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martes, 19 de marzo de 2019

G. CAETANO: CREO QUE LACALLE SE EQUIVOCO EN SUS APRECIACIONES SOBRE EL GRAL. G. MANINI RIOS

El general escuchó la decisión de Tabaré Vázquez de destituirlo, se puso sus ropas de combate, se paró frente a una cámara, dirigió al Ejército un discurso personal y político, y utilizó los canales oficiales para difundirlo. “No hay que subvalorar lo que significa y puede desatar Guido Manini Ríos en el Uruguay de hoy”, opina el historiador y politólogo. Que el ex comandante se haya erigido como “caudillo” es, para Caetano, consecuencia de una política militar “equivocada y omisa” del oficialismo. A su vez, considera un “grave error” que Luis Lacalle Pou pierda de vista que asuntos como estos “refieren a una dimensión institucional que trasciende las pugnas político-partidarias”.


—¿Qué lecturas admite el “mensaje de despedida” del ex jefe del Ejército?


—Antes que nada, hay que dimensionar la gravedad de lo sucedido. Parece un hecho que no podría ocurrir en el Uruguay del siglo XXI, en 2019, un año electoral, además. Un comandante en jefe del Ejército destituido por el presidente de la República aparece con un mensaje totalmente provocativo e inaceptable, con uniforme y discurso de combate, utilizando un medio oficial. Si alguien lo hubiera pronosticado hace cinco o diez años, hubiera sido considerado casi un demente. Y esto ocurrió esta semana. A pesar de que Vázquez actuó como debía en esta instancia, lo ocurrido refiere al fracaso de una política militar equivocada y omisa del gobierno.

Manini Ríos nunca debió ser designado comandante en jefe del Ejército. Y, si se erró el camino, debió ser destituido hace años. Sólo hace falta recorrer sus dichos y sus hechos, por lo menos desde 2016, en especial los referidos a los juicios sobre represores y el tema de la verdad y la justicia sobre lo ocurrido durante la dictadura. No advertir esto, no asumir la responsabilidad política por lo ocurrido, no admitir que el caudillo militar creado más de tres décadas después del fin de la dictadura cívico-militar es también el fruto de una política militar equivocada, es eludir la realidad. Miremos su mensaje de despedida. Asume el rol de intérprete sesgado de las razones que tuvo el presidente para destituirlo. 

Reincide en sus críticas al Poder Judicial; vuelve a acusarlo de actuar sin pruebas y sin apego “a elementales principios del derecho” en sus juicios sobre connotados represores de la dictadura. Utiliza un canal oficial para profundizar sus acusaciones políticas al partido de gobierno. Marca una vez más su postura política frente a los dos principales temas de la agenda sobre el tema militar, y acusa de injustos y arbitrarios la ley de retiros militares aprobada y el proyecto de la nueva ley orgánica militar. 

Hace un balance de su gestión en el que dice haber bregado (y aquí no hay nada más persuasivo que la cita textual, que no necesita comentarios) por “sacar adelante a nuestro Ejército enfrentando (…) las falsedades de burócratas incapaces de ver la realidad, enceguecidos en su soberbia o atrapados en sus prejuicios ideológicos y la acción de aquellos que lucran con la confrontación, convertidos en peones bien pagos de los centros de poder mundial, siempre dispuestos a ejecutar un perverso libreto que lleve a la destrucción de nuestras instituciones y deje a los uruguayos en el más absoluto estado de indefensión”. ¿Qué más? ¿Se podía decir algo más grave? ¿No se incurrió en un delito? ¿Se puede encontrar algún fundamento democrático para defender esta actitud? Además, nunca se entiende un texto sin su contexto. Todo ese discurso se hace con la figura de Artigas de fondo, a quien se invoca como quien anima al Ejército como institución “que nació bajo la égida del más popular de todos los caudillos”. 

Se trata de la reedición de esa visión inadmisible –peligrosa– de proyectar una línea de continuidad histórica entre “la admirable alarma” y el “pueblo en armas” de 1811, con el primer ejército profesional y con identidad corporativa que emergió en la Guerra de la Triple Alianza, bajo liderazgos autoritarios, como los de Lorenzo Latorre y Máximo Santos. Y todo esto desde un discurso mesiánico, típico de estas arcadias regresivas con sus líderes redentores, habituales en la América Latina de hoy, comprometido con una convicción de lucha incondicional por “causas justas”, por las que se ufana en dejar “un Ejército unido (…) y consciente de ser cada vez más la esperanza de los más desesperados”. ¿Qué más?

—Como mencionabas recién, Manini Ríos introduce como temas de fondo en el relacionamiento con el Ejecutivo la reforma de la caja militar y de la ley orgánica. Una puede suponer que uno de los aspectos en juego es el achicamiento de las Fuerzas Armadas, particularmente de coroneles en el Ejército. De hecho, Ernesto Talvi, precandidato de la oposición, twiteó al respecto: “Hay que hablar de lo que medio país cuchichea: ¿tiene sentido, con nuestro tamaño y en este tiempo, tener unas Fuerzas Armadas convencionales, teóricamente preparadas para la guerra?”.

—Deben celebrarse estos dichos del precandidato colorado, así como otros mensajes provenientes de otros sectores de la oposición que apoyan con lealtad institucional la actitud del presidente. Como bien dice Talvi, hay que hablar de lo que medio país cuchichea. Este es el centro de la discusión y no es para nada “ultrista” recoger esta idea y discutirla con responsabilidad y moderación. 

El subsidio estatal a la caja militar (aunque no se la quiera llamar así) puede tener muchas comparaciones: la última de ellas refiere al 1 % del Pbi, casi una cuarta parte del preocupante déficit fiscal actual. ¿Resulta razonable, en clave ciudadana, eludir esta discusión? ¿Es revanchista y prejuicioso en términos ideológicos ignorar ese debate? Incluso desde una perspectiva que se haga cargo en serio de las condiciones de vida de las franjas más bajas de la fuerza militar, ¿puede proponerse para ellos un futuro mejor ignorando este debate estructural o buscando su progreso desde su involucramiento en una guardia nacional con tareas explícitas en el área de la seguridad pública interior? ¿Es que no se advierte la relevancia de estos temas a escala regional y hasta global? Sobre todo, de esto hay que persuadir –o despertar– a muchos dirigentes “distraídos” de la oposición, pero también –y, tal vez, sobre todo– del propio gobierno frenteamplista.

—Frente a la destitución, Luis Lacalle Pou habló del “apego a las normas” de Manini Ríos, a quien consideró “un digno comandante”. El senador herrerista Javier García, que tiene en su sector a militares retirados, valoró que se trató de “una decisión de la interna del FA” y de una “victoria de sectores radicales”. Verónica Alonso llegó a imaginarlo como un “excelente” ministro de Defensa. ¿Cómo analiza el posicionamiento de la oposición en general y, en particular, del Partido Nacional, que de alguna manera parece estar amparando al ex comandante?


—Para parafrasear una frase evangélica, separemos la paja del trigo. En verdad, y con todo respeto, no creo que en este momento haya que tomar muy en serio los ofrecimientos ministeriales de Alonso. Sí resultan muy preocupantes las opiniones de Luis Lacalle Pou y su grupo, posicionados como una alternativa real de disputa por el timonel del gobierno a partir de los inciertos resultados de las elecciones de 2019. Creo que Lacalle Pou y algunos de los principales referentes de su sector se equivocan, y mucho, en el análisis de este episodio y de la gestión de Manini Ríos. 

En verdad, lo lamento como ciudadano, porque están en juego asuntos que refieren a una dimensión institucional que trasciende las pugnas político-partidarias. No advertir con claridad que Manini Ríos transgredió franjas y reglas de juego básicas de nuestro acuerdo de régimen en torno a la democracia constituye, a mi juicio, un grave error. Con recelo, pero con visión institucional, otros dirigentes opositores, como Larrañaga y hasta Sanguinetti, lo advirtieron con firmeza, este último más allá de su tropismo antifrenteamplista.


—Al menos en Uruguay, los partidos testimoniales, como Cabildo Abierto, presentado el miércoles, no tienen mayor proyección electoral. A su vez, las expresiones de ultraderecha en estas elecciones parecen estar fraccionadas. ¿Qué suerte se puede augurar?


—Hay que advertir con mucha preocupación que, en el continente y en el mundo, la principal tentación de las derechas es volverse ultraderechas, que el empoderamiento por distintas vías de los ejércitos es una tendencia creciente. Esto no debe ignorarse ni banalizarse: resultan procesos y evoluciones gravísimos. Hay que advertir que, por suerte, esto no parece estar ocurriendo en Uruguay, al menos no en relación con los principales candidatos con chances reales de disputa. Dicho esto, como me enseñaron cuando jugaba al fútbol, a seguro lo llevaron preso. Creo que la ambición política en Manini Ríos venía de muy atrás. Muy probablemente, buscaba un final que lo ubicase como víctima. No hay que subvalorar lo que significa y puede desatar Manini Ríos en el Uruguay de hoy. Su rumbo fuera de los partidos tradicionales le augura un camino en repecho. Sobre todo, si cede a la tentación ultraderechista, que en América Latina es militarista y está unida al fundamentalismo religioso, dos tendencias que anidan en Manini, pero que no parecen ser populares en el país, al menos no en la coyuntura más actual. Pero hay que desconfiar. Y mucho. Hace cinco años, Manini Ríos era un desconocido y, luego de este gobierno, se ha convertido en un caudillo militar con ambiciones políticas, que convoca a, entre otros, los nostálgicos de la dictadura. No es poca cosa. Debería generar preocupación. Por ello resulta imperativo promover la asunción de responsabilidades políticas y generar cambios fuertes en la política militar.


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