El Kiki nació en la zona norte de Montevideo hace unos veinte años. Tal vez nació en un hogar castigado por la pobreza y la marginalidad. Tal vez (como era el caso del Kiki real) nació en un hogar de gente trabajadora, que conocía las estrecheces pero no la marginación ni la miseria.
El Kiki empezó Primaria en la escuela pública de su barrio. Allí, cuando todavía era chico, se acostumbró a insultar con las peores palabras que conocía a cada compañero con el que tuviera algún conflicto. Las palabras ya las conocía porque las escuchaba en todas partes (de hecho, hoy las usan en público hasta los consejeros de Primaria). Pero el Kiki descubrió que podía usarlas en el patio de la escuela, y aun en el salón de clase, sin que pasara nada. Las maestras estaban demasiado ocupadas, o demasiado cansadas, o demasiado desmotivadas como para ocuparse de corregirlo.
Tiempo más tarde, el Kiki creció y empezó a resolver sus problemas a los golpes. Eso no le trajo mayores problemas en la escuela. Tampoco los tuvo en el liceo, durante el poco tiempo que cursó. Los docentes estaban demasiado ocupados yendo y viniendo de un instituto a otro, y los adscriptos apenas se veían en los pasillos. Así que no pasó nada cuando golpeó a un compañero hasta cansarse, ni tampoco cuando, por primera vez, insultó a un docente en clase. En lugar de reaccionar, el docente prefirió hacer como que no lo escuchaba.
Un día el Kiki empezó a juntarse con otros vecinos de su edad para pasar la tarde en la esquina de su casa. Cada vez más seguido, optó por la esquina en vez del liceo. La madre le dijo un par de veces que eso era malo para él, pero no insistió demasiado. Al igual que había pasado con los docentes en la escuela y en el liceo, no tuvo fuerza para ejercer autoridad, o no supo cómo hacerlo.
El Kiki dejó el liceo y descubrió que no pasaba nada. Más o menos en esa época empezó a tomar alcohol y a fumar marihuana. Él y sus amigos lo hacían a plena luz del día, sin que nadie reaccionara. Los vecinos miraban para el costado. La policía no aparecía. Nadie los visitaba desde el liceo. Los padres sentían que no podían con ellos. Mientras tanto, un presidente de la República decía en la tele que sus ídolos eran los Kung San, porque son una tribu africana sin jefes, donde nadie trabaja. Si lo dice el presidente, debe ser bueno.
Un día el Kiki quiso comprar drogas más fuertes, pero no tenía plata. Así que entró a su casa y robó a su madre. Ella no se dio cuenta, o prefirió no reaccionar. El Kiki se acordó del docente que fingía que no escuchaba sus insultos. Se podía hacer de todo y no pasaba nada.
Para comprar la droga, el Kiki no tuvo que caminar mucho. Había dos o tres bocas en la vuelta de su casa. El Kiki fue y compró a plena luz del día. Luego volvió y compró más. Se dio cuenta de que no había pasado nada.
Las necesidades económicas del Kiki aumentaban, así que un día, junto con un par de amigos, fueron a un barrio "cheto" y prepotearon al primer adolescente con el que se cruzaron. El chico se dejó sacar el celular y los championes, sin intentar defenderse. Nadie más reaccionó en ese barrio, aunque había muchos porteros. La policía no estaba en ningún lado. El Kiki había pasado otro límite importante y, una vez más, no había pasado nada.
Poco después robó en un comercio. Fue una acción muy torpe, así que lo detuvieron. Pero, como era menor, a las dos horas estaba en la calle y sin antecedentes.
Los policías ni siquiera se tomaron el trabajo de advertirle la gravedad de lo que estaba haciendo. Ya sabían que esa entrada no sería la última, y que ellos eran los que iban a pasar más tiempo dando explicaciones.
Así siguió el Kiki, corriendo los límites, haciendo cosas cada día más graves, y descubriendo cada vez que tenía carta libre para seguir adelante. Así que un día compró un arma en el mercado negro (nada más fácil), asaltó un supermercado y mató a una cajera para quedarse con un par de miles de pesos.
Todos nos horrorizamos, pero la pregunta es: ¿de dónde hubiera podido sacar el Kiki la idea de que no debía hacer eso, si las instituciones y la sociedad entera le habían dicho siempre que podía hacer cualquier cosa y no pasaba nada?
Fuente: El País
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