El genial escritor Eugene Luther Gore Vidal (West Point, Nueva York, USA, 3-10-1925 - Los Angeles, Alta California, USA 31-07-2012), más conocido como Gore Vidal, alguna vez dijo que vivían en “Estados Unidos de Amnesia”. Nuestra capacidad para olvidar destella cuando los fanáticos blancos salen del clóset donde estaban envalentonados por la protección tácita que les brinda nuestro presidente. No podemos fingir que el fanatismo espantoso que se desató en las calles de Charlottesville, Virginia, no tiene nada que ver con la elección de Donald Trump.
Entre los asistentes a la manifestación estaba el separatista blanco David Duke, quien declaró que el fiasco que fue aquella marcha por la unidad de la derecha radical “cumple con las promesas de Donald Trump”. Mientras tanto, el presidente respondió equiparando falsamente a los fanáticos blancos y a las personas que protestaban en contra de esta manifestación. Sus denuncias ante el odio fueron ligeras y suenan fingidas, porque le susurran al oído asesores nacionalistas blancos como Steve Bannon y Stephen Miller.
Una reunión tan desgarbada de supremacistas blancos motiva una revisión de la memoria política. Y es que el resentimiento que provocó la remoción de símbolos públicos del pasado confederado, el origen de la protesta de este fin de semana, es justamente alimentado por un revisionismo histórico. Estas personas creen que son las víctimas de un presunto ataque políticamente correcto en contra de la democracia estadounidense, un discurso falso que ayudó a impulsar la victoria de Trump. Cada una de ellas se alimenta de las mismas mentiras dementes sobre raza y justicia, las cuales corrompen la democracia auténtica y deterioran la libertad verdadera. En conjunto, estos fanáticos constituyen el resurgimiento repulsivo de una racistocracia virulenta.
Si no pueden beber de la copa del beneficio económico que sí prueban las élites blancas, por lo menos pueden sorber lo que resta de una ideología del odio: al menos no son negros.
Esta racistocracia pasa por alto información fundamental sobre la esclavitud en Estados Unidos: que las personas negras fueron secuestradas de sus países africanos para trabajar arduamente y sin pago en tierras estadounidenses. Cuando la comunidad negra y otras personas lo mencionan, los fanáticos blancos se sienten agraviados. Se sienten especialmente ofendidos cuando se argumenta que la esclavitud cambió de vestimenta durante la Reconstrucción de la posguerra civil: que se disfrazó de libertad pero siguió siendo una amenaza para la comunidad negra, como lo demuestra el periodo en que estuvieron vigentes las leyes Jim Crow. La racistocracia es la molestia de que la esclavitud se perciba como el pecado original de esta nación.
Sin embargo, estos fanáticos siguen ignorando de manera deprimente y deliberada qué fue la esclavitud, cómo se dio, qué dejó en nosotros, cómo dio forma a la raza, al aire y al espacio entre los blancos y los negros, así como a la vida y la trayectoria de las culturas blanca y negra.
Se aferran a una desaparecida aristocracia sureña cuyos privilegios —una presunta superioridad blanca y una supremacía moral e intelectual— se filtraron a los blancos comunes y corrientes. Si no pueden beber de la copa del beneficio económico que sí prueban las élites blancas, por lo menos pueden sorber lo que resta de una ideología del odio: al menos no son negros. El reconocido académico W. E. B. Du Bois llamó a este supuesto sentido de superioridad el “salario mental de los blancos”. Y es que en alguna ocasión, el presidente Lyndon B. Johnson dijo lo siguiente: “Si puedes convencer al hombre blanco del nivel más bajo de que es superior al mejor hombre de color, no se dará cuenta de que le estás saqueando el bolsillo. Es más, dale algo que pueda menospreciar y vaciará él mismo sus bolsillos por ti”.
Tenemos a un presidente multimillonario intolerante que ha hecho lo mínimo por la clase trabajadora blanca, cuyo resentimiento lo llevó al poder. Han vaciado sus bolsillos éticos y económicos para apoyarlo, a pesar de que les dio la espalda en el momento en que entró al Despacho Oval. Los únicos remanentes de su liderazgo a los que se pueden seguir aferrando son el folclor del sentimiento nacionalista de los blancos y la pasión xenofóbica, creencias que les ofrecen tranquilidad mental, aunque poca estabilidad financiera.
Es deprimente explicarle a nuestros hijos que lo que afrontamos de niños podría ser el legado que también dejarán a sus hijos.
Para la comunidad negra, es descorazonador ver cómo se repite la historia de manera tan vil y despreciable. Enfrentar este odio descarado vuelve a abrir las heridas que provocaron las atrocidades que hemos confrontado a lo largo de nuestra historia. Es deprimente explicarle a nuestros hijos que lo que afrontamos de niños podría ser el legado que también dejarán a sus hijos.
Es todavía más desalentador percatarse de que el gobierno de nuestra nación, al menos la actual administración, haya mostrado tan poca empatía hacia las víctimas del fanatismo blanco y que de hecho haya ayudado a difundir el virus paralizador del odio, pasando por alto lo que se hace en su nombre.
Es el momento de que cada descendiente de estadounidenses blancos demuestre su amor por este país manifestándose de manera enérgica en contra del flagelo que representa esta racistocracia. Si un comportamiento tan inhumano se topa con el silencio de los blancos, solo consolidará la percepción de que, mientras la mayoría de los blancos esté libre de riesgos inmediatos, entonces todo está relativamente bien. Sin embargo, nada puede estar más lejos de la realidad y nada puede declarar de forma más evidente la bancarrota moral de nuestro país.
Michael Eric Dyson es autor de Tears We Cannot Stop: A Sermon to White America y colabora con artículos de opinión.
Fuente: The New York Times
Te presentamos un recuento de cómo se dieron los eventos de este fin de semana en Charlottesville, Virginia, donde enfrentamientos entre grupos supremacistas y personas que manifestaban en su contra resultaron en la muerte de una mujer y en señalamientos de que hubo terrorismo interno.
Riñas y un vehículo que acelera
Unos nacionalistas blancos se reunieron el sábado para participar en una marcha (“Unamos a la derecha”) en Charlottesville, y ahí se encontraron con alguna personas que protestaban en su contra, o contramanifestantes. Las provocaciones llevaron a los empujones, que se convirtieron en riñas. Alrededor de las 13:45, un automóvil se estrelló contra otro vehículo que estaba cerca de un grupo de contramanifestantes, lo que provocó que varias personas salieran volando. (La información señalaba en un inicio que el automóvil había embestido directamente al grupo de contramanifestantes).
Una persona fue asesinada: Heather D. Heyer, de 32 años, una asistente jurídica de Charlottesville que “era una apasionada defensora de los más desfavorecidos y con frecuencia llegaba hasta el llanto por las injusticias del mundo”. Aquí puedes leer, en inglés, el perfil que The New York Times escribió sobre Heyer.
También fallecieron dos policías estatales el sábado, Jay Cullen y Berke M. M. Bates, quienes estaban monitoreando las protestas desde un helicóptero; este se estrelló e incendió al momento del impacto.
El momento en el que un conductor identificado como James Alex Fields arrolló a quienes realizaban una contraprotesta a los grupos neonazis y supremacistas.
En total, 34 personas resultaron lesionadas tras los enfrentamientos. El gobernador de Virginia, Terry McAuliffe, declaró estado de emergencia.
La policía identificó al conductor del vehículo como James Alex Fields Jr., de 20 años y originario de Ohio. Enfrenta varios cargos, entre ellos homicidio de segundo grado. Un juez le negó la fianza el lunes. Esto es lo que sabemos de Fields (en inglés).
El fiscal general Jeff Sessions calificó el ataque como terrorismo interno.
La tibia respuesta de la Casa Blanca
La tarde del sábado, el presidente Donald Trump condenó la “indignante muestra de odio, intolerancia y violencia en tantos bandos” pero, notoriamente, no destacó a los nacionalistas blancos ni a los neonazis. Dada la presión sobre exactamente a quién estaba culpando Trump, un portavoz de la Casa Blanca le dijo el sábado a los medios de comunicación: “El presidente estaba condenando el odio, la intolerancia y la violencia de todas las fuentes y todos los bandos. Hoy hubo violencia entre tanto los manifestantes como los contramanifestantes”.El presidente Donald Trump se pronunció sobre lo sucedido el sábado desde su club de golf en Bedminster, Nueva Jersey. CreditAl Drago para The New York Times
El domingo, funcionarios anónimos de la Casa Blanca intentaron hacer un control de daños al declarar: “El presidente aseguró en su declaración de ayer que él condena todas las formas de violencia, intolerancia y odio. Por supuesto que eso incluye a los supremacistas blancos, neonazis, Ku Klux Klan y a todos los grupos extremistas”.
El lunes, dos días después de las manifestaciones, Trump dio nuevas declaraciones más enfáticas en las que dijo que: “el racismo es malo y quienes causan violencia en nombre de este son criminales y rufianes, incluidos la KKK, los neonazis y supremacistas blancos y otros grupos de odio que son repugnantes en cuanto a todo lo que creemos valioso como estadounidenses”. Aunque ese mismo día Trump criticó a un empresario farmacéutico negro por haber renunciado de un consejo de asesores en manufactura en protesta por la respuesta inicial del presidente a lo sucedido en Virginia.
El contexto de la violencia
En principio, la protesta del sábado fue organizada para manifestarse contra el plan de funcionarios locales de quitar la estatua de Robert E. Lee, un general importante del ejército confederado que pretendía secesionarse durante la guerra civil estadounidense, del Parque de la Emancipación en Charlottesville. Ese plan llevó a una manifestación similar en mayo, dirigida por el nacionalista blanco Richard B. Spencer, así como una marcha del Ku Klux Klan en julio. La remoción de monumentos de la Confederación también ha causado enojo en otras ciudades, como Nueva Orleans.
En reacción, tanto en Charlottesville como fuera, la gente intentaba lidiar con el que tales actitudes que se creía ya no existían fueran demostradas tan abiertamente. Fue quizás “la manifestación más visible hasta ahora de cómo ha evolucionado la extrema derecha en Estados Unidos: una coalición de grupos supremacistas de antaño y más actuales conectados por las redes sociales y envalentonados por la elección de Donald Trump”,
La policía antimotines rodea la estatua del general confederado Robert E. Lee. Los grupos supremacistas protestaban contra los planes para retirarla. CreditSteve Helber/Associated Press
Sin embargo, las fuerzas detrás de la manifestación van más allá que el descontento por la remoción de una estatua en Virginia. El extremismo de derecha, incluyendo a los nacionalistas y los supremacistas blancos, está en auge y muchos nacionalistas blancos se sienten envalentonados gracias a la elección de Trump, de acuerdo con el Southern Poverty Law Center, grupo que estudia crímenes de odio.
Charlottesville se había preparado para la manifestación, la cual fue planeada con bastante antelación. Desde el viernes en la noche marcharon varios nacionalistas blancos con antorchas; entonaron consignas antisemíticas y racistas en la Universidad de Virginia.
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