“El miedo siempre está. Te impulsa”, dice, y se toca el corazón, combativa.
Tras ella, Manuel, de 18 años, también sale de la alcantarilla.
“Hasta que no salga el gobierno, no voy a parar de luchar”, dice este joven que tiene un hijo de dos años, al mostrar una herida por un chaparrón de bomba lacrimógena en su mano izquierda, como si de un tatuaje se tratara.
“Se prendió ese Beta” (inicia el alboroto), lanza María, ante la mirada impaciente de su grupo. Ya es hora de salir.
Para el gobierno son “terroristas”, para algunos son “héroes”, y otros alertan de que entre ellos se filtran varios “delincuentes” o “vándalos”, que aprovechan las protestas para robos o saqueos, e incluso “infiltrados” del gobierno.
Ellos se definen a sí mismos como la fuerza de la “resistencia”. Se reúnen cada día a las 6 ó 7 de la mañana en la Plaza Altamira, en uno de los barrios más exclusivos de Caracas.
Allí toman café y comienzan a preparar la jornada, en la tradicional plaza, al borde de una hilera de flores amarillas y rojas.
“Cada día es más difícil. Vamos dispuestos a todo. Es una adrenalina que uno tiene contra ellos”, explica Alejandro, de 19 años.
Sus motivos para protestar son similares a los de cualquier simpatizante opositor: critican la “dictadura” de Maduro, están “hartos” de carencias de productos básicos como harina o arroz, de la falta de medicamentos y de toda perspectiva.
Casi ninguno vive en el barrio Altamira pero reciben ayuda de algunos de sus vecinos: comida o bebidas, e incluso baños o camas donde dormir.
Los analistas advierten que no se trata de un grupo consolidado y no se pueden comparar ni con los indignados de España ni con grupos anarquistas como los Black Bloc de Estados Unidos.
“Estos muchachos no son encuadrables. Hay grupos de guerreros, hay algunos que creen que están en un videojuego, hay algunos que son completamente oligofrénicos. Es trágico porque arriesgan vidas, pero hay que dejar algo bien claro: no son parte de la oposición”, apunta la socióloga Colette Capriles, de la Universidad Simón Bolívar.
Dentro de ese caos, es fácil para el gobierno “infiltrarse entre ellos”, subraya.
Entre ellos se reconocen diferencias. Unos hablan de “defensa” otros de “guerra”.
Unos se han especializado en barricadas hechas con muebles, escombros quemados o alambre de púas, otros son las fuerzas de “choque”.
Vamos a “seguir y seguir hasta que nos maten”, asegura Julio, su líder, de 28 años y hasta hace poco técnico de automotores.
“¿Que cómo me hice guarimbero?, por odio”, responde. “Si agarro un chavista, lo quemaría aquí”, agrega.
Dice que ya no le importa nada, solo cambiar al gobierno. Tampoco le importa si sus actos violentos perjudican los objetivos de la oposición o que puedan ser utilizados en favor del gobierno.
“Nosotros no tenemos nada que ver con la oposición, a ellos tampoco los queremos”, aclara.
Hace pocos días la difusión de un joven apuñalado y quemado después de una masiva protesta en Caracas provocó la conmoción mundial. El gobierno difundió las atroces fotos y videos del joven en cadena nacional para mostrar “el terrorismo” de las marchas opositoras. La oposición explica que el joven estaba “robando” y por eso fue atacado.
Analistas aclaran que los linchamientos son moneda frecuente en Venezuela, uno de los dos países más violentos del mundo, según la fiscalía y algunas ONG, excluyendo los que están en guerra.
Hay quienes quieren establecer el paralelismo con los colectivos chavistas -a los que la oposición considera grupos armados del oficialismo- pero los analistas aclaran que no tienen nada que ver.
“No son en absoluto comparables a un colectivo chavista. Los colectivos son profesionales, son prácticamente cuerpos del Estado, son gente que el gobierno ha desarrollado, estimulado”, señala Colette Capriles.
“Éstos son grupos completamente desorganizados”, asegura Capriles.
La edad promedio de los jóvenes de la plaza Altamira se ubica entre 19 y 22 años, llevan capucha y aseguran que su lucha es por Venezuela.
La edad promedio de los funcionarios de la Guardia Nacional se encuentra entre 19 y 22 años, llevan uniforme y aseguran que su lucha es por Venezuela.
Ambos se enfrentan a piedra y lacrimógena en Caracas desde el pasado 12 de febrero, pero en sus mochilas llevan historias paralelas más allá de las trincheras.
Un día en la plaza Altamira revela que los manifestantes crean redes de protección; que pertenecen a la clase media y popular; también vienen del interior del país y están los sin casa, que solo van por comida gratis. El detonante de la jornada suele ser cuando los manifestantes gritan “¡Vamos pa’la autopista!”. Se refieren a la Francisco Fajardo.
La preparación. La actividad en la plaza Altamira comienza pasadas las 10 de la mañana. Desde temprano, quienes hacen vida allí se tapan el rostro. No les gustan las fotos, pues temen a la detención de los organismos del Estado. “En estos días se llevaron a mi compañero. Nos cuidábamos mutuamente cuando las cosas se ponen feas allá abajo”. Habla de Altamira Sur, escenario principal de los enfrentamientos. José es barquisimetano (25). “Estoy aquí desde el 15 de febrero por mi hijo. Tiene un año y no consigo ni pañales ni leche”. Vive de la solidaridad de los vecinos. Desde que llegó ha dormido en Los Ruices, Palo Verde y Caricuao. Sus amigos desde el exterior le escriben: “Na guará, qué fino que estás allá”. Él comenta: “Yo sí creo que estamos escribiendo una nueva historia”.
El 11 de marzo fueron detenidas 11 personas en un allanamiento en el estacionamiento de la plaza. Antes habían sido detenidas más de 150 en distintos operativos.
Los jóvenes aseguran que guardias y policías viven en la Torre Británica. El 12 de marzo grupos vandálicos desvalijaron 6 oficinas gubernamentales ubicadas allí. El domingo quemaron un quiosco de Metrobús.
“¿Días? Yo tengo semanas sin ir a mi casa. Estamos acuartelados desde que esta situación comenzó”, cuenta un oficial que no ofrece su nombre. Se toma el tiempo de explicar que su función es hacer respetar el libre tránsito y cita el artículo 50 de la Constitución, que se refiere a este derecho. Asegura que allí es el último lugar en el que quiere estar. “No disfrutamos deteniendo a los manifestantes. Pero es lo que nos corresponde. Estamos dentro del marco de la ley”.
Las pancartas que despliegan los manifestantes también aluden a la Constitución (Art. 68): “Los ciudadanos tienen derecho a manifestar pacíficamente y sin armas”. Hasta que lanzan la primera piedra.
Solidaridad ajena. Es mediodía y los accesos a la Luis Roche y a la San Juan Bosco han sido bloqueados. En la primera de estas avenidas, los manifestantes colocan un carro en mitad de la calle. De un lado, queman un caucho cerca de unos “miguelitos” (cabuya amarrada con clavos). Del otro queda un resquicio por el que puede pasar una moto. Varios lo intentan, pero Ronald se los impide acostándose de largo a largo en el asfalto. Tiene 17 años y se unió a las protestas desde el primer día. “Quiero que mi mamá sepa que tengo más posibilidades de graduarme, que de que me maten”. Confiesa que no es de la oposición ni del chavismo: “Soy venezolano”, dice, detrás de una máscara como la que usan los pintores de latonería. Un conductor se acerca a la barricada. No lo dejan pasar. Les grita insultos, en retribución.
Algunos llegan con bolsas de comida y medicamentos. Hay una logística de distribución. De repente, los jóvenes estallan en aplausos. Una camioneta se para justo antes de la barricada y de su interior bajan varias bolsas llenas de hojas secas.
El ministro del Interior, Miguel Rodríguez Torres, denunció que algunos de los manifestantes detenidos en Altamira confesaron recibir Bs 5.000 semanales del partido Voluntad Popular. “¿Tú crees que si eso fuera verdad ya no me hubiese comprado una máscara antigás?”, interroga con el rostro lleno de Maalox (un antiácido eficaz para neutralizar el efecto de las lacrimógenas) José, (23). Luego saca su cartera. Tiene tres billetes de cinco: “Este es mi capital”.
El sueldo promedio de la tropa de la GNB es de Bs 6.000 mensuales, más cestatickets. Trabajan tres semanas seguidas y libran una, pero el presupuesto no les da para visitar a su familia en el interior del país. Sus acentos los delatan. Vienen de Maracaibo, Sucre y Aragua.
Activados. El momento de la verdad. A las 2:50 pm se oye un grito que se repite en eco. “¡Activémonos!”. Hay un grupo junto a la fuente que practica lanzamientos y atrapadas de bombas lacrimógenas. Entrenan con una pelota. En sus brazos tienen unos escudos hechos con pedazos de zinc, con unas siglas en azul: “Grie” (Guarimberos de Respuesta Inmediata Élite). Bajan en desbandada. Jóvenes con pasamontañas, máscaras de Guy Fawkes (conocida como de Anonymous), gente vestida de trabajo, estudiantes. Los que tienen spray con Maalox se ubican al lado de los “frenteadores”, en la línea de fuego.
Hay una rutina. Como si ensayaran, los manifestantes dan el primer paso y lanzan piedras y bombas caseras, para abrirse paso hacia la autopista. Algunos días los militares intentan disuadirlos con palabras; otros, apuran el final, que siempre es el mismo. Una lluvia de lacrimógenas provoca una neblina tóxica que dificulta la respiración; hace que ardan piel y ojos. Hay desmayados. Los primeros en la línea de fuego aplican el entrenamiento. Patean las bombas. A medida que los manifestantes se debilitan, los militares empujan hacia arriba. Pasan horas.
La oscuridad. Todas las noches los manifestantes trasladan sus protestas hasta la avenida San Ignacio de Loyola en Chacao. A veces la GNB actúa, otras no. A las 6:00 pm colocan sofás, colchones y hasta neveras viejas. La jefa de Gobierno del Distrito Capital, Jacqueline Faría, dijo que desde el 12-F hay un descenso en la cantidad de desechos que llegan a La Bonanza.
“Yo vivo en el 23 de Enero y es verdad que pasan los colectivos con altoparlantes en la noche amenazándonos. Pero si me consiguiera 30 chamos para guerrear desde allá, ni me lo pensara”, dice Lis (19).
Cada noche hay al menos cuatro tanquetas que en la parte superior tienen ocho cañones de los que salen bombas lacrimógenas. También hay efectivos con escopetas. Por encima de las detonaciones se escuchan mentadas de madre y unos sonoros “¡hijos de puta!” salen de las ventanas. Lanzan piedras y botellas. Ellos responden con más bombas y perdigones. En ocasiones directo a los apartamentos. En otras, tanquetas chocan los carros estacionados. Uno de los verdes comenta que su compañero perdió la audición de un oído por un “tumbarrancho”.
De la ballena se escucha la voz de Chávez entonando “Patria querida”. Los uniformados explican que sirve para “levantar la moral de la tropa”, y que no significa estar partidizados. Antes de la medianoche vuelve la calma. Un GNB joven cuenta: “Mi mamá, del Zulia, tiene que calarse la misma cola que la que hacen estos chamos, para comprar cualquier pote de aceite. Yo creo que ellos tienen razón, pero a veces se pasan”. Se arregla el chaleco antibalas. Mañana será otro día.♦
Detrás de la careta
■ El estudiante: Tiene entre 17 (y a veces menos) y 25 años. Es atlético. Usa pasamontañas, camisas amarradas detrás de la cabeza o máscaras. Pide un cambio en el Gobierno. Aduce que están en la calle en la búsqueda de un futuro mejor. Viene de todas partes de la ciudad (y del país). Estrato social: clase media y popular. Las mujeres son bien activas. Pero los varones son más.
■ El guarimbero: Incita a la gente a tomar la autopista. Se visten igual que los estudiantes, aunque es de mayor edad. Le gusta el color negro y está a favor de radicalizar la protesta. Tiene muy arraigado el discurso anticomunista y aboga por una salida rápida. No debate, da órdenes y se va a la acción. Denigra de todos los que no lo acompañan, sea de latendencia que sea.
■ El farandulero: Considera la Plaza Altamira como un lugar de encuentro. Antes de que empiece la refriega setoma fotos a sí mismo con la multitud detrás, como si estuviera participando; pero la verdad es que apenas se calienta el ambiente, pica la milla. Generalmente va en moto. También está el mirón. Gente enfluxada o con trajes de trabajo que caminan por la plaza o se sientan en las aceras sin hacer otra cosa que observar.
■ La acompañante: Es casi siempre mujer. Madre de adolescente que no prohíbe a su hijo participar en lasprotestas, pero también le da nervios quedarse en la casa. Entonces lo acompaña y cantan consignas. Lleva pancartas. También está la mujer que protesta porque la situación del país ha obligado a sus hijos a irse al exterior. Hay una que se hace llamar “Mamá terrorista”.
■ Los alerta: “No tomes foto”; “muéstrame tu carnet” son algunas de las frases que usa. Señala a los supuestos “sapos” y ve infiltrados hasta donde no los hay. Aunque ha encontrado a algunos que trabajan en inteligencia policial, periodistas y ciudadanos han sido víctimas de sus falsas acusaciones.
MÁS BARRICADAS EN CARACAS
En Caracas hay trincheras de este tipo no sólo en Chacao y Altamira, también en otras zonas, como Macaracuay, El Cafetal, Candelaria, Prados del Este y Colinas Bello Monte. La Policía de Baruta pasa por las avenidas principales para despejar la vía, pero a partir de las 5 pm, vecinos del sector vuelven a instalar barricadas. Las guarimbas trajeron enfrentamientos verbales entre la comunidad. Aunque algunos apoyan la protesta, se oponen al cierre de calles. “Manuel Da Silva,dueño de una licorería de Bello Monte, asegura estar “obstinado” y revela que sus ventas han bajado entre 60 y 70%. Blanca González
En Caracas hay trincheras de este tipo no sólo en Chacao y Altamira, también en otras zonas, como Macaracuay, El Cafetal, Candelaria, Prados del Este y Colinas Bello Monte. La Policía de Baruta pasa por las avenidas principales para despejar la vía, pero a partir de las 5 pm, vecinos del sector vuelven a instalar barricadas. Las guarimbas trajeron enfrentamientos verbales entre la comunidad. Aunque algunos apoyan la protesta, se oponen al cierre de calles. “Manuel Da Silva,dueño de una licorería de Bello Monte, asegura estar “obstinado” y revela que sus ventas han bajado entre 60 y 70%. Blanca González
SALDO MORTAL
La palabra guarimba no aparece en el diccionario, pero en Venezuela es de uso común. El activista político, Robert Alonso, vinculado al caso de los supuestos paramilitares (2004), se atribuye su creación. La describe como el “bloqueo de la calle frente a las casas” con desperdicios, basura o cauchos. Hasta el momento, y desde el 12 de febrero, 17 personas han muerto en eventos relacionados con las guarimbas. Siete fallecieron porque su vehículo perdió el control por una barricada y los otros 9 fueron asesinados mientras intentaban levantarla o estaban alrededor de ella.
La palabra guarimba no aparece en el diccionario, pero en Venezuela es de uso común. El activista político, Robert Alonso, vinculado al caso de los supuestos paramilitares (2004), se atribuye su creación. La describe como el “bloqueo de la calle frente a las casas” con desperdicios, basura o cauchos. Hasta el momento, y desde el 12 de febrero, 17 personas han muerto en eventos relacionados con las guarimbas. Siete fallecieron porque su vehículo perdió el control por una barricada y los otros 9 fueron asesinados mientras intentaban levantarla o estaban alrededor de ella.
El Gobierno ha señalado a supuestos francotiradores. En otro caso, responsabilizaron a la guarimba por impedir el paso a tiempo de una ambulancia. Estas muertes forman parte de las 28 que han ocurrido desde que iniciaron las protestas. El resto fueron por cuerpos de seguridad del Estado o motorizados no identificados que dispararon.
TRINCHERAS VALENCIANAS
Desde hace un mes aumenta el número de manifestantes en la avenida Río Orinoco de Valencia. Con el transcurrir de los días los vecinos consolidaron sus barricadas. Los más osados permiten que sus hijos los acompañen. Los radicales aprovechan para contar sus épicas batallas. Los coordinadores de la cuadra controlan la logística y las provisiones. Las mujeres se dedican a mantener alimentados a los integrantes de la célula en una cocina comunitaria. Los gariteros se toman su trabajo en serio. Holgazanean sólo cuando son relevados. “El que se cansa pierde”, reza una pancarta.
Gustavo Rodríguez
Desde hace un mes aumenta el número de manifestantes en la avenida Río Orinoco de Valencia. Con el transcurrir de los días los vecinos consolidaron sus barricadas. Los más osados permiten que sus hijos los acompañen. Los radicales aprovechan para contar sus épicas batallas. Los coordinadores de la cuadra controlan la logística y las provisiones. Las mujeres se dedican a mantener alimentados a los integrantes de la célula en una cocina comunitaria. Los gariteros se toman su trabajo en serio. Holgazanean sólo cuando son relevados. “El que se cansa pierde”, reza una pancarta.
Gustavo Rodríguez
MARGARITEÑOS ENTRE CACHIVACHES
Julián es el encargado del centro de acopio de una guarimba margariteña. Cuenta que reciben donaciones de la sociedad civil. “No recibimos nada de los partidos”. Un estudiante explicó que son entre 40 y 45 personas los que montan las barricadas. Dayana dijo que la mayoría de los cachivaches los consiguen en basureros de edificios y urbanizaciones. “Las barricadas son una forma de resguardarnos de los colectivos, porque protestamos de manera pacífica”, comentó un estudiante.
Julián es el encargado del centro de acopio de una guarimba margariteña. Cuenta que reciben donaciones de la sociedad civil. “No recibimos nada de los partidos”. Un estudiante explicó que son entre 40 y 45 personas los que montan las barricadas. Dayana dijo que la mayoría de los cachivaches los consiguen en basureros de edificios y urbanizaciones. “Las barricadas son una forma de resguardarnos de los colectivos, porque protestamos de manera pacífica”, comentó un estudiante.
Al recordarle los derechos de otros, afirman que la situación del país afecta a todos.
http://revistamarcapasos.com/7315/lo-que-hay-detras-de-las-guarimbas/
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