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lunes, 21 de noviembre de 2016

VIVIENDAS EN LAS PLAYAS: LAS LEYES SON CLARAS AL RESPECTO, PERO EN URUGUAY LAS LEYES EN MUCHOS CASOS NO SE APLICAN

El ruido de las olas se siente siempre en Aguas Dulces, pero la noche del 27 de octubre los vecinos, los más afortunados, dicen que no les permitió dormir. Tal era el avance del mar contra la poca arena que quedaba y contra las casas que ya no están, que al otro día el balneario parecía haber sido víctima de un bombardeo. Como se supo después, el agua se tragó 22 viviendas.

El temporal dejó su rastro en toda la costa este, agujereó la rambla de Piriápolis y destrozó zonas en la de Punta del Este, provocando daños millonarios. Sin embargo, el estrago que generó no hubiera sido tal sin una seguidilla de eventos que acumularon el impacto, que sobrepasó a las instituciones y se arrimó a la temporada de veraneo.

El gran culpable parece haber sido el mar. Algunos acusan al cambio climático y otros a la Intendencia de Rocha, por no permitir la reparación de las casas en Aguas Dulces. Pero el mayor problema es, según los expertos, la mala organización con que se construyeron las viviendas en la costa, desde Montevideo hasta Rocha.

El avance de la civilización sobre las dunas que componían hace más de medio siglo el paisaje costero, rompió un esquema natural de equilibrio entre la arena, el agua y las fuerzas que las mueven. Ahora, el desafío es defender lo construido y replantear las normas de convivencia con la naturaleza.
Rambla perforada.

Mientras el ingeniero de la Intendencia de Maldonado Carlos Brun cuenta los detalles de la obra con la que se está reparando la parte más dañada de la rambla de Piriápolis, sobre la Playa de los Ingleses una pareja se saca fotos en el agujero que dejó la fuerza del mar en el pavimento. El agua socavó a tal punto el muro de contención que logró atravesarlo. Para este martes, día en que comenzaron las obras, los ingenieros no sabían con exactitud cuánto del suelo había alcanzado.


Brun se enoja y echa a los turistas, que hacen caso omiso y se paran cerca de la zona derrumbada para lograr una última toma antes de irse. "Es como que yo me saque una foto con los muertos", se indigna el ingeniero, quien cree que ese episodio refleja la imprudencia de los uruguayos frente a los fenómenos climáticos que vienen afectando al país en los últimos tiempos.

"El que no lo quiera ver es ciego, el clima cambió y esto vino para quedarse", dice. Como consecuencia, los ingenieros deberán cambiar la forma de diseñar y pensar las ciudades costeras. Por ahora se están sumando esfuerzos para llegar a la temporada con las reparaciones prontas, pero todo dependerá del tiempo y la situación sindical de los trabajadores de las obras.

Los daños desafiaron toda capacidad de respuesta de la comuna. El mar empezó a socavar el muro de la rambla de la Playa de los Ingleses con un temporal el 13 de septiembre, pero mientras la Intendencia se preparaba para adjudicar la obra de reparación hubo una marejada que la volvió a golpear. Los temporales no respetan la burocracia y el último, el del 27 de octubre, fue el que dio el tiro de gracia. Al final no dio tiempo de hacer licitaciones para muchas de las obras y la Intendencia tuvo que elegir las empresas a dedo.

Más de la mitad de los US$ 900.000 que se necesitan para reparar los daños de Piriápolis irán para la zona de los Ingleses. El resto se divide entre la terminal de ómnibus y la rambla de los Argentinos.

Al ver el agujero en la rambla es fácil pensar en el cambio climático. Pero el oceanógrafo Gustavo Nagy, quien se ha dedicado a estudiar sus efectos, afirma que si tiene que dar una respuesta binaria no le atribuiría al cambio climático la responsabilidad del temporal. Con la información que se tiene se puede decir que es posible que haya un aumento en la frecuencia de estos fenómenos climáticos. De hecho, si se miran los registros del nivel del agua en Montevideo, este temporal se ubica entre los 15 peores de la historia, y el peor en los últimos 11 años, pero los primeros de la lista ocurrieron antes del Maracanazo.

Las variables que se conjugan a la hora de hablar de un evento de este tipo son tantas que es difícil poner al cambio climático como principal responsable. Es posible que hubiera algún vínculo, quizás, matiza Nagy, pero la ciencia todavía no lo puede probar. Es cierto que el nivel medio del mar sigue creciendo y eso hace que las tormentas "se estén poniendo tacos".

"Aun sin cambio climático nos tenemos que preocupar. Si esto hubiera sucedido 12 horas después, con una marea 20 centímetros más alta, se habría pasado a otro umbral", sostiene. "No hay que confundir cambio climático con exposición. Si yo pongo la cabeza en la boca del león no es el león el malo, soy yo el estúpido".
Arena que vale millones.

La directora de Medio Ambiente de la Intendencia de Maldonado, Bethy Molina, calculó la pérdida más importante del temporal con exactitud. Se llevó un total de dos millones y medio de metros cúbicos de arena, el equivalente a 250.000 camiones cargados. La arena perdida es parte de los "pasivos naturales" de los temporales, indica Molina. Si se trata de medir el daño en costos, la directora de Medio Ambiente dice que podría costar más de siete millones de dólares dragar arena del fondo del mar para rellenar lo perdido. Esta es una de las alternativas que usan en lugares como Cancún, cuando el agua le roba protagonismo a la arena, base sólida del modelo de turismo de "sol y playa".

Frente al Hotel Argentino se extiende el paisaje que Molina describe con los datos que extrajo su equipo técnico: el agua llega hasta el muro y no deja lugar de reposo a los veraneantes anticipados que recorren la zona. De todas formas, esta arena no fue a parar muy lejos. Se la puede ver a pocos metros de la orilla, en bancos. Hay una parte que se va a recomponer con el tiempo, pero hasta la temporada siguiente será imposible calcular cuánta regresó y cuánta fue llevada por el agua.

Las estructuras duras, como los muros de la rambla, no sirven para detener el avance del agua. Molina explica que en vez de disipar la energía de la ola la hacen rebotar, y el daño se concentra en los muros hasta socavarlos. Es por eso que el equipo de ingenieros de la Intendencia colocará rocas en la rambla, como las que hay en la escollera del puerto, para proteger el muro.

Esta no es una forma viable de frenar el agua en la playa, y por eso Molina presentó un proyecto ante la Dirección Nacional de Medio Ambiente (Dinama) para instalar "geotubos". Se trata de tubos blandos hechos con un material que se puede rellenar y cubrir de arena, y que si se colocan debajo del agua, pueden frenar la intensidad de las olas y sobre la arena ayudan a crear dunas que mitiguen el golpe. Un geotubo de 20 metros podría costar entre US$ 6.000 y US$ 7.000, sin contar el relleno de arena.

La mejor forma de evitar el gasto hubiera sido conservar las dunas, pero el conocimiento científico sobre su función como barrera en la costa que evita el avance del mar llegó tarde, cuando el daño ya estaba hecho.

Entre la Barra de Punta del Este y José Ignacio está Santa Mónica. La Ruta 10, que es una de las vías de acceso al balneario, tiene de un lado a la laguna José Ignacio y del otro al océano Atlántico. Antes del temporal de septiembre había unos 30 metros de playa hasta llegar al océano. Después del primero se redujeron a nueve, y con el último temporal el agua alcanzó la carretera, dejando pavimento solo entre el km 177 y 179.

La frecuencia de los temporales es lo que agrava el daño. "Antes había tiempo para que los sistemas se recompusieran, ahora la recomposición natural no puede ser tan rápida y se generan efectos acumulativos", explica Molina, quien cree que con la reparación de la ruta se debería incursionar en la instalación de geotubos para evitar que un nuevo temporal la destruya nuevamente.
De visionarios a usurpadores.

En Aguas Dulces parece que el intendente Aníbal Pereyra y los vecinos hablan idiomas diferentes. Ellos afirman tener derecho sobre las casas que tienen construidas en la costa, y él les contesta que pretender vivir en la playa es como poner una vivienda en una plaza. Ellos creen que él desconoce la cultura, la historia de Aguas Dulces y el cariño que le tienen, y recuerdan que en otras partes de la costa nadie se alarma por las construcciones en la playa. Él les responde que son usurpadores y que las casas son, mayoritariamente, de personas que viven en Montevideo —más precisamente en Carrasco, Pocitos y Malvín— o de extranjeros.

El asunto de fondo es que hay unas 27 viviendas que se encuentran en estado "crítico" y que la Intendencia pretende demoler, pero que los propietarios se resisten y acuden a la Justicia que, hasta ahora, ya les ha dado la razón en una ocasión.

Esta semana parecía riesgoso querer entrar al agua y algunos vecinos advertían por los escombros escondidos bajo la crecida. A lo largo de la costa se veían las partes de las casas que fueron arrancadas por el mar, baños, cocinas y cuartos partidos al medio por la furia del agua. En primera fila, las que sobrevivieron al embate del Atlántico quedaron sostenidas por barricadas hechas con bolsas rellenas de arena y piedras.

Con el afán de vivir o descansar cerca de la playa, a lo largo del siglo pasado miles de personas se instalaron sobre las costas. En Aguas Dulces, por ejemplo, hay registros que indican la instalación de viviendas en el lugar hace más de 100 años. El hecho de que la playa se lleve las casas no es algo nuevo, quienes viven ahí hace varias décadas recuerdan cómo solía haber unas cinco filas de construcciones allí. Con el tiempo, el mar fue creciendo y se las llevó. Este episodio es uno más.

Pero para Christian Pérez, que vivía allí con sus tres hijos y su esposa, es una tragedia de la que le va a costar recuperase. El hombre se encontraba en Montevideo mientras la tormenta desmembró su vivienda y lo único que pudo hacer fue escuchar a sus familiares mientras le relataban el desastre. Ahora espera la ayuda que la Intendencia le prometió y con suerte construirá en otro terreno. Mientras, instala sus pertenencias en un galpón que servirá de vivienda provisoria.

Una disposición departamental de hace más de 20 años impide a los propietarios hacer reparaciones en las casas, lo que ha llevado a muchos a aprovechar la noche para hacer reformas, amparados por la oscuridad. Pereyra argumenta que esas viviendas generan un daño ambiental no solo por su invasión en la playa sino por la falta de un sistema de saneamiento. Además afirma que necesitan ser reconstruidas, no reparadas, y advierte que en un temporal futuro alguna persona podría salir herida.

"Defender esto es defender que cualquiera puede venir y hacer lo que quiera en la costa", dice Pereyra, ofuscado: "¿Vamos a seguir reconstruyendo ahí y el mar lo va a seguir llevando?".

El estado de las viviendas fue evaluado por Bomberos y dos arquitectos que figura en un informe que el intendente hizo llegar a El País. Si bien no establece una lista de casas, sí habla del estado crítico de algunas que perdieron las dunas sobre las que se cimentaban. Los vecinos ponen en duda este informe y acusan a Pereyra de querer tirar abajo casas sanas, como la que detonó el conflicto entre los vecinos y la comuna la semana pasada.

La vivienda número 22 estaba, según los vecinos, en condiciones de ser reparada. Pero fue demolida. El intendente argumenta que se tambaleaba mientras los camiones intentaban retirar los restos de otras casas y por eso se la tiró abajo. En total, dice, la Intendencia tendrá que remover 4.500 metros cúbicos de escombros.

La exposición de motivos de una ley de 1999 que declara la zona de Aguas Dulces de interés nacional para el turismo, define al primer habitante como un "visionario" que se afincó en "el más pintoresco de los balnearios", un "oasis" cuya postal "recorrió el mundo". Este mismo proyecto obliga al ordenamiento territorial de la zona, que nunca se terminó de realizar, pero es uno de los fundamentos que esgrimen los vecinos para justificar su propiedad sobre el lugar. De hecho, el documento habla de una aceptación tácita de las autoridades del asunto.

Los propietarios de las casas reconocen las fallas de un ordenamiento territorial sin planificación, pero entienden que la Intendencia no puede desconocer los derechos que generaron por el uso de tantos años y reclaman una solución. La Intendencia puede expropiarles las viviendas, dicen, generar un acuerdo a través de un comodato o incluso un proyecto de autogestión. Están abiertos a opciones; lo que no aceptan es que se desconozcan sus derechos sobre las casas.

Ocupadas o no, dice el oceanógrafo especializado en manejo costero del Centro Universitario de la Región Este, Daniel de Álava, esas casas están ubicadas en una zona que naturalmente tiene la finalidad de disipar la energía del océano. Los arenales, o sistemas dunares, siempre tuvieron movilidad de acuerdo al nivel del mar. La subida o bajada del mar tenía que ver con "pulsos" del planeta, explica De Álava, que pueden verse influidos por cómo gira la Tierra, su inclinación, vientos solares u otros determinantes a nivel planetario. Incluso hay ciclos que se han cumplido a través de la historia.

El desarrollo urbano sobre estas dunas, que comenzó en el siglo pasado, termina hoy con un 60% de la población viviendo sobre la franja costera. "Ese proceso terminó en una urbanización que empezó a crecer con el turismo de playa como modelo único o predominante".

Con estas construcciones se da un fenómeno conocido como endurecimiento de la costa. "Si hago un muro o pongo algo más duro que la arena no estoy disipando. Si el agua pega contra la pared traslada el impacto hacia otro lugar. La pared no la puede disipar", explica. Esto da lugar a la erosión de la costa y el socavamiento de las estructuras.

De Ávala cree que la urbanización tiene que dar un paso atrás de la costa y que el sistema jurídico debería considerar lo ambiental, aunque admite que es difícil establecer límites en una frontera tan plástica como la que separa al agua de la tierra. El drama de la costa esteña no es solo por los gastos en reparaciones. Ni siquiera se puede reducir a un problema estructural, sino que afecta directamente las vidas de miles de personas.

Si por mayor previsión se requiere un reordenamiento territorial o la construcción de barreras que protejan la urbanización, es una cuestión que sigue sin ser respondida.
El Aguas Dulces de los "visionarios".

"Luis Alberto San Martín le había reparado los dos ranchos a un médico de Aguas Dulces. Hasta que vino el temporal y arremetió con tanta intensidad que uno de ellos se fue flotando, como si fuera un barco", cuenta. Pero el mar se lo llevó no sin antes golpear al segundo a la vuelta de una ola, que terminó flotando, junto con el primero, varios metros hacia adentro del mar hasta ser tragado por el agua.

San Martín es uno de los habitantes más antiguos de Aguas Dulces. Vive en el balneario desde 1950 en una casa que construyó con sus propias manos. Fue camionero, bagayero y, según dice, construyó más de 10 casas en todo el balneario. Conoció de primera mano las dunas que había antes en el balneario, en épocas donde solamente se entraba a caballo.

Los temporales que hacen desaparecer casas no son novedad para Aguas Dulces. De hecho, San Martín y su esposa, Gladys Velázquez, cuentan que el episodio de la casa que flotaba en el mar ocurrió en 1958, cuando un temporal se llevó una veintena de casas, igual que el 27 de octubre pasado. Solo que antes, dicen, eran al menos cinco las hileras de viviendas, la mayoría de palafito, material que solía ser característico del balneario. Esas tampoco se salvaron.



San Martín dice que la única forma de hacerlas aguantar es llegando al agua dulce, tres metros hacia abajo, donde el mar "pelea" con el agua dulce. "Si usted tiene base abajo no se le descuelga; él viene a llevarse lo de él: la arena. Fue lo que pasó acá, se llevó toda la arena, y la gente no lo comprende".



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