Luis Arce, candidato del Movimiento al Socialismo (MAS), el partido del derrocado presidente Evo Morales, tiene suficiente respaldo de los votantes como para frenar los intentos de cambios políticos y sociales en contra del pueblo boliviano, que están en marcha en Bolivia desde que, en noviembre pasado, el ex presidente fuera derrocado. Cuando falta menos de un mes para las elecciones del 18 de octubre, los estudios de opinión que gozan de mayor credibilidad en ese país, estiman que Arce cumple con los dos requisitos necesarios para ganar sin necesidad de una segunda vuelta:
tiene más del 40% de la intención de voto y sobrepasa a su inmediato seguidor, el ex presidente Carlos Mesa, por más de diez puntos porcentuales. Mesa aparece en la última encuesta –que recoge el clima de las áreas rurales mejor que las anteriores– con un respaldo de un 26%.
Uno de los líderes políticos antievistas tomó en cuenta de inmediato las implicaciones de esta medición. Al día siguiente de que se conocieran esos datos, el 17 de septiembre, la presidenta interina del país, Jeanine Áñez, renunció a su candidatura para que “no se divida el voto democrático entre varios candidatos y, a consecuencia de esta división, el MAS acabe ganando la elección”. En el sondeo, Áñez aparecía en el cuarto lugar y era una de las personalidades políticas más rechazadas por la población tras acelerar su desgaste debido a la gestión de los servicios de salud y la economía durante la pandemia.
Hasta ahora la presidenta no ha indicado a sus seguidores, aproximadamente el 10% del electorado, si votará por Mesa, más fuerte en la zona occidental del país, o por el tercero, el ultraconservador Luis Fernando Camacho, que es el favorito de la zona oriental. El excandidato a la presidencia Samuel Doria Medina explicó que apoyarían a “cualquiera que tenga posibilidad de detener al MAS”. Este empresario lidera uno de los partidos de la coalición que postuló a Áñez. En cambio, la organización política de la presidenta, el Movimiento Demócrata Social, con raigambre en el oriente del país, podría recibir presiones para apoyar a Camacho, el principal candidato regional, incluso si los sondeos preelectorales lo ubicasen por debajo de Mesa. Con ello, la salida de mandataria interina de la carrera electoral no asegura concentrar el voto contrario al MAS. Según Doria Medina, el retorno al poder del partido izquierdista traería “revancha, persecución a los demócratas, apresamiento de los que lucharon en las calles [contra el anterior Gobierno] y una ‘guerra’ entre regiones”.
La élite política que se opuso con furia a Morales y que impulsó su derrocamiento también quiere librarse de su legado. Busca atenuar el estatismo del modelo económico, retornar a la “república” en lugar del Estado Plurinacional creado por la Constitución de 2009, formar una burocracia más técnica y, entonces, más elitista, además de anular el alineamiento diplomático del país con enemigos de Estados Unidos como Cuba e Irán, entre otras transformaciones. Cuenta con el respaldo de las Fuerzas Armadas y la policía, y podría promover el apoyo a su programa de la mayoría de la población, pero no consigue superar su división interna, que se debe a causas personales y regionalistas.
Según el experto en opinión pública Julio Córdova, tras la salida de Áñez del escenario, y tomando en cuenta que alrededor del 20% de la población todavía está dudando por quién votar, se puede observar la existencia de tres espacios electorales relativamente aislados, que difícilmente se traspasarán votos entre sí. En el primer espacio se hallan las clases bajas urbanas y rurales. Los electores de este espacio van a votar por Arce, aunque otros grupos dejaron de respaldar al MAS por sus errores en el Gobierno y ahora están indecisos. Si las elecciones fueran de inmediato, estos grupos votarían principalmente en blanco o anularían la papeleta, ya que “no piensan votar por candidatos de la derecha”. La apuesta del MAS es persuadirlos de que lo apoyen de nuevo.
En un segundo espacio están las “clases medias moderadas”, sobre todo del occidente del país. Los electores de estas clases van a votar por Mesa o están indecisos porque “dudan de la fuerza del expresidente para frenar al MAS y no ven en él una opción nueva que les dé esperanzas”, explica Córdova. La apuesta de Mesa es conseguir que estos indecisos se inclinen por el “voto útil”. Es decir, apoyar a un candidato para impedir que otro gane.
Por último, existe un tercer espacio en el que están las “clases medias muy conservadoras y regionalistas, sobre todo de Santa Cruz”, que van a votar por Camacho. Entre ellas el porcentaje de indecisos es menor, por lo que Córdova cree que Camacho no perderá apoyo por el “voto útil” y que “se beneficiará más que Mesa de exvotantes de Añez”. Si así fuera, el MAS podría mantener una ventaja de más de diez puntos porcentuales sobre el expresidente y, entonces, ganar en primera vuelta.
El historiador Pablo Stefanoni sintetiza los factores que van a determinar el resultado de las elecciones: “Parece que estas se definirán entre el ‘voto útil’ y el ‘voto oculto’”, dice. “Carlos Mesa apuesta a que el ‘voto útil’ funcione como en 2019 y le sirva para atraer el sufragio anti MAS del oriente del país. Por el momento, la regionalización de las candidaturas limita las posibilidades de esta estrategia”, explica. Por el otro lado, el MAS espera un fuerte caudal de “voto oculto”, es decir, del apoyo que no se mide en las encuestas porque los ciudadanos temen expresarlo o se avergüenzan de él en público, un tipo de voto que el partido izquierdista siempre ha tenido, aunque en distintas proporciones. “Dado el clima de persecución judicial contra el MAS, no es irreal la hipótesis de que entre los indecisos haya muchos votos para Arce”, explica Stefanoni. Concluye que “nada está escrito y será una campaña de final muy abierto, en la que los pequeños porcentajes podrían ser decisivos”.
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