El papa Bendedicto XVI está empeñado en un duro combate contra la secularización de Europa y en particular en España, combate que parece tener, sin embargo, bastante perdido. Ser reaccionario a secas, no parece ser una buen opción para retener a los fieles europeos.
Paralelamente, los monoteísmos que en el mundo crecen son el islam y las Iglesias herederas del calvinismo que se multiplican en una taifa interminable en Estados Unidos de América.
La fe musulmana, aunque ya tiene alguna clientela occidental, sigue siendo, con todo, un credo del Tercer Mundo que muerde relativamente poco en la feligresía cristiana; el protestantismo, en cambio, bajo la doble denominación de antiguo y neopentecostalismo, causa una fuerte hemorragia en la grey católica de América Latina.
Y ello no carece de consecuencias para la política exterior de España.
El problema no es teológico ni dogmático. Las masas latinoamericanas, notablemente indígenas y afrodescendientes, proceden de una raíz católica que les fue impuesta por la violencia de conquistadores y colonos y el sincretismo entre catolicismo y credos ancestrales lleva indeleblemente impreso el marchamo de lo hispánico.
Los pentecostalismos, contrariamente, aspiran a convertirse en agentes de la deshispanización de América Latina como subproducto de la conversión a la fe de Calvino o en orden inverso, quieren deshispanizar primero para convertir después.
En Centroamérica, misioneros yanquis han tratado de catequizar a pueblos indígenas directamente en inglés.
Guatemala ha sido durante décadas la mayor cabeza de puente de esas formaciones religiosas vinculadas a la extrema derecha de Estados Unidos de América, la de los cristianos renacidos que también figuran en el movimiento del Tea Party.
Un militar golpista, el general Efraín Ríos-Montt, antiguo agregado militar en Madrid y fundador de la Iglesia del Verbo, fue el primer presidente protestante del país y bajo su influencia un segundo adepto, Jorge Serrano, ocupó también el cargo, aunque en su caso por la vía electoral.
Ahora, cuando el país sufre de una aguda anemia de Estado, el narcotráfico utiliza su territorio como autopista hacia México y casi un tercio del mismo, el Petén, vive a extramuros de las fuerzas de seguridad, un tercer aspirante del protestantismo de secta, Harold Caballero, se perfila como candidato con posibilidades en las próximas elecciones presidenciales.
Y si en Guatemala es posible que el protestantismo de secta supere el 30 % del personal, las cifras no le andan lejos en el resto de América Central; no bajan de un 25 % en Brasil; y se sitúan entre el 10 % y el 20 % en los demás países iberoamericanos.
Con algún descenso en el Cono Sur, donde la hégira del catolicismo apunta más bien hacia el agnosticismo.
Lo que la Contrarreforma impidió en el siglo XVI lo están consiguiendo unos pastores milagreros que expenden certificados de salvación como en un supermercado: nunca tantos ciudadanos de lengua española o portuguesa -unos 100 millones sobre 600 millones- profesan hoy una religión que no sea la de Roma.
Todo ello ocurre sin duda por algo.
De un lado, la Iglesia se alió desde la independencia con los poderosos y cuando se produjo una reacción, la teología de la liberación, el efecto fue el desapego de una parte de esas clases normativas que si no encontraban a la institución eclesial de su lado, no veían razón para seguir siéndole leales y de otro, la misma dominación española había unido evangelización con explotación, en un cóctel que, desde una perspectiva autóctona e indigenista, está sirviendo a la pachamización de Bolivia que persigue el presidente Evo Morales.
Todo ello, el alejamiento de Roma por la vía indigenista o la sopa boba de los pastores, es perfectamente legítimo. Los ciudadanos son muy dueños de adoptar las creencias que les rindan mayores satisfacciones o beneficios.
Pero un católico latinoamericano, tanto si es favorable como desfavorable a la presencia e influencia de España, actuará más probablemente a partir de la vinculación de su país con el mundo ibérico.
Un protestante sectario, diferentemente, se mueve entre la negación pasiva y la oposición activa a ese ligamen.
España viste el atavío de su historia en América Latina, cualquiera sea el grado de descristianización con que hoy, tras la reciente visita del Papa, el país se contemple a sí mismo.
Y si la historia hace que no pueda dejar de ser "cuna de san Ignacio", nada queda ya de aquella "luz de Trento y espada de Roma", que glosaba el polígrafo santanderino; pero, a pesar de ello, sigue existiendo un territorio en el que los intereses del Vaticano y de España son en más de un aspecto coincidentes: esto es América Latina.
Fuente: El Pais
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