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lunes, 15 de abril de 2019

TESTIGO DEL HORROR DE LAS FUERZAS ARMADAS: LOS GRITOS DE LA TORTURA NO ME DEJAN AUN HOY DORMIR

Todo va a estar bien, parece decirle Oscar a su compañera. Ya fue esposado y puesto en la parte trasera de la camioneta del cuartel, y los ojos dicen y transmiten más que mil palabras. Aquella mirada, tranquilizadora, es lo último que el joven le deja al amor de su vida. Todo va a estar bien, se dice para sí. Nada puede pasar por tener unos cuadernos del Partido, se dice para sí. Quiere transmitir esa esperanza al niño que nacerá pronto, aquel por el que vale la pena vivir, por el que vale la pena Uruguay. Entonces sigue mirando a su compañera, y el miedo no se traduce, solamente se siente.


Su tumba, desde 1973.

Son las 5 de la tarde, es mayo del 73. Durazno respira temor, como todo el país. Y los cuarteles se llenan de jóvenes como Oscar Felipe Fernández Mendieta.
A Oscar lo trasladan cuando el sol está por caer, en aquel otoño rumbo al invierno. Caballería lo recibe, y comienza a contestar preguntas simples.

Credencial Cívica: RBD 13.855. Edad: 26. Nació en 1947 en Durazno. Está casado y tiene un hijo, que aún no ha nacido. Vive en ruta 5, a 5 kilómetros al sur de la ciudad de Durazno. Es trabajador rural, medianero de un establecimiento a 5 km de la capital del departamento. Milita políticamente en el Partido Comunista Revolucionario (PCR). Tiene un alias, paradójicamente uno que busca otorgarle invisibilidad, ‘Juan Pérez’.

No tiene claro por qué lo llevan a declarar. Es a partir de una documentación incautada y procesada por efectivos del Regimiento de Caballería n.º 2, perteneciente a la Región Militar n.º 2. No hay testigos, no hay datos, apenas unos cuadernos del Partido, dicen de un lado y del otro.
Muchas horas me insume elegir el alias para la historia que voy a escribir. Sucede que todo comenzó sin nombres, desde el primer mensaje de texto. “Me parece oportuno declarar por lo de Fernández Mendieta y que paguen por su muerte Mieres y Blanco. Estoy dispuesto a declarar.”

Un número de teléfono, una responsabilidad. Llamo y atiende un hombre, suena mayor de edad, nervioso. Escucha mal y justifica desde la mala audición de un oído. “Leí todas sus notas”, agrega.
Se refiere a la cobertura realizada en varios medios sobre el caso del duraznense torturado y muerto en democracia, días antes del golpe de Estado del 73. Indago datos, y aparecen. Y surge naturalmente el nombre que finalmente elegiré. El Testigo, así, con mayúsculas. No hay nombre o acción que identifique mejor a quien estuvo allí, vio y escuchó, y desde entonces convive con los gritos y el desgarro del alma y el cuerpo.

“Es el año 1973, un 24 de mayo de aquel año. Yo tenía 18 años en aquel momento, aún no había sucedido el golpe de Estado. Fue una muerte en democracia. El día que lo entierran a Oscar Fernández Mendieta viene un senador del Partido Nacional, Sierra creo que fue, y está presente. Lo puedo decir con toda propiedad porque los que habíamos estado en la guardia anterior, en la cual me incluyo, fuimos ordenados a ir al cementerio al sepelio de dicha persona para verificar quiénes andaban acompañando el féretro.” Son las primeras palabras de El Testigo, en la redacción del diario El Acontecer. La calle Artigas luce de otoño, con las hojas golpeando el mes de abril. ¿Por qué me eligió? ¿Por qué eligió este momento? ¿Qué motivó la declaración luego de 46 años?
En aquel momento, El Testigo era un soldado de 1.ª y desempeñaba la función de cuidador del sótano n.º 2, “el grande, donde a media mañana trajeron a este señor y lo pusieron en depósito en ese sótano”.

Refiere al Regimiento de Caballería n.º 2, al sur de la ciudad de Durazno. “El hombre llegó muy bien, de salud lo vi bien cuando nos lo entregaron en custodia a nosotros. Sé que era un laburador rural, había sido estudiante. No tuvimos diálogo con él, los soldados custodiábamos. Para hablar lamentablemente venía gente especializada desde Montevideo, en aquel momento. A su vez, el día del insuceso fue previamente interrogado por dos alférez nuevos que había acá.”

Era el 24 de mayo de 1973. El mundo dejaba de ser tal para Fernández Mendieta. Según los detalles oficiales, fallece en momentos en que estaba siendo interrogado por su actividad militante.
Según documentación del Ministerio de Defensa Nacional, Fernández es detenido y llevado al Regimiento de Caballería n.º 2 alrededor de las 18:30 horas del 24 de mayo de 1973.

Inmediatamente después es conducido al subsuelo, ubicado cerca del cuerpo de guardia del Regimiento, donde se le realiza el interrogatorio primario. En esas circunstancias Óscar Fernández intenta ascender por las escaleras para escapar y es reducido por los efectivos del Regimiento. Ante esta situación, el oficial S-2 de la Unidad decide trasladarlo a un subsuelo más grande, donde nuevamente Oscar Fernández intenta liberarse, al arrojarse hacia el descanso de una escalera, y se repite la situación anterior, donde presumiblemente vuelve a tirarse contra el piso. Los militares que participaron en estos hechos declaran que comenzó a manifestar dificultades respiratorias, por lo que intentan ubicar al médico de la Unidad.

Es el momento de que El Testigo relate los hechos. “Lo confinan al sótano, el cual tenía una malla de reja y afuera quedaba una persona custodiando una puerta. Todo ocurre rápidamente. Luego de mediodía se me apersonan dos oficiales y me paro como corresponde, firme. Me dicen que le abra, tengo la llave y le abro. Bajaron al sótano el alférez Blanco y el alférez Mieres, muy jóvenes. Se podían escuchar los gritos, lamentos, sollozos, algo bastante espantoso para un joven de 18 años como era yo, un pibe. Había sido estudiante y había entrado al Ejército porque era lo que había en el momento. Esto se extiende por un tiempo de unas dos horas y pico, hasta que lamentablemente sucede el hecho de que me llaman de abajo. Me gritan: ‘Guardia, pida un número, llame al enfermero de turno y que traiga una camilla’. Obedezco la orden y llamo, llega el enfermero corriendo con la camilla. Ellos lo levantan hasta arriba por los escalones de hormigón y lo suben. El enfermero agarra de un lado y se me ordena que yo agarre del lado de la cabecera. Les dije que no podía porque yo estaba apostado allí, y me dicen: ‘El puesto se levanta, ¿no ve que lo trasladamos?’. Entonces me cuelgo la metralleta a la espalda y ayudo al traslado hacia la enfermería.

Corren los trámites de llamar al Dr. Navarro, médico militar, y yo me quedo allí parado. Lo pasamos de la camilla a la cama médica, y recuerdo que un alférez le hizo respiración boca a boca. Pidieron un tubo de oxígeno, de esos verdes de 45 kilos, y le pusieron la mascarilla tratando de darle aire. Recuerdo también que, al darle toda la presión, se inflaba el cuerpo y como que se movía. Entonces un alférez le dice al otro: ‘Ves que se mueve’, pero el enfermero Píriz —ya fallecido hoy— le dice: ‘Está más muerto que mi abuela’. Un alférez se da vuelta y le ordena silencio y arresto. Transcurrieron unos minutos, llegó el capitán de servicio, el teniente Saravia —que andaba con una salida de baño—, el comandante teniente coronel Bonfrisco y presurosamente llegó Navarro. La persona ya estaba muerta, y Navarro mandó desalojar la sala. Como persona cristiana que soy, si bien era militar, me caló muy hondo escuchar esos gritos…”

De acuerdo con la ficha de Oscar Fernández Mendieta que guarda la Secretaría de Derechos Humanos por el Pasado Reciente, a las 19:15 horas arriba el Dr. Rossi, quien comprueba el deceso de Oscar Fernández Mendieta. Según autopsia solicitada por la esposa de Fernández Mendieta, prensa de la época y testimonios, se expresa que su cuerpo mostraba múltiples marcas de golpes y evidentes señales de haber sido sometido a tortura.

La autopsia fue practicada —a pedido del Regimiento— por los doctores Julio C. Rossi, Juan J. Navarro y Hugo Bosch, quienes concluyen que se trató de un infarto extenso de cara posterior inferior. Posteriormente la esposa de Fernández Mendieta solicita un reconocimiento del cadáver, el que fue llevado a cabo por los médicos de Durazno Carlos Schettini, Eduardo Pastor y Edison Scaffo, quienes emitieron un comunicado.

El Testigo se conmueve y conmueve. Traslada la idea de un joven de 18 años, poco más que un adolescente, con una metralleta cargada al hombro, partícipe de aquel violento episodio en el apacible Durazno del 73. La violencia de aquel año no se fue más, no se olvidó más. “Desde entonces estoy en tratamiento siquiátrico porque de noche siento esos gritos, vuelvo a recordar.”
Habla de que el cuerpo “tenía moretones, quemaduras de cigarrillos por todos lados, se notaba rasguños de golpes. Tres médicos se la jugaron y confirmaron que tenía todos esos magullones en el cuerpo. Estaba mojado… Dicen que existía el tacho o submarino. Su cuerpo recuerdo verlo mojado, todo lastimado”.

CABEZA: 2 erosiones frontales izquierdas; una parietal temporal derecha; erosiones en el labio inferior.- HOMBRO IZQUIERDO: tres erosiones sobre región deltoidea.- Dos erosiones sub-claviculares izquierdas.- Hematomas de manos derecha e izquierda.- Hematoma de extremidad inferior de antebrazo izquierdo.- Gran hematoma en región tórax abdominal izquierda (de unos seis por ocho cms.).- Erosiones en cara externa y superior de muslo izquierdo.- Hematomas y erosiones en ambas rodillas.- Hematoma en cara externa de muslo derecho.- Se observan además dos incisiones suturadas [estas incisiones corresponden a la autopsia realizada anteriormente]: una longitudinal tórax abdominal en y una transversal de abdomen.
El informe lleva la firma del Dr. Eduardo Pastor, Dr. Edison Scaffo y Dr. Carlos Schettini.

Le pregunto. ¿Hubo contactos luego de aquella muerte entre los superiores y usted?
Responde El Testigo. “En aquel momento nos ordenaron que teníamos que guardar silencio. Recuerdo que inmediatamente fueron puestos en arresto a rigor, los mandaron al cuarto a los dos. El capitán a cargo los sancionó a ambos.”
Indago. ¿Cómo siguió su vida luego de haber vivido ese hecho tan dramático?
Suspira, recuerda, cuenta. “Me llevó a la bebida porque era la forma de evadirme, de callar eso, olvidarme. Me volví alcohólico. Soy un enfermo alcohólico, hoy concurro a los grupos de AA [nos muestra un llavero con esa identificación]. Me caló muy hondo por haber sido un pibe con apenas 18 años y, además, por ser cristiano desde muy chico.”

El Testigo reconoce que aquellas voces lo persiguen de noche, cuando Durazno está en calma, y que lo llaman desde el sótano, constantes, dolientes. Lo buscan, como lo buscó la señora de Fernández Mendieta, algunos años después, para saber de los últimos instantes de vida del peón rural. “Había venido de Inglaterra un señor Rovira, con quien nos criamos juntos, la arrimó para tratar de hacerme de nexo. Yo ya estaba retirado, él pretendía que le contara algo, pero guardé silencio porque tenía miedo a las represalias”.

Poseo información sobre quienes torturaron y mataron al joven Oscar Felipe Fernández Mendieta, quien murió el 25/5/73 en el Cuartel de Durazno, perteneciente a la Región Militar n.º 2.
Quien me confió lo sucedido fue la esposa de uno de los asesinos, que recientemente se ha separado y me lo contó con enorme pesadumbre.

Los torturadores y asesinos de Fernández Mendieta fueron los que en aquel entonces poseían el flamante cargo de alférez, con 21 o 22 años de edad, ya que egresaron en setiembre de 1972 de la Escuela Militar. Ellos son los tres siguientes: Cnel. Daniel Blanco (creo que ocupa actualmente el cargo de jefe de la Dirección del Personal Militar, dependiente de la Secretaría del Ministerio del Interior), Cnel. (R) Gustavo Mieres y el que creo que se retiró con el cargo de capitán, Alberto Ballestrino (h), que se dedicó posteriormente a ejercer como pastor de una iglesia protestante.

El miedo a las represalias fue enorme y llevó a muchos años de silencio. Pero el miedo que persigue en las noches y que no deja dormir es mayor. El Testigo tiene 64 años, y hace mucho que no duerme bien. Llega el momento en que se debe contar, exorcizar. “Yo esto lo hablé con mi siquiatra, el Dr. Romero. Desde ahí tomo ansiolíticos, me ha dado otro para dormir porque sigo recordando esos gritos, como que me traen… hace poco en una reunión de AA un veterano me dijo: ‘Vos tenés algo adentro que te tiene angustiado’, y le dije que sí. Se lo confié como buen compañero, porque allí se guardan las historias. Y él me dijo que era conveniente que lo hablara con algún cura o pastor. Lo hablé con un excura, Arrillaga, que fue de los que concurrió al cementerio aquel día. Lo vi irse juntos con el senador… Me comentó tiempo más tarde que había estado presente.”

La responsabilidad institucional por la muerte de Oscar Felipe Fernández Mendieta, muerto en democracia, es de las Fuerzas Conjuntas. Región Militar n.º 2, Regimiento de Caballería Nº 2, Durazno.

En la causa penal tramitada ante el Juzgado Letrado de Primera Instancia en lo Penal de 7.º Turno figuran como indagados los siguientes: Coronel (R) Líber Morinelli, Coronel (R) Raúl Ramírez, Coronel (R) Juan Alberto Saravia, Mayor (R) Eilen Rodríguez, Capitán (R) Alberto Ballestrino, Coronel (R) Daniel Blanco, Coronel (R) Gustavo Mieres; Coronel (R) José Luis Pereira, General (R) Aurelio Abilleira y Dr. Juan José Navarro.

A tiempo presente, el fiscal de derechos humanos Ricardo Perciballe solicitó el procesamiento con prisión de cuatro militares retirados por el homicidio por torturas de Oscar Fernández Mendieta.
De acuerdo con la Fiscalía General de la Nación, a dos de ellos, Daniel Blanco y Gustavo Mieres, les imputó la autoría de un delito “muy especialmente agravado”. Lo mismo le tipificó a Alberto Ballestrino, a quien le agregó abuso de autoridad. En el caso de Líber Molinelli, la solicitud de procesamiento fue por coautoría de homicidio más dos delitos de privación de libertad y dos de abuso de autoridad.

El Testigo afirma que declarará en breve para aportar estos datos, sus verdades, sus demonios. “Sí, lo haré. Estos crímenes no prescriben... Yo creo en la justicia divina, de Dios, pero hay una justicia civil que si me lleva al interrogatorio y yo digo la verdad, pienso que la misma va a actuar y tomar medidas correspondientes”.

Dejamos de grabar, dejamos de hablar. Un hondo silencio se instala entre nosotros, al amparo de la tarde que va comenzando a caer. El Testigo lo dijo, y nosotros escuchamos.

Entonces me pide un último esfuerzo: que grabe claramente los nombres de los asesinos. Y sus alias. Juan Carlos El Cuervo Blanco y Gustavo La Perra Mieres.
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Fuente: elacontecer.como.uy

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