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viernes, 24 de febrero de 2017

M.INVERNIZZI: DE PRESO POLITICO A ALCALDE DE PIRIAPOLIS

Desde donde vive Mario Invernizzi puede ver la imponente cresta verde del Cerro del Toro hacia un lado y el popular y turístico Cerro San Antonio del otro. Pero el frente ofrece una panorámica de la bahía de Piriápolis, una de las obras más importantes de su vida: la excelente reforma de la rambla.

Invernizzi fue el gran impulsor de la nueva costanera, cotizada en casi ocho millones de dólares. Se eliminó el estacionamiento “que obstaculizaba la vista al mar”, pese a los reclamos de los comerciantes y se construyó una amplia vía para ciclistas y patinadores.

Mariela, la compañera que lo acompaña desde hace más de 15 años, lo cuida y se preocupa por la extensión de la entrevista. “Háganla rapidito”, dice. Es fin de semana, cuando más puede estar con él, ya que las tareas de la alcaldía le dan cierto respiro. “Pero también me da palo cuando me tiene que dar”, dice Mario, y larga la risa, la única que regalará en casi una hora y media de charla.

Hace tan solo unos meses perdió a su nieta de 19 años, y a un amigo del alma un año atrás. Y debe convivir, todavía, con los recuerdos de los más de diez centros de reclusión en que estuvo preso entre 1972 y 1978, por militar en el MLN y en el Frente Amplio.

Los años de calabozos le ayudaron a disfrutar de las cosas simples de la vida, “como el vuelo de una mariposa o el caminar de un bichito por una viga de madera”.

-Es el tercer verano que Piriápolis recibe la temporada estival con la nueva rambla, transformación que usted impulsó. ¿Qué balance hace?

-Uno muy positivo, porque devolvimos la ciudad a los paseantes, que ahora pueden mirar el mar sin el obstáculo de los carteles de los comercios, los toldos de los negocios y los autos estacionados, todo lo cual fue parte de la reforma.

Entre 2010 y 2015, mediante un decreto departamental, retiramos casi 50 carteles comerciales que estaban en la vía pública, afectando la vista al mar.

Pero también trajo algunos problemas, como la proliferación de los vendedores ambulantes, que ahora aprovechan la mayor cantidad de gente que se concentra. Estamos viendo la forma de regularlo, porque por un lado hay que contemplar el derecho al trabajo, y por el otro, exigir ciertas obligaciones. Me refiero a los vendedores informales que generan una competencia desleal con los locales instalados, que hacen todos los aportes de la ley.

-Fue el mayor logro de su administración.

-Sí, quizás. Por lo menos fue la obra más importante, en lo relativo a la devolución directa a la sociedad. Pero no la hice solo. Fueron indispensables los arquitectos y asesores municipales, la determinación del intendente De los Santos, los fondos de la OPP, los trabajos de UTE y OSE que no se ven, y el aporte de muchas otras personas.

-¿Cómo llegó a la Alcaldía?

-Fue una sucesión de hechos que se fueron dando. Nunca me gustó figurar en listas, pero en 2010, Gustavo Sosa –fallecido hace un año y medio–, un amigo de toda la vida, me propuso la idea de que fuéramos juntos. Y después, la insistencia de la gente me hizo dar cuenta de que tenía cierta responsabilidad política, y que debía asumirla. Y fuimos reelectos en 2015.

-¿Cómo es el trabajo de un alcalde?

“ La alcaldía es una gestión que lleva las 24 horas del día ”


-Es una gestión que lleva las 24 horas del día. Supera ampliamente el horario de oficina. Los problemas llegan desde un montón de lugares, y a cualquier hora. Me pueden llamar a las tres de la mañana, por un incendio o un incidente cualquiera. Es una labor que requiere respuestas inmediatas, como cuando tiene que actuar el Comité Departamental de Emergencia.

-¿Cuándo comenzó su carrera política?

-En la década del 60, cuando acompañaba a mi padre a cuanto acto político hubiera, muchos de los cuales eran fidelistas. Y para 1971 ya estaba integrado a la militancia del Frente Amplio. Estuve en su primera caravana en Maldonado. Y luego seguí en la clandestinidad, siempre ligado al MLN y luego al MPP. Caí preso en mayo 1972.

-¿Cuántos años estuvo recluido?

-Siete. Estuve en un par de cuarteles en Montevideo que no sé cuáles fueron, luego en el Batallón de Ingenieros de Combate N° 4 en la Laguna del Sauce, y desde entonces me pasearon por más de diez centros hasta que me liberaron, en octubre de 1978.

-¿Qué recuerda del día en que recobró la libertad?

-Que era un día hermoso, con un intenso sol de mediodía. Pero, a decir verdad, el shock que hoy recuerdo no fue tanto el de ese día, sino otro, anterior: cuando salí del Penal de Libertad y me llevaron al cuartel de Melo. Si bien estábamos custodiados, tenía una diferencia abismal: podíamos ver el campo y caminar entre los árboles.

“ Sentir el rumor del viento en el follaje, poder tocar los árboles, andar sin uniforme. Fue impresionante.”


¿Sabés lo que es tocar un eucaliptus después de seis, siete años? Sentir el rumor del viento en el follaje, poder tocar los árboles, andar sin uniforme; sentir los pájaros a tu lado, y no detrás de tu celda. Fue impresionante.

Pero duró poco, porque el periplo en que nos tenían de cuartel en cuartel continuó. Fueron años muy duros.

-¿Guarda rencor a los militares?

-No. Me ofendieron, como han ofendido creo que a todos los uruguayos, porque mancharon el uniforme. Pero debe tenerse en cuenta algo muy importante: lo que sucedió acá fue lisa y llanamente una guerra; hay gente, con nombre y apellido, que se extralimitó, y que cometió excesos. Pero era una guerra. Punto.

Y además, hoy día, dadas las interdependencias del Estado, he trabajado codo a codo con el mismo Batallón N°4 en donde estuve recluido, por ejemplo. Y no tengo ningún problema. Es otra gente, es otro momento histórico, es otra realidad.

La última vez fue luego del temporal del 31 de octubre, que voló el techo de una escuela. Estábamos muy preocupados porque, ni con los bomberos, nos daba la fuerza para combatir ese y muchos otros destrozos. Y tuve que llamarlos.

Vinieron enseguida con un contingente de 20 soldados, oficiales, maquinaria y el propio teniente coronel en persona. En menos de cuatro horas solucionaron todo. Quedamos muy agradecidos. Entonces, una cosa es lo que pasó hace cincuenta años, y otra, la realidad de hoy

-Habló de excesos. ¿Los sufrió cuando estuvo recluido en ese Batallón?

-Era una situación de guerra. Ninguno de los que intervenimos nos podemos hacer los chanchos rengos. Nos hicieron macanas por todos lados, pero no se puede descontextualizar. Solamente los que estamos metidos en el ajo podemos juzgarlo.

La gente se fastidia porque hay militares que no dicen la verdad. Y no la van a decir, porque hay muchas cosas en juego, y como ahora sí se respetan los derechos humanos, no les van a meter la cabeza adentro de un tacho ni le partirle los testículos con una picana para que digan la verdad.

-¿Lo que sugiere es que debe darse vuelta la página?

-No. Lo que creo es que hay que seguir buscando la verdad y la justicia, porque hay gente que todavía tiene a sus hijos desparecidos, y otra que fue violada. Pero no como un afán revanchista, sino por un asunto de justicia.

Hay cosas que hice en mi vida de las cuales me arrepiento, por lo que yo doy crédito a que otros también se arrepientan de lo que hicieron, y tengan, tal vez, una carga de conciencia que no les deje dormir.

-¿La suya le deja?

-Sí, porque he hecho una limpieza de mi cabeza. Aunque aún tengo recuerdos que cada tanto me zumban, se me atraviesan. Por eso sigo trabajando sobre la resiliencia, como se dice ahora.

También agradezco haber pasado por esas situaciones duras, porque me ayudaron a ver la vida de otra forma, como apreciar el vuelo de una mariposa o el caminar de un bichito por una viga madera.

-¿Pero cómo lidia con esos recuerdos? ¿Puede ser feliz igual?

-Se puede, pero hay golpes que son duros, y otros que son aún más. Todo lo que me pasó en aquella época, por ejemplo, no se compara con la muerte de mi nieta, hace unos meses. Eso sí no me deja dormir…

-¿Le costó la reinserción en la sociedad al ser liberado?

-Costó la adaptación, sí, porque, entre otras cosas, en la prisión las cosas eran blanco y negro, buenos y malos, y el mundo real tenía otra complejidad, una gama de colores a la que había que acostumbrarse.

Y por otra parte, tenía una gran necesidad de ponerme a hacer cosas para superar el trauma. Traté de conseguir trabajo enseguida. A los cinco días ya estaba empleado como albañil en una obra en Maldonado, cavando pozos, con pico y palo, al rayo del sol.

-Pero era un hombre libre.

-Sí, pero sufrí como un condenado. Y así estuve por un par de meses, hasta que con un amigo comenzamos a hacer trabajos de sanitaria, en una época que se cobraba muy bien. Nos tirábamos de cabeza a los pozos sépticos, con tal de cobrar los 100 dólares que pagaban entonces.

-¿Qué tiene pensado hacer luego de finalizar su segundo período como alcalde?

-Terminar los proyectos que nos trazamos. Y luego no lo sé. Prefiero no adelantarme a la historia, porque por más cálculos que hagamos, somos nosotros y las circunstancias. Trataré de vivir lo más tranquilo posible, supongo, disfrutando de mis nietos y de la familia.

Mariela abre la puerta para decir la hora y transmitir que el tiempo de la entrevista estaba caducando.

-Es una compañera formidable, que me ha bancado en todas, con las idas y vueltas que tiene cualquier pareja. Me cuida cuando me tiene que cuidar, y me da palo cuando me tiene que dar (risas)


Fuente: http://ecos.la/UY/9/actualidad/2017/02/19/11529/alcalde-de-piriapolis-hice-cosas-de-las-cuales-me-arrepiento/


1 comentario:

Anónimo dijo...

Sigo a Mario en Twitter y es un genio.