, particularmente con los nuevos beneficiarios de una movilidad social ascendente, unos 30 millones que desde el 2003 se incorporaron a la clase media (baja) y con los 19 millones de antiguos marginados que lograron salir de la pobreza extrema, incluyendo la distribución de créditos para la construcción de sus viviendas.

La última encuesta de la consultora Sensus, atribuyó a Rousseff el 50,5% de las intenciones de voto, en segundo lugar para el socialdemócrata José Serra, con 26,4%, seguida de Marina Silva, candidata del Partido Verde, con 8,9%.

Venezuela no corre el riesgo de socialdemocratización abúlica a la europea que amenaza a Uruguay y Brasil.

Pero enfrenta las limitaciones casi folclóricas del populismo personalista.

También comparte con Brasil un alto nivel de corrupción (sin que se exprese electoralmente, sin embargo) que no compromete a Uruguay.

El curso de la historia de estos tres países se dirimirá en la arena política y en la encarnadura social de sus luchas. Sin embargo, como resultó de los procesos de transiciones significativas y rupturas aludidas, podrá nutrirse mejor si encuentra y facilita procesos de emergencia intelectual, estética y discursiva de nuevo cuneo, que logre renovar lenguajes y dubitaciones, conmover certezas y reformular desafíos.

Como en su momento lo hicieron aquellos traídos a colación.

Es hora de comenzar a exorcizar todos, absolutamente todo los fantasmas.

Emilio Cafassi
Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano. cafassi@sociales.uba.ar

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