Unos duermen en coches por si la policía va a su casa a buscarlos en medio de la noche. Otros se refugian en viviendas de familias, nada sospechosas de participar en protestas en contra del régimen y los hay también que andan de pueblo en pueblo, en un optimista intento de burlar a las fuerzas de seguridad y al omnipresente espionaje sirio. El gobierno de la minoría chii alawita no perdona a quienes se le oponen.
Todos se afanan en borrar las fotos y vídeos de las manifestaciones que puedan delatar a algún vecino.
Es lo que cuentan algunos de los manifestantes y vecinos de Deraa (Siria) cuando llegan a Ramza, una ciudad jordana que se encuentra pegada a la frontera entre ambos países.
Los habitantes de Deraa, la ciudad en la que estallaron las primeras revueltas contra el presidente Bachar el Asad y en la que la represión se ha cobrado el mayor numero de víctimas, viven presos del miedo.
La campaña de detenciones masivas y torturas a los cautivos de los dos últimos días ha sembrado el pánico y ha logrado debilitar de momento la revuelta, cuentan los llegados desde la ciudad.
Ramza está situada a escasos cinco kilómetros de Deraa, sellada con controles del Ejército sirio, que impiden la entrada a periodistas y observadores internacionales desde que los manifestantes empezaran a salir a la calle hace dos semanas a pedir la caída del régimen.
A esta localidad jordana llegan a diario los comerciantes de Deraa. Aquí se les conoce como los baharas, en árabe, los marinos, porque navegan de un lado al otro de la frontera.
En Ramza no hay servicios secretos sirios, ni detenciones en medio de la noche, ni disparos a manifestantes a plena luz del día, ni cárceles agujero-negro en las que se sabe cuándo se entra pero no cuándo se sale. Aun así, a los que vienen de Deraa les persigue la sombra del miedo.
Temen detallar los atropellos que el régimen sirio comete en nombre de la estabilidad y con la ley de emergencia en la mano. En la calle nadie habla de lo que sucede al otro lado de la frontera. En privado, lejos de las miradas y sin nombres de por medio, algunos se atreven.
"Hay muchos jóvenes heridos, pero se quedan en casa porque piensan que, en el hospital, las fuerzas de seguridad les detendrán o les matarán", cuenta en la trastienda de un ultramarinos un comerciante que hace media hora ha llegado de Deraa.
Vive junto a la mezquita Al Omari, la que se había convertido en hospital improvisado y fue atacada por la policía. Durante el ataque murieron al menos seis personas. Amnistía Internacional cifra en 55 el número de muertos en Deraa a manos de las fuerzas de seguridad.
Los vecinos hablan además de un número indeterminado de desaparecidos, de detenidos de los que no se vuelve a saber nada. Fuentes próximas a los manifestantes explican que a los encarcelados los apalean y les aplican descargas eléctricas.
Estas acusaciones resultan imposibles de confirmar al estar cerrado el país a cal y canto a los periodistas extranjeros.
"Queremos que el mundo sepa lo que está pasando", asegura otro bahara de Deraa que dice participar en todas las manifestaciones. El problema es que el régimen del partido Baaz, el que gobierna Siria con puño de hierro desde 1963, se emplea estos días a fondo en impedir que la información cruce las fronteras de Deraa.
Cuentan los residentes que el viernes por la noche fueron casa por casa pidiendo teléfonos móviles y obligando a sus dueños a identificar a los manifestantes que aparecían en las imágenes guardadas. Así han ido cayendo uno tras otro los manifestantes, delatados por los móviles de sus vecinos.
En Deraa saben que, aunque la represión haya debilitado en los últimos días su revuelta, las protestas que ellos comenzaron se han extendido ya por casi todo el país.
En Duma, un suburbio de Damasco, miles de personas pidieron libertad ayer durante el funeral de las ocho personas muertas el viernes durante una manifestación. La policía fue la causante de las muertes al abrir fuego contra la protesta, según testigos citados por la agencia Reuters.
Y mientras, el presidente sirio, Bachar el Asad, encargó al ex ministro de Agricultura Adel Safar formar Gobierno. El nuevo Ejecutivo reemplazará al que presentó su dimisión el pasado martes al calor de las protestas.
El gesto político tiene escasas probabilidades de contar con una acogida favorable por parte de los manifestantes, ya que han sido precisamente la sequía y la mala gestión de los recursos hídricos. los causantes de un gran descontento entre la población empobrecida del país.
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