Oyó un clic dentro de su nuca cuando recibió el primer golpe severo. Un sonido tan pequeño anunciando tantos horrores. Ya lo habían apartado de su esposa y sus cuatro hijos. Demoraría seis años en saber algo de ellos, que habían quedado en la ciudad de Lahore mientras él pasaba de manos pakistaníes a custodia estadounidense rumbo a la crueldad del centro de internación de la Fuerza Aérea de Estados Unidos de América en Bagram, Afganistán. Sería sólo un preludio a los 12 años y medio de abusos y torturas que le esperaban. “El abuso no terminó hasta el momento en que pusimos nuestros pies en Uruguay”, relató “Jihad” Dhiab (Abu Wa’el Dhiab) al semanario Brecha.
Cuatro meses después de terminar su detención ilegal en la cárcel de la Bahía de Guantánamo, ya en Montevideo, Jihad seguía vistiendo el mismo pantalón y la misma camiseta que le obligaban a usar en la cárcel montada en territorio cubano ocupado. Acaso una manera inconsciente de expresar la angustia que lo desvela cada vez que insiste: “Yo lo que necesito es ver a mi familia”. Cada minuto cuenta para quien no logró salir a tiempo y descubrir en qué clase de quinceañero se ha transformado el pequeño de 3 años que lo llamaba padre; en 2013 su hijo mayor murió en la guerra en Siria. Durante su tiempo en Guantánamo, Jihad Dhiab perdió al menos 13 familiares.
La noche anterior a recibir a Brecha durmió dos horas. “Es más de lo que suelo dormir”, dijo.
El dolor que siente le impide descansar más. A partir de aquel fatídico clic, Jihad sufre de espantosos dolores de cabeza que se sumaron a las secuelas de un accidente de tránsito que sufrió en Siria, su país de origen, en 1993. “Cuando me detuvieron sólo tenía dolor en la parte inferior de mi espalda. Ahora me duele en cinco lugares diferentes.” Jihad Dhiab recuerda la punta de esa bota que un milico le clavó en la columna vertebral cuando osó quejarse del dolor, uno de los tantos abusos que debió soportar.
Un perito médico pinchó el pie derecho de Dhiab y constató que no respondía al dolor. El informe que presentó en el juicio que inició contra el presidente de Estados Unidos constata que perdió por completo la sensibilidad en la pierna derecha, desde la rodilla hacia abajo.
Olvidar el dolor no es posible, pero quizás relatarlo sea aun más difícil. Así lo sugiere Jihad, como lo sugieren también sus compañeros de detención llegados a Uruguay, ante cualquier intento de un periodista para que cuenten algo de lo vivido en el infame “Gitmo”. “Todavía no”, dicen. Jihad repite que el esfuerzo de hablar lo hace por aquellos que siguen presos allí, sus “hermanos”.
ABUSOS SISTEMÁTICOS. Dhiab permanece en la casa que les ofreciera, poco después de llegar a Montevideo, el Pit-Cnt. Se traslada con muletas por las habitaciones. “Los militares nos trataron de maneras muy violentas, muy groseras, muy vulgares.”
Merece recordarlo: los presos de Guantánamo fueron encarcelados por tiempo indefinido y sin haber sido juzgados, en total violación a los derechos humanos y a las convenciones de Ginebra que supuestamente debían regir, al tratarse, según Estados Unidos, de “prisioneros de guerra”. Además fueron sometidos a torturas y abusos sistemáticos que en varios casos condujeron al suicidio.
“Estaba el abuso físico y luego estaba el psicológico”, relató Jihad, y destacó que el segundo era mucho peor que los golpes. “Probablemente uno pueda recuperarse de los daños físicos, pero el otro a uno lo afecta por dentro”, cuenta sin contar.
El aislamiento era usado como un medio de coerción. Jihad estuvo preso en el Campamento 5 de la cárcel de Guantánamo, donde sólo hay celdas de aislamiento en las que mantienen las luces encendidas las 24 horas del día para que a los presos les cueste dormir. En varios informes y libros sobre Guantánamo está documentado cómo la privación del sueño, mediante exposición a música muy fuerte, a luz, o simplemente con traslados reiterados de una celda a otra, fue usada en Guantánamo y en cárceles de la Cia como un método para destruir la integridad psíquica de los prisioneros.1 El último de esos textos es el informe del Comité de Inteligencia del Senado estadounidense sobre la tortura, publicado en diciembre pasado.
INTERROGATORIOS. En la celda de Dhiab hacía frío permanentemente, a pesar del clima tropical del Caribe. La cárcel mantenía el aire acondicionado funcionando a temperaturas bajas, otra manera de debilitarlos. “Pasé 11 años en esas condiciones –recordó–. Esas cosas las hacían a propósito, como un abuso psicológico, para que nos sintiéramos peor.”
Las humillaciones eran constantes. “Cuando estaba en el cuarto de interrogatorios me esposaban las dos muñecas, que a su vez las esposaban a mi cintura. Luego me ataban la cintura y las manos a los pies”, describe mientras se va encorvando en su sillón para graficarlo. “Así me mantenían durante por lo menos seis horas seguidas en la sala de interrogatorios. Llegaba un momento en que les pedía a los militares para ir al baño, y se negaban. Trataba de aguantarme todo lo posible hasta que ya no podía más y tenía que hacerme encima, sentado en la silla.” Jihad Dhiab piensa que el haber tenido que retener orina con tanta frecuencia durante un tiempo muy prolongado fue lo que le provocó los problemas renales y en la vejiga que hoy padece.
“EXTRACCIONES FORZADAS.” El caso de Jihad Dhiab se hizo conocer en el mundo en 2014 cuando, junto con sus abogados de la Ong Reprieve, inició el primer juicio contra el gobierno estadounidense por las prácticas de alimentación forzada a las que se sometía a los presos de Guantánamo que recurrían a la huelga de hambre como medio de protesta. La primera vez que Dhiab participó en una de ellas fue en 2007. A partir de 2009 las autoridades de la cárcel lo empezaron a alimentar a la fuerza, contrariando toda ética médica.2
El proceso empezaba con un eufemismo: la llamada “extracción forzada de la celda” (Fce, por su sigla en inglés). Un procedimiento estándar en Guantánamo en el que un equipo de seis militares vestidos como policías antimotines entran en la celda y toman al preso a la fuerza. Dhiab contó que el modus operandi era el mismo para todos, sin importar que algún detenido (él, por ejemplo) no pudiera resistirlo por su estado de debilidad. Incluía, por supuesto, golpes y estrangulaciones, de modo que muchos de los presos que estaban en huelga de hambre terminaban desmayándose. “Yo me desmayé muchas veces. Me sometían a esta violencia varias veces por día. A menudo dos por la mañana y dos por la tarde.” De la celda los guardias lo llevaban a “la sala de tortura”, donde se realizaban las alimentaciones forzadas por un tubo que se les inserta a los presos por la nariz hasta el esófago. “Nos ataban tan fuerte a la silla con unas correas que si ya no te habías desmayado por los golpes lo hacías en ese momento.”
El equipo médico presenciaba y participaba del abuso. “Ellos eran aun más malos que los guardias”, insistió Dhiab. La inserción del tubo de alimentación se practicaba sin anestesia ni sedantes. “La parte superior de la cavidad nasal es muy sensible. El tubo tiene una punta de metal que toca una concentración de nervios en ese lugar. Sentía cuando el tubo me golpeaba esos nervios. Es una experiencia muy, muy dolorosa”, explicó Jihad Dhiab, quien solía sangrar por la nariz. “Mientras trataban de hacerme esto, un soldado me sostenía el cuello tan fuerte que me ahogaba. Si movía la cabeza me gritaban: ‘¡No se resista, no se resista!’. Sosteniéndome así, varias veces me quebraron una costilla.”
Los abogados de Jihad afirman que la alimentación forzada se realizaba de manera sistemática como un tipo de castigo y sometimiento psicológico. Los peritos que declararon ante la corte testificaron además que en su presencia el equipo médico se negó a tratarlo por los problemas de salud que padece el preso.
¿Con qué fin arriesgaba su salud participando en una huelga de hambre?, le preguntó Brecha. “Para sentirme libre”, respondió Jihad, sentado en el sillón mientras echaba un vistazo a su celular por el que recibía mensajes de su hija. Y concluyó la entrevista con un pedido. “Quisiera incitar a los uruguayos, y a todos aquellos que creen en los derechos humanos, a abrir los ojos y mostrar un poco de humanidad. Me gustaría que la gente se entere de lo que pasó en Guantánamo y que trate de hacer algo por los que quedan. Recibir a personas que han estado casi 13 años en un lugar como Guantánamo requiere una atención especial y mucho apoyo. Es un desafío y se cometieron errores, pero esos errores se pueden corregir.”
1. Andy Worthington, “The Guantanamo Files: The Stories of the 774 Detainees in America’s Illegal Pri-son”, 2007; Center for Constitutional Rights, “Current Conditions of Confinement at Guantanamo”, 23-II-09.
2. Asociación Médica Mundial, Declaración de Malta sobre las Personas en Huelga de Hambre, 2006.
Fuente: Semanario Brecha
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